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lunes, 28 de enero de 2013

“La Divina Comedia” o “El país donde los listos nos comen y los tontos nos joden”.



He de confesar, sin rubor alguno ya, que empieza a alarmarme la situación actual, no porque crea que es peor a la de hace unos años, sino porque puede que, a estas alturas de curso judicial y los duros años que llevo en la mochila, no tenga ni fuerzas, ni por supuesto y menos aún, ganas de racionalizar lo que está pasando. Creo estar experimentando de este modo, lo que vengo anunciando – desde hace meses - como el más fiel de los cuadros sintomatológicos de lo que denominé “síndrome ácrata” y lo más perturbador es que ni me preocupa.

Siento como voy peregrinando sin rumbo, no de la mano de Virgilio sino de la de Rajoy a quien ahora demonizamos, acusándolo de “mentir” y de “incumplir sus compromisos electorales”, por los círculos concéntricos que nos separan del Paraíso, materializado en lo que avezados economistas dieron en llamar “Welfare State”. A todos aquellos que ahora, apuntan con su dedo acusador - que no digo yo, sea sin falta de razón - a nuestro actual Presidente del Gobierno, me atrevería a preguntarles: ¿quién, creen ellos, que nos ha traído hasta este Infierno de cortes y recortes?... O incluso, yendo más allá en mi osadía: ¿cuál es, según su criterio, la mejor solución para salir de una situación a la que nos trajo una política descalabrada basada en el despilfarro y el ganduleo y en la que nos sigue manteniendo otra política limitada e ineficaz, empiezo a pensar que por INEPTITUD manifiesta?.

Vayamos por partes porque nos encontramos, sin duda, en el Infierno. Un Infierno en el que arden la culpa y el pecado de los ERE, de los casi seis millones de parados y de otros tantos desahuciados, de los sueldazos de altos cargos de las cuatro Administraciones por las que nos encontramos controlados: local, provincial, autonómica y estatal; arden, también, la corrupción y el despilfarro, arde una Banca usurera dirigida por criminales de guante blanco y corbata; los más vergonzosos y vergonzantes casos FAISÁN o CORREA - que para todos tengo - y que no se nos escape BÁRCENAS, ese “listillo” que sigue los pasos del Yernísimo Duque de Palma o, y siendo más reciente, el escándalo de la “falsa” Amy Martin…  Y todos esos demás descalabros y dislates que han venido constituyendo el escenario de un Estado que estaba en la “Champion’s League de la Economía Mundial”, que decía entonces el visionario… ¡Ja!.

Y de este panorama no era posible salir si no “con esfuerzo, con recortes, con sacrificio”… Se nos quejaron los “servidores públicos” o funcionarios – término muy denostado y que es más que aconsejable omitir en el uso diario, actualmente – de que siempre “pagaban el pato ellos”, yo les dije entonces y les digo ahora: “NO, SEÑORES, VDS. –y sálvese el que pueda que no es una generalización- TIENEN SU SUELDO A FINAL DE MES, TRABAJEN O HAGAN INTERMINABLES SUS TREINTA MINUTOS DE DESAYUNO, CUMPLAN CON SU OBLIGACIÓN O SE ANDEN URGANDO LAS FOSAS NASALES… Nosotros, los sufridos y castigados AUTÓNOMOS, EMPRESARIOS o PROFESIONALES LIBERALES, llevamos a nuestra espalda el peso de una MOROSIDAD que no es fruto del “recorte actual del Gobierno”, sino del fantasma de aquellos voceados “brotes verdes” que nos trajeron a este secarral que ahora devoran las llamas de unos incendios provocados y esperados, por más que previsibles.

Jamás hemos tenido una paga extraordinaria que, ahora, no echamos de menos, claro es, pero sí unos ingresos cada vez más mermados e irregulares, desde hace YA cinco años y vamos para seis. Tampoco tenemos derecho a la huelga, ni tan siquiera “al pataleo”, porque ese día, que no trabajamos o invertimos en protestar/”vandalear”, no cobramos – es más, trabajando sin descanso y sin treinta minutos para el desayuno, a duras penas subsistimos y cumplimos, mal que bien, con nuestros acreedores a final de mes -.

 No recuerdo, tampoco – debe ser que estoy perdiendo memoria -, haber visto a la plantilla del funcionariado público llamando “sinvergüenza” al anterior Presidente del Gobierno, cuando nosotros, AUTÓNOMOS, EMPRESARIOS o PROFESIONALES LIBERALES, veíamos impotentes como nuestros deudores desatendían los pagos de los que nos nutrimos para afrontar los nuestros. Del mismo modo que no recuerdo – qué mala memoria la mía, de verdad - a ningún funcionario reivindicando, por ejemplo, para el colectivo de Letrados y Procuradores, el “derecho a la Sanidad Pública – que nos era negado – como justa contraprestación al cumplimiento de nuestras obligaciones tributarias. Nosotros éramos entonces unos “apátridas” a quienes se nos exigía, como a cualquier ciudadano, sin que se nos otorgaran, no ya los privilegios, si no los más mínimos derechos que asisten a todo español, que eso sí lo recuerdo, vaya por Dios.

Vamos a no quejarnos… que todos tenemos motivos y no armamos tanta alharaca, o en términos castizos, como se dice por ahí: “Esto, señores, es la Ley de la Tropa y cada uno, se jode cuando le toca…” que a cada cuál le duele su gremio y a mí me lleva doliendo más de un lustro ya”.

No quiero, no obstante, decir yo con esto que esté de acuerdo con la política seguida por el Gobierno de Rajoy, puesto que me parece un disparate – entre otros muchos que ya llevan cometidos, siendo el más sangrante, por inconstitucional, tal es mi criterio, el “TASAZO” de Gallardón - incrementar el IVA en tres puntos como medio de luchar contra el fraude fiscal. Si el Sr. Montoro, hombre instruído entre los mortales, pensaba que nuestros Clientes iban a estar dispuestos a sufragar un 21% más sobre nuestros Honorarios, para “regalárselos” al Estado en generosa contribución, iba dado… ¡Si ya nos pedían rebajas y fraccionamientos con el 18%…! ¿Creía, este alma de cántaro, que pedirían factura?, ¡pues no!. El efecto ha sido justo el contrario: o bien, castigar nuestras ya magulladas costillas y absorber el IVA a costa de nuestros Honorarios, con lo que evidentemente, el recorte en nuestra “nómina”, otro más, ha sido evidente (y aquí nos solidarizamos con los funcionarios, pero no protestamos tal es ya el grado de habitualidad en nuestra resignación) o bien “defraudar” al Fisco omitiendo declarar esos ingresos. Debiendo por tanto aquí, rendir un justo y merecido homenaje al Séneca de la Economía que no es tal logro para menor distinción.

Y sí, se equivocaron. De nuevo erró este Gobierno de Sabios, la subida del IVA está teniendo un claro efecto disuasorio sobre la estimulación del consumo que es, no hemos de olvidarlo, lo que mueve una economía, lo que debería activar una maltrecha economía como la nuestra. Siendo, según se pretende, el principal objetivo el de combatir el fraude y el engaño, dotemos pues a Hacienda de más y mejores medios para perseguirlo en lugar de crucificar a quienes ya hemos sido atravesados, en el costado, por la bruñida lanza de Longinos.

Pero no, en su lugar, se hacía preciso aplicar un “armisticio fiscal”, que hay que sacar los cuartos de debajo de las piedras aunque suponga premiar al chorizo, o darle un ligero pescozón, que tampoco es para tanto…

No voy a castigar, acusar o vilipendiar a Rajoy, no más allá de no volver a votarlo, que sí a censurar, como ya hice, a los entusiasmados parlamentarios de su grupo que aplaudieron sus recortes vociferando, ante los atónitos españoles que no daban crédito a tanta algarabía, pero que evitaban, eso sí, el vómito por si luego no podían volver a llenar el estómago. Tampoco voy ya a seguir concediéndole el beneficio de la duda, reconociéndole, no obstante, la gallardía de explicar por qué “donde dijo DIGO, dice ahora DIEGO Aunque suponga “tocarle las oropéndolas” a la Merkel (¡qué gran mujer ésta: grande, rubia y germana. Toda una jaca postinera!... A ver si el gallego la doma…).

No es fácil, queridos conciudadanos y parroquianos varios, que ahora reprobáis al sucesor del más irrefutable culpable de nuestra desgracia, por su ignorancia o ceguera – que ya lo dice el refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”-,   recordaros que de donde no hay, no se puede sacar: Aznar dejó la Caja de la Seguridad Social en superávit, fue Solbes, Ministro SOCIALISTA de ECONOMÍA Y HACIENDA, quien nos aconsejó “contratar planes de pensiones” para asegurar una digna jubilación; Zapatero “minó” con su pasividad nuestras bases económicas, que por aquél entonces ya germinaban unos invisibles “brotes verdes” y ahora es Rajoy quien, con los escasos medios que nos dejó “el de la ceja”, trata de poner orden y concierto, sin ningún éxito que a la vista está, intentando, sin saber bien cómo, recuperar una más que perdida credibilidad internacional, para una Nación que, esperemos, no siga estando integrada, mayoritariamente, por “tontos-listos que viven de la sopa boba”, pillos, sinvergüenzas, desalmados, maleantes, estafadores y rufianes… que ya se sabe que en España, “LOS LISTOS NOS COMEN Y LOS TONTOS NOS JODEN…”. Dejemos a todos esos en cada uno de sus respectivos Círculos, que eran Nueve según el Maestro Dante, y todos encuentran en ellos su hueco…

 Intentemos ahora, sin más quejas ni lamentos, sin más acusaciones ni falsas esperanzas, abrirnos paso a través del Purgatorio y tengamos luego memoria de quien nos sacó de él, que no fuimos sino NOSOTROS MISMOS, cuando por fin lleguemos al añorado Paraíso desde el que podamos ver L'amor che move el sole e l'altre stelle...”

jueves, 24 de enero de 2013

Quien a hierro mata, a hierro termina muriendo...



Hoy, por expresa y muy especial, para mí, petición, me propongo reflexionar sobre la justicia retributiva de la Lex Talionis: “Ojo por ojo y diente por diente”, o lo que es lo mismo: “Quien a hierro mata, a hierro termina muriendo”, versión ésta que, más edulcorada por no implicar acción alguna que pudiera suponer la represalia o venganza personal, deja así la conciencia en un plácido estado de tranquilidad absoluta.

Trasladado a mi experiencia personal he de afirmar que la máxima se cumple, inexorablemente, pues todo el mal que una persona inflige le viene dado, pasado el tiempo, por la misma vía a la que recurrió para causar la lesión. Hecho cierto del que doy fe.

He sido testigo presencial y, a veces también, sufrida víctima de personas crueles, que lo son, por el espurio placer de serlo. Al alcanzar con ello la orgásmica, incomprensible y enfermiza, por otro lado, sensación de someter, humillar, manipular y maltratar a quien tienen delante, casi siempre como modo de pagar su propia frustración y con las que de repente un día, el más insospechado, te encuentras – como espectadora pasiva e impasible ya, pues eres inmune a sus luctuosas argucias, tal fue mi caso – en la misma situación que sufriste en el pasado, si bien los papeles se han intercambiado.

Se produce entonces el reencuentro vital con seres obscenamente dañinos que te han hecho verter lágrimas de sangre. Antaño verdugos de tu pena capital que, inopinadamente, un día vuelven a cruzarse en tu vida, te buscan cuando están justo en la Columna del Humilladero - prueba evidente de su necedad -, ahí: inermes, desnudos, asustados, despojados de toda dignidad, propietarios desahuciados de una mirada llorosa perdida, títeres del vapuleo de su propia nausea y expectantes ante la certeza de su declive. Lacerados por su soberbia y cubiertos del vómito del odio ajeno…

No negaré que en ese momento - aún lejos de alegrarme por la situación, que no lo hago - me invade un inmenso sentimiento de JUSTICIA. Jamás propiciaría el daño a quien a mí, previa y gratuitamente, me lo ha ocasionado, pero ahora sé, también, que no lo impediría. Lejos de arrancarle el ojo a quien previamente me lo ha amputado a mí, no interferiré en la ignominiosa labor de ese cirujano cruento que se lo extrae y al observar, como reconozco haberlo hecho, ese despojo cercenado – sanguinolento e inerte - sobre una mugrienta bandeja, avejentada por el transcurso de los años y raída por su uso, dibujándose ahora como el ridículo espejismo de lo que un día creyó simbolizar, junto con el inevitable y lógico sentimiento de repugnancia – por el brillo vítreo, frío y desarraigado –, me embarga la serena sensación de que, al fin, se ha hecho justicia.

Esa justicia, que si bien nunca me arrogaría impartir, permito - con el íntimo sonrojo que me produce el conocimiento voluntario, pleno y consciente, de mi silente anuencia - le sea aplicada al ser nauseabundo, espectro grotesco de lo que quiere aparentar y jamás fue ni ya será, acreedor de todo desprecio, lo que un día no dudó en otorgar. Convirtiéndose de ese modo en su propio Juez sentenciador, puesto que y, dado que en el “pecado está la penitencia”, no se debe JAMÁS devolver el daño a quien un día nos lo regaló, antes bien al contrario y como el más saludable ejercicio de higiene mental, basta nuestra mera pasividad ante lo que la propia vida, árbitro ecuánime de la justicia más elevada, un día le otorgue: el, evidente e inevitable, efecto de su acción u omisión, al clavarle en su piel, desnuda, indefensa y expuesta, los incisivos afilados que le harán recordar, sin el menor género de duda, la falta que cometió y a la persona a quien hirió, por ser la misma escena pero con los personajes trocados.

Esperar… esperar y dejar pasar los días. Esperar para ver pidiéndote la limosna de las migajas que ahora desechas, a quien un día te las negó…

Todo ello me lleva a concluir que, efectivamente, “QUIEN A HIERRO MATA, A HIERRO TERMINA MURIENDO”, si bien puntualizando que no es preciso que sea el fantasma de su víctima quien se cobre la venganza de su mano, de eso ya se encargará el azar, que nunca deja deudas sin cobrar…

martes, 22 de enero de 2013

NEANIAE.



El sábado pasado, día 19 de enero, fue inevitable acordarme de una de las mejores personas que jamás he conocido, ese día mis pensamientos hacia ella ocuparon más de lo habitual. Alguien a quien quise, quiero y querré siempre. Habría cumplido 47 años, por desgracia se fue, una de mis mejores amigas se fue. Decidió que ya había vivido lo suficiente o, simplemente, optó por irse. Era así: hacía siempre lo que debía y creo que debió irse, sin más. Esto lo escribí a los dos días de su marcha, hoy he decidido publicarlo.

Neaniae. Canto fúnebre … Neaniae. El canto al que se ha ido… Llueve y por enésima vez suena la canción de Annie Lennox: “Why”. Ese fue el último C.D. que te mandé, me pedías insistentemente que te los grabara y que te escribiera, que te escribiera historias, que eso te hacía sentirte acompañada en tus largas sesiones de quimio. Me dejo envolver de nuevo por la voz rota de Annie Lennox: “How many times do I have to try to tell you that I’m sorry for the things I’ve done, but when I start to try to tell you that’s when you have to tell me: hey… this kinda of trouble’s only just begun…”, el hielo se derrite en la copa lentamente, adoptando formas caprichosas que, indefectiblemente, siempre me acaban arrastrando hacia la playa desierta de algún recuerdo que tiene que ver contigo, creo que también llora. Llora tu ausencia, llora no haber podido despedirse de tí, llora que alguien tuviera la delicadeza de llamarme una tarde de sol, para decirme que para ti ya se había apagado, que te habías ido. Neaniae, mi canto fúnebre.

            No tengo donde enviar este correo, ni todos los que seguiré escribiéndote, y no hay razones, tampoco ya, para creer que tú quieras o vayas a recibirlo. Lo escribo sólo para mí. Así que lo guardaré dentro, muy dentro de mi alma rota, con todas las cosas entre tú y yo, que nunca hemos dicho ni hecho. Con todo lo que nos ha quedado por compartir. Me queda tu recuerdo, me quedan todas las historias que te regalé y que son tuyas ahora porque las escribía sólo para tí, me quedan nuestros momentos: tu risa tímida ante mis ocurrencias tontas, nuestras largas conversaciones – eras, eres, buena conversadora -, me queda para siempre este Neaniae, mi canto fúnebre… Y me quedará, también, “Why” de Annie Lennox.  Estés donde estés: “Tell me … Why, why… I may be mad, I may be blind, I may be viciously unkind… But I CAN STILL READ WHAT YOU ARE THINKING… And I’ve heard is said to many times you’d BE BETTER OFF… Besides…”

Sigue lloviendo, las nubes vacían su pena, mimetizándose con mi llanto, un llanto calmo, amargo, lento, que quema al salir dejando surcos profundos de pena, surcos que quedarán, como cicatrices, en el rostro de mi espíritu ajado por tu marcha.

            Llueve. Las gotas resbalan por el cristal y repiquetean en un constante eco del que ya ni siquiera soy consciente. Llueve. Estoy sentada delante de la pantalla, en blanco, del ordenador, el cursor parpadea de forma intermitente invitándome a darle vida a través de las palabras que, no entiendo el motivo, hoy parecen no querer salir, supongo que no quieren abandonar la inmaterialidad de mi pensamiento, por miedo a ser leídas sin duda, porque ahí, aún tienen la oportunidad de una realidad menos dolorosa, menos verídica.

            Llueve… Y nada parece existir a mi alrededor. ¿Es cierto, te has ido o sólo ha sido producto de la situación en la que me encuentro?, puede que todo haya sido una distorsión en mi percepción o un mal sueño. ¿Es o no verdad?... No sé si existió esa llamada pero recuerdo perfectamente la conversación. Sí, fue real. Te has ido.

            Tu perfil de Facebook sigue ahí, lo último, escrito por mí – como siempre -, pero no hay una respuesta tuya, tampoco un correo en mi buzón de entrada: escueto, eras, ERES de pocas palabras, como yo, pero siempre nos hemos entendido y lo seguiríamos haciendo si no te hubieras ido. ¿Por qué cada canción que ahora escucho me lleva a ti?... Disappear de Beyoncé, “If I beg, if I cry would it change the sky tonite… will it give me sunlight. Should I wait for you to call, is there any hope at all?. Are you drifting by… When I think about it, I know that I was never held or even cared… The more I think about it, the less I was able to share with you… I try to reach for you, I can almost feel you…”, también te regalé esa canción, pero ahora la letra tiene un sentido que, en aquél momento, ni siquiera podríamos haber llegado a intuir. Decidimos que íbamos a luchar, que ya pudimos con él una vez y que ésta también, tú en primera línea yo, en la retaguardia…

            Llueve… ¿dónde estarás?, ¿te sentirás, ahora, tan sola como cuando me contabas el miedo que pasaste, tumbada en una camilla, con la única compañía de una sábana cubriendo tu desnudez expuesta a la terrible enfermedad mientras esperabas a que alguien te bajara al quirófano?, ¿es esa la sensación que tienes ahora?, porque si la tienes haz lo que hiciste: recordar mis historias, esas que sólo escribía para ti… Recuerda como te describía los atardeceres en Estambul, sobre un Bósforo naranja, el intenso olor de las especias y el azahar en flor bostezando, al desperezarse, su aroma e impregnando el bullicio multicolor del Zoco, el almuecín llamando a la oración… Las historias de amores imposibles que imaginaba entre la muchacha china que vivía sola en un apartamento de un arrabal de París, sobre un viejo burdel, y el escritor inglés que terminó suicidándose, cuando se dio cuenta de que el gran amor de su vida había muerto de pena al saberse rechazada… O el de, Sara, la pequeña judía que por fin encontró, como ahora tú, su Tierra Prometida. Todos esos relatos te los regalé, piensa en ellos cuando te sientas sola, cuando sientas miedo. Yo sigo aquí, y no pasará ni un solo día del resto de mi vida sin que no te dedique, al menos, un pensamiento, no quiero que los rasgos de tu cara acaben difuminándose, así que me obligaré a recordarte a diario, a recordar cada una de tus facciones, tu sonrisa perenne, el timbre de tu voz y tu acento gallego… Biquiños, rapaza… estés donde estés… Llueve… y ahora el cursor sigue parpadeando, pero la pantalla ya no está en blanco… Llueve y las gotas resbalan por el cristal, con un eco del que empiezo a ser consciente… Es real… Llueve… y tú te has ido.

            Hoy, casi dos años después, yo sigo – y seguiré- cumpliendo mi promesa. A María José Martínez Morán.

            Ayer, hoy y siempre.


jueves, 17 de enero de 2013

Mi muy amado Gonzalo.

El pequeño Gonzalo cumple su primer año de vida. Su venida al mundo, como no podía ser de otro modo, ocupó mi reflexión de aquél día y hoy, como tampoco podría ser diferente, le regalo la carta que le dirigiera entonces. Feliz Cumpleaños, mi muy amado Gonzalo.

            “Aún no me conoces, pero conforme lo vayas haciendo te irás dando cuenta de que, con frecuencia, me siento a escribir sobre aquellos acontecimientos, más o menos relevantes, que tienen lugar en mi vida y que me afectan de un modo u otro. Desde ayer, el hecho, sin duda, más importante, por esperado, ha sido tu venida a este mundo. Apenas si tienes un día de vida, pero te mereces que hoy mi reflexión, vaya sobre ti. Pretendo llevarte de la mano por un recorrido sobre nuestro mundo, haciéndote de Cicerone porque esto es algo nuevo para ti y yo ya tengo la experiencia de casi cuatro décadas de andadura…

            Verás, algún día, cuando seas mayor leerás esta carta y puede que entonces comprendas lo que hoy trato de transmitirte, para empezar este paseo que me dispongo a dar contigo, tengo que remontarme al día de ayer, fíjate que aún recuerdo tu olor y el tacto suave de tu piel, tu sonrisa inconsciente pero sintomática de tu bienestar en el momento en que, por primera vez, te tuve en mis brazos: regordete, sonrosado, rubio y con hoyuelos, me recordaste a un angelote de Rubens, uno de esos que se graban sobre los medallones de plata que mamá os pone sobre la cunita y que yo suelo regalaros cuando nacéis, todos tus hermanos tienen el suyo y tú, por supuesto cariño, también lo vas a tener, pero no quiero perderme en esto, así que dame tu mano y acompáñame. Te voy a presentar la VIDA:

            En primer lugar, Gonzalo, debes saber que eres un niño con muchísima suerte, eres un bebé muy esperado y muy querido por tu familia. Todos nosotros, desde que mamá nos dijo que llevaba un bebé en su interior, hemos estado siguiendo tu evolución con impaciencia. Al principio eras sólo una habichuelita, un bultito en una pantalla oscura con una lucecita que parpadeaba: era tu corazón, el corazón es el órgano que nos regala la vida mientras titila y es también el órgano del AMOR. Te preguntarás ahora, claro, qué es el AMOR; el AMOR es lo que hace que tú hayas venido, es lo que ha hecho que durante nueve meses no hubiera nada más importante que asegurarnos de que tú crecías bien, el AMOR es lo que provoca que hoy yo, tu tía materna, te escriba esta carta. Y eres un niño con suerte porque, también irás viendo, no todos los niños tienen una familia que los quiere y los protege como hacemos contigo y con tus cuatro hermanos, ni una casa grande, con jardín y piscina para jugar, ni tantas otras comodidades como, por fortuna, tenéis vosotros, siendo vuestra única obligación CRECER SANOS, FELICES, JUGAR y FORMAROS para llegar a ser algún día, personas tan honestas como vuestros padres.

            La vida, Gonzalo, ya lo verás, puede ser a veces dura, muy dura y cruel, otras dulce, pero siempre emocionante. Te encontrarás a lo largo de ella muchas personas, algunas te acompañarán siempre, otras a intervalos y te regalarán alegrías pero, sin duda, también sufrimiento y decepciones, no debes tenerle miedo nunca a nada, deberás cruzar ríos, escalar montañas y atravesar desiertos, también por supuesto, descansar en un oasis pero JAMÁS estarás solo… Intenta siempre rodearte de personas que puedan aportarte algo positivo; no te reserves nunca nada; en cada una de las decisiones que tomes o acciones que emprendas, da lo mejor de ti; intenta siempre aportar lo mejor a cada uno de los seres que te rodeen. Nunca, jamás, traiciones a un AMIGO y vive tal y como pienses, sin permitirte pensar como vivas porque eso te envilecería; trata a los demás como tú esperas que te traten a ti y no le hagas a nadie nunca lo que no te gustaría que te hicieran. Sé, en definitiva, BUENA PERSONA y que la única ambición que tengas sea la de ser MEJOR cada día: mejor hijo, mejor hermano, mejor nieto, mejor SOBRINO, mejor amigo, mejor profesional…

Te encontrarás también, sin duda, a los márgenes del camino que empiezas a recorrer (ahora de mi mano pero no siempre podré acompañarte por más que quiera), zarzas espinosas que podrán lastimarte, no pasa nada, las heridas, físicas o no, siempre acaban curándose y en ocasiones no dejan ni cicatriz y cuando queda, te sirven de recuerdo para no volver a cometer el mismo error que las provoca; ese camino se tornará abrupto en algunos trayectos, tendrás que apoyarte en el bastón para no tambalearte y caer, pero recuerda que el tuyo es de madera noble: tu FAMILIA; también te ladrarán los perros rabiosos de envidia, celos o resentimiento, no los escuches y continúa tu senda; te adentrarás en bosques desconocidos: cuando vayas a la Universidad, tengas que elegir una profesión o una compañera de viaje. Entonces tendrás que recurrir a tu brújula para no perderte: tu FAMILIA; puede que incluso tengas que caminar por desiertos inhóspitos bajo un sol de justicia y tendrás que hacerlo solo – cuando te surjan problemas en el trabajo, disputas con compañeros o decisiones difíciles y dolorosas que debas tomar -, pero ten siempre en tu mente que, con frecuencia, el mejor espejo donde mirarte es tu FAMILIA y entonces sabrás qué hacer, estaremos todos ahí, Gonzalo, siempre, físicamente o no, estaremos, y si me preguntas por qué, te diré que hay un vínculo indestructible, aún más fuerte que el acero con el que se construyen los barcos que tanto le gustan a tu hermano Álvaro, que se crea al compartir un apellido: eso es un VÍNCULO DE SANGRE, significa que allá donde vayas, hagas lo que hagas, siempre estarás unido a unas personas con quienes compartes algo más que tu origen y rasgos físicos, siempre formarás parte de ellas igual que ellas, ahora ya, lo forman de ti.

            Tenemos que terminar este paseo, Gonzalo, yo te he descrito lo que vas a encontrarte, pero tienes que descubrirlo tú y piensa que aunque es el destino quien baraja nuestras cartas, somos nosotros quienes las jugamos, intenta hacerlo, siempre, con inteligencia, honestidad y valentía y entonces sabrás que la VIDA es el juego más apasionante. Bienvenido, de nuevo, a casa, tesoro”.

martes, 15 de enero de 2013

Desde mi azotea.




Hace tiempo comencé a escribir un Diario, lo titulé entonces “Cuaderno de Bitácora”, en él me propuse recoger lo que consideraba más trascendente de los días que transcurrían. Justo hoy, se cumplen dos años desde que plasmara este amanecer en mi libreta de apuntes, si bien era en aquél momento una persona muy distinta, pues apenas me reconozco en su lectura, hoy es el simple relato de un episodio pasado, una mera experiencia de la evolución del espíritu:

“El cielo se va tiñendo, poco a poco, de malva, ese color violáceo que se difumina hacia el anaranjado del amanecer en un día despejado, como una acuarela que se va atornasolando mientras se emborrona con las diferentes tonalidades que se diluyen sin distinguir sus límites. Me recuesto en la butaca, con los brazos y las piernas entumecidos aún por el frío de la noche, me envuelvo bien en la calidez de la manta… Esa manta escocesa que me ha venido acompañando, indefectiblemente, desde mi época de Stirling. Stirling… Queda tan lejano que, a veces, me pregunto si realmente existió: los nombres, las caras, los lugares y sonidos, los olores de aquél entonces se van disolviendo lentamente en este devenir acompasado de tiempos y momentos que es la vida… Amanece ya, el sol acaricia, tímidamente, la cúpula de San Ildefonso regalándole unos destellos irisados que le confieren la majestuosidad hierática de una basílica y empieza a desperezarse, lentamente, la vida bajo los tejados. Asciende hasta mí, despacio, intenso, el olor a café recién hecho, a humo de leña de alguna chimenea lejana, arrastrado por la suave brisa que siempre acompaña la salida del sol en un día de invierno. Creo que también percibo, procedente de algún sitio cercano, el olor a ropa limpia tendida, agitándose, casi con vida propia, sobre las cuerdas que la sostienen. Poco a poco la ciudad se va despertando e inicia, con calma, su actividad diaria. Del cenicero asciende una columnilla de humo azulado que se pierde en espirales y volutas caprichosas más allá del petril de mi azotea…

            Yo sigo allí, mirando distraída el despertar calmo de ese día nuevo y pienso entonces si, pasado un tiempo, también desaparecerá, perdiéndose en la nebulosa de otro recuerdo borroso, esta sucesión de nombres, de rostros, de sentimientos encontrados que ahora me atribulan, que martirizan, con frecuencia, mis largas noches en vela y aguijonean esos resquicios de mi memoria que aún mantienen indelebles los episodios más dolorosos que me he visto obligada a vivir últimamente, a veces, hasta el punto de asfixiarme en ellos, y si ocurrirá entonces como con Stirling, si llegaré a preguntarme, dentro de un tiempo, si todo eso existió. Si se trató de personas reales, de momentos vividos, de sentimientos sufridos. De seres amados, luego olvidados… ¿Llegaré, algún día, a preguntarme si fue real?.

Intento identificar este sentimiento. No encuentro la definición exacta, no sé si es tristeza. No – me reprende, categóricamente, mi razón - no puede serlo, porque la tristeza, al ser un sentimiento básico e inherente al ser humano, como tantos otros igual de primarios, debería ser algo habitual y pasajero, un efecto directo de alguna causa accidental o, cuanto menos, natural y en mí nunca hasta ahora lo había sido – razono - tampoco puedo precisarlo, sólo identificarlo como abatimiento o mera apatía… Puede entonces que se trate, simplemente, del vacío… ¿será esto la materialización del nihilismo de F. Nietzsche y Heidegger? – me pregunto, impotente ya, al no obtener una respuesta más allá del silencio - y no me refiero sólo en cuanto a la negación de las ideas religiosas: esto no debe, no puede, ser consecuencia de la denominada muerte de Dios, es sólo el “vacío”, la “nada”, esa nada inmaterial pero que me imagino gris, pestilente y viscosa, que lentamente se va extendiendo, de forma irremediable, ocupando, con mil y un tentáculos, todas y cada una de las facetas de una vida humana: la mía, me va transformando – así lo siento -, como en una metamorfosis que tiene lugar en el interior de una crisálida: húmeda, oscura, es la dolorosa mutación de una esencia que no volverá… - ¿o lo hará algún día?. No lo sé – Una nada de la que no puedo huir, me va paralizando lánguidamente, inmoviliza mis nervios, mis miembros, mi mente, incluso, me va destruyendo y convirtiendo en otro ser, un ser que no soy yo, no puedo ser yo, se va apropiando indolente de mis ilusiones, me va desposeyendo, lenta y gradualmente, de mis intereses y pasiones, mis más preciadas posesiones, precisamente esas: las inmateriales, todos aquellos pequeños destellos de lo que, sin duda, constituyen lo que, desde la antigüedad, algún sabio dio en denominar felicidad, para imponer sobre mí su imperio, una supremacía gris y viscosa, como ella: la NADA. Un grueso manto de desolación, oscuridad, humedad, dolor y luego, la ausencia de ningún otro sentimiento… Es la nada

No, no, no. No. No. Me rebelo.

Quiero gritar, pero no de miedo ya, quiero gritar para decir que yo me sublevo ante esa ocupación silente, que otra vez más, quiero y voy a hacer, lo que creo que tengo que hacer: lo único que se ha de hacer y no es otra cosa que evitar el avance de ese manto viscoso.

Noto el sol sobre mi cara, me infunde ahora fuerza, el valor para planear la contienda, contrarrestar y detener el avance hostil, para no permitir que se siga expandiendo y ocupando, silenciosa pero constante, mi territorio, ese territorio que yo he ido conquistando desde que nací y que es mío. Me lo he ganado por derecho propio y lo he convertido en mi fortaleza, en mi mundo, en mi único y más preciado dominio, mi reducto inexpugnable, el único espacio de mi soledad donde nadie más puede penetrar, que sólo a mí me pertenece y ahí me hago fuerte, indestructible… ¿Le tengo miedo?, ¿es acaso miedo lo que, en ocasiones, me paraliza y permite el avance incontenible de esa nada?, intento ser sincera conmigo misma: SÍ. Es miedo y mi miedo es que esa nada llegue a invadir mi capacidad de razonar, mi autogobierno, que se apodere de mis facultades y sea ella, siempre, quien decida por mí… Ese es mi miedo ahora: dejar de ser yo para fundirme con ella, hasta convertirme en la nada conquistadora, en un mimetismo de lo que un día fui y de lo que no quiero dejar de ser… No puedo dejar de ser. No voy a dejar de ser.

El sol empieza a estar ya alto en el cielo, un cielo azul – no es gris -, un cielo que parece de algodón suave – no es viscoso -, un cielo que se extiende hasta donde no alcanza la vista, desplegándose ante mí para protegerme como un escudo invisible… “¿Dónde estás nada? – grito sin voz - ahora no te percibo”. Sólo algunos gorriones revolotean ahí abajo, emitiendo cantarines gorjeos, ajenos a mí, ajenos a la nada; me envuelve un olor intenso y cálido: a café y a ropa limpia, las voces de los niños en la calle… Alguna radio emitiendo un zumbido, ininteligible desde mi atalaya. El calor de ese mismo sol, su luz límpida y moteada de mil partículas en suspensión brillante, me obliga a entornar los ojos, respiro hondo… Tengo que limpiar los pulmones de los restos grises y hediondos que aún puedan quedar después de esta larga noche de pugna… Respiro dos, tres veces más, me lleno de un azul intenso, de un blanco resplandeciente… Vuelvo a hacerlo de nuevo, despacio, poco a poco empiezo a ser consciente de la vida, real, de cada una de mis células –azules, blancas…-, de cada una de mis impresiones, me concentro en sentirlas: el sol, las alegres voces infantiles, el olor a café y a ropa blanca… Esa vieja canción, lejana, de David Bowie (“Heroes”) distorsionada por las interferencias de un dial mal ajustado… - “… And the shame was on the other side… Oh, we can beat them, forever and ever… Then, we could BE HEROES, JUST FOR ONE DAY…”Sonrío para mis adentros mientras reparo en su letra: “we could be HEROES, just for one day…” - Dos, tres, cuatro inspiraciones profundas más, el cálido reposo de los rayos solares sobre mis hombros… Cojo el libro, olvidado hace horas, de Carmen Posadas, “Invitación a un asesinato”, vuelvo a llenar mi taza de café y me enfrasco en su lectura… Sigue el gorjeo cantarín de los gorriones y las voces infantiles que se mezclan ahora y quedan, pronto, ahogadas por el tañir oxidado de las campanas del convento de las Bernardas…

“…Nada… ¿dónde estás?, ¿acaso eres tú quien, ahora, me teme a mí?...”

¿…Será ésta, quizás, mi primera victoria en esta guerra…? …”


Hoy puedo decir que sí, lo fue; hace dos años ya que lo fue. Sólo se trató – es obligada mi sonrisa al recordarlo - de la primera de una larga lista de batallas ganadas, previas a ese armisticio que culminaría con el reencuentro del ser que soy ahora y que, en realidad, nunca dejé de ser, más allá de las necesarias contrariedades sufridas. Una persona más curtida y sin rémora alguna ya, que le impida seguir avanzando por esa senda que es la vida. Hoy, por fin, continúo preguntándome si todo aquello fue real, si existió. Si lo que ahora no son sino los  espectros, lejanos y difusos, de aquellos personajes de entonces, desempeñaron alguna vez, un papel principal sobre el escenario de ese Acto, ya concluido, de mi experiencia vital pasada. Empiezo a tener el más profundo convencimiento de que NO fue así. “… And the shame was on the other side… Oh, we can beat them, forever and ever… Then we could BE HEROES, JUST FOR ONE DAY…”

lunes, 14 de enero de 2013

Del origen divino del poder o… la entronización de la soberbia.




Al hilo de la última entrada publicada en el Blog: “Calle Maestra” – lectura que  recomiendo por ilustrativa - de mi distinguida Compañera y, sin embargo, AMIGA, Inmaculada Solar, creo que ha llegado el momento de plasmar aquí mis reflexiones sobre lo que todo el mundo se pregunta y nadie alcanza a dar respuesta, Inma, sabia y grande, con gran acierto lo llama “impunidad” de la clase política, no sin falta de razón, puesto que si los Administradores de cualquier ente societario no están exentos de rendir cuentas sobre los aciertos y descalabros de su gestión, pudiendo incluso responder por estos últimos con su propio peculio, ¿por qué no se le aplica un rasero similar – cuando no más severo, que sería lo lógico -, a quienes administran el bien público?, siendo evidente que su temeridad manifiesta, amén de una más que habitual, por generalizada, ineptitud en su que hacer, nos provoca pérdidas ingentes que, como bien dice mi colega, quedan sumidas en la más absoluta impunidad.

Ella, siempre elegante en sus formas y aún más comedida en el uso de la pluma, como no puede ser menos, pues se caracteriza tanto por su ecuanimidad como por una apabullante objetividad, no exenta de humor, que es uno de los rasgos distintivos de la inteligencia humana más despierta, realiza un razonamiento digno de mención, si bien, lo hace desde la distancia suficiente que asegura la mayor asepsia en su opinión, despejando así toda sombra de contaminación partidista, por ser parte implicada – eso bien lo sabemos quienes vivimos, por vocación u obligación, en este Reino (absolutista) del Santo Rostro -, a colación de uno de los más gloriosos dislates perpetrados por la Administración Local contemporánea y que va a costarnos a los “aceituneros altivos” un “pico”, que, supongo yo, se cargará sobre nuestros ya castigados lomos en forma de subida del I.B.I., “ahorros” de ocho millones de euros en gastos de personal – sigo sin comprender como “ahorrar” tan ingente cantidad si no es engrosando la lista del desempleo, así que hablemos claro: hay un E.R.E. en ciernes y es crónica anunciada -, y/o “recortando” en servicios, tan básicos como precisos, como puedan ser la limpieza o el alumbrado municipal, y podríamos seguir … De donde se infiere que esa “venganza personal” va a tener un gran coste social que podría, sin el menor género de duda, haberse evitado, pues ya no es solamente, un acto inicuo que se expropie un terreno a una honrada familia sin pagarle el debido justiprecio por él, sino continuar con una innecesaria – por absurda e inconsistente – batalla judicial abocada desde el principio al fracaso, que es, señores, lo que aquí ha pasado, pues así lo manifiesta el Auto del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía al establecer de forma taxativa que la espuria finalidad que perseguía el Recurso, no era otra que “el reprobable ánimo dilatorio”, dilación ésta que hubiera supuesto un “suma y sigue”, adicional, en cuanto a los intereses originados durante su, estimada por el avieso ejecutor más diferida, tramitación y que habría venido, necesaria y consiguientemente, a engrosar la deuda de las cada vez más exiguas arcas municipales, “hucha colectiva” ésta, próxima ya al fenecimiento.

En atención a lo cuál, hemos de remontarnos a la época de las monarquía absolutas, a la creencia del origen divino del poder que, en la actualidad, se traduce en la simple “entronización de la soberbia” de aquellos “impunes” dirigentes que atesoran el vano convencimiento de creerse ungidos por el dedo Todopoderoso del Supremo Creador, olvidándose así de que reposan en ese “trono” sus fláccidas posaderas, no por divina, sino por popular voluntad, mientras se jactan de la generosidad de regalarnos su despótica administración, obviando, siempre, el costo de la misma… Inma aludía a esa frase de quien fuera otra de las “elegidas” Ministras por voluntad Suma, Carmen Calvo Poyato: el dinero público no es de nadie”, se atrevió la mentecata a afirmar en una entrevista concedida al periódico ABC, esta frase de la Ministra de Cultura Socialista, desde 2.004 a 2.007 – que tiene guasa que en los archivos relativos a la misma, quien ya afirmara, petulante en su día, que “había sido cocinera antes que FRAILA”, se contengan éste y otros episodios como el jocosamente recordado de “Pixi y Dixi”  en respuesta, durante una de las sesiones parlamentarias, al Senador Van Halen, siendo como era y digo yo, que seguirá siendo, DOCENTE, ¿en manos de quien está la educación de nuestros hijos? -, pero esta o similar locución bien se la podríamos  atribuir a cualquier otro político actual, de primera división o de regional B, con independencia de las siglas de su incompetente militancia y a los hechos me remito, porque la temeraria querulancia de nuestra Administración Local, va a costarnos a todos los parroquianos la friolera de 273.000 euros, pago por los terrenos expropiados, alrededor de otros 200.000 euros más, por los intereses de demora devengados durante estos once años – y que no han sido más gracias a la rápida resolución del Tribunal, algo con lo que no se contaba -, más las justas y consiguientes costas que le han sido impuestas… La justicia es lenta, sí, pero segura… aunque ¿DEBE SER TAN CARA?, supongo que esa sería la pregunta con la que comparecer en el próximo Pleno Municipal… ¿cuánto nos ha costado el pleito – o su disparatada cabezonería, siendo exactos - y cómo lo va Vd. a pagar, “Sr. Excmo. Ayto. de Jaén”?... para, a continuación inocentemente, plantear si será posible acogerse, no ya a un fraccionamiento, sino a un aplazamiento en la cuota de I.B.I. o, incluso, a una insumisión a su pago como dignos objetores de conciencia que el “dinero público”… - Excmo. Sr. Ayto. - también es NUESTRO.

viernes, 11 de enero de 2013

Fumo, bebo copas y me tomo la vida a chufla, ¿qué pasa?.




Pues sí, fumo, me encanta salir de copas los fines de semana y me río, conste que suelo hacerlo cada vez con mayor frecuencia, de la vida en general, a eso, le tenemos que sumar otras costumbres y hábitos que bien pudieran también ser calificados como de “políticamente incorrectos”, ¿y qué pasa?.

El estigma de mi profesión lleva implícita esa idea generalizada de que el Abogado tiene que ser alguien serio en su trato, pausado en su hacer, mesurado y comedido en sus costumbres y oscuro en el vestir.

Así, cualquiera podría pensar, por ejemplo, que el lugar en el que trabajo debe, también, oler a rancio y a papeles húmedos, ser un espacio impersonal de paredes de un blanco inmaculado de las que en, perfecta hilera, se encuentren simétricamente exhibidos los diplomas y títulos que avalen una presunta pericia profesional y con aburrida música ambiente instrumental de fondo, etc. Nada más lejos de la realidad: mis paredes están pintadas de un cálido color ocre, color predominante que combino con un azul cobalto brillante en las persianillas y marcos de las láminas multicromáticas de Gustav Klimt, diseminadas por toda la estancia entre otros dibujos infantiles – enmarcados a juego – que me han venido regalando mis sobrinos, en diversos eventos o atendiendo a diferentes causas. Y no, tampoco escucho música ambiental para trabajar, normalmente es P!nk, Gwen Stefani, Amy Winehouse, Rob Stewart, Emeli Sandè, The Cure, Coldplay, Sting, No Doubt, U2, Gotye… o cualquiera de los más de doscientos C.D’s de los que hago acopio junto al archivo de carpetas colgantes, donde guardo mis expedientes.

Tengo la mala costumbre también, ya lo sabéis, de ver las cosas con el mayor humor posible – normalmente ácido, cuando no recalcitrante o cáustico, siempre corrosivo -, empezando por reírme de mi propia sombra, lo que no implica, en modo alguno, que sufra, con relativa regularidad, contrariedades y algún episodio, transitorio, de mal humor, aunque el mismo suela durar más bien poco.

Me caracteriza, principalmente, mi impulsividad. Si hay algo que me encanta son los VAQUEROS, (¡los adoro!) de todos los modelos y colores, que no dejo de utilizar ni cuando entro a una “sacrosanta” Sala de Vistas – odio, por principio, los aburridos trajes de chaqueta porque soy de la opinión de que la elegancia no reside en ellos, si no en quien los lleva, por lo que no se hace preciso adoptarlos como “uniforme” -; disfruto (a tope) del fin de semana, especialmente de los sábados, siendo el día tradicionalmente consagrado, por mí, al asueto y a la holganza, mi favorito es ese momento, único por delicioso, en que me encuentro tumbada en el sofá, sumida en un placentero estado de semiinconsciencia, vulgarmente conocido como “siesta borreguera” o “del Obispo” y que tiene lugar justo antes de la hora del almuerzo, un breve y “necesario” descanso de unos veinte minutos, no más – tras el reparador sueño nocturno de un interminable viernes, cuya finalización se ha prolongado más de lo habitual y que culmina con un profuso desayuno a una hora inusualmente tardía para mí – indicativo del parsimonioso transcurso del día que termina frecuentemente en una salida nocturna en la mejor de las compañías, destacando siempre la presencia obligada del ABSOLUT – NARANJA… Pues sí, todo eso y más hago, pero como cualquiera de los que me leéis… Y a los hechos me remito:

Me encuentro en el andén de la Estación de Autobuses, un espacio semiabierto, a la espera de recoger unos sobres que me envían desde otra localidad – como antiguamente -, a través del “transporte regular de pasajeros” que parece que nadie haya inventado aún el “servicio de mensajería”, hay un retraso en la línea y empiezo a impacientarme: “¡Dios!... como si no tuviera yo, otras cosas mejores que hacer…” (Resoplo angustiada, la simple reproducción mental de mi agenda en ese momento, me produce ansiedad). “Bueno… resignación (me digo), total, no puedo hacer otra cosa…”. Me enciendo un cigarrillo, a pesar de la prohibición estatal de NO FUMAR EN ESPACIOS PÚBLICOS, que han sido declarados “ESPACIOS SIN HUMO”, “¿¿¿¿¿Sin humo?????... ¿Qué pasa… que los vehículos expelen ahora confeti multicolor?... Bah!”. De repente, noto cómo se me clava una penetrante e intensa mirada en la nuca – lo he percibido con la misma claridad como si me hubieran taladrado el cráneo con una broca del nº 10 -, exhalo una bocanada de humo, sin duda, para hacer acopio del valor suficiente como para enfrentarme a esa “mirada” escariadora y lentamente, muy lentamente, me doy la vuelta. Topo entonces con la aviesa visión de dos ojillos oscuros, como los de una comadreja, enterrados entre una infinidad de arrugas, de un octogenario personaje que me está asesinando con esa mirada mustélida… “Este va a ser uno de esos “esquiroles” que por indicación médica deja de fumar, cuando lo lleva haciendo toda su vida, y es ahora el más radical de los intolerantes al consumo de tabaco en esa absurda cruzada… Verás, verás como la monta” (Me digo, mientras veo que se ha decidido, por fin, a caminar en mi dirección). “Pues nada – jejeje – aquí estamos, vamos a recibirlo a “porta gayola”…Que no merece menos tan pintoresco caballero andante”. Con ese arrastrar de pies cansados, propio de la senectud, del que hacen gala ya quienes detentan, en su haber personal, el crédito de toda una vida que contar, el buen hombre se aproxima, conforme se va acercando su gesto se vuelve más y más adusto, cuando se encuentra a escasos 25 cm de mí, lo que ya considero una hosca intromisión en mi espacio vital, me dice “Señorita, señorita… que aquí no se puede fumar, ¿no ha visto los carteles?” – Todo ello con esa característica forma de vocalizar, típica del usuario de dentadura postiza que ya ha tomado holgura y el inconfundible “lentol” de un carajillo recién  atizado -. “… Pues, mire Vd. caballero… (Pausa) Si me está Vd. recriminado que, en este preciso momento, me encuentre plácidamente fumando este cigarrillo y me exhorta a que lo apague, lo haré. (Pausa) Lo haré sólo si es porque a Vd. le molesta el humo, pero si es por el cartel, lamento comunicarle que seguiré fumando” (Vamos con el precio que ha alcanzado la cajetilla, como para tirar un cigarro a medias). “¿A mí?, ¿a mí qué me va a molestar… (Replica) Si me he pasado 65 años fumando… (Jejejeje, ¿ves?, si ya te lo decía yo, estos son los peores, los más acerbos, por resentidos, defensores de la prohibición)… Pero es que aquí no se puede fumar” (Insiste con obstinación). “Caballero, le repito, nuevamente, que si no es por que a Vd. le produzca la más mínima molestia, no tengo ninguna intención de apagar el cigarrillo…” (Intento zanjar así la polémica) “Pues está prohibido y voy a ir a buscar al <guarda> y se lo voy a decir”, me amenaza y me digo hastiada: “Sí, está prohibido, Ley 28/2.005 de 26 de diciembre… y ¡dale!, ¡qué plomo de hombre!... Y sí, vaya Vd. a buscar al <guarda>, que supongo, querrá decir uno de esos Controladores de Seguridad… sin más autoridad que la que podría tener yo misma si me hubieran contratado para tales fines”. Le contesto, ya casi sin ganas, que tengo mucho trabajo atrasado a mi vuelta al Despacho como para empezar una absurda discusión con el picatoste dinosaurio que me pueda demorar aún más: “Es su obligación ciudadana, caballero, no lo olvide: contribuir a la justicia, teniendo el deber de denunciar las conductas que sean contrarias a la Ley… Por cierto, encontrará Vd. al vigilante de seguridad en la puerta de la Estación, estaba fumándose un cigarro allí, el hombre,  cuando he llegado…” – Le indico amablemente, no tanto porque, consciente de la velocidad de su desplazamiento hasta la salida, el tiempo empleado en contarle al Controlador que hay alguien - de los muchos “alguienes” que fuman en los andenes - fumando y el preciso para que el otro acceda a venir, no sé bien a qué por otro lado, puesto que lo único que puede hacer es solicitarme, además educadamente que nunca se sabe por donde te pueden salir, que apague el cigarrillo, sino por dejar de escucharlo… Lo veo alejarse, a la vertiginosa velocidad de una tortuga reumática, mientras me digo:

“Pues sí, FUMO (en sitios donde no se debe, prohibición absurda donde las haya cuando hablamos de espacios abiertos o semiabiertos), BEBO COPAS y me TOMO LA VIDA A CHUFLA, como bien se puede comprobar a través de la lectura de mi Blog, y yo me pregunto…  ¿QUÉ PASA?”

jueves, 10 de enero de 2013

Sí,lo reconozco, yo también me levanto del suelo tras caerme, con una sonrisa (falsa) de “aquí no ha pasado nada”. ¿Y qué?.

Cuando esta mañana, como cada día, me dirigía al Despacho, he presenciado un episodio que me ha dado qué pensar, paso a narrarlo:

Es temprano, voy caminando con prisa por la calle, una vía principal de la ciudad ligeramente inclinada, a mi espalda cascabelean unos pasos presurosos… La propietaria de los mismos, avanza a pequeñas pero raudas zancadas – supongo que las que le permiten los altos tacones de aguja, sin hacerle perder el equilibrio -, pero a tal velocidad que, en apenas unos segundos, soy yo quien sucede su marcha. Se trata de una chica alta, con una larga melena rubia e impecablemente vestida que, sin duda, ha debido madrugar mucho para concluir la exitosa obra de acicalamiento que exhibe ahora. En dirección opuesta veo acercarse al típico operario paticorto y en traje de faena que camina con desgana y sin terminar aún de haberse desperezado, a juzgar por la legañosa, pero ya lasciva, mirada que clava en esa Barbie de tamaño natural que, en breve, va a cruzarse en su trayectoria… (Luz roja de alerta: ¡¡¡¡peligro, peligro…!!!!, constataré, pasados unos segundos, como el WARNING que se ha encendido en mi cabeza no ha sido una falsa alarma).

El orondo obrero ha mascullado cualquier barbaridad – no estaba tan próxima para percibir con nitidez sus, apuesto, insolentes vocablos – que he advertido, en ese momento, sólo como un grotesco e ininteligible mascullo, un rebuzno o gutural sonido similar, preludio de un agudo silbido, pero su destinataria sí, por lo que se ha vuelto unos instantes para dirigirle un sonoro y ofendido: “¡CEEEERD….!”, tan merecido calificativo, ha terminado en la cadencia final de la “O” sobre la acera… (¡Oooooooooh!)  La Barbie de tamaño natural, a pesar de sus denodados esfuerzos por volver a la primitiva posición vertical, trastabillar unos metros, como intentado asirse a un imaginario apoyo que, desgraciadamente, no consigue encontrar, ha dado entonces de bruces, con sus huesos en el suelo, con la consiguiente rebelión de cuantos enseres portaba en su bolso (imitación y mala, todo hay que decirlo) de Fendi, que en décimas de segundo y como tomando vida propia, han quedado esparcidos a su caprichoso antojo por todo el alrededor… El panzudo origen del siniestro, no ha podido reprimir – tal y como era previsible -, una sonora carcajada, tan obscena como la causa misma de la caída, si cabe, el resto de los viandantes han sonreído disimuladamente, sofocando la inevitable e incómoda risilla que suele suceder (no sé por qué extraño motivo es, siempre, la reacción espontánea) a estos acontecimientos y unos pocos, haciendo idénticos esfuerzos, nos hemos apresurado en auxilio de la víctima quien, como impulsada por un resorte invisible, se ha puesto en pie nuevamente, mostrando toda una hilera de dientes perfectos y artificialmente blanqueados – por presentar la dentadura superior uno o dos tonos más níveos que la inferior, observo -, intentando convencer a los involuntarios espectadores o convencerse a sí misma, vamos a ser sinceros: “Estoy bien, estoy bien… ¡uf!, (resopla, trémula, la azorada chica) no ha pasado nada”… “No ha sido nada, no ha sido nada... (risita nerviosa por lo embarazoso del incidente)... No ha sido nada", repite, recomponiéndose la estudiada melena, mientras un atento caballero de mediana edad se afana en recoger toda una colección de cosméticos, bolígrafos descapuchados, un cepillo de pelo, un móvil y otros obligados – por habituales e imprescindibles – bártulos diversos, propios de toda feminidad que se precie, que comienza a entregarle a su legítima y dolorida, por más que lo niegue, dueña quien, a su vez, sonríe entre evidentes muecas de un dolor, mal disimulado pues así lo delata el rictus de sus labios, que el leñazo no ha sido para menos…

Tras lo cuál y siguiendo mi camino he rememorado alguna de mis caídas, que sí, yo también las he sufrido – como cualquier hijo de vecino- y, curiosamente y para desencanto de quienes conocéis de mi personal tendencia hacia los tacones, taconcitos y taconazos, rara vez, ha sido cuando caminaba sobre ellos… Es más, la última tuvo lugar hace relativamente poco y aún cuando me propusiera explicaros ahora cómo fue, no podría, pues se trata de algo incomprensible. Salía de casa dispuesta a dar ese tan anhelado y largo paseo dominical al sol de invierno, equipada adecuadamente para ello, es decir, zapato plano y cómodo; el acerado estaba expedito de cualquier obstáculo que motivara un tropezón al viandante distraído y limpio, también, de cualquier sombra o mácula que propiciara un resbalón, aún así y sin alcanzar hoy a justificar, todavía, el motivo, me ví repentinamente suspendida en el aire, de lo único que en ese momento podía tener consciencia era de mis propias palabras, que – recuerdo como en una nebulosa aislada del mundo exterior - resonaban ajenas y ralentizadas en su modulación y del posterior, e ineludible, golpe contra el rígido embaldosado municipal que motivó mi repentina (y dolorosa por violenta e inopinada) vuelta a la realidad entonces. Había intentado, si bien en vano, amortiguar el impacto con las palmas de las manos: pues el TRASTAZO fue monumental, un dolor, seco e intenso, que empezaba a acrecentarse no me impidió, no obstante, mirar rápidamente – con ávida y angustiosa desesperación, tengo que admitirlo – hacia todos los lados, en busca de algún inoportuno espectador, mientras imploraba, impotente pero más tranquila ya ante la ausencia de testigos, con la desvalida mirada del “carnero degollado”, a quien entonces me acompañaba, que se había quedado paralizada, portando en ambas manos las cajas cuyo destino final era el contenedor de papel, ayuda para poder levantarme… (¡Diiiiiiiiiiios!...¡Qué sensación de ridículo, las orejas me ardían…!, ¡qué vergüenza!) Ante la exánime actitud de mi acompañante y mi manifiesta incapacidad para ponerme en pie, le pregunté, con esa sonrisa que tiende a enmascarar el bochornoso rubor del reciente acontecimiento: “¿Te has planteado, por un casual, dejar las cajas y ayudarme?, creo que prefiero mirarte desde otra perspectiva más elevada, la verdad…”, fue lo que le hizo reaccionar – creo yo ahora, casi tres semanas y dos desvanecidos hematomas en sendas rodillas, después -, como si no hubiera transcurrido, ya más de un minuto y medio desde que aterrizara y pacientemente esperase su ayuda, se apresuró en ese preciso momento – y no antes, insisito - a dejar caer los embalajes y agachándose hacia mí, me preguntó: “¿Estás bien?, ¿te has hecho daño?”… Jejeje y ahí es, irónicamente, donde aparece el mecanismo de defensa ante el vergonzoso percance padecido: “Nooooo… ¡qué va! (miento vilmente y sin ningún pudor) si es que no sé como ha sido, estoy bien, estoy bien… No ha pasado nada, de verdad”…

Y ahora, querido seguidor, que seguro que te estás riendo, creo encontrarme plenamente legitimada para dirigirte la siguiente cuestión: “¿DE QUÉ TE RÍES, es que tú nunca te has caído, te has levantado rápidamente - como impulsado por una fuerza extraña - deseando que no te haya visto nadie y si, por algún infortunio, ha habido quien ha presenciado tu caída y en ese mismo momento te mira, aguantándose la inevitable risa, tú no le has dicho SONRIENTE: “ESTOY BIEN, NO HA PASADO NADA”… o QUÉ?”.

miércoles, 9 de enero de 2013

De cómo sobrevivir al desamor y no quedarse en el intento y de otras ordinarieces similares.



Hace algún tiempo, una queridísima e inestimable amiga, me narraba lo duro que había resultado ponerle fin a la tormentosa relación que había venido manteniendo, mediando no obstante, algunas interrupciones intermitentes, con quien fuera su “pareja” durante casi una década. Me contó, entre diferentes episodios tan abyectos como, sin duda, dolorosos para su protagonista, por sufrirlos en sus propias carnes, cómo llegó, incluso, a precisar de la ayuda de un Psicólogo, que tras algunas sesiones logró convencerla – hasta el punto de haberlo elevado, hoy, al rango de simbólico paladín rector de su existencia - de esa maravillosa frase que el, desafortunadamente fallecido, Fernando García Tola le dedicara en “Esta Noche” a la gran fetiche almodovariana, Carmen Maura: “Nena, tú vales mucho…”.

En la actualidad, lleva casi dos años, felizmente, en régimen análogo al del matrimonio con quien, sin duda, habrá de terminar sus días, algo por lo que me congratulo sinceramente y que me lleva ahora a reflexionar sobre la importancia de aprender no sólo a convivir ya, sino a superar los fiascos y desencantos que sufrimos con personas que considerábamos importantes, en ocasiones incluso, imprescindibles, en nuestra vida y que, andado el tiempo recordamos, con apenas una ligera sonrisa de sarcástica y aliviada añoranza, como meros episodios anecdóticos y casi siempre, enriquecedores de nuestra andadura vital… Valiosas experiencias de gran utilidad para el futuro, sin duda, al constituir la evidente prueba de lo que no puede ser definido sino como una GRAN ORDINARIEZ.

No debe constreñirse esta ponderación, únicamente y no obstante, a la pareja, puesto que el desamor, al igual que el amor, reside, acechándonos, en todas y cada una de la amplia tipología que integra el polifacético mosaico de relaciones humanas: amor paternal, maternal, filial, fraterno,…, amistoso y luego, claro… está el AMOR sentimental o de pareja (acertadamente llamado “enamoramiento”), cuya desaparición, ya sea voluntaria o involuntaria, consensuada o contenciosa, es, sin duda, la más ordinaria, en el sentido de “lenguaraz” o “soez”(y me refiero a los sentimientos que suele suscitar), que no en su uso de “común” o “habitual” - no tiene por qué -.

Así ¿quién no ha tenido en su vida, durante algún lapso temporal, a determinados seres, que por afición o vocación, por hastío o resentimiento ante su afligida existencia, o vayamos ahora a saber cuáles sean los motivos que a ello los mueven  – que son tan sinuosos como inexpugnables los vericuetos de la mente humana, tanto más cuanto más desequilibrada se halle -, no digo yo que conscientemente, pero con frecuencia y aún de un modo involuntario, su mera presencia nos ha resultado harto nociva?, ante lo cuál no cabe sino su condena al destierro, al más rotundo y silencioso ostracismo, a la profunda indiferencia, como único mecanismo de defensa para evitar la contaminación de esa toxicidad que, viscosa, se nos adhiere a la piel hasta convertirse en una purulenta capa que nos impide, realmente – cuán molesta piedra en el zapato -, encontrarnos con el fin y destino último, por derecho, de todo ser humano: SER FELIZ.

Si, hoy, a colación de esto, echo la vista atrás, se me ocurren un par de ejemplos a los que, lejos de guardar rencor, o cualesquiera otros sentimientos negativos, me mantienen sumida en la más tibia de las indiferencias – displicencia, la que apunto, que experimento ya sea en la vertiente positiva, como en la negativa: NI AMOR (tan siquiera en su grado más leve y atenuado del mero aprecio)  NI ODIO, la nada, el más absoluto y oscuro vacío -, porque en esto de los amores y desamores de la especie humana, en cualquiera que sea la vertiente donde germinen, la vida me ha enseñado a contener la alegría, de manera que no alcance jamás la cota de una euforia condenada, desde su florecimiento, a su defenestración, más temprano que tarde, y a ser prudente con el rechazo, a fin de que no termine por desbocarse hasta la autodestructiva animadversión… o lo que es lo mismo: prudencia en las filias y comedimiento en las fobias.

Mi amiga, hoy una persona que, podíamos calificar como plena por encontrarse en un estado de felicidad absoluta – admirado y admirable, por no decir envidiable – no ha pasado sino por donde todos y cada uno de nosotros hemos pasado o tenemos, ineludiblemente, que pasar, lejos de guardar resentimiento alguno, ha sabido reinventarse, y con el tamiz que nos otorga, le otorga, la experiencia, ha procedido a separar lo prescindible de lo que no lo es, reconociéndole valor a lo que realmente lo detenta. Me planteaba ella, durante esa misma conversación, si para tal logro se hacía necesario negarle la palabra al sujeto en cuestión, mi respuesta fue rotunda: “no es tan culpable el que niega la palabra, como quien provoca la negativa”, siendo además, en la mayoría de las ocasiones, el único medio a nuestro alcance para propiciar la expulsión, efectiva e irreversible, del condenado a esa errática peregrinación apátrida, pues habrá pocas ordinarieces mayores ya que la de provocar en tu igual la indiferencia  e invisibilidad de tu propio ser… A veces por cansino, otras por envidioso, por egoísta – algunas – y siempre, hecho cierto es, por el claro efecto pernicioso que le provocas…

Otra distinta, sin duda, de las prácticas más extendidas en este bendito y maltrecho, por desgracia, país nuestro, es la viperina (por ordinaria) afición a hablar de las vidas ajenas – que triste debe ser la nuestra para tener que fijarnos en las del prójimo -, vidas pertenecientes a personas que o bien despiertan una de las más bajas pasiones humanas, cuál es la ENVIDIA, a la sazón, pecado capital para los recatados y puristas creyentes, o bien por el mero hecho, detractor tan vil como gratuito, de denostar a quien es objeto de ADMIRACIÓN… En ocasiones, las menos, que también tienen cabida, se realiza sólo como simple ejercicio de entretenimiento ante una vida propia carente de afectos y tediosa, dedicándonos entonces a hablar de lo que se sabe y de lo que no, a inventar y magnificar, precisamente, aquellos aspectos del objeto de la crítica, que mayor deseo nos suscitan… que son, los que materializan nuestra carencia.

Me resulta inevitable, sonrío ahora mientras escribo esto, acordarme – aunque no sé muy bien el motivo al que obedece, probablemente por haber mencionado a Carmen Maura con anterioridad -  de esa película de Carlos Saura “¡Ay, Carmela!”, ambientada en el escenario de nuestra Guerra Civil, en la que tres dispares cómicos – Carmela, Paulino y Gustavete el mudo - ofrecen su espectáculo para el Bando Republicano, cuando en su desesperada huída de las penalidades sufridas, en dirección a Valencia, acaban, por uno de esos caprichosos avatares del destino, siendo prisioneros del otro bando, resultando pues así que la única forma de mantenerse vivos es la de actuar para unos espectadores cuya ideología es radicalmente opuesta a la de los actores… Es increíble lo que la naturaleza humana puede llegar a soportar, como también lo son, los límites de su maldad… En ambos casos, lo aconsejable es llevarlo con humor y reírse, no tanto de quienes con el transcurso del tiempo terminarán al margen de nuestras vidas que ya se sabe que “en el pecado va la penitencia”, como de nosotros mismos, lo cuál será el mejor revulsivo que nos haga llegar a estar, siempre, en un estadío superior al que nuestros “envidiosos detractores” se encuentran, en su descendente caída…

En esta España de sainete y opereta, la vida tiene lugar en un patio de vecinos, nadie está libre de cometer estas y otras ordinarieces, o de ser la víctima de su cianuro…