No creo que en ningún otro
país del mundo se asesine a alguien por lucir la bandera patria. Si hay alguna
razón para morir, desde luego, no puede ser la de exhibir sus colores en unos
tirantes como tampoco encuentro su justificación en salir, de madrugada, de un
bar de copas. Intento adentrarme en la mente, perturbada y enferma, de esos
odiadores profesionales que se declaran, abiertamente, “anti-sistema” cuando precisamente lo que hacen es “vivir a costa del sistema” y ni así soy
capaz de dar con un motivo que explique la atrocidad del asesinato. Tanto me da
que el miserable ‘okupa’, asesino de
Víctor Laínez, sea chileno o español aun cuando haya de reconocer que se me
torna brutalmente más doloroso que un español sea asesinado, en España, por
enarbolar su bandera a manos de un extranjero que lleva a gala el ignominioso
demérito de haber cumplido cinco años de condena, no “por ser un sudaca”, como denunciaba arropado por los gerifaltes de
PODEMOS, sino por haber dejado tetrapléjico, de una pedrada, a un guardia
urbano que se limitaba a cumplir con su labor en un desalojo. Cinco años no son
nada comparados con toda una vida de limitaciones como tampoco lo serían los veinticinco
por matar a golpes en la cabeza a un hombre. No quiero que me malinterpreten,
amigos lectores, siempre defenderé el derecho de los emigrantes que acuden a
nuestro país en busca de unas oportunidades que le son negadas en el suyo,
jamás rechazaré a quienes de manera honrada y con su esfuerzo abnegado
contribuyen, con independencia de su origen, al crecimiento económico de España
pero a la vista de los acontecimientos y siendo éste un nuevo ataque producido
por un foráneo que nada provechoso hacía aquí, más allá de delinquir, como
tampoco creo que lo hicieran el senegalés que empujó a las vías del metro al
policía que falleció atropellado por un convoy en Embajadores o el ciudadano
del Este que ha protagonizado en Albalate el abyecto tiroteo que se ha cobrado
tres víctimas mortales, dos de ellas guardias civiles, me pregunto si no
estaremos teniendo la manga muy ancha para permitir la entrada de este tipo de morralla,
agresiva y marginada, a la que auspicia y cobija la progresía podemita quien, como
feroz depredadora de volubles votos desarraigados, agita a quienes nada tienen
que perder alentándoles a una violencia desmedida y al odio hacia todo aquello
que desprenda el menor tufillo a orden, a Ley, a respeto por las Instituciones y
a la idea de Nación Soberana. Iglesias, máximo exponente de ese corrosivo afán
desfragmentador y rupturista de España, carece de reparos a la hora de
alinearse con el independentismo más radical – sea vasco o catalán –, ni los
tiene tampoco para elogiar al hampa foráneo, todo sea por destrozar el país. No
pueden tolerarse declaraciones como las que ha tenido la desvergüenza de verter
afirmando que le “emociona ver las
agresiones” a agentes de la ley posicionándose, indefectiblemente, con los outsiders, como ya hiciera a la salida
de prisión con el chileno asesino a quien sólo deseo pase el resto de su desdichada
existencia encarcelado, no en nuestras prisiones –cuyas envidiables condiciones
son soportadas por los esforzados contribuyentes- sino en las de su país, aquél
que jamás debió abandonar, pues de justicia es que cada quien recoja su propia
basura. Ese despojo humano, escoria de la más baja estofa, ha asesinado a
traición y por la espalda a un español que eligió portar su bandera. No entraré
ahora en si, una vez, Laínez fue o no Legionario pero, aún sin serlo, lo cierto
es que se ha terminado convirtiendo, por obra y gracia de un extremista de
izquierdas que ni tan siquiera debía estar aquí, en el verdadero ‘Novio de la Muerte’.
Quizás de la más despiadada y atroz: aquella que germina al abono de la intolerancia
y del odio irracional hacia quienes generosamente acogen a un ápatrida
desharrapado.
Que las salvas de honor guíen
y acompañen, en el último viaje, al Caballero Legionario que murió por amor… a
su bandera.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 18/12/2017.
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