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jueves, 7 de diciembre de 2017

El 'Lado Oscuro' de la Navidad.



Entre la exitosa y útil peatonalización del centro urbano y el más que muy popular cambio de direcciones, los atascos de vehículos y el accidentado peregrinar de bípedos, desorientados y titubeantes ante el temor de un inopinado atropello procedente del sentido opuesto al hasta entonces natural en la circulación, la sinfonía de cláxones y los estridentes silbatos de quienes ordenan – o desordenan - el tráfico, el desplazamiento a pie se ha convertido en la mejor opción para el tránsito por Jaén. Salí de casa el viernes por la tarde con la intención de dar un solazado paseo desde esa euforia contenida que nos invade con la llegada del fin de semana y ansiosa, lo admito, por descubrir las bondades del alumbrado navideño que nuestro Excmo. Ayto. nos tenía preparado. Ya había dado por sentado que mi calle iba a carecer, como es habitual, de la más mínima catenaria lumínica que inspire esos buenos deseos que, de modo inconsciente, proferimos a cuantos parroquianos nos salen al paso durante tan entrañables fiestas. Repasaba mentalmente el presupuesto destinado a la colorista muestra de Paz, Amor y Prosperidad a la que este año se destinarían 2 euros más que el anterior, los 42.272 euritos se habían estirado, según la información del Consistorio, hasta alcanzar los 355 arcos, 71.600 puntos leds y otros 2.000 metros más de tiras de luces de bajo consumo que ornamentarían – nos decían - los árboles del Paseo de la Estación y de la Avda. de Andalucía. Atravesaba el barrio de San Ildefonso, orgullo de la ciudad, en el que los adornos navideños brillan por su ausencia o bien, los mismos, se verían eclipsados por la cuantiosa suciedad – con solera, oigan, lleva con nosotros tanto tiempo que ya hasta le hemos tomado afecto – para toparme de frente con la Carrera. Hube de reconocer que, al menos allí, se atisbaban los primeros visos de festividad a lo que contribuía, sin duda, el enorme abeto del palacio de la Diputación. “Bueno…” – pensé concediendo ilusa el beneficio de la duda -. Dejé vagar mis pasos en un calmo deambular errático para colisionar, en la calle Millán de Priego, con las representaciones, o al menos a mí me lo parecen, de un sonriente Patricio, la estrella de mar de la serie infantil Bob Esponja, tocadas con un simpático gorrito de Papá Noel. Continué caminando atenta, siempre, al nuevo sentido de la circulación no fuese a ser que, tan extasiada como me encontraba recreándome en el producto de la partida presupuestaria que iluminará nuestra Navidad, tuviera que comerme las uvas, este año, en el hospital. Me embargaba la curiosidad por descubrir en la siguiente calle, quizás, al propio Bob Esponja vestido de Rey Baltasar y así, casi sin darme cuenta, fue como desemboqué en el Gran Eje donde sendas hileras de fantasmagóricos arboles lucían unas siniestras ristras de luces, colocadas sin ningún orden ni concierto, la mera visión de los mismos me hizo salir en estampida hacia el primer taxi libre que me llevó de regreso. Durante el trayecto reparé en la lobreguez de la vía pública en zonas más apartadas: Avda. de Granada, Santa María del Valle… e incluso, ya lo he dicho, mi propio barrio, el castizo San Ildefonso. Pagué al amable taxista y mientras, sumida en mis cavilaciones, introducía la llave en la cerradura pensé que la Navidad había traído a Jaén una nueva secuela de la saga La Guerra de las Galaxias, en la que los convecinos – también contribuyentes – de determinadas zonas hemos pasado a convertirnos en los moradores del Lado Oscuro. Entré en casa, recibiendo el abrazo del calefactado hogar y me dirigí directamente al balcón, donde activé el encendido de pequeñas bombillas de luz cálida que, con motivo de la recurrente omisión consistorial pese a las reivindicaciones que llevo haciendo desde hace doce, instalé finalmente el año pasado y que desde entonces no he retirado a modo de simbólica y pacífica protesta. Las observé a través del cristal sintiéndome parte de ese enorme Ejército Imperial que conformamos la mayoría de los vecinos de Jaén y sólo pude formular un deseo para todos nosotros, los desterrados, los olvidados, los moradores de la más absoluta oscuridad. Anhelo que resonó en mi cabeza con una familiar voz metálica, profunda y entrecortada por una respiración dificultosa: “que LAS LUCES nos acompañen, Jedis”…

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 4/12/2017.

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