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lunes, 4 de septiembre de 2017

No es país para salafistas, no lo es para tibios ni para secesionistas.


No fue el atropello indiscriminado de una furgoneta conducida por un esbirro islamista, es el que se lleva produciendo, durante siglos, por el choque de dos culturas disímiles. No son ataques aislados, es una guerra declarada. Los terroristas no son otras víctimas más sino los asesinos inoculados del veneno, la maldad y la demencia de la Yihad. Y no, no fue la reacción de España ante Cataluña, sino la reacción del resto de España ante un atentado que se ha cobrado un siniestro mosaico de mártires. Asesinatos subvencionados, auspiciados y becados con el dinero público de los ciudadanos españoles que asistimos, estupefactos, a la masiva entrada de inmigrantes sin cualificación especial que no necesitamos y que, está claro, no podemos mantener quedando así abocados a la marginalidad y el hampa, el mejor y más fructífero caldo de cultivo para todo tipo de atrocidades e ilegalidades. El sábado, 26 de agosto, lejos de mostrar la unidad de un pueblo zaherido por el zarpazo de la bestia, tuvo lugar la delirante reivindicación de unos secesionistas más afanados en denostar a España que en honrar y dignificar la memoria de las víctimas. Se siguió enarbolando el lema NO TENEMOS MIEDO (yo sí lo tengo), me pregunto ahora, si a la vista de los acontecimientos, no estaría dirigido a los representantes de la nación, impunemente vilipendiados e injuriados ante la solazada pasividad de los mismos políticos separatistas que pidieron no rentabilizar la tragedia pero que instigaron aquella demostración de depravación colectiva, buscando culpables del ataque que expiaran, quizás, el pecado del radicalismo que amparan y dirigiendo el dedo acusador hacia el Jefe del Estado, como si pudiera responsabilizarse a causa distinta de la virulenta ósmosis que intenta corroer las instituciones nacionales, tal es la hispanofobia compartida que impulsa a unos y otros victimarios. Fuera de lugar, fuera de cualquier forma aceptable y sin ser el momento, los golpistas, orquestaron una movilización esperpéntica que dinamitó la pretendida imagen de cohesión ante al terror islamista que debía auspiciar la marcha. Cruce de reproches, acusaciones y una larga pléyade de insultos y ofensas hacia los símbolos patrios, proferidos ante la indolencia de un Gobierno obcecado en mantener su pávida permisividad ante la continua transgresión de la legalidad, ante el desafío de la ruptura de una España cada día más invertebrada. La vergonzante lucha de egos entre las distintas fuerzas policiales, los “quiero y no puedo” porque carecen de una unidad especializada en terrorismo internacional, como es la UEI de la Guardia Civil, y que ni tan siquiera tienen acceso a la plataforma de INTERPOL, no sólo no han sabido gestionar la situación, tras ignorar las advertencias de la CIA, sino que han aislado y entorpecido la experta labor de los Cuerpos de Seguridad Nacional pero que recibirán, en solitario, el reconocimiento por su más que cuestionable intervención, lo que no puede calificarse sino como de absoluta vergüenza al suponer una reafirmación, otra más, en la pretensión soberanista de esa entelequia que denominan “Países Catalanes”. Hay que tener valor, como lo tuvo Felipe VI para asistir a la manifestación a sabiendas de que no sería bien recibido, gesto que aplaudo; el mismo valor que, sin duda, se precisaría para controlar y expulsar, sin ambages, a cualquier sospechoso de radicalización que pueda suponer una amenaza para el orden social y valor, también, para aplicar la fórmula constitucional que brinda el artículo 155 en defensa de la integridad territorial. España es mi país y no es, no puede serlo, un país para salafistas, para los tibios que nos gobiernan ni tampoco para secesionistas y aunque jamás una batalla se ha ganado con una mera declaración de buenas intenciones, con improvisados memoriales o emotivas muestras colectivas de pacifismo y aceptación de la diversidad, aquí, salvo el más absoluto ridículo -“wasabismos” aparte- ante la Comunidad Internacional, nadie hace nada para oprobio y escarnio del pueblo soberano. Ahora, llámenme islamófoba… o, simplemente, hispanófila.


Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 04/09/2017.

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