No fue el atropello
indiscriminado de una furgoneta conducida por un esbirro islamista, es el que
se lleva produciendo, durante siglos, por el choque de dos culturas disímiles.
No son ataques aislados, es una guerra declarada. Los terroristas no son otras
víctimas más sino los asesinos inoculados del veneno, la maldad y la demencia
de la Yihad. Y no, no fue la reacción de España ante Cataluña, sino la reacción
del resto de España ante un atentado que se ha cobrado un siniestro mosaico de mártires.
Asesinatos subvencionados, auspiciados y becados con el dinero público de los
ciudadanos españoles que asistimos, estupefactos, a la masiva entrada de
inmigrantes sin cualificación especial que no necesitamos y que, está claro, no
podemos mantener quedando así abocados a la marginalidad y el hampa, el mejor y
más fructífero caldo de cultivo para todo tipo de atrocidades e ilegalidades.
El sábado, 26 de agosto, lejos de mostrar la unidad de un pueblo zaherido por
el zarpazo de la bestia, tuvo lugar la delirante reivindicación de unos
secesionistas más afanados en denostar a España que en honrar y dignificar la
memoria de las víctimas. Se siguió enarbolando el lema NO TENEMOS MIEDO (yo sí
lo tengo), me pregunto ahora, si a la vista de los acontecimientos, no estaría
dirigido a los representantes de la nación, impunemente vilipendiados e
injuriados ante la solazada pasividad de los mismos políticos separatistas que
pidieron no rentabilizar la tragedia pero que instigaron aquella demostración
de depravación colectiva, buscando culpables del ataque que expiaran, quizás, el
pecado del radicalismo que amparan y dirigiendo el dedo acusador hacia el Jefe
del Estado, como si pudiera responsabilizarse a causa distinta de la virulenta
ósmosis que intenta corroer las instituciones nacionales, tal es la
hispanofobia compartida que impulsa a unos y otros victimarios. Fuera de lugar,
fuera de cualquier forma aceptable y sin ser el momento, los golpistas,
orquestaron una movilización esperpéntica que dinamitó la pretendida imagen de cohesión
ante al terror islamista que debía auspiciar la marcha. Cruce de reproches,
acusaciones y una larga pléyade de insultos y ofensas hacia los símbolos
patrios, proferidos ante la indolencia de un Gobierno obcecado en mantener su pávida
permisividad ante la continua transgresión de la legalidad, ante el desafío de
la ruptura de una España cada día más invertebrada. La vergonzante lucha de
egos entre las distintas fuerzas policiales, los “quiero y no puedo” porque
carecen de una unidad especializada en terrorismo internacional, como es la UEI
de la Guardia Civil, y que ni tan siquiera tienen acceso a la plataforma de
INTERPOL, no sólo no han sabido gestionar la situación, tras ignorar las
advertencias de la CIA, sino que han aislado y entorpecido la experta labor de
los Cuerpos de Seguridad Nacional pero que recibirán, en solitario, el
reconocimiento por su más que cuestionable intervención, lo que no puede
calificarse sino como de absoluta vergüenza al suponer una reafirmación, otra
más, en la pretensión soberanista de esa entelequia que denominan “Países
Catalanes”. Hay que tener valor, como lo tuvo Felipe VI para asistir a la manifestación
a sabiendas de que no sería bien recibido, gesto que aplaudo; el mismo valor
que, sin duda, se precisaría para controlar y expulsar, sin ambages, a
cualquier sospechoso de radicalización que pueda suponer una amenaza para el
orden social y valor, también, para aplicar la fórmula constitucional que brinda
el artículo 155 en defensa de la integridad territorial. España es mi país y no
es, no puede serlo, un país para salafistas, para los tibios que nos gobiernan
ni tampoco para secesionistas y aunque jamás una batalla se ha ganado con una
mera declaración de buenas intenciones, con improvisados memoriales o emotivas muestras
colectivas de pacifismo y aceptación de la diversidad, aquí, salvo el más
absoluto ridículo -“wasabismos” aparte- ante la Comunidad Internacional, nadie
hace nada para oprobio y escarnio del pueblo soberano. Ahora, llámenme
islamófoba… o, simplemente, hispanófila.
Publicada en la columna de los
lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 04/09/2017.
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