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lunes, 2 de octubre de 2017

Mi tribuna de la reivindicación.


Es una hora inusualmente temprana del primer domingo de octubre. Comienza a amanecer sobre Jaén y lentamente se despereza el alba que, a tímidos bostezos, destila una calma y quietud en clara pugna con el sueño, inquieto y poblado de continuas interrupciones, que lo ha precedido. Es la incertidumbre acerca de lo que va a pasar en Cataluña la que me ha impedido el reparador descanso, la congoja por lo que hoy pueda ocurrir en esa parte de España y por la situación de quienes como residentes, habituales o eventuales allí desplazados por el cumplimiento de su deber ante la demencia secesionista de una minoría, están ahora compartiendo este mismo desasosiego en la distancia. Entra el aire fresco del albor acariciando el silencio que inunda, aún, las calles. Una brisa que se me antoja perfumada con los colores atornasolados diluyéndose hacia la luminosidad del día y que hace ondear la bandera que pende de la baranda de mi balcón. Mi balcón… Sonrío mientras reconozco la importancia que, paulatinamente y desde el inicio, ha ido cobrando. He de admitir que se ha terminado convirtiendo en una simbólica tribuna de mis distintas reivindicaciones. Recuerdo ahora la primera solicitud enviada al Ayuntamiento, junto con mis mejores deseos de paz, amor y distinguida consideración para el Sr. Alcalde y el resto de ediles del Consistorio, por la que rogaba la instalación de alumbrado navideño en mi calle. A ella, ante la falta de respuesta, le sucedieron diez más, una por año – se instauró, así, la sarcástica liturgia de una recurrente desatención institucional a mi demanda que daba inicio a las Fiestas-, en las que el tono fue tornándose más jocoso pues llegué a sugerir la posibilidad de una bonificación en el IBI dado que, como abnegada y cumplidora contribuyente ciudadana, se me privaba de disfrutar de tan entrañable luminaria durante esas fechas hasta que, finalmente, el pasado mes de diciembre decidí instalar una ristra de pequeñas bombillas de luz cálida que aún continúa a modo de protesta y que, incluso, enciendo cuando se espera el ceremonioso tránsito de la autoridad municipal durante algún paso procesional en Semana Santa. Hoy, claro, a esas luces les acompaña la bandera. Vuelvo a mirarla y me pregunto cómo se puede abjurar de ella y de lo que representa. En cualquier otro país del mundo el amor a los colores patrios es síntoma de ejemplaridad cívica mientras en el nuestro, con origen cierto en complejos jamás superados y fracturas sociales apoyadas sobre las bases del rencor, parece ser una deshonra exhibir con orgullo nuestra enseña. No puedo entender que los españoles tengamos que exigir el respeto por la unidad territorial de nuestra nación, por la Democracia y la legalidad, sacando banderas a la calle cuando ese derecho, que se presume inviolable al consagrarlo así la Constitución, debería resultar indemne a cualquier tentativa de agresión. Espero, mientras escribo estas líneas disfrutando del primer café, que la indolencia del Gobierno Central no provoque que la bandera deba permanecer mucho más tiempo colgada - como las luces que la desidia municipal mantiene en mi balcón - aunque sepan Vds. que, si ese fuera el caso, ahí permanecerá por siempre, majestuosa y grande, la bandera rojigualda, símbolo inequívoco de la grandeza y el honor que nunca debimos perder.

“Dios es español y está de parte de la Nación estos días”.
(Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, s. XVII)


Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 02/10/17.

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