Es lo que tiene perder la
mayoría absoluta. Uno, por más que le duela, tiene que tragarse su soberbia y
descender al averno de la negociación de la que tan poco parece gustar nuestro
Presidente. Un nuevo chantaje, otro más, ante el que se ha visto obligado a
ceder si quiere que los Presupuestos Generales salgan adelante y no, precisamente,
por “Decretazo” como antaño – dichoso el tiempo aquél en el que hacía y
deshacía según su antojo-. De modo que la cantidad que el País Vasco y Navarra
deben abonar al Estado, en pago, por las competencias públicas no transferidas
que se prestan en su territorio, con origen en antiguos fueros medievales, ya
hubo de ser metida a machamartillo –dado el carácter discriminatorio del
tratamiento fiscal que supone- en la Constitución para solaz del nacionalismo
moderado, en plena época de la ETA más virulenta y descarnada, al que se puso de este modo el balsámico caramelo en los
labios no fuera a ser que nos viéramos como en Irlanda. Esta prebenda ha venido
siendo un privilegio cada vez más jugoso para los foráneos que han visto incrementada
su financiación con motivo de la “rebaja”, a modo de prolegómeno del Black
Friday, de los más de 500 millones de euros en el canon que las Haciendas
Forales tienen que abonar a la Estatal, arrojando una liquidación – oigan, esto
ya es como en la renta – que ¡les va a salir a devolver! por la regularización
de atrasos y otros ajustes de vaya Dios a saber qué. Siendo que los españoles –
a quienes la Constitución, en su artículo 14, nos consagra “iguales ante la
Ley” – residentes en los agraciados territorios forales no sólo van a pagar
menos impuestos sino que gozarán de salarios más altos dentro de la función
pública y recibirán mayores y mejores prestaciones en Sanidad, Educación o Justicia
frente a los del resto del territorio nacional y, especialmente, a quienes
pertenecemos a Comunidades más desfavorecidas que asistimos incrédulos a la
paradoja de ver cómo las regiones más ricas no sólo no contribuyen a la caja
común sino que, además, reciben de ella suculentos estipendios y todo a cuenta
de cinco míseros votos que han resultado ser los más valiosos dentro del plural
abanico multicolor que se despliega en nuestro democrático hemiciclo
legislativo. Ya me barrunto yo que, en este cínico mercadeo de lealtades pancistas
y nocivas hasta el extremo para el resto de la ciudadanía nacional, antes que
después, se terminará negociando también con el acercamiento de los presos de
ETA, algo en lo que, sin duda, Urkullu y ad lateres deben tener ya puesto el
punto de mira y nuevamente, si las urnas no lo remedian, el Gobierno volverá a comprar
esos carísimos votos del PNV. Es, ya lo ven, el elevado precio que los
españoles nos vemos obligados a sufragar con motivo de frecuentar meretrices de
tan alto standing pues éstas, a la vista está, no se venden por poco. Ya veremos
si no cunde el ejemplo con la renovada y a partir de ahora, más que nunca,
inquietante Cataluña quien, cuando ha recurrido al precedente de los
territorios forales en demanda de un tratamiento similar, siempre se ha
encontrado, de momento, con la indefectible negativa pero todo, señores -absolutamente
todo y ya lo ha dicho Don Mariano Rajoy-, es susceptible de “revisión y
negociación” aunque poco se note que aquí, los andaluces y en particular los
jiennenses, tengamos paisanos en el Ministerio de Hacienda. Me pregunto si no será
por eso por lo que nos fuimos, el pasado sábado, a las faldas del castillo de
Santa Catalina a arrimar, cada parroquiano, el ascua a su propia sardina aunque
sólo fuera una por barba que no están las cosas para tanto despilfarro ni hay,
tampoco, aquí fueros que valgan.
Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 27/11/2017.
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