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lunes, 29 de enero de 2018

El tonto y la ‘verea’.


Categórica es la sabiduría popular, basada en la incunable experiencia del vivir, al rezar “cuando un tonto coge una ‘verea’ se acaba la ‘verea’ y sigue el tonto”... Tras la descarnada pugna a sangre y puñal, ya sofocada, por lo que parecía ser la sucesión de un pretendido Rajoy fenecido, don Mariano, que no se anda con chiquitas, ha firmado cuantas sentencias de ejecución política ha sido menester frente a los osados que amagaron con obstaculizar sus planes de un perpetuo apoltronamiento en el sacrosanto trono de la Moncloa -¡con pistolicas de agua y naricicas de goma le va a venir nadie al gallego!-. Ha sabido dividir, hábilmente, a sus enemigos hasta provocar el recíproco exterminio quedando, siempre, incólume a toda culpabilidad y ya ha confirmado que se presentará candidato para volver a liderar el PP. Un PP que se desmorona bajo unos cimientos pútridos, deteriorados por la carcoma de la corrupción y el estatismo timorato en las labores, legítimamente exigibles por la ciudadanía, del gobierno de una nación soberana más expuesta que nunca a los peligros de su desfragmentación. Ha sido larga la ‘verea’, demasiados años, quizás, en el poder desde que diera inicio su trayectoria a principios de los 80. Una senda transitada en compañía de millones de españoles, ya hastiados, que se han ido quedando en sus márgenes aunque, esto, poco – o nada- le haya importado al andariego que, con paso firme y ajeno a críticas y advertencias, continúa su marcha alentado por los vítores de quienes medran a su sombra. Hoy, tras numerosas derrotas electorales de un desacreditado partido que han encontrado su culmen en Cataluña con un hilarante “entierro de la sardina”, los continuos incumplimientos de promesas electorales garantistas del derecho a la vida o de la lucha contra los herederos naturales del terrorismo etarra y las reveladoras informaciones acerca de una financiación ilegal y del enriquecimiento ilícito de algunos de sus dirigentes, Mariano Rajoy se postula, por sexta vez, como único líder de una institución, fermentada y añeja, que impide el paso a nuevas caras, libres de pecado y merecedoras de mayor crédito, que puedan revitalizar una organización con metástasis aplicando una terapia de choque que limpie el engranaje y recupere el hálito de lo que un día fue, y supuso, el Partido Popular -¡bendito tiempo aquél!-. Pero ya se sabe que “cuando el tonto coge la ‘verea’…” y es, precisamente, ese obcecado empecinamiento en seguir quemando cartuchos, de pólvora húmeda se entiende, lo que está provocando la agonía, una lenta exanguinación de votos que resbalan hacia otras siglas. Un descontento generalizado que invade, incluso, el mecanismo endógeno de la propia organización, también en esferas inferiores: las de las otras ‘vereas’, municipales o regionales, en las que, aquellos a quienes se acusa de insurrectos, se niegan al inamovible estatismo de cargos imperante, a los “dedazos” del amiguismo  interesado y a las predecibles coronaciones de delfines prematuramente endiosados,  los mismos, silenciados, que reprueban la autoritaria endogamia que se retroalimenta del “hoy por ti, mañana por mí” y que, indefectiblemente, se ven, por ello, condenados al vil ostracismo. Y es que el hartazgo aunque ignorado por el instinto de supervivencia de la ególatra cúpula popular es patente entre votantes y militantes que asisten incrédulos a un ceremonioso harakiri pues deben pensar, los impasibles dirigentes, que esa muerte es más honrosa que un abandono del campo de batalla que, en modo alguno, sería por cobardía pues se requiere gran gallardía para reconocer la manifiesta incapacidad propia para seguir tripulando una nave a la deriva que se hunde con el lastre de la negación de lo evidente… y es que la ‘verea’ hace tiempo que se acabó.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 29/01/2018.

lunes, 22 de enero de 2018

Nuestra protección no es su lucha.



Es una tarde de viernes, como cualquier otra, me encuentro absorta en las líneas de un artículo del ‘Irish Independent’ acerca de la temprana e inopinada muerte de la cantante de The Cranberries, icono de toda una generación, la mía, cuando me sobresalta el sonido alertando de que el buzón electrónico acaba de recibir un nuevo e-mail y aunque la lectura es interesante la curiosidad me obliga a interrumpirla, consulto el correo. Es una solicitud de apoyo, a través de la plataforma change.org, a la petición formulada por el padre de Diana Quer quien, bajo el lema “tu protección es nuestra lucha”, solicita apoyos para evitar la derogación de la prisión permanente revisable en los casos de delitos de extrema gravedad. Sin dudarlo la suscribo y explico el motivo, no es una decisión repentina y guiada por la indignación provocada tras conocer los detalles más escabrosos de la actuación de ese psicópata de grandes incisivos que tras su bobalicón rostro, casi cómico, esconde un alma despiadada y enferma. Esta medida coercitiva que entiendo ajustada y proporcionada para determinados ilícitos y así lo avalan sujetos como éste o los protagonistas de numerosas crónicas de sucesos – Bretón, Santiago del Valle, Carcaño y tantos otros depredadores sexuales – que contemplamos, no obstante, desde la poco empática y lenitiva distancia de resultarnos ajena la familia afectada. Fue, cabía esperarlo, el PNV quien presentó una proposición de Ley tendente a la derogación de la pena introducida en el Código Penal por el PP en 2015 – que desaparecerá, si no lo remediamos, en unos días -, castigo éste que, curiosamente, parece herir la extrema sensibilidad, tan cívica y avanzada, de nuestros representantes legislativos que no la de la ciudadanía, pues casi un 70% se muestra proclive a su aplicación, propuesta a la que se unió la totalidad de la “progresía” como adalid de los derechos humanos, la justicia y la reinserción – imposible en estos casos – con la incomprensible connivencia de Ciudadanos, sigo sin comprender su abstención pues no entiendo que un tema de este calado deje indiferente a nadie: o se está a favor o se está en contra, por lo que me inclino a pensar que es un mero acto de cobardía o de pusilanimidad política de la formación redentora que tan mesiánicamente se postula como única alternativa. Con su aquiescencia, los naranjas, avalan la supresión de una condena que apoya la mayoría del pueblo español, posicionándose, junto con el bloque progresista, de parte del delincuente merecedor de una segunda oportunidad que les ha sido negada a Diana, a Mariluz, a Marta, a los pequeños Ruth y José. ¿Alguien, en su sano juicio, puede pensar que alguno de estos asesinos se rehabilitará pudiendo reinsertarse en una sociedad que no esté tan enferma como ellos?, no hemos de perder de vista que las penas tienen, efectivamente, una doble función: la punitiva a modo de expiación por el pecado cometido y que encierra, o se pretende, un efecto disuasorio y la de reinserción mediante una reeducación del delincuente que posibilite la eliminación del riesgo para la seguridad y el orden común. Algo poco probable en este tipo de conductas pero ya lo ven, la mayoría de nuestro Parlamento proclama la abolición de una reclusión a perpetuidad sometida a revisiones, garante de la seguridad ciudadana, en pro de las ‘libertades civilizadas’ y dormirán luego, los señores diputados, plácidamente desde el convencimiento de que contribuyen al sostenimiento de una sociedad desarrollada y moderna, condenándonos al resto a un desasosegado y perpetuo insomnio: nuestra protección, no es su lucha. Mientras termino de escribir el artículo me viene a la cabeza esa estrofa de la canción ‘Zombie’, inspirada en un atentado del IRA, en la que la gran Dolores O’Riordan, tras mencionar como el cadáver de un niño es recogido, se pregunta “¿Quién de nosotros está equivocado?”. Creo que, en nuestro caso, es evidente.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, el día 22/01/2018.

lunes, 15 de enero de 2018

Defender lo público en Jaén: ¿misión imposible?.


Siempre me he sentido – y me sentiré- orgullosa de ser “más de Jaén que Furnieles”. Como enamorada de mi tierra la defenderé a capa y espada pero he de reconocer que cada día se me hace más difícil poner en valor mi ciudad y sus bondades. Los ‘recursos son escasos’, hecho objetivo y totalmente cierto. No podemos ‘esperar milagros’ de quienes los gestionan, habrá de concederse necesariamente pero… se les puede, y debe, exigir una racionalización de su gestión. Lo que no se puede negar, tampoco, es el paulatino efecto disuasorio que, para quienes gustamos de practicar deporte con regularidad en las instalaciones municipales, suponen las dificultades con las que nos venimos encontrando y que terminarán abocándonos al uso alternativo de centros deportivos privados. Cada día, a las ocho en punto, acudo la piscina de La Salobreja, a excepción de los viernes que, al abrir a las nueve, la conciliación con el horario laboral se torna imposible y ahora, al parecer, también tendré que renunciar a asistir los jueves, día en el que los Centros Educativos, con algún Convenio suscrito, llevan a sus pupilos a familiarizarse con la natación. De las seis calles de las que dispone, frente a las ocho de la otra piscina municipal, se ceden tres gratuitamente para uso y disfrute de la jubilosa chavalería a fin de inculcarle la práctica del deporte. Esto es, los usuarios que, por afición o por prescripción terapéutica, abonamos el precio que nos da derecho a hacer uso de la instalación pública a una hora que, es obvio, es la única a la que podemos concurrir, nos vemos en la necesidad de hacinarnos en tres calles. Algo que puede considerarse un dislate, las razones son tan abundantes como abrumadoras y, con frecuencia, dolorosas. Para empezar porque resulta absurdo pretender un uso ‘compartido’ de una calle entre tres o, incluso, cuatro nadadores de un dispar nivel técnico – un involuntario aletazo en la cara por aquí, un accidental palazo en la pierna por allá y un más que irritante entorpecimiento continuo en los respectivos entrenamientos - y es que ésta, señores, es la particular ‘tasa administrativa’ que soportamos por inducir a la práctica de tan saludable actividad a la alborozada chiquillería. Me pregunto si, caso de que esos Convenios contemplaran un desembolso económico por el uso de las calles, se seguirían utilizando tres en lugar de dos o de una; me cuestiono, también, si para evitar este tipo de molestias, los parroquianos “de pago” que concurrimos diariamente, desistiéramos de hacerlo y migráramos, como tengo el convencimiento de que terminará sucediendo, hacia instalaciones privadas  -ya se sabe que en ese sector “quien paga, exige” y que “el cliente, a diferencia del votante que sólo la detenta una vez cada cuatro años, siempre tiene la razón”- resultaría sostenible para el Consistorio tan dadivoso empleo de sus instalaciones. Obviamente, lo imaginarán, ya he cursado la pertinente queja; según mis habituales compañeros de batalla acuática, las suyas – ante esta misma situación o las motivadas por el nivel de cloro o la temperatura del agua - jamás han sido atendidas pero yo, ya lo ven, me niego a resignarme pues cuando se abona un servicio público – y, oigan, lo pago religiosamente – nada reprobable hay en reivindicar su calidad. Defiendo el libre acceso de todo tipo de concurrencia, especialmente de la más joven, como también la práctica deportiva a cualquier edad y creo que no debe ser tan ardua la tarea, ni tan ajena a la gestión de la cosa pública, articular un horario racional de uso, en función de las características y dimensiones objetivas de cada instalación y de sus habituales usuarios, que armonice las necesidades de quienes trabajamos y queremos nadar con las de aquellos cuya jornada lectiva se extiende a lo largo de toda la mañana, optimizando así, quizás, los escasos recursos disponibles ante una creciente demanda. No faltará luego, entre nuestros insignes políticos municipales, quien se rasgue las vestiduras cuando sea galardonado con el dudoso honor de ser el nuevo ‘peor gestor público de España’. Precedentes tenemos y la senda está abierta…

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca, diario VIVA JAÉN, 15/01/18.


lunes, 8 de enero de 2018

Crónica de un bofetón anunciado.




Es lo que tienen las chapuzas. Suelen conllevar que sea, siempre, peor el remedio que la propia enfermedad. La aplicación laxa del artículo 155 por parte de nuestro Gobierno, tan laxa que incluso despertó suspicacias, al menos las mías, acerca de un posible pacto ha supuesto uno de los mayores errores del Ejecutivo pues si ‘Puigdemont I el Huido’ cometió el dislate de proclamar una República Catalana, éste fue superado con creces por Rajoy al convocar unas nuevas elecciones a la mayor brevedad y evitar, así, el “devastador” efecto de una aplicación continuada en la suspensión de la autonomía de la Comunidad rebelde. Las reglas del juego democrático no se ciñen, únicamente, a que la ciudadanía pueda ejercer su derecho a voto con todas las garantías legales sino que, además, pueda –y deba- hacerlo con libertad. El derecho a decidir libremente sobre cuáles sean las mejores opciones y que pasa por la ausencia de adoctrinamiento y el acceso global a la información, el pleno conocimiento de los timos y fraudes y los efectos de los mismos sin contaminación alguna. En las actuales condiciones no hacía falta ser un Séneca para saber que los separatistas jugarían con la ventaja de desempeñar el papel de mártires vilmente zaheridos a manos del déspota victimario. No era posible que tuvieran lugar unas elecciones libres en el mismo terreno de juego previamente excretado y emponzoñado por la basura sediciosa pero había que hacerlo cuanto antes por ese vano temor a la aplicación de los medios constitucionales que podían, quizás, haber hecho merecedor de nuevas críticas al tibio Gobierno del PP. Este remiendo, cobarde y ladino, se podía -se debía- haber evitado con la firmeza y la valentía que otorga el aval de casi ocho millones de votos, reivindicando, sin complejos ni tapujos, la unidad y la soberanía nacional, denunciando las fullerías de los secesionistas, aplicando la Ley y creyéndose el mensaje constitucional de la indisolubilidad de España. El PP, lejos de eso, ha caído en la red de sus propios miedos y ha pagado un alto precio en Cataluña con miles de votos que han migrado hacia otras fuerzas, haítos, sus propietarios, de la corrupción y la pusilanimidad que enarbola la gaviota por enseña. Sí, señores, en Cataluña ha ganado la formación naranja a quien, personalmente, jamás otorgaría mi voto pero de justicia es reconocerle, y así lo hago, a Inés Arrimadas lo que ha conseguido: derrotar a los separatistas en su propio campo, aun cuando, por obra y gracia de nuestra santa Ley Electoral, se vea abocada a continuar en la oposición. Ella ha tenido los ardiles de llamar a las cosas por su nombre, de denunciar los cambalaches de los golpistas y de clamar por la aplicación, sin paliativos, de los mecanismos legales para evitar la ruptura de España. No ha sido “una victoria que celebrarán cinco minutos para pasar luego a la oposición” como clamaba el mal perdedor, ese gigantón de estólida sonrisa cuya envergadura física es inversamente proporcional a su talla intelectual, ha sido una victoria sin precedentes y que ha supuesto un sonoro bofetón en el rostro, cariacontecido, del Partido Popular; el merecido castigo por ese estático ‘dontrancredismo’ de un líder, sin carisma y sin sangre, que está empujando a muchos a un cambio de signo ideológico o, en el mejor de los casos, a la nulidad del voto por ese empecinamiento suyo de no ventilar la casa, añeja y de enrarecida atmósfera cuyos cimientos se asientan sobre las arenas movedizas de la corruptela y la aprensiva cobardía, de Génova, 13. Una de dos: o entra aire fresco ya o el suicidio del PP está próximo eso si, antes, Ciudadanos no lo acaba fagocitando. De momento mi voto será nulo, ya lo ven, llámenlo simple coherencia.


“El honor no espera…” – “Crónica de una muerte anunciada”, G. García Márquez.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 08/01/2018.-