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lunes, 18 de diciembre de 2017

Matar por odio. Morir por amor.


No creo que en ningún otro país del mundo se asesine a alguien por lucir la bandera patria. Si hay alguna razón para morir, desde luego, no puede ser la de exhibir sus colores en unos tirantes como tampoco encuentro su justificación en salir, de madrugada, de un bar de copas. Intento adentrarme en la mente, perturbada y enferma, de esos odiadores profesionales que se declaran, abiertamente, “anti-sistema” cuando precisamente lo que hacen es “vivir a costa del sistema” y ni así soy capaz de dar con un motivo que explique la atrocidad del asesinato. Tanto me da que el miserable ‘okupa’, asesino de Víctor Laínez, sea chileno o español aun cuando haya de reconocer que se me torna brutalmente más doloroso que un español sea asesinado, en España, por enarbolar su bandera a manos de un extranjero que lleva a gala el ignominioso demérito de haber cumplido cinco años de condena, no “por ser un sudaca”, como denunciaba arropado por los gerifaltes de PODEMOS, sino por haber dejado tetrapléjico, de una pedrada, a un guardia urbano que se limitaba a cumplir con su labor en un desalojo. Cinco años no son nada comparados con toda una vida de limitaciones como tampoco lo serían los veinticinco por matar a golpes en la cabeza a un hombre. No quiero que me malinterpreten, amigos lectores, siempre defenderé el derecho de los emigrantes que acuden a nuestro país en busca de unas oportunidades que le son negadas en el suyo, jamás rechazaré a quienes de manera honrada y con su esfuerzo abnegado contribuyen, con independencia de su origen, al crecimiento económico de España pero a la vista de los acontecimientos y siendo éste un nuevo ataque producido por un foráneo que nada provechoso hacía aquí, más allá de delinquir, como tampoco creo que lo hicieran el senegalés que empujó a las vías del metro al policía que falleció atropellado por un convoy en Embajadores o el ciudadano del Este que ha protagonizado en Albalate el abyecto tiroteo que se ha cobrado tres víctimas mortales, dos de ellas guardias civiles, me pregunto si no estaremos teniendo la manga muy ancha para permitir la entrada de este tipo de morralla, agresiva y marginada, a la que auspicia y cobija la progresía podemita quien, como feroz depredadora de volubles votos desarraigados, agita a quienes nada tienen que perder alentándoles a una violencia desmedida y al odio hacia todo aquello que desprenda el menor tufillo a orden, a Ley, a respeto por las Instituciones y a la idea de Nación Soberana. Iglesias, máximo exponente de ese corrosivo afán desfragmentador y rupturista de España, carece de reparos a la hora de alinearse con el independentismo más radical – sea vasco o catalán –, ni los tiene tampoco para elogiar al hampa foráneo, todo sea por destrozar el país. No pueden tolerarse declaraciones como las que ha tenido la desvergüenza de verter afirmando que le “emociona ver las agresiones” a agentes de la ley posicionándose, indefectiblemente, con los outsiders, como ya hiciera a la salida de prisión con el chileno asesino a quien sólo deseo pase el resto de su desdichada existencia encarcelado, no en nuestras prisiones –cuyas envidiables condiciones son soportadas por los esforzados contribuyentes- sino en las de su país, aquél que jamás debió abandonar, pues de justicia es que cada quien recoja su propia basura. Ese despojo humano, escoria de la más baja estofa, ha asesinado a traición y por la espalda a un español que eligió portar su bandera. No entraré ahora en si, una vez, Laínez fue o no Legionario pero, aún sin serlo, lo cierto es que se ha terminado convirtiendo, por obra y gracia de un extremista de izquierdas que ni tan siquiera debía estar aquí, en el verdadero ‘Novio de la Muerte’. Quizás de la más despiadada y atroz: aquella que germina al abono de la intolerancia y del odio irracional hacia quienes generosamente acogen a un ápatrida desharrapado.

Que las salvas de honor guíen y acompañen, en el último viaje, al Caballero Legionario que murió por amor… a su bandera.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 18/12/2017.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Iceta o un cuento de Navidad catalán.


Al son, ahora, de panderetas y zambombas pero cada loco sigue con su tema: los unos quejándonos de la lobreguez del alumbrado navideño, los otros poniendo los billetes de lotería cerca de San Pancracio, no falta tampoco quien ya anda “esnucando” gambas con los compañeros de trabajo y todos, o la mayoría, a la espera de un 21D que se nos empieza a atragantar como los polvorones caseros. Pendientes, mientras tanto, de los resultados que arrojan las encuestas del CIS y de las idioteces que el “gordito bailongo” de Iceta – nuestro particular Scrooge patrio - quiera soltar. Pues anda, el buen hombre, encendiendo una vela a Dios y otra al diablo sin tener claro aún de qué lado se posicionará pero mirando con ojos golositos el desahuciado despacho de un huido Puigdemont. Esa mente suya –tengo para mí que tan ‘exigua’ como el propio Dionisio- ha fraguado en esta escalada, febril y sin escrúpulos, que guía su más que cuestionable comportamiento, propuestas tan peregrinas e hilarantes como la creación de una Agencia Tributaria Catalana que privilegie a sus contribuyentes de modo similar a como lo hacen el País Vasco o Navarra a los suyos o – y esto es para nota, señores – que se condone la deuda de la Generalidad. Vamos, lo que viene a ser en uno u otro caso que, aquí, los demás españoles vengamos a convidar a esta ronda a nuestros vecinos de Cataluña, olvidándose de que entre los residentes en el resto de la geografía nacional también hay quienes alardean de pertenecer al partido del puño y la rosa y no comparten tal demostración de insolidaridad y enfermiza avaricia. Y así es como durante esta larga noche que es la campaña de una prematura convocatoria electoral, en el mismo terreno de juego previamente abonado por los propios golpistas que ansían destrozar el país en unas elecciones en las que nos jugamos el todo o nada, está recibiendo la visita de los tres Fantasmas: el del Pasado, que transportó a Miguel a esa época llena de añoranza cuando comenzaba a dar sus primeros pasos en política con la bisoñez, aún virgen y sin mácula alguna, de los ideales socialdemócratas intactos y que una vez lo imbuyeran antes de verse poseído por un desmedido afán de poder. El del Presente, en la que, este inmisericorde espíritu, ya le está mostrando la mezquindad de su ambición, de la miseria de un amor desmedido por la silla vacante y que le ha revelado, antes de abandonarlo y cual si fuera su propio reflejo en el cristal, la siniestra imagen de dos tiernos infantes: la ignorancia y la necesidad. Pero me barrunto yo que, sin duda, será aún peor la siguiente visita, la del Fantasma del Futuro cuando, éste, le descubra el destino que irremisiblemente aguarda a los avaros y no pierdo la esperanza de que la reacción de nuestro “Scrooge Iceta” sea la de suplicar una nueva oportunidad para cambiar, alineándose entonces del lado de la legalidad y formando, junto con C’s y PP, un bloque constitucionalista que impida la materialización de las aviesas pretensiones secesionistas. Puede – ojalá y así sea - que este funesto cuento de Navidad termine como el de Dickens y veamos al, hasta ahora, avariento hombrecillo despertar de su pesadilla para convertirse en un político generoso que posibilite la restauración de la Ley en esa parte de España, vilmente atacada por el independentismo demente más voraz. Sólo deseo que también, el nuestro, tenga un final feliz. Por el bien de Cataluña y… por el bien de toda nuestra nación soberana.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca del diario VIVA JAÉN, 11/12/2017.


jueves, 7 de diciembre de 2017

El 'Lado Oscuro' de la Navidad.



Entre la exitosa y útil peatonalización del centro urbano y el más que muy popular cambio de direcciones, los atascos de vehículos y el accidentado peregrinar de bípedos, desorientados y titubeantes ante el temor de un inopinado atropello procedente del sentido opuesto al hasta entonces natural en la circulación, la sinfonía de cláxones y los estridentes silbatos de quienes ordenan – o desordenan - el tráfico, el desplazamiento a pie se ha convertido en la mejor opción para el tránsito por Jaén. Salí de casa el viernes por la tarde con la intención de dar un solazado paseo desde esa euforia contenida que nos invade con la llegada del fin de semana y ansiosa, lo admito, por descubrir las bondades del alumbrado navideño que nuestro Excmo. Ayto. nos tenía preparado. Ya había dado por sentado que mi calle iba a carecer, como es habitual, de la más mínima catenaria lumínica que inspire esos buenos deseos que, de modo inconsciente, proferimos a cuantos parroquianos nos salen al paso durante tan entrañables fiestas. Repasaba mentalmente el presupuesto destinado a la colorista muestra de Paz, Amor y Prosperidad a la que este año se destinarían 2 euros más que el anterior, los 42.272 euritos se habían estirado, según la información del Consistorio, hasta alcanzar los 355 arcos, 71.600 puntos leds y otros 2.000 metros más de tiras de luces de bajo consumo que ornamentarían – nos decían - los árboles del Paseo de la Estación y de la Avda. de Andalucía. Atravesaba el barrio de San Ildefonso, orgullo de la ciudad, en el que los adornos navideños brillan por su ausencia o bien, los mismos, se verían eclipsados por la cuantiosa suciedad – con solera, oigan, lleva con nosotros tanto tiempo que ya hasta le hemos tomado afecto – para toparme de frente con la Carrera. Hube de reconocer que, al menos allí, se atisbaban los primeros visos de festividad a lo que contribuía, sin duda, el enorme abeto del palacio de la Diputación. “Bueno…” – pensé concediendo ilusa el beneficio de la duda -. Dejé vagar mis pasos en un calmo deambular errático para colisionar, en la calle Millán de Priego, con las representaciones, o al menos a mí me lo parecen, de un sonriente Patricio, la estrella de mar de la serie infantil Bob Esponja, tocadas con un simpático gorrito de Papá Noel. Continué caminando atenta, siempre, al nuevo sentido de la circulación no fuese a ser que, tan extasiada como me encontraba recreándome en el producto de la partida presupuestaria que iluminará nuestra Navidad, tuviera que comerme las uvas, este año, en el hospital. Me embargaba la curiosidad por descubrir en la siguiente calle, quizás, al propio Bob Esponja vestido de Rey Baltasar y así, casi sin darme cuenta, fue como desemboqué en el Gran Eje donde sendas hileras de fantasmagóricos arboles lucían unas siniestras ristras de luces, colocadas sin ningún orden ni concierto, la mera visión de los mismos me hizo salir en estampida hacia el primer taxi libre que me llevó de regreso. Durante el trayecto reparé en la lobreguez de la vía pública en zonas más apartadas: Avda. de Granada, Santa María del Valle… e incluso, ya lo he dicho, mi propio barrio, el castizo San Ildefonso. Pagué al amable taxista y mientras, sumida en mis cavilaciones, introducía la llave en la cerradura pensé que la Navidad había traído a Jaén una nueva secuela de la saga La Guerra de las Galaxias, en la que los convecinos – también contribuyentes – de determinadas zonas hemos pasado a convertirnos en los moradores del Lado Oscuro. Entré en casa, recibiendo el abrazo del calefactado hogar y me dirigí directamente al balcón, donde activé el encendido de pequeñas bombillas de luz cálida que, con motivo de la recurrente omisión consistorial pese a las reivindicaciones que llevo haciendo desde hace doce, instalé finalmente el año pasado y que desde entonces no he retirado a modo de simbólica y pacífica protesta. Las observé a través del cristal sintiéndome parte de ese enorme Ejército Imperial que conformamos la mayoría de los vecinos de Jaén y sólo pude formular un deseo para todos nosotros, los desterrados, los olvidados, los moradores de la más absoluta oscuridad. Anhelo que resonó en mi cabeza con una familiar voz metálica, profunda y entrecortada por una respiración dificultosa: “que LAS LUCES nos acompañen, Jedis”…

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 4/12/2017.

Hoy el cupo, mañana los presos y nosotros, mientras, con sardinas a Santa Catalina.





Es lo que tiene perder la mayoría absoluta. Uno, por más que le duela, tiene que tragarse su soberbia y descender al averno de la negociación de la que tan poco parece gustar nuestro Presidente. Un nuevo chantaje, otro más, ante el que se ha visto obligado a ceder si quiere que los Presupuestos Generales salgan adelante y no, precisamente, por “Decretazo” como antaño – dichoso el tiempo aquél en el que hacía y deshacía según su antojo-. De modo que la cantidad que el País Vasco y Navarra deben abonar al Estado, en pago, por las competencias públicas no transferidas que se prestan en su territorio, con origen en antiguos fueros medievales, ya hubo de ser metida a machamartillo –dado el carácter discriminatorio del tratamiento fiscal que supone- en la Constitución para solaz del nacionalismo moderado, en plena época de la ETA más virulenta y descarnada, al que se puso  de este modo el balsámico caramelo en los labios no fuera a ser que nos viéramos como en Irlanda. Esta prebenda ha venido siendo un privilegio cada vez más jugoso para los foráneos que han visto incrementada su financiación con motivo de la “rebaja”, a modo de prolegómeno del Black Friday, de los más de 500 millones de euros en el canon que las Haciendas Forales tienen que abonar a la Estatal, arrojando una liquidación – oigan, esto ya es como en la renta – que ¡les va a salir a devolver! por la regularización de atrasos y otros ajustes de vaya Dios a saber qué. Siendo que los españoles – a quienes la Constitución, en su artículo 14, nos consagra “iguales ante la Ley” – residentes en los agraciados territorios forales no sólo van a pagar menos impuestos sino que gozarán de salarios más altos dentro de la función pública y recibirán mayores y mejores prestaciones en Sanidad, Educación o Justicia frente a los del resto del territorio nacional y, especialmente, a quienes pertenecemos a Comunidades más desfavorecidas que asistimos incrédulos a la paradoja de ver cómo las regiones más ricas no sólo no contribuyen a la caja común sino que, además, reciben de ella suculentos estipendios y todo a cuenta de cinco míseros votos que han resultado ser los más valiosos dentro del plural abanico multicolor que se despliega en nuestro democrático hemiciclo legislativo. Ya me barrunto yo que, en este cínico mercadeo de lealtades pancistas y nocivas hasta el extremo para el resto de la ciudadanía nacional, antes que después, se terminará negociando también con el acercamiento de los presos de ETA, algo en lo que, sin duda, Urkullu y ad lateres deben tener ya puesto el punto de mira y nuevamente, si las urnas no lo remedian, el Gobierno volverá a comprar esos carísimos votos del PNV. Es, ya lo ven, el elevado precio que los españoles nos vemos obligados a sufragar con motivo de frecuentar meretrices de tan alto standing pues éstas, a la vista está, no se venden por poco. Ya veremos si no cunde el ejemplo con la renovada y a partir de ahora, más que nunca, inquietante Cataluña quien, cuando ha recurrido al precedente de los territorios forales en demanda de un tratamiento similar, siempre se ha encontrado, de momento, con la indefectible negativa pero todo, señores -absolutamente todo y ya lo ha dicho Don Mariano Rajoy-, es susceptible de “revisión y negociación” aunque poco se note que aquí, los andaluces y en particular los jiennenses, tengamos paisanos en el Ministerio de Hacienda. Me pregunto si no será por eso por lo que nos fuimos, el pasado sábado, a las faldas del castillo de Santa Catalina a arrimar, cada parroquiano, el ascua a su propia sardina aunque sólo fuera una por barba que no están las cosas para tanto despilfarro ni hay, tampoco, aquí fueros que valgan.

Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 27/11/2017.


miércoles, 22 de noviembre de 2017

Aldabonazos sordos.




Ando últimamente pensando en ‘política’, no me malinterpreten, he estado elucubrando sobre el origen etimológico del término ‘politeia’ o teoría de la polis –ciudad-, no negaré que me sorprendió la ligazón que, algunos doctos, establecen con ‘paideia’ –educación- también, de modo que ‘paid-agogia’, pedagogía, deviene en “conducir al niño de la mano por el camino de la vida”... Parece un chiste tal y como está el patio, ¿verdad?, aunque si lo pensamos con detenimiento puede que sea ésta una explicación lógica al “borreguismo”, tan dócil y servil, imperante. Sé que me caracteriza mi sentido del humor, a veces ácido y siempre sarcástico, con frecuencia me río, por no llorar, intentando el análisis en clave humorística, es por ello que suelo recurrir a un tono jocoso cuando se hace precisa alguna crítica aunque, reconozco, esos arponazos no se encuentren, jamás, huérfanos de veracidad en cuanto a la reclamación formulada. A estas alturas, tras haber dejado atrás hace años  -tantos que ya he perdido la cuenta- la bisoñez de los románticos ideales de juventud y de haber, incluso, coqueteado durante un tiempo con la política, el plácido discurrir del calendario ha ido depositando una capa de absoluta indiferencia que ha terminado adhiriéndose a mi piel cubriendo las cicatrices que las mil batallas libradas me han dejado, de modo que he optado por conferir la mayor dosis de ingeniosidad posible a las quejas por el deficitario funcionamiento, en general, que los servicios públicos presentan y por la supina estupidez, en particular, que aqueja a la clase política – soy de la opinión de que es precisamente en este ámbito donde mejor se ha desarrollado la profesionalización de la estulticia pues, indefectiblemente, el mal profesional acaba convirtiéndose en excelso político, sálvese quien pueda-. No deja de asombrarme el hálito de etérea deidad que envuelve al cargo público mientras lo detenta, loado y palmeado por doquier, dejándose adular por aquellos que persiguen la obtención de algún beneficio. Indignidad, ésta, tan evidente en el lisonjero como en el propio lisonjeado; uno por descender al barro de las suelas que besa a expensas de lograr –o no que, en este arte, el político es un experto- lo pretendido y el elogiado, por su parte, por permitirlo a sabiendas de la rastrera causa que motiva que se le reconozca como el más alto, el más guapo y el más listo. Jamás he soportado ese indecoroso cobismo tan extendido y comúnmente aceptado como algo cotidiano llegando, incluso, a estar bien visto al impostarse tras la mascarada genérica de “las relaciones con contactos”. Vamos a ser claros: es hacer la rosca para medrar u obtener un provecho propio, dejémonos de eufemismos, todo en la vida social –y política- se reduce a ese refrán que glosa la vasta sapiencia popular de “quien tiene padrino, se bautiza” o “dame pan y dime tonto”, así es y será siempre desgraciadamente y, mientras, quienes nos negamos a volver a las prácticas del vasallaje medieval, seguimos dando aldabonazos sordos por nuestro obcecado rechazo a conseguir a título de graciosa concesión lo que nos debería corresponder por derecho, ya lo ven. Siendo que, a quienes optamos por tal proceder, se nos tilda de “disidentes” o “contestatarios” sólo porque nos negamos a atusarles los bigotillos o a regalarles los oídos a los ‘servidores’ de la cosa pública, criticando lo que es razonablemente criticable pese a reconocerles también los adventicios aciertos que, por alguna extraña casualidad, puedan tener, lo que nos hace merecedores del destierro en el favoritismo del Olimpo, efecto natural e intrínseco de esa injusticia que se produce no tanto por actuar fuera de la equidad sino por omitir su aplicación. Nuevo aldabonazo. Nada. Otro más y… silencio administrativo. Invariablemente, el silencio.

“Quien gusta de ser adulado, digno es de su adulador”.
(William Shakespeare)

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 20/11/17.



lunes, 13 de noviembre de 2017

La mochila de Moussa.


Amanece sobre Jaén y me dirijo, como cada día, a la piscina. Me cruzo con las cotidianas sombras cansadas y trémulas que, en un calmo ritual, se encaminan hacia el centro a sabiendas de que tampoco hoy tendrán nada que hacer más allá de dejar transcurrir el tiempo pacientemente. Hombres jóvenes, en su mayoría, con el rostro tiznado de sol africano deambulando a la espera de encontrar un jornal de temporeros que les permita, siquiera, acariciar el Dorado que vienen buscando. Hay que tener valor, mucho, para marcharte a un país con un puñado de monedas en el bolsillo al reclamo de las oportunidades que te son negadas en el tuyo. Les doy los buenos días y levantan la mirada que posaban antes en el suelo contestando con una amplia sonrisa. Uno de ellos es Moussa. Moussa tiene 23 años. Los sábados, al finalizar mi entrenamiento, coincidimos en los aledaños de la cafetería donde suelo desayunar. Hemos instaurado, tácitamente, un riguroso orden de alternancia en nuestras mutuas invitaciones – creo que accedí al obsequio para no ofenderlo – aunque los días que paga Moussa sólo me apetezca café, una tostada es un gravoso lujo adicional que, no creo, pueda permitirse. Durante uno de estos desayunos, en los que el aroma de las tazas humeantes se funde con el del almizcle que todo él desprende, me contó que duerme junto con otros compatriotas en el abandonado parking en construcción que ocupa las antiguas instalaciones del Club Hípico donde han encontrado, dado que empieza a refrescar, un techo bajo el que guarecerse a la espera del inicio de la campaña de recogida de aceituna ubicando allí su hogar hasta que el albergue municipal abra. Reparo en la pulcritud de su ropa y de las impolutas deportivas blancas; lava con el agua que acarrea en garrafas desde el pilón del Convento de las Bernardas y la deja tendida durante la noche para volver a guardarla, a la mañana siguiente, en la mochila que siempre lo acompaña: “Todo aquí, todo. No roban” la palmea satisfecho. Más tarde, en su rudimentario inglés que, no obstante, nos permite la comunicación me dice que, desde hace una semana, un grupo de rumanos intenta amedrentarlos para que se vayan y que, incluso, los amenazan con barras de hierro pero él se niega a marcharse “Senegaleses primero. No vamos. Ellos piden luego dinero a otros para dormir, quieren vayamos pero espacio para todos”. “Moussa y… ¿qué pasa si no encuentras tajo en la aceituna o, después, cuando acabe la campaña?, ¿dónde irás?”. Me clava sus pupilas, risueñas y negras como la pez, se encoge de hombros y, mostrándome una perfecta hilera nívea, contesta: “Dios sólo sabe”. Me asombra su falta de temor pero, desde luego, no es ningún demente, es sólo una persona que persigue una ilusión: regresar a la aldea al norte de Senegal, donde le esperan sus padres, abuela, siete hermanas y tres hermanos pequeños, con el dinero suficiente para construir una casa. Cuando me intereso por saber si le preocupa dónde dormirá si, finalmente, se ve obligado a abandonar aquél destartalado edificio o si no consigue una cama en el albergue, bebe, con parsimonia, un sorbo, sonríe y contesta: “Dios es grande, nunca deja”. Abre la cartera de la que asoman las esquinas dobladas de una deteriorada foto de su familia, me la tiende y afirma: “Día yo vuelvo, hay gran casa y gran fiesta”, se levanta y paga los dos cafés mientras, galante, aguarda a que yo también lo haga retirándome la silla. Al despedirme de él veo el rostro de alguien que rebosa dignidad. Me pregunto si no seremos nosotros quienes, al mirar para otro lado de esa cruel realidad que sufren los jornaleros de sueños rotos, la hayan terminado perdiendo.

“Dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma,
 quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable”.

Concepción Arenal

lunes, 6 de noviembre de 2017

Presidente a la fuga.



Y es que el mazazo, no por predecible, había de ser menos doloroso. El pasado jueves la Audiencia Nacional decretó prisión incondicional para Junqueras, ex vicepresidente de la Generalidad y para los ex consejeros Jorge Turull, Raúl Romeva, José Rull, Dolores Bassa, Merichel Borrás, Joaquín Forn y Carlos Mundó; el más sagaz, el ex consejero de Empresa, había puesto previamente sus barbas a remojar dándose una primera ‘agüilla’ con su dimisión y, luego, con la elección de un letrado distinto que asumiera, desmarcándose así de la camarilla, su defensa, lo que le ha permitido driblar la entrada en prisión a cambio de prestar fianza – escasas 24 horas le duró aquella “solidaridad” de acompañar a sus secuaces en el afligido baile del rock de la cárcel-. Mientras tanto el cabecilla de la rebelión sigue en Bélgica asesorado por un abogado de etarras, Bekaert, que debe, el hombre, ser todo un experto en Derecho de la inmundicia y la bascosidad, a la vista está, intentando zafarse de la acción de la justicia tras abandonar a su suerte a quienes lo acompañaron en un descalabro político que nació ya con vocación de defenestración colectiva. No ha faltado quien ha dicho de él que “siendo rata gorda, sería el primero en abandonar el barco” y razón no habré yo de restarle a ese sabio pero por más que huya, cerrando con ello la puerta de la celda a sus compinches, largo es el ecuánime brazo que lo acecha y le acabará dando caza. Será entonces cuando comprobaremos las punitivas consecuencias de un desafío continuado a la legalidad, a la soberanía del pueblo español y al Estado de Derecho aunque ya se haya desmarcado Pablo Iglesias anunciando que pedirá el armisticio puesto que se avergüenza de que en su país existan presos políticos, olvida, este vendedor de humo, que aquí, los Sénecas, no van a la cárcel por sus ideas sino por delincuentes siendo extenso el rosario de ilícitos que se les puede imputar: rebelión, sedición, desobediencia, malversación de caudales públicos... Pero ha sido, sin duda, la esperada orden europea de detención de Puigdemont y de los cuatro jinetes de ese hilarante apocalipsis que cabalgan con él en Bélgica lo que ha supuesto la más demoledora de las decisiones judiciales, esa actuación que nos ha devuelto la esperanza a los demócratas, pues pese a que la puesta a disposición de la Audiencia Nacional de los delincuentes huidos quede, en última instancia, sometida a la voluntad de la justicia de aquél país, el cerco se va estrechando. La expedición de una orden europea de detención a cualquier país miembro de la Unión debe suponer la entrega inmediata del reclamado por la justicia que emite la misma, si bien, el país de Tintín no tipifica, como tales, los delitos de rebelión y sedición siendo que este principio de doble incriminación o de existencia de los delitos tanto en el país que reclama como en el que entrega, es preciso que concurra para que cualquier Estado miembro se atenga a la legalidad procediendo a cumplimentar la solicitud aun cuando el primer paso se haya dado por la Fiscalía belga que, al parecer, tiene bastante menos paciencia que la patria, nos alegró el desayuno del domingo manifestando que ordenaría la detención de los forajidos que habrán de comparecer ante el Juez que decida finalmente su destino. Numerosas serán las zancadillas e infinitos los vericuetos legales que el abogado de alimañas, desde la experiencia que le otorga su lúgubre recorrido profesional dada la catadura moral de sus frecuentes defendidos, podrá oponer recurriendo a las falsedades que se han venido vertiendo, últimamente, a fin de justificar lo injustificable: que esa república imaginaria tiene un Presidente a la fuga pero, al menos, ahora campa sin máscara. Todo el mundo sabemos lo que es y cómo se las gasta. Y aunque sepamos, también, que delinquir nunca ha sido gratis a esta ronda, no obstante, convida la Magistrada Carmen Lamela.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 06/11/2017.


lunes, 30 de octubre de 2017

Del ridículo no se vuelve.




“Del ridículo no se vuelve”, fue la frase acuñada por el ex Presidente argentino Domingo F. Sarmiento en uno de sus primeros libros – “Viajes por Europa, África y América” – y a la que tanto gustó, luego, de recurrir Juan Domingo Perón en sus sarcásticas advertencias a propios y extraños. En ella ando meditando últimamente y es que razón no le falta a tan lapidario recado. Es cierto que llegados a este punto, el hastío nos invade y ya nos reímos –será que no nos gusta la guasa a nosotros cuando se trata de hacer escarnio del acreedor de nuestra antipatía – . Hoy mientras, como es mi costumbre, dedico las primeras horas del día a nadar en la piscina, pienso en ese ridículo en el que no sólo ha quedado, después de tanta alharaca y demencial desafío en medio del inopinado ataque de gastroenteritis aguda que ha sufrido, Puigdemont sino que puede, legítimamente, extenderse a la totalidad de Cataluña e incluso, siendo lo más deplorable, al resto de España, pues pese a nuestros denodados esfuerzos por conseguirlo no logramos desprendernos de ese hálito de país de pandereta que nos viene precediendo irremisiblemente ante la Comunidad Internacional –ya se sabe que ‘Spain is different’-. Saltó el bravo payés de extraño flequillo al ruedo político dispuesto a convocar unas elecciones que le hicieran salir airoso del lance, conocedor del destino que le aguarda y en cuya senda le precediera su admirado Companys, pero la presión de una facción de su propio partido y las protestas de los energúmenos conjurados en la Plaza del Palacio de la Generalidad, al grito de traidor y otras lindezas – más que merecidas y ganadas a pulso que cuando tienen razón hay que dársela con independencia de la causa que motive el abucheo – provocaron la virulenta colitis, natural por otro lado, cuando a alguien le invade la sensación de vértigo ante el frustrado intento de acometer algo que no pudiéndose hacer no se debería, jamás, ni haber intentado. Sigo braceando mientras me vienen a la mente, cuan nítidas instantáneas inconexas cuya visión se activa por algún extraño resorte de esa caprichosa asociación de ideas que procesa nuestro subconsciente, la imagen de Carmen Forcadell pidiendo, a la conclusión de una sesión parlamentaria y a modo de simbólico colofón de tan esperpéntica mascarada, se procediera a cantar el himno de Cataluña, Los Segadores, mientras es inevitable que, en mi cabeza, escuche los primeros acordes de aquella sintonía tan familiar durante mi infancia: “…Había una vez, un circo que alegraba siempre el corazón…” Y es que, aun reconociendo que lo que está pasando, y no ha hecho sino empezar, no es para tomárselo a risa no puedo sofocar las carcajadas que me produce el hecho de ver a unos pocos empecinándose en vulnerar la legalidad pero recurriendo, paradójicamente en su obcecada estupidez, a los mismos Tribunales que amparan su cumplimiento; no puedo remediar tampoco que me hagan gracia los continuos “no declaro pero suspendo sus efectos” o “voy a convocar elecciones pero… bueno, si eso, mejor no”, el “sí y no” o el “no y sí” o, y esto es lo más desternillante pues me imagino la escena entre un Puigdemont, desmadejado y tembloroso en ese callejón sin salida al que su propia estulticia le ha conducido, y Oriol Junqueras, el primero desesperado en plena huida hacia delante y el segundo, aunque tonto también, ligeramente más avispado, haciéndole un grácil quiebro de cadera, ante el ofrecimiento de dejarle expedita la Presidencia desde la que realizar la declaración de independencia con la respuesta de “pasa, pasa tú… que a mí me da la risa” que le dijera aquél gitano a su compinche tras recibir el inopinado bofetón del guardia apostado tras el agujero por el que pretendían entrar... Todo dicho. Y es que, aquí los salvapatrias, han terminado varando, tras el naufragio de su aventura secesionista, en la desértica playa de un ridículo del que jamás podrán ya regresar.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 30/10/2017.




lunes, 23 de octubre de 2017

Presos políticos y otras idioteces que agradecer.




La maquinaria de la justicia es lenta, dicen, pero inexorable cuando el resorte que la acciona se activa, afirmo. La payasada sediciosa ya ha comenzado a pasar las primeras facturas, un impacto económico que, los más versados en ese arte de los números y las cuentas, tasan en una suma nada desdeñable con origen cierto en la fuga de empresas que paulatinamente va desangrando a Cataluña o el formidable gasto que ha supuesto el ingente despliegue de medios, ya lo fueran para llevar a cabo la bufonada del 1 de octubre o bien para paliarla. Aunque lo que, personalmente, celebro con el regusto agridulce de no ver a la totalidad de los cabecillas a buen recaudo y soportando el peso del Estado de Derecho, es la entrada en prisión de los “Jorges”, Jorge Cuixart y Jorge Sánchez, gerifaltes de las dos asociaciones que, nutridas hasta el hastío con el dinero público de la Generalidad, fueron las escogidas para instigar la traición perpetrada; comandando, ambos, las hordas enardecidas que hostigaban la labor de unas fuerzas del orden que, ante la negativa de los Mozos a hacerlo, se limitaban a velar por la legalidad en Cataluña y que han terminado convirtiéndose, hoy, en los anhelados mártires que los golpistas necesitaban para presentarlos ante los medios internacionales como presos políticos de un Estado opresor. Tienen la obscena desvergüenza de erigirlos en presos políticos, es decir, los catalogan sin pudor alguno como personas que son privadas de su libertad de movimiento sólo por sus ideas políticas, a la defensa de semejante definición, no podía ser de otro modo, se suman, pidiendo su inmediata excarcelación, las alimañas y demás moradores de ciénagas de la izquierda radical, descendientes de aquellos otros que, no sólo han destrozado vehículos policiales sino que asesinaron, en su día, servidores del orden público, no podíamos esperar nada distinto de semejante escoria parasitaria. Presos políticos, y se les llena la boca, mientras el brazo armado del esperpento secesionista sigue al mando de más de 16.000 Mozos con la única obligación de personarse en el Juzgado cada quince días. Presos políticos, gritan a quienes los quieran escuchar, mientras el hombre del extraño flequillo sigue representando a la rebelde Institución que lleva años inoculando un odio recalcitrante en mentes a medio formar, velando la historia con tintes sesgados y ajusticiando a los que optan por usar el castellano. Presos políticos no, delincuentes, todos ellos, reos de sedición, de prevaricación y de malversación de caudales públicos, incitadores al odio… Los únicos y verdaderos presos políticos son los millones de catalanes no independentistas que olvidados, o castigados vayan Vds. a saber, por el Gobierno Central se ven privados de su libertad de movimiento, de expresión y de opinión, condenados al ostracismo ideológico, sin voz ni voto – a la vista está-. Esta farsa se dilata ya demasiado en el tiempo con el consiguiente incremento de un, cada vez más, inasumible coste social, económico y crediticio ante el resto de Europa que venimos obligados a soportar; las ambigüedades que dan paso a la impunidad empiezan a hastiarnos y los plazos, “replazos” y “contraplazos” derivados de una interpretación subjetiva del artículo 155 de la Constitución sólo pueden ser índice de una cobardía indolente que, antes que después, pondrá a cada quien en su sitio: a los delincuentes entre rejas, a la ciudadanía ante las urnas y al pusilánime Gobierno en una más que merecida oposición donde seguir jugando al “pinta y colorea”. España pide un paso, ya sea al frente o bien al lado pero, sobre todo, exige la restitución de una legalidad perdida sin que tengamos aún claro si la causa del quebranto ha sido la demencia del catalán o la pasividad del gallego pero España, señores del Gobierno, pide respeto y dignidad. A ver cómo se las apañan.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 23/10/2017.

lunes, 16 de octubre de 2017

Más allá del honor y la gloria.




El tricornio de charol ocupaba, esa mañana, un lugar preferente en mi casa a los pies de la Virgen del Pilar que, con motivo de su Festividad, portaba la bandera a modo de manto en patriótica simbología de una protección celestial que reputé más necesaria que nunca. Sonreí evocando los olores y las imágenes de una infancia lejana cuando ese mismo tricornio pertenecía a mi abuelo que lo portaba con orgullo cada 12 de octubre en la Solemnidad de su Patrona. Me pareció que olía igual, a incienso y al tenue perfume dulzón de las flores dispuestas sobre el altar, cuando accedí a la Catedral en la que se extendía un inmenso mar de respetuosos uniformes verdes. Se respiraba una emoción contenida, abnegada, casi dolorosa, en respeto y solidaridad hacia aquellos otros que no disfrutarían de su Día grande, al encontrarse cumpliendo servicio en Cataluña. Miré los rostros de aquellos hombres, esculpidos al cincel de la disciplina y el sacrificio. Firmes y serenos, aguardando en decoroso silencio el inicio de una liturgia que cada quien ofrecería por el hermano, el padre o el amigo a quien el deber lo había desplazado al otro extremo del país. Era como si una espesa y pesada capa gravitara, dispersándose lenta e invisiblemente, sobre nuestras cabezas estancando el ambiente. La luz, tamizada por las vidrieras, se posaba caprichosamente sobre un suelo de ajedrez que cambiaba de tonalidad, en cada rayo multicolor mil partículas en suspensión recordaban la ausencia de otros miles, presentes sólo en el recuerdo. Notas vibrantes de órgano, cantos de alabanza, lágrimas, escociendo en los ojos, que terminan por aflorar y tricornios lustrados inclinándose al unísono. La dignidad de un Cuerpo que lleva el honor a sus últimas consecuencias dando, heroicamente, la vida por España pese a la traición, pese al abandono y pese a la humillación. Reparo entonces en un oficial que no deja de parpadear intentado reprimir el llanto, agacha la cabeza, a ratos, para volver a elevar inopinadamente la mirada hacía la cúpula que cobija el altar mayor, imagino la pugna de sentimientos que debe, sin duda, debatirse en su interior en una hipérbole de emociones encontradas, arremolinándose como un torbellino de hojas secas de otoño en violento movimiento circular. Se cruzan nuestras miradas y me sonríe, es una sonrisa triste, la misma con la que todos nosotros nos hemos engalanado para este Día de la Patrona, se la devuelvo intentando transmitirle mi admiración y mi gratitud por todo cuanto representa. Durante la homilía un recuerdo al desprendido servicio por la unidad de España. Gargantas atenazadas y más lágrimas, quedas, silenciosas, amargas como la hiel de la humillación, del abandono y de la traición… Mentes al vuelo, elevándose hacia las caras familiares que se desdibujan ante la mirada acuosa anclada en el suelo. Comienza a sonar el himno – “Instituto, gloria a ti, por tu honor quiero vivir…” - y me pregunto si ese sufrimiento mudo será percibido por aquellos que insultan a quienes una vez juraron defender su país; no encuentro más explicación que la cobardía propia emboscada en el anonimato de una turba ruidosa para atentar contra la sosegada valentía del pecho descubierto, por órdenes de mandos políticos, de todos aquellos que han permanecido en pie, aguantando los escupitajos y las provocaciones. Acaba la ceremonia ya pero continúa el anhelo de una vuelta, la de los héroes que, ese día, la demencia de unos y la pasividad de otros, retienen lejos de sus familias. El sabor agridulce del acto castrense posterior, la despedida menos calma y risueña de lo habitual de familias que se diseminan en mil direcciones moteando de verde las calles y que portan por festón la pesada carga de un dolor inapreciable para los que les aplauden en señal de reconocimiento. Se acababa así, este año, la Festividad, aquella que quedará en el recuerdo. La que estará, siempre, más allá del honor y la gloria. La del día en que Jaén salió a la calle para arropar con los colores rojigualdos a su Guardia Civil.

Por todos aquellos que, sin estar, estuvisteis más presentes que nunca.
Por Sergio, por Fátima, por Miguel, por Diego y… por Víctor, siempre.


Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 16/10/2017.


lunes, 9 de octubre de 2017

Pido ya una declaración de independencia.


Los jienneses, hastiados y resignados, ya ni nos quejamos – total, ¿para qué? -. Tenemos asumido que Jaén hoy sólo figura en los mapas como principal fuente de producción de aceite de oliva, un aceite que comercializan, como propio, empresas italianas a un precio de venta que triplica el de su adquisición o como cuna de independentistas radicales, ya se trate de Gabriel Rufián que hace, el hombre y cada día más, honor a su apellido o, incluso, Carlos Puigdemont, ese catalán, tan “charnego” a su pesar, cuya abuela corría feliz por las vetustas calles de La Carolina ajena al hecho de que, en un futuro, gran parte del pueblo español le reprocharía haber contribuido activamente a la materialización del golpe de Estado ejecutado en Cataluña, aun cuando esa aportación lo sea a los meros efectos genealógicos. Si repaso la actual situación sólo constato ventajas en la pantomima sediciosa, no sólo por la impunidad que, todo apunta, van a tener los actos ilegales que están teniendo lugar sino, además, por la proyección mediática que, a nivel internacional, está teniendo este sainete ante la humillante pasividad de la Secretaría de Estado de Comunicación que depende directamente de la Presidencia y del Portavoz del Gobierno de España. Una minoría de radicales mantiene en jaque a un Gobierno al mando de un estafermo de espaldas tan anchas como su propia cobardía, al haberse posicionado a favor de la más absoluta displicencia. Que millones de catalanes, contrarios a las ideas independentistas, se sienten abandonados por su Gobierno: el Sr. Presidente ya sabe lo que tiene que hacer y cuando, sin que se lo diga nadie –puntualiza -; que los únicos servidores fieles del Estado, auténticos y verdaderos garantes de la legalidad, están soportando unas condiciones que ningún cargo político toleraría: no hay que perder la serenidad – como no se perdió para evitar el rescate europeo-; que España entera clama por la unidad territorial y pide la aplicación inmediata de los mecanismos constitucionales que la preservan: las decisiones no se toman en caliente, dice el “sin-sangre”. Y mientras, ante la Comunidad Internacional, el circo orquestado por cuatro dementes está poniendo a Cataluña en el foco informativo mientras esos mismos medios internacionales, conocedores parcialmente de la situación por tener tan sólo la versión, sesgada y partidista, de los reivindicadores secesionistas y no la oficial y contundente del Gobierno de la Nación, le ofrecen el mejor trampolín para la alharaca chirigotera que, si Dios no lo remedia pues Rajoy ni está ni se le espera, terminará por vestir de bufón a nuestro país. Siguiendo ese ejemplo, indemne a cualquier aplicación punitiva, deberíamos declararnos independentistas los jiennenses aun cuando sólo sea por recordar que existimos y en condiciones menos favorables que las de otras poblaciones de España, deberíamos exigir que se nos reconociera como República Independiente de la Aceituna, como experiencia no estaría mal y además podríamos seguir presumiendo de tener insignes políticos oriundos de nuestra tierra en el actual Ministerio de Hacienda, lo mismo conseguíamos una exención tributaria por razón de nuestra vecindad, todo es intentarlo y si no, al menos fallida que fuera nuestra tentativa, siempre nos quedará el pacifista recurso al “diálogo” pero, mientras, habremos salido en todos los periódicos del mundo y despertado quizás el interés de algún incauto que decida hacer de nuestra tierra un buen destino turístico. No tenemos, a la vista de los acontecimientos, nada que perder y dado que aquí nadie para un golpe de Estado… ¿por qué no aprovechar y darlo también nosotros?.

Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca del Diario VIVA JAÉN, 09/10/17.




lunes, 2 de octubre de 2017

Mi tribuna de la reivindicación.


Es una hora inusualmente temprana del primer domingo de octubre. Comienza a amanecer sobre Jaén y lentamente se despereza el alba que, a tímidos bostezos, destila una calma y quietud en clara pugna con el sueño, inquieto y poblado de continuas interrupciones, que lo ha precedido. Es la incertidumbre acerca de lo que va a pasar en Cataluña la que me ha impedido el reparador descanso, la congoja por lo que hoy pueda ocurrir en esa parte de España y por la situación de quienes como residentes, habituales o eventuales allí desplazados por el cumplimiento de su deber ante la demencia secesionista de una minoría, están ahora compartiendo este mismo desasosiego en la distancia. Entra el aire fresco del albor acariciando el silencio que inunda, aún, las calles. Una brisa que se me antoja perfumada con los colores atornasolados diluyéndose hacia la luminosidad del día y que hace ondear la bandera que pende de la baranda de mi balcón. Mi balcón… Sonrío mientras reconozco la importancia que, paulatinamente y desde el inicio, ha ido cobrando. He de admitir que se ha terminado convirtiendo en una simbólica tribuna de mis distintas reivindicaciones. Recuerdo ahora la primera solicitud enviada al Ayuntamiento, junto con mis mejores deseos de paz, amor y distinguida consideración para el Sr. Alcalde y el resto de ediles del Consistorio, por la que rogaba la instalación de alumbrado navideño en mi calle. A ella, ante la falta de respuesta, le sucedieron diez más, una por año – se instauró, así, la sarcástica liturgia de una recurrente desatención institucional a mi demanda que daba inicio a las Fiestas-, en las que el tono fue tornándose más jocoso pues llegué a sugerir la posibilidad de una bonificación en el IBI dado que, como abnegada y cumplidora contribuyente ciudadana, se me privaba de disfrutar de tan entrañable luminaria durante esas fechas hasta que, finalmente, el pasado mes de diciembre decidí instalar una ristra de pequeñas bombillas de luz cálida que aún continúa a modo de protesta y que, incluso, enciendo cuando se espera el ceremonioso tránsito de la autoridad municipal durante algún paso procesional en Semana Santa. Hoy, claro, a esas luces les acompaña la bandera. Vuelvo a mirarla y me pregunto cómo se puede abjurar de ella y de lo que representa. En cualquier otro país del mundo el amor a los colores patrios es síntoma de ejemplaridad cívica mientras en el nuestro, con origen cierto en complejos jamás superados y fracturas sociales apoyadas sobre las bases del rencor, parece ser una deshonra exhibir con orgullo nuestra enseña. No puedo entender que los españoles tengamos que exigir el respeto por la unidad territorial de nuestra nación, por la Democracia y la legalidad, sacando banderas a la calle cuando ese derecho, que se presume inviolable al consagrarlo así la Constitución, debería resultar indemne a cualquier tentativa de agresión. Espero, mientras escribo estas líneas disfrutando del primer café, que la indolencia del Gobierno Central no provoque que la bandera deba permanecer mucho más tiempo colgada - como las luces que la desidia municipal mantiene en mi balcón - aunque sepan Vds. que, si ese fuera el caso, ahí permanecerá por siempre, majestuosa y grande, la bandera rojigualda, símbolo inequívoco de la grandeza y el honor que nunca debimos perder.

“Dios es español y está de parte de la Nación estos días”.
(Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, s. XVII)


Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 02/10/17.

martes, 26 de septiembre de 2017

Perder el juicio y claudicar.




Es cierto que la situación se ha ido crispando paulatinamente ante la artera permisividad del Gobierno. Los tímidos conatos, a modo de jocosa bufonada, de enarbolar esteladas ante los agentes de la Guardia Civil en Cataluña han pasado a convertirse en coacciones, insultos graves, provocaciones y constantes humillaciones hacia quienes son los verdaderos custodes de la democracia, la libertad y la legalidad que, no obstante, tienen una orden clara: “No repeler, jamás, la agresión”, es obvio que la Guardia Civil necesita un Mando Militar y no Político. Tanto como en España necesitamos un Gobierno que no claudique ante la amenaza de la desfragmentación violenta de la unidad territorial. Es canallesco, amén de vergonzante, que se ofrezca ahora a Cataluña la recompensa de una mejora económica y mayor autonomía si ceja en la vulneración de la Ley; obviamente, la previsible reacción del País Vasco no se ha hecho esperar, aquí cada quien arrima el ascua a su sardina - ¡faltaría más! -. Veo en el televisor la contenida cara de Rajoy y de su aletargado equipo ministerial, se cruzan miradas displicentes, aderezadas con bostezos de oso cavernario, hablando sin decir nada y es cuando estallo: ¡Ustedes, señores del Gobierno, son los responsables de que un puñado de secesionistas sediciosos que se ciscan en la bandera nacional y, por ende, en todos los españoles; que escupen su negra bilis en el rostro abnegado de los únicos que hacen lo que los Mozos se han negado y que no es sino velar por la Constitución Española, se encuentren en una envidiable posición negociadora. No se premia al delincuente, se le aplica la Ley y nuestra Ley de Leyes tiene el remedio más eficaz para haber sofocado esta rebelión hace años!. Son ustedes, y no otros, los cooperadores necesarios para el éxito de que unos pocos impongan vehementemente su voluntad al resto de la población. La alienación separatista, inoculada desde hace décadas mediante el adoctrinamiento masivo de mentes a medio formar, ha hecho hoy su tóxico efecto convirtiendo a una región de España en un polvorín cuyo desenlace no puede ni debe pasar por la condescendiente dádiva del Gobierno Central de insuflar, a ese separatismo salvaje, un balón de oxígeno financiero y político que, con el tiempo, lo hará más fuerte y refractario, si cabe. La solución puede y debe ser el recurso a la Ley y la inmediata – aunque postrera ya – suspensión de la autonomía. Deberían dejar, estos tibios dirigentes nuestros, de encender una vela a Dios y otra al diablo, pues por un lado se interviene el control de las fuerzas policiales y por otro se oferta la taimada ampliación financiera a una, cada vez más, instigadora Generalidad. Este nuevo desafío no se gesta huérfano de antecedentes históricos y aunque la proclamación por Companys, durante la II República, de un “Estado Catalán dentro de la República Federal Española” no fuera un acto secesionista en puridad, pues se hacía dentro de una pretendida “Entidad Federal”, la contundente respuesta de aquél Gobierno terminó con la perentoria rendición de los insurrectos a quienes con posterioridad se les iría devolviendo, hasta la plena recuperación, sus competencias empero la radicalización ya había germinado, abonada por el corrosivo odio hacia el “Estado opresor y sus Fuerzas de ocupación” transmitido, a modo de seña de identidad, de generación en generación y que aflora nuevamente con la jubilosa Democracia, estallándole en la cara a un Gobierno azotado por la corrupción, la cobardía y el descrédito. A esos radicales separatistas les tendremos que agradecer, siempre, lo que a los señores del Ejecutivo les reprobaremos: haber despertado el sentimiento patriota de toda una Nación. Que aprendan a vivir con eso… si es que pueden.

A Nayara.

A quien, con sus recién cumplidos 20 años, deseo pueda disfrutar siempre de un país demócrata, grande, unido y libre.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 25/09/17. 

lunes, 18 de septiembre de 2017

Treinta años de soledad son pocos.


un circunspecto Oficial de mostacho negro, tricornio y arma en mano, que irrumpió en el Congreso de los Diputados mientras tenía lugar la sesión de investidura de Calvo-Sotelo como Presidente del Gobierno. Solo hizo falta un grito: “¡Quieto todo el mundo!” seguido de una generalizada reacción de desconcierto en los escaños que precedió al célebre “¡Al suelo, al suelo todo el mundo!” y el posterior estruendo de una ráfaga de disparos al techo que cesaron a la orden de aquél Mando. Las noticias eran confusas y sólo se sabía que un Teniente Coronel de la Guardia Civil, junto con unos doscientos guardias a sus órdenes, había secuestrado a los parlamentarios. Luego supimos que aquél mismo Guardia Civil había estado, en todo momento, informado de que en otros puntos del país como Sevilla, a cargo del C. General P. Merry Gordon; en Valencia, por parte del C. General Jaime Milans del Bosch; en Zaragoza con Elícegui Prieto y Barcelona, con Pascual Galmes, así como con las dudas de Baleares y Canarias, se secundaba aquella entrada en el Congreso y las consecuencias que de ella se derivarían caso de prosperar. Pero sigue, aún hoy, siendo un misterio qué pretendía aquél Guardia Civil en realidad pues siendo evidente que no podía tratarse de una acción individual nunca se desveló cual fue el objetivo perseguido, si lo era la creación de un Gobierno apoyado por la propia Casa Real o bien, si la verdadera intencionalidad, pudiera haber sido la de dar un golpe de estado militar que acabara con el Estado Constitucional. Se podrán compartir, o no, las motivaciones que en su día tuviera el T. Coronel D. Antonio Tejero para encabezar aquella acción; podrá ser, o no, objeto de nuestra simpatía pero, siempre, habrá de reconocérsele el mérito de no haber perdido ni la templanza ni el decoro; a las diez de la mañana, poco antes de entregarse tras conocer el fracaso, se fumaba tranquilamente un pitillo en la puerta del Congreso después de haber tenido en vilo, toda una noche, a España entera y habremos de reconocer, también, que aquella actuación infringió la Ley, lo que le hizo merecedor del procesamiento y la condena, justa o injusta, a 30 años de reclusión por el delito de rebelión militar consumado con apreciación del agravante de reincidencia y la accesoria de pérdida de empleo, lo que supone la mayor deshonra que un miembro de la Guardia Civil puede sufrir: la expulsión del Cuerpo con pérdida del grado. Tengo para mí que D. Antonio –que hoy pasa largas y plácidas temporadas, el hombre, en su casa de Torre del Mar- acusó más la degradación y su expulsión con deshonor que la privación de libertad, pena que aceptó, empero, con la dignidad y gallardía de quien viste de uniforme pues aunque despojado de sus galones, es militar y militar morirá. Las catorce horas que duró, lo que los legalistas denominaron la tentativa de “asalto a una Alta Institución del Estado” por parte de un hombre, tuvieron un precio tan elevado como doloroso y humillante... Me pregunto la condena que debe, entonces, corresponder a los integrantes de un Gobierno autonómico que lleva atentando, desde la manifestación del “Som una nació, nosaltres decidim” en 2010, directamente contra la Constitución Española, quebrantando la Ley y mofándose de nuestros Tribunales, en un intento de romper la indisoluble unidad nacional, crispando y fraccionando a la población e instigando el incumplimiento masivo de la legalidad con un referéndum que no están legitimados a convocar; secuestrando, con su proceder, a aquellos ciudadanos que no quieren la pretendida independencia pues no se me ocurre mejor definición de rebelión civil. Y me pregunto, también, cuál sea la que merezca nuestro displicente Gobierno que teniendo las armas constitucionales para evitarlo, no sólo no lo ha hecho sino que expone al escarnio público de las vejaciones y  mezquinas provocaciones secesionistas a los compañeros de aquél que, un día, fue reo de rebelión militar. Seguramente, esa pena, fuese mucho mayor.


Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 18/09/2017.

lunes, 11 de septiembre de 2017

La filóloga y la bífida lengua que la perdió, ¿verdugo o víctima?.



Las redes sociales ardían. No podía ser de otro modo: “Escuchando a Arrimadas en el debate de T5 sólo puedo desearle que cuando salga esta noche la violen en grupo, porque no merece otra cosa semejante perra asquerosa”. A caballo entre el estupor y la más profunda aversión, volví a leer aquél extravío intentando digerirlo, lo más execrable no era ya el aberrante deseo en sí -¿puede existir algo más vil?- sino que proviniera de otra mujer. Me quedé pensativa clavando mi mirada en el sinuoso baile que mantenían los cubitos de hielo derritiéndose, ajenos a mis cavilaciones, entre trozos de limón y vainas de cardamomo, en la copa de gin tonic que tenía sobre la mesa. Una metáfora perfecta, concedí, acerca del modo en que la tolerancia y el respeto se diluyen en ese espacio virtual donde la depravación no conoce límites, un gran agujero negro que engulle identidades permitiendo que el insulto y la injuria queden suspendidos en el limbo de la impunidad aunque, aquél, no fuera el caso, prueba evidente no de su valentía sino de su incuestionable estulticia, la autora de tamaña atrocidad tenía nombre, apellidos y un rostro. La reacción de Inés Arrimadas no se hizo esperar anunciando la denuncia –algo lógico si reparamos en el contenido, inmoral y absolutamente ilegal, del mensaje, personalmente lo considero encuadrable en los delitos de incitación al odio y la violencia, quizás la más aterradora de las que puedan existir, y de injurias pues, no contenta con el ignominioso deseo conferido, además, la insulta-; como tampoco tardó la de la empleadora de la filóloga, tal es su cualificación profesional, al cesarla fulminantemente en su puesto. Pero en un indecoroso intento de intercambiar los papeles asignados a las protagonistas de este vergonzoso vaudeville, no faltó quien, a continuación, intentara impostar la lícita reacción de Arrimadas en una desproporcionada respuesta que, afirmaba sin pudor, debió omitir. Se victimizaba a quien no dudó en expresarse de modo tan abominable, alegando que se trataba de una “persona anónima”, con nula repercusión en las redes sociales, imputando a la injuriada haber cometido una “grave irresponsabilidad”, desde la proyección social que le confiere su cargo político, al no ocultar la identidad de la ofensora. Nuevamente no daba crédito: se culpaba a la víctima de haber arrojado a su “desconocida” agresora al más descarnado sistema parajudicial, el de las fieras fauces del animal cibernético donde sería fagocitada, presa de la ira de las redes, en plena tormenta punitiva, encontrando allí la “desmedida” y “cruenta” pena del pecado cometido. Sigo, aún hoy, sin saber qué me produce mayor rubor: si el mezquino comentario realizado públicamente por una mujer atentando contra la dignidad de otra, incitada únicamente por el odio de sus diferencias ideológicas; si la hilarante tentativa de culpabilizar a la víctima o bien, si lo es, el lamento plañidero de la autora del oprobio, pues lo que le inquieta no es haber perdido el trabajo sino saber que no va a volver a encontrar otro, sin que, a día de hoy, conste disculpa alguna a la vilipendiada. Todo ello me lleva a plantearme, amigos lectores, si el hecho de que se actúe desde la ausencia de notoriedad social exime de la responsabilidad por la perpetración del acto a su autor, el daño causado es un daño, con absoluta independencia de la transcendencia social que obtenga la lesión o ¿acaso si un asesino le quita la vida a alguien en ausencia de testigos deja de cometer un asesinato?. Seamos coherentes.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 11/09/2017.


lunes, 4 de septiembre de 2017

No es país para salafistas, no lo es para tibios ni para secesionistas.


No fue el atropello indiscriminado de una furgoneta conducida por un esbirro islamista, es el que se lleva produciendo, durante siglos, por el choque de dos culturas disímiles. No son ataques aislados, es una guerra declarada. Los terroristas no son otras víctimas más sino los asesinos inoculados del veneno, la maldad y la demencia de la Yihad. Y no, no fue la reacción de España ante Cataluña, sino la reacción del resto de España ante un atentado que se ha cobrado un siniestro mosaico de mártires. Asesinatos subvencionados, auspiciados y becados con el dinero público de los ciudadanos españoles que asistimos, estupefactos, a la masiva entrada de inmigrantes sin cualificación especial que no necesitamos y que, está claro, no podemos mantener quedando así abocados a la marginalidad y el hampa, el mejor y más fructífero caldo de cultivo para todo tipo de atrocidades e ilegalidades. El sábado, 26 de agosto, lejos de mostrar la unidad de un pueblo zaherido por el zarpazo de la bestia, tuvo lugar la delirante reivindicación de unos secesionistas más afanados en denostar a España que en honrar y dignificar la memoria de las víctimas. Se siguió enarbolando el lema NO TENEMOS MIEDO (yo sí lo tengo), me pregunto ahora, si a la vista de los acontecimientos, no estaría dirigido a los representantes de la nación, impunemente vilipendiados e injuriados ante la solazada pasividad de los mismos políticos separatistas que pidieron no rentabilizar la tragedia pero que instigaron aquella demostración de depravación colectiva, buscando culpables del ataque que expiaran, quizás, el pecado del radicalismo que amparan y dirigiendo el dedo acusador hacia el Jefe del Estado, como si pudiera responsabilizarse a causa distinta de la virulenta ósmosis que intenta corroer las instituciones nacionales, tal es la hispanofobia compartida que impulsa a unos y otros victimarios. Fuera de lugar, fuera de cualquier forma aceptable y sin ser el momento, los golpistas, orquestaron una movilización esperpéntica que dinamitó la pretendida imagen de cohesión ante al terror islamista que debía auspiciar la marcha. Cruce de reproches, acusaciones y una larga pléyade de insultos y ofensas hacia los símbolos patrios, proferidos ante la indolencia de un Gobierno obcecado en mantener su pávida permisividad ante la continua transgresión de la legalidad, ante el desafío de la ruptura de una España cada día más invertebrada. La vergonzante lucha de egos entre las distintas fuerzas policiales, los “quiero y no puedo” porque carecen de una unidad especializada en terrorismo internacional, como es la UEI de la Guardia Civil, y que ni tan siquiera tienen acceso a la plataforma de INTERPOL, no sólo no han sabido gestionar la situación, tras ignorar las advertencias de la CIA, sino que han aislado y entorpecido la experta labor de los Cuerpos de Seguridad Nacional pero que recibirán, en solitario, el reconocimiento por su más que cuestionable intervención, lo que no puede calificarse sino como de absoluta vergüenza al suponer una reafirmación, otra más, en la pretensión soberanista de esa entelequia que denominan “Países Catalanes”. Hay que tener valor, como lo tuvo Felipe VI para asistir a la manifestación a sabiendas de que no sería bien recibido, gesto que aplaudo; el mismo valor que, sin duda, se precisaría para controlar y expulsar, sin ambages, a cualquier sospechoso de radicalización que pueda suponer una amenaza para el orden social y valor, también, para aplicar la fórmula constitucional que brinda el artículo 155 en defensa de la integridad territorial. España es mi país y no es, no puede serlo, un país para salafistas, para los tibios que nos gobiernan ni tampoco para secesionistas y aunque jamás una batalla se ha ganado con una mera declaración de buenas intenciones, con improvisados memoriales o emotivas muestras colectivas de pacifismo y aceptación de la diversidad, aquí, salvo el más absoluto ridículo -“wasabismos” aparte- ante la Comunidad Internacional, nadie hace nada para oprobio y escarnio del pueblo soberano. Ahora, llámenme islamófoba… o, simplemente, hispanófila.


Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 04/09/2017.

lunes, 31 de julio de 2017

Porque es de bien nacidos.




Para todos a quienes nos gusta escribir nada puede haber más gratificante que ser leído. Al publicar, hacemos partícipes de nuestros pensamientos y opiniones a aquellos otros a los que les otorgamos el legítimo derecho a enjuiciarnos, pudiendo o no compartir nuestras ideas, si bien con la única limitación del respeto y las buenas formas, algo que, aun siendo mínimamente exigible, siempre he creído que es como un idioma: hay quien lo habla y hay quien no. No negaré que ha sido un curso muy placentero y plagado de anécdotas para esta humilde plumilla. Así, recuerdo que con el segundo artículo, un Juez, tras darme la enhorabuena al encontrarnos en un pasillo del Juzgado, me dijo “espero que el periodismo, Letrada, no te seduzca hasta el punto de abandonar la profesión. Personalmente lo lamentaría” o cuando aquél simpático abuelete me paró en la plaza de San Ildefonso sólo para decirme “el Evangelio, niña, el Evangelio has hablao’ que parece que aquí, nosotros, no pagamos los impuestos, muy bien dicho, di que sí. Sigue, sigue escribiendo lo que escribes, hija mía” en relación a otra de las columnas, o el día en el que, al entrar en el estanco, el saludo fue “Yo sí te entiendo, ¿eh?”, tras pedir dos paquetes de Camel Light, lo que provocó un estallido de cómplices carcajadas a cuenta del relato de mi visita a Barcelona y del incidente lingüístico con un estanquero del Paseo de Gracia. Siempre guardaré en el alma, pues ahí es donde los llevo a todos ellos, el agradecimiento de “mis Civiles” y su emotiva reacción ante aquél “Intxaurrondo, ese último batión de honor y dignidad que resistió a Caín”. Han sido miles los episodios que podría narrar hoy, las risas y chascarrillos con ustedes, amigos lectores, en la consulta del médico, en el supermercado o en cualquier terraza en la que hayamos podido coincidir, en relación a los “asustaviejas”, “Sénecas”, “moradores de ciénagas”, “pagafantas” o “sabeores” retratados en mis columnas; las peticiones que, en la medida de lo posible, he intentado siempre atender pero, sobre todo, ha sido alentador recibir sus comentarios, siempre enriquecedores, y su franco cariño. Deberán, no obstante, disculparme, pues para ustedes ha sido más fácil ponerme cara e ir familiarizándose, a través de los artículos semanales, con mi personal forma de ver el mundo que nos rodea y aunque aquí nos conozcamos todos, sea sólo “de vista”, les ruego sean condescendientes si, al pararme en la calle, detectan en mí una momentánea reacción de desconcierto que no deben jamás confundir con fastidio. Siempre voy a agradecer sus sanas críticas y sugerencias pero no deben molestarse si, alguna vez, no las satisfago con la celeridad que, sin duda, todas merecen. Sé que valoran ese peculiar sentido del humor que procuro no perder nunca, por nefasta que pueda ser la actualidad, hay quien dice de mí que tengo “buena puntería” o que lo que escribo “lo piensan muchos de ustedes aunque no lo digan” pero, sin duda, no faltará tampoco a quien pueda incomodar con mis palabras, casi siempre en socarrona clave de humor, en este último caso pido sinceras disculpas pues nada más lejos de mi intención que ofender a nadie. Y aunque este primer año podamos entenderlo como un “rodaje” sepan que es mi intención seguir compartiendo muchos más si ustedes me lo permiten, claro, pues en esto de la escritura es siempre el público soberano quien manda. Me gustaría reiterarles mi eterno y profundo agradecimiento por la cálida acogida que me han dispensado y desearles, como no, un reparador descanso durante el mes de agosto. A partir de septiembre les estaré esperando en mi “butaca” para compartir con ustedes, cada lunes, las reflexiones que la misma me inspira o, puede que sea más acertado decir, me susurra. Hasta entonces, lectores, sean felices y muchas, muchísimas gracias de corazón.

Publicado en Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 28/07/2017.

lunes, 24 de julio de 2017

De listos, listillos y “sabeores”.



Siempre me ha parecido un síntoma de cauta prudencia no subestimar la inteligencia ajena aun cuando sea, en la mayoría de los casos, atribuirle generosamente al de enfrente una cualidad que no posee. Newton estableció que “toda acción conlleva una reacción igual y opuesta” lo que debería exigirnos calibrar, previamente, los posibles efectos que una determinada acción u omisión puede provocar, sopesando las probabilidades reales de que la misma pueda ser neutralizada y garantizarnos una minoración de los daños que podamos sufrir como legítima reacción a nuestra acción. Lo que parece obvio, con frecuencia, no lo es tanto o puede –sí, quizás sea eso- que el pecado de la soberbia lleve al incauto a creerse “el listo de la clase” despreciando al común de los mortales que no alcanzan ese elevado nirvana intelectual en el que se instauran los elegidos. En ello ando pensando últimamente y habré de reconocer que por más que busque una explicación lógica, irremisiblemente, siempre acabo varada en la solitaria playa de la misma conclusión: es muy elevado el riesgo de ir de listo porque, donde vayas, siempre habrá alguien que te supere. Siempre. Lo aconsejable es hacer las cosas de manera correcta lo que eludiría muchos de los quebraderos de cabeza que las irregularidades suelen generar pero cuando se opta por seguir la oscura senda de los vericuetos de la ilegalidad lo mínimo que puede esperarse, cuando te sorprenden en ese paseo furtivo, es la bonhomía de reconocerlo y asumir las consecuencias, por nefastas que resulten, en lugar de mantener la negación sistemática de los hechos o el burdo recurso a absurdas explicaciones que evidencian, aún más si cabe, la torpeza del listillo que se creía impune. En Jaén, tenemos un término que define a la perfección el espécimen al que me refiero y no es otro que el de “sabeor”. Un “sabeor” habla siempre desde el convencimiento de encontrarse en posesión de la verdad absoluta, es experto en todos los temas sobre los que diserta desde el elevado púlpito de la osadía de su petulante ignorancia y es docto, no podría ser de otro modo, en cualquier ámbito de opinión al sentar cátedra con sus asertos. Personalmente, amigos lectores, no suelo dispensarle mayor atención al “sabeor” que la que le concedería a un mero bufón pero no he soportado, jamás, esa actitud de altiva condescendencia que presentan cuando soy yo con quien se miden y no porque me altere que me contradigan o que discrepen de mi criterio sino porque no hay nada que me ofusque más que la infundada creencia de que me he caído de un guindo. No. No lo tolero, en realidad, me enerva. Que pretendan hacer lo blanco, negro, me repatea. Que dibujen una situación que poco o nada tiene que ver con la real desde el necio convencimiento de que tú vas a reconocerlo de igual modo tras sus explicaciones, me crispa aunque la edad me haya domado el carácter hasta el punto de no entrar en diatribas ni absurdas discusiones haciéndome optar, casi siempre, por un silencio activo como reacción pareja y que se puede resumir en “tú di lo que quieras que yo haré lo que crea” y concluido mi cometido, mirando con sorna a los estólidos ojos del “sabeor” de turno, con la satisfacción de haber actuado tal y como me correspondía pero sin haber perdido ni un segundo en discutir acerca de las patrañas y milongas que me haya querido vender, le pregunto: “¿Qué más quieres, Federico, si eres joven, alto, guapo y rico?”…

“A veces nos ciega la arrogancia y no somos conscientes de lo elementales que son las cosas hasta que alguien nos pone delante de los ojos la simplicidad desnuda de la realidad” (“Misión Olvido” - María Dueñas)

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 24/07/2017.


lunes, 17 de julio de 2017

Del espíritu de Ermua al fantasma de la ópera bufa.


Recuerdo que me encontraba en las postrimerías del último curso, siempre digo que mi fin de carrera estará indeleblemente vinculado al trágico asesinato de Miguel Ángel Blanco. De hecho, la mañana de aquél 12 de julio tras salir del Departamento de Derecho Internacional, opté por examinarme de forma oral en lugar de esperar al ejercicio escrito, me encaminé hacia aquella concentración silenciosa, una sórdida vigilia apolítica integrada por gente de toda edad y condición a la ávida espera de alguna noticia acerca de la inexorable sentencia de muerte que pesaba sobre un concejal, apenas unos años mayor que yo, al no haber cedido el Gobierno al chantaje etarra. Mientras cubría con pintura blanca las palmas de mis manos, en aquél gesto que consiguió poner fin al terror experimentado, hasta entonces, por la ciudadanía que se movilizó masivamente y que culminaría con espontáneos y sentidos abrazos a ertzaintzas que prefirieron desprenderse de los verdugos que les cubrían los rostros, por seguridad, para recibir el agradecimiento de los vascos de bien a cara descubierta, libraba una feroz lucha intestina: me embargaba la satisfacción de haber concluido mis estudios universitarios -tenía la absoluta certeza de que aquél 12 de julio yo ya me había convertido en licenciada en Derecho- entusiasmo que se debatía con el sentimiento encontrado de la rabia contenida ante lo que, todo apuntaba, sería un fatal desenlace. Revivo con nitidez la tristeza, la desolación, la angustia atenazando miles, millares, millones de gargantas… Había elegido dedicarme a contribuir, en la medida de mis posibilidades, a hacer justicia y paradójicamente me topaba, a modo de estreno, con la cara más despreciable y vil de la injusticia: la de ETA. Blanco falleció la madrugada del domingo 13 de julio, por la tarde lo habían encontrado maniatado, descalzo, con la cara destrozada y agonizante en un descampado de Lasarte-Oria. Su asesino le había descerrajado dos tiros en la nuca. Aquella tarde nos habían descargado dos balazos a todos los españoles. Todos fuimos Miguel Ángel esperando, de rodillas e inermes, los dos disparos que pusieron fin a la vida de la que nació otra: el llamado espíritu de Ermua, embrión del principio del fin de la banda terrorista. Ese espíritu inmortal que nos sigue imbuyendo a la mayoría de los españoles se ha convertido, para una minoría, en un fantasma. El fantasma de una ópera bufa en la que un siniestro reparto de tenores, bajos, barítonos y mezzo-sopranos oriundos de la izquierda abertzale más radical, heredera legítima de los asesinos etarras, reciben el alentador coro sinfónico de las nuevas sabandijas cantoras, gestadas en los pútridos úteros de regímenes totalitarios y amamantadas con dinero manchado, también, de sangre; sus voces, cacofónicas y disonantes, son las mismas que amparan los impunes asesinatos de víctimas inocentes. Ese fantasma poseyó, hace unos días, a la Alcaldesa de Madrid quien no sólo declinó, inicialmente, otorgar el justo homenaje a la memoria de aquél que posibilitó la primera gran derrota al miedo sino que recriminó las formas a su propia hermana que sólo exigía el justo reconocimiento hacia la dignidad del asesinado. Los muertos de ETA no son patrimonio de ningún partido, pertenecen a todos los demócratas; los muertos de ETA reivindican la paz cuando jamás hubo una guerra sino una tétrica y larga pléyade de asesinatos en serie perpetrados por los cobardes que hoy se aúpan en las instituciones públicas con el apoyo, precisamente, del partido que le dio a Carmena la Alcaldía en Madrid de quien prefiero pensar sea la edad y el natural deterioro cognitivo lo que le lleva a hacerse acreedora de meritorios abucheos. El 13 de julio de 1997 no asesinaron a un concejal del Partido Popular, mataron a un español, a un demócrata, a uno de los nuestros; veinte años después me pregunto en qué bando se sitúan los apóstatas de la consideración a su recuerdo, que es la de las otras 828 víctimas, pues me barrunto yo que mientras unos gritábamos “¡ETA, aquí tienes mi nuca!” o “¡No estamos todos, falta Miguel Ángel!” otros, los negadores, hoy, del pan y la sal, sostenían con firmeza la mano que empuñaba la pistola.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 17/07/2017