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lunes, 31 de octubre de 2016

Don Rajoy y Doña Inés en la víspera de todos los Santos.






Como cada año vamos preparando las castañas, las nueces y las gachas que estamos en vísperas de una de las más tradicionales aunque, ya también, más desnaturalizada festividad, la de Todos los Santos y Fieles Difuntos. Días de recuerdo y honra a quienes nos dejaron, aunque no creo yo que el Partido Susanista Obrero Español llore a su recién finado, Pedro Sánchez, ni vaya, tampoco, a venerar su memoria tras la cruenta defenestración del “noesnoísmo” que casi termina con el sistema nervioso de los españoles y dinamita los pilares de un Partido histórico. Y ahí andamos, a vueltas con los Santos y el exportado Halloween, pero asistiendo en su víspera, como manda nuestra patria costumbre, a esa escena tragicómica del estafermo Tenorio que ronda las beldades de una Doña Inés que parece cejar, al fin, en su rechazo, portando al cuello una cruz de Borgoña, “ironías de la Historia” osó afirmar una mala e ignorante conciencia desde el estrado. Y se ha adelantado, así, el aterrador desfile del “truco o trato” en el Camposanto de la Democracia que es nuestro Congreso, pues como bien dijo T. Roosvelt “una gran Democracia debe crecer para seguir siéndolo” y la nuestra, raquítica y asentada sobre las bases del libertinaje voraz de unos espectros que ansían el don de la ubicuidad, al pretender estar, a un tiempo, renegando del Tenorio y rodeando el cementerio de libertades e ideologías que ha pasado a ser nuestro Parlamento, parece estar abocada a una crispación que terminará, sin duda, destruyendo al propio Estado. Deambulaban, estos días, Sus Señorías cuán fantasmagóricas criaturas por los pasillos del hemiciclo portando en sus maletines los buñuelos y los huesos de santo con los que acompañar el café del receso tras otra nueva jornada, ésta ya más relajada, de tibias luchas de egos, escupitajos en pleno rostro, insultos ‘sotto voce’ y  sustos, mientras, expectantes, aguardábamos el final, tan próximo como ambicionado, de la obra, aquél en el que Doña Inés de Ulloa se lleva a Don Rajoy Tenorio, con ella, por toda la eternidad de la nueva legislatura, pero por una cuestión de honor más que de amor, que después de diez meses, tenemos derecho, los españoles, a honrar a nuestros muertos con la serenidad y la paz de un Gobierno estable, queda por ver, ahora, cuánto durará la tregua de estos fuegos fatuos, pues ciertas modernidades como el amplio abanico de opciones ideológicas que enterraron el, antes, denostado y hoy anhelado bipartidismo, no están hechas para nosotros, los españolitos no tenemos cultura democrática, no creemos en el voto de castigo y arrastramos, irremisiblemente, sobre nuestra boina irónicas cruces que son motivo de las más radicales soflamas proferidas por aquél que un día aspiró a gobernar el grandioso país del que, incluso, desconoce su Historia. Supongo que será un sentimiento colectivo, el de este año, cuando camino del cementerio, con ramos de coloridas naturalezas poliméricas “Made in China” bajo el brazo, imbuidos en nuestros pensamientos y recuerdos, dediquemos uno muy especial a nuestros Sres. Diputados: “Señorías, si quieren que los españoles dejemos ya a sus muertos en paz, dejen, primero, Vds. en paz a los nuestros, olvídense de trucos que lo que exigíamos era un trato”.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, en diario VIVA JAÉN, 31/10/16.

lunes, 24 de octubre de 2016

Una zapatilla de paño y muy buena puntería.




A veces ocurre que aquello que, aparentemente, nos resulta más complicado de resolver, tiene, en realidad, la más fácil de todas las soluciones: la que se encuentra en el mero sentido común. Algo así como la elemental respuesta al famoso enigma del “huevo de Colón”. Con frecuencia, cuando nos parece que una determinada cuestión, difícil componenda puede encontrar, es tan simple como escuchar mentalmente el temido “ten la dicha de que vaya yo a buscarlo y lo encuentre”, recurrente frase aquella, de toda madre, en nuestra niñez, ante los reiterativos requerimientos de dónde estaba tal o cual cosa que, curiosamente y a modo de desesperado intento de eludir el inexorable cumplimiento de tan funesta advertencia, siempre terminaba apareciendo. Pues bien, tengo el convencimiento de que la razón de todas nuestras tribulaciones colectivas se debe a que, efectivamente, no se ha optado por “profesionalizar” el altruista arte de la “cosa pública” y no me refiero a diseñar un cumplido plan de estudios que forme a gestores, oradores, estadistas, políticos en suma, capaces de redimensionar los recursos públicos, ya sea en el ámbito municipal, provincial, regional o en el estatal. No. Nada más lejos de eso, sino en poner al frente del gobierno a una madre, de las de antes, de las de toda la vida, que coja el timón de esta enorme nao que navega a la deriva por el motín generado, en ese desmedido afán de timoneles, capitanes e, incluso, remeros y grumetes de continuar con la inútil pugna de “aquí la barca la piloto yo o nadie”. ¿Que no se ponen de acuerdo?, pues madre al canto: “no discutáis más y haced el favor de llegar a un acuerdo que ya veréis como vuelva yo a oír siquiera una mosca”. ¿Que las cuentas no cuadran?, ahí estaría esa madre con sus “apartadillos” destinados a suplir los gastos precisos para el óptimo funcionamiento de una economía doméstica que terminan estirándose hasta el punto de conseguir, incluso, ahorrar. Que las calles están sucias por la falta de una gestión efectiva de mantenimiento, recogida y tratamiento de basura, bien porque no sea posible hacer un estudio presupuestario hasta no se sabe qué fecha, bien porque no se encuentra a quien contratar para el desempeño eficiente de este servicio público, si hubiera, también, una madre al mando ya podríamos apostar que no habría ni un solo papel en el suelo “¿tú haces eso en tu casa?, ¡pues busca una papelera ahora mismo que al final lo vas a terminar recogiendo con un pescozón puesto!”. Si es que una madre es, dado su sentido común, la mejor gobernante, la mejor gestora, la mejor en lanzarte la zapatilla y, siempre, con tan buena puntería que ese escozor, en salva sea la parte, no es sino el más efectivo fármaco para acabar con todos los males que, irremisiblemente, principian con el más abundante e inevitable padre de todos: la soberana estulticia. ¿Acaso seguiríamos a vueltas con esas terceras elecciones; de verdad estaríamos haciendo objeto de estudio municipal la concesión de un servicio de recogida y tratamiento de basura o, incluso, tendríamos unas horribles e inútiles escalerillas mecánicas que nunca funcionan en la Calle Nueva, si hubiera una madre que, tras proferir el lapidario “tómate el zumo rápido que se le van las vitaminas”, se quitara la zapatilla con cara de pocos amigos mientras guiña un ojo para afinar la puntería?... Yo creo que no, no sé qué opinaran ustedes.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, en Viva Jaén, el día 24/10/2016

lunes, 17 de octubre de 2016

Es a Vd., señor director de geriátrico, a quien debería darle vergüenza, si la tuviera claro.







No hay negocio más censurable que aquél que se lucra a costa del bienestar de niños o mayores, los primeros porque nada más enternecedor hay que un infante que no puede valerse por sí mismo, al carecer de la autonomía suficiente para cubrir sus necesidades vitales básicas y los segundos porque, además, se han hecho merecedores, por derecho propio, de ese retiro dorado tras una vida de trabajo, de ahí que siempre estén mejor valoradas las residencias públicas que las gestionadas con capital privado. Me cuentan que, durante este verano, se contrató a un trabajador con la cualificación de experto en atención geriátrica en una residencia que se publicita, en Jaén, como el paradigma de las comodidades y esmerados cuidados asistenciales para la tercera edad, ya puede, pensé, cuando el importe medio de la mensualidad asciende a 1.500 euros que, religiosamente, han de abonar sus residentes. Al incorporarse a su puesto de trabajo detectó ciertas anomalías tales como una manifiesta carencia de personal para atender debidamente a los ancianos, el uso de toallitas de bebé para el aseo diario de los mismos en lugar de esponjas jabonosas, un único trabajador para el servicio de comedor, retirada y limpieza de menaje, sólo otro más para la higiene de las instalaciones, amén una larga pléyade de irregularidades que contravienen la reglamentación de este tipo de establecimientos. Estos extremos fueron expuestos ante la dirección del Centro que, al parecer, piensa que invertir en geriatría es un negocio muy rentable, pues obtiene su beneficio a expensas de la carencia prestacional debida a los usuarios que pagan por ella. Y al no ser posible redimensionar la actividad sin incurrir en costes que mermen sus pingües ganancias, por expresa negativa del responsable, este trabajador decidió renunciar a su contrato laboral, algo loable en los tiempos que corren, pero que denota una gran profesionalidad al negarse a participar de tan execrable contubernio, renuncia que, no obstante, debía llevar implícito el abono de los servicios prestados. Tras dos largos meses en los que el Centro en cuestión no tuvo a bien pagar la nómina del tiempo durante el que este, insisto, profesional de la geriatría estuvo desempeñando su labor en unas condiciones, cuanto menos, deficitarias, se contactó con el gerente para requerir el pago de su sueldo y finiquito, obteniendo no sólo imprecaciones y desabridas advertencias que califican a este miserable como lo que no podrá jamás dejar de ser, sino, además, un zafio “click” al otro lado de la línea, tras el apercibimiento de la posibilidad de reclamar lo debido ante la oportuna sede. Un par de días después, y un gran número de llamadas perdidas en el móvil del trabajador mediante, se le cita, por fin, para liquidarle su derecho de cobro. Este buhonero de la senectud llega, incluso, a insultar al trabajador “¡No tienes vergüenza, amenazar con llevarme al Juzgado, a mí, a mí!”, cuando, es obvio, quien carece de ella es el que provoca que los demás tengan que ejercer sus derechos; no la tiene, tampoco, aquél que mantiene en unas condiciones deplorables a personas que pagan – y a qué precio – por los servicios que no reciben. Amigos lectores: asegúrense de en qué tipo de residencia dejan a sus mayores, velen porque se cumpla escrupulosamente la legalidad en las mismas y exijan la garantía de calidad por la que están pagando. Y ahora si me disculpan, en ejercicio de mi deber cívico y en beneficio de nuestros venerables ancianos, tengo una denuncia que interponer.

"Esto es envejecer y es jodido, mucho, pero es MI problema no el vuestro y es aquí, 
en mi casa, donde quiero estar. Hay belleza en la vejez
"

De Natalia (Lola Herrera) en La Velocidad del Otoño.

lunes, 10 de octubre de 2016

25 años de cromosomas de lunares y farolillos en la feria de San Lucas.


La trisomía 21 es sólo la existencia de un cromosoma extra que provoca un síndrome, un conjunto de síntomas y signos, no es una enfermedad, de modo que quienes lo padecen no son enfermos, sino personas con capacidades diferentes, ríen, lloran, estudian y trabajan igual que quienes no lo padecemos. Conocí a Cristina cuando tenía apenas cuatro años, saltando en pijama, zapatillas de paño y bigotes de chocolate en la cocina de su casa, inundando aquél hogar de juegos, risas, trastadas y alegría, como cualquier otro niño. Hoy es una chica independiente que trabaja, se divierte con sus amigos y lleva la vida de cualquier otro joven. – “¿Estás contenta?” – “Claro, estamos de cumple”, me contesta, guiñándome un ojo, ilusionada por la celebración del aniversario de la Asociación, su Asociación. Ella pertenece a una familia numerosa y desde que nació ha estado muy estimulada, pero no siempre es así, otros niños no tienen la suerte de pertenecer a una enorme “tribu” con hermanos próximos en edad y encuentran esa estimulación, necesaria a lo largo de toda su vida, a través de las diversas actividades que organiza la Asociación, una Asociación fruto de la esforzada obcecación, el esfuerzo y las lágrimas de muchas personas anónimas y de otras más conocidas como nuestro Santi Rodríguez. La Asociación de Síndrome de Down de Jaén y Provincia instala también, con mucha ilusión, este año su caseta. Llevan un cuarto de siglo de andadura: unos lejanos pero duros inicios, primero, en el domicilio de la Presidenta, más tarde se trasladarían a un bajo de la Avda. de Andalucía y desde hace cinco años disfrutan de una nueva sede en la que orientan a las familias y promueven la importancia de una atención temprana para desarrollar las aptitudes de los niños Down. Hoy, desde esta tribuna, me propongo transmitir una invitación, -“Oye Cristi ¿tú quieres que yo cuente en el periódico lo del cumple de la Asociación?” –“Síiiiiii… y que venga mucha gente”, una propuesta solidaria para contribuir a los proyectos e ilusiones de las personas Down, - “¿A qué se va a la Feria?”, le pregunto de nuevo a Cristina – “A disfrutar, a comer en familia y a tomarse unas copas con los amigos”, ¡pues claro, toma ya!, ¿a qué si no?, todos vamos a eso y el mejor sitio, sin duda, es aquél que se encuentra atendido por el infinito cariño, la abnegación, el esmero y la generosidad de unos padres voluntarios que nos regalan su tiempo para que podamos divertirnos en el nuestro, respondamos con la nobleza, la grandeza y el talante de los jienneses de bien, no creo que los fondos recaudados puedan tener, jamás, un mejor destino ahora que se han reducido las ayudas y subvenciones, tan necesarias para el continuo desarrollo de mis, nuestros, niños Down, así que vamos a la Feria, hay un cumpleaños y tenemos que celebrarlo, nos invitan Cristina, Manuel, Pablo, Montse, Mario y muchos más amigos, celebremos juntos ese “cumple”, los 25 años de cromosomas de lunares y farolillos en la feria de San Lucas. Yo, por supuesto, la acepto y os espero a todos en la caseta de la Calle 14 de octubre, ¿quién podría declinar tan tierna invitación?.


Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, en Viva Jaén, el día 10/10/2016.

lunes, 3 de octubre de 2016

Los de San Ildefonso también pagamos los impuestos, oigan.



Vivir en el barrio más céntrico y tradicional de Jaén, donde el intrincado laberinto de calles y callejuelas confiere al parroquiano el anhelado sosiego de una vida ajena al ruidoso bullicio del centro con el que linda, es un verdadero lujo. Quienes vivimos allí, disfrutamos a diario del sabor de sus costumbres: un café con tostadas de aceite y tomate, unas cañas a medio día en cualquiera de sus apetecibles tabernas con esa tapa que regala nuestro sentido del gusto y ¿por qué no decirlo?, unas calles sucias y descuidadas en las que se acumula, junto con demás porquería, la cera de las procesiones –“¡pero qué bonito es ver los pasos procesionar por el barrio de San Ildefonso!”– que hace estragos con las primera lluvias. Mi barrio es un barrio joven-viejo, una miscelánea humana en la que plácidamente convivimos gente joven y mayor, muy mayor, sin que, no obstante, la edad sea una criba para los, inevitables, resbalones y caídas especialmente crueles en las caderas más veteranas, es obvio –“Doña Paquita, tenga Vd. cuidado, no vaya Vd. a resbalarse…”, “Ay sí, hija, que con una vez ya fue suficiente pero como, aquí, las calles no se limpian…”-. Es bellísimo el enclave, en pleno casco histórico, aunque los fines de semana se vuelva impracticable, los vehículos toman manu militari el espacio destinado al tránsito de los viandantes, especialmente en la Calle de Teodoro Calvache, con el riesgo que de ello se deriva, ante la pasividad de aquellos a quienes compete velar por nuestra seguridad, eso sí, la multa es inevitable cuando dejas el coche en la puerta de tu casa para descargar la compra – “¡qué mala suerte la mía que los fines de semana no puedo caminar por la acera pero ahora, en cinco minutos, me llevo un bonito boletín de color rosa, dedicado y todo!… ¡la vida es una tómbola!” que cantaba Marisol -. No resta esto ningún valor, tampoco, a mi barrio, uno de los más tradicionales, en el que exhibimos orgullosos nuestra Basílica Menor de la que tomamos el nombre, una zona de rancio abolengo, de esas que, en cualquier ciudad, se mima y cuida con esmero, al saberse una joya del patrimonio demanial, por eso, supongo, mi calle es de las pocas por las que la Navidad no pasa, o si lo hace, es de puntillas, no vaya a dañarse este tesoro urbanístico: ni una sola bombilla de iluminación navideña. Así, mientras Jaén huele a castañas, a turrón y mazapán y se extasia con el alumbrado de sus avenidas y arterias principales al son de panderetas y zambombas, los de San Ildefonso – que también pagamos impuestos – carecemos de ese espíritu navideño, dadivoso aguinaldo consistorial, que imbuye a quien contempla la colorista catenaria de las calles adyacentes. Es bonito San Ildefonso, un barrio perfecto en el que residir, donde sus vecinos, nos conocemos y nos saludamos llamándonos por nuestro nombre, un barrio con historia: los restos de la muralla donde, soberbia y ajena al devenir del tiempo, se yerge la Puerta del Ángel, junto al Convento de las Bernardas…San Ildefonso, un barrio, el mío, en el que los residentes, a pesar de todo y aunque no lo parezca, también pagamos religiosamente nuestros impuestos, oigan.

Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, en Viva Jaén el día 03/10/2016.