Es una hora inusualmente
temprana del primer domingo de octubre. Comienza a amanecer sobre Jaén y
lentamente se despereza el alba que, a tímidos bostezos, destila una calma y
quietud en clara pugna con el sueño, inquieto y poblado de continuas
interrupciones, que lo ha precedido. Es la incertidumbre acerca de lo que va a
pasar en Cataluña la que me ha impedido el reparador descanso, la congoja por
lo que hoy pueda ocurrir en esa parte de España y por la situación de quienes como
residentes, habituales o eventuales allí desplazados por el cumplimiento de su
deber ante la demencia secesionista de una minoría, están ahora compartiendo este
mismo desasosiego en la distancia. Entra el aire fresco del albor acariciando
el silencio que inunda, aún, las calles. Una brisa que se me antoja perfumada
con los colores atornasolados diluyéndose hacia la luminosidad del día y que hace
ondear la bandera que pende de la baranda de mi balcón. Mi balcón… Sonrío
mientras reconozco la importancia que, paulatinamente y desde el inicio, ha ido
cobrando. He de admitir que se ha terminado convirtiendo en una simbólica tribuna
de mis distintas reivindicaciones. Recuerdo ahora la primera solicitud enviada
al Ayuntamiento, junto con mis mejores deseos de paz, amor y distinguida
consideración para el Sr. Alcalde y el resto de ediles del Consistorio, por la
que rogaba la instalación de alumbrado navideño en mi calle. A ella, ante la
falta de respuesta, le sucedieron diez más, una por año – se instauró, así, la
sarcástica liturgia de una recurrente desatención institucional a mi demanda que
daba inicio a las Fiestas-, en las que el tono fue tornándose más jocoso pues llegué
a sugerir la posibilidad de una bonificación en el IBI dado que, como abnegada
y cumplidora contribuyente ciudadana, se me privaba de disfrutar de tan
entrañable luminaria durante esas fechas hasta que, finalmente, el pasado mes
de diciembre decidí instalar una ristra de pequeñas bombillas de luz cálida que
aún continúa a modo de protesta y que, incluso, enciendo cuando se espera el
ceremonioso tránsito de la autoridad municipal durante algún paso procesional
en Semana Santa. Hoy, claro, a esas luces les acompaña la bandera. Vuelvo a
mirarla y me pregunto cómo se puede abjurar de ella y de lo que representa. En
cualquier otro país del mundo el amor a los colores patrios es síntoma de
ejemplaridad cívica mientras en el nuestro, con origen cierto en complejos
jamás superados y fracturas sociales apoyadas sobre las bases del rencor,
parece ser una deshonra exhibir con orgullo nuestra enseña. No puedo entender
que los españoles tengamos que exigir el respeto por la unidad territorial de
nuestra nación, por la Democracia y la legalidad, sacando banderas a la calle
cuando ese derecho, que se presume inviolable al consagrarlo así la
Constitución, debería resultar indemne a cualquier tentativa de agresión.
Espero, mientras escribo estas líneas disfrutando del primer café, que la indolencia
del Gobierno Central no provoque que la bandera deba permanecer mucho más
tiempo colgada - como las luces que la desidia municipal mantiene en mi
balcón - aunque sepan Vds. que, si ese fuera el caso, ahí permanecerá por
siempre, majestuosa y grande, la bandera rojigualda, símbolo inequívoco de la
grandeza y el honor que nunca debimos perder.
“Dios es español y está de parte de la Nación estos días”.
(Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, s. XVII)
Publicado en la columna de los
lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 02/10/17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu participación en este Blog, recuerda que tu comentario será visible una vez sea validado.