Entre la exitosa y útil
peatonalización del centro urbano y el más que muy popular cambio de
direcciones, los atascos de vehículos y el accidentado peregrinar de bípedos,
desorientados y titubeantes ante el temor de un inopinado atropello procedente
del sentido opuesto al hasta entonces natural en la circulación, la sinfonía de
cláxones y los estridentes silbatos de quienes ordenan – o desordenan - el
tráfico, el desplazamiento a pie se ha convertido en la mejor opción para el
tránsito por Jaén. Salí de casa el viernes por la tarde con la intención de dar
un solazado paseo desde esa euforia contenida que nos invade con la llegada del
fin de semana y ansiosa, lo admito, por descubrir las bondades del alumbrado
navideño que nuestro Excmo. Ayto. nos tenía preparado. Ya había dado por
sentado que mi calle iba a carecer, como es habitual, de la más mínima
catenaria lumínica que inspire esos buenos deseos que, de modo inconsciente,
proferimos a cuantos parroquianos nos salen al paso durante tan entrañables
fiestas. Repasaba mentalmente el presupuesto destinado a la colorista muestra
de Paz, Amor y Prosperidad a la que este año se destinarían 2 euros más que el
anterior, los 42.272 euritos se habían estirado, según la información del
Consistorio, hasta alcanzar los 355 arcos, 71.600 puntos leds y otros 2.000
metros más de tiras de luces de bajo consumo que ornamentarían – nos decían -
los árboles del Paseo de la Estación y de la Avda. de Andalucía. Atravesaba el
barrio de San Ildefonso, orgullo de la ciudad, en el que los adornos navideños
brillan por su ausencia o bien, los mismos, se verían eclipsados por la
cuantiosa suciedad – con solera, oigan, lleva con nosotros tanto tiempo que ya
hasta le hemos tomado afecto – para toparme de frente con la Carrera. Hube de
reconocer que, al menos allí, se atisbaban los primeros visos de festividad a
lo que contribuía, sin duda, el enorme abeto del palacio de la Diputación.
“Bueno…” – pensé concediendo ilusa el beneficio de la duda -. Dejé vagar mis
pasos en un calmo deambular errático para colisionar, en la calle Millán de
Priego, con las representaciones, o al menos a mí me lo parecen, de un
sonriente Patricio, la estrella de mar de la serie infantil Bob Esponja,
tocadas con un simpático gorrito de Papá Noel. Continué caminando atenta,
siempre, al nuevo sentido de la circulación no fuese a ser que, tan extasiada
como me encontraba recreándome en el producto de la partida presupuestaria que
iluminará nuestra Navidad, tuviera que comerme las uvas, este año, en el
hospital. Me embargaba la curiosidad por descubrir en la siguiente calle,
quizás, al propio Bob Esponja vestido de Rey Baltasar y así, casi sin darme
cuenta, fue como desemboqué en el Gran Eje donde sendas hileras de fantasmagóricos
arboles lucían unas siniestras ristras de luces, colocadas sin ningún orden ni
concierto, la mera visión de los mismos me hizo salir en estampida hacia el primer
taxi libre que me llevó de regreso. Durante el trayecto reparé en la lobreguez
de la vía pública en zonas más apartadas: Avda. de Granada, Santa María del
Valle… e incluso, ya lo he dicho, mi propio barrio, el castizo San Ildefonso.
Pagué al amable taxista y mientras, sumida en mis cavilaciones, introducía la
llave en la cerradura pensé que la Navidad había traído a Jaén una nueva
secuela de la saga La Guerra de las Galaxias, en la que los convecinos –
también contribuyentes – de determinadas zonas hemos pasado a convertirnos en
los moradores del Lado Oscuro. Entré en casa, recibiendo el abrazo del calefactado
hogar y me dirigí directamente al balcón, donde activé el encendido de pequeñas
bombillas de luz cálida que, con motivo de la recurrente omisión consistorial
pese a las reivindicaciones que llevo haciendo desde hace doce, instalé
finalmente el año pasado y que desde entonces no he retirado a modo de
simbólica y pacífica protesta. Las observé a través del cristal sintiéndome
parte de ese enorme Ejército Imperial que conformamos la mayoría de los vecinos
de Jaén y sólo pude formular un deseo para todos nosotros, los desterrados, los
olvidados, los moradores de la más absoluta oscuridad. Anhelo que resonó en mi
cabeza con una familiar voz metálica, profunda y entrecortada por una
respiración dificultosa: “que LAS LUCES nos acompañen, Jedis”…
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 4/12/2017.
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