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martes, 26 de abril de 2016

Lola (mi Lola) se va a los puertos.


Ya os he hablado en alguna ocasión de Lola. Mi amiga de la infancia que una vez se llamó Alejandra y os he narrado, también, algunos de los episodios que han tenido lugar a lo largo de nuestros muchos años de amistad. Hoy ha aparecido en el Despacho, sin avisar. Lola – que antes se llamaba Alejandra -, es así: se niega, por principio, a aceptar y reconocer convencionalismos, dice y hace, siempre, lo que le apetece y ha debido decidir que hoy era tan buen día como otro cualquiera para visitarme. Una de esas fugaces visitas por sorpresa que tanto le gustan…

Estaba enfrascada en la lectura de una demanda que debía contestar, absorta en la disección fáctica y jurídica que la fundamentaba cuando unos golpecitos en el cristal han terminado sacándome de mi ensimismamiento, entre las persianillas y el vinilo he conseguido atisbar el rostro sonriente de Lola. Mi amiga de la infancia. Le he hecho un gesto invitándola a pasar mientras me levantaba para abrirle la puerta. Un par de sonoros besos y algunos efusivos abrazos después nos encontrábamos sentadas cómodamente, una al lado de la otra.

-          “Tengo que contarte algo muy importante” – me ha disparado a bocajarro. Me esperaba cualquier cosa viniendo de ella, claro, y he guardado un absoluto mutismo como índice de que esperaba ávidamente a que me transmitiera qué era eso tan trascendente que había venido a decirme.

-          “Sabes que llevo tiempo, demasiado quizás, dejándome llevar por la rutina Siento que me asfixio y que me puede el aburrimiento, todos, absolutamente todos, los días son iguales, grises y monótonos… estoy empezando a pensar que esa apatía me anquilosa…”

Lola, desde que a los cuatro años decidió que era así como se llamaba y no Alejandra, siempre ha sido una persona inquieta y muy activa, supongo que en su concepción de vida no cabe el estatismo y jamás ha sido capaz de hacer, durante más de un tiempo razonable, lo mismo, ha viajado por medio mundo, ha trabajado en infinidad de actividades, pero Lola es así, dice que, como Ulises, navega en su personal odisea hacia Ítaca y que ese viaje finalizará cuando entreguen sus cenizas al familiar más próximo, y no es que sea alguien macabro – que en modo alguno lo es -, es que Lola es así: muy Lola.

-          “Así que… he decidido que me vendrá bien un cambio de aires… - ha sonreído enigmática y yo, por mi parte, he imaginado que se trasladaba al campo, donde tiene esa especie de exótico huerto donde cultiva las plantas a las que, a su muy libre antojo, le atribuye tal o cual efecto sanador, como ya sabéis por habéroslo participado en algunos de mis posts anteriores, he pensado que, en el fondo y dada su riqueza interior, sería feliz siguiendo una vida de eremita, pero unos instantes después supe que me equivocaba – ¡me voy a Tamiahua!, ha soltado de repente.

-          “¿Qué te vas a dónde…?” – casi le he gritado -.

-          “Tamiahua… verás, es un pequeño pueblo pesquero de Veracruz, en México”.

-          “Ah…”, en mi cabeza empezaban a tomar forma las miles de posibilidades por las que Lola había decidido, tan repentinamente, irse a un pueblo pesquero de México, se me ha ocurrido que hubiera conocido a alguien interesante por internet, que hubiera decidido establecerse allí temporalmente para estudiar la flora mexicana o que, incluso, hubiese aceptado una oferta de empleo, no obstante, y como no quería desilusionarla, le he preguntado, intentando imprimir un tono serio a la cuestión, con sincero interés - ¿Qué vas a hacer allí?, no sé…¿tienes pensado que sea por mucho tiempo… conoces a alguien…?

Y aunque, como digo, Lola ha formado parte importante de mi existencia desde que tengo recuerdos y sé que no debería sorprenderme absolutamente ninguna de sus decisiones, aún sigo atónita por la explicación que me ha dado:

-          “Necesitaba comprar tomates para una ensalada y esta mañana he ido temprano al mercado, iba distraída mirando los puestos cuando al pasar por una pescadería he visto una langosta preciosa: brillante y roja, me he acercado como atraída por un imán y al posar mi mano en su caparazón, he oído el mensaje: DEBES SALVAR A LAS LANGOSTAS, me ha dicho mirándome con esos ojillos negros lastimeros y, sinceramente, no he podido negarme, evidentemente, la he comprado y me la he llevado a casa, salvándola de una muerte segura, escalfada en algún caldero de agua hirviendo… Está bien, está bien, Ingrid está bien – se ha apresurado a tranquilizarme, al confundir, probablemente, mi gesto de estupor con el de preocupación -, está en la bañera y hemos tenido una larga charla, así que finalmente hemos decidido que viajaremos a Tamiahua y allí, las dos, crearemos un HOGAR PARA LANGOSTAS… hemos pensado ya hasta el nombre “LA CASA DE LOLA E INGRID – LAS LANGOSTAS SON Y SERÁN SIEMPRE BIEN RECIBIDAS EN NUESTRO HOGAR”. Por cierto, nos vamos mañana… “  - ha sentenciado a continuación poniendo punto y final –

Sé que no debería haberme impresionado ni su decisión, ni las razones que la han llevado a adoptarla, pero llevo sumida en el asombro desde entonces. Lola se ha levantado, pidiéndome que le deseara toda la suerte del mundo, me ha abrazado muy fuerte y se ha ido. Me he sentado, consternada, nuevamente ante el ordenador y sólo me ha vuelto a sacar de ese estado de abstracción en el que me ha dejado, cuando inopinadamente ha vuelto a abrir la puerta para preguntarme:

-          “¿Crees que podré llevar en cabina a Ingrid o me obligarán a que vaya en la bodega?”, sin esperar mi respuesta ha vuelto a desaparecer, afortunadamente, porque he de reconocer que desconozco las normas de las Compañías Aéreas en relación al “animal de compañía langosta”. Supongo que, dentro de unos días, recibiré algún e-mail o puede que, por ese sentido de un añejo romanticismo decimonónico que imbuye todo lo relacionado con Lola, reciba una postal de un precioso pueblo a orillas del Pacífico con un matasellos de Veracruz – México. No lo sé… la verdad es que no lo sé, tendremos que esperar.

Ya os contaré…


Ha sido, tras su marcha hace un rato, cuando, una vez más, me ha venido a la mente esa frase de Paulo Coelho que Lola repite como un mantra: “DEJA DE PENSAR EN LA VIDA Y RESUÉLVETE A VIVIRLA”. Me parece una buena filosofía vital ésta, la de mi amiga Lola.

viernes, 22 de abril de 2016

La invasión de los bárbaros famélicos.



En estos tiempos convulsos en los que, durante tres meses, no han sido capaces de ponerse de acuerdo, nuestros representantes, para formar un Gobierno estable, cumpliendo así el democrático mandato conferido por sus votantes. En estos tiempos revueltos en los que asistimos impertérritos a la animalización del ser humano: unos, muyahidines enviados de Allah, destruyendo tesoros arqueológicos a cuenta de una Guerra Santa, otros, bañando a sus hijos en charcos de un barro frío mientras, en su desesperada huida hacia ninguna parte, se hacinan suplicando se les dispense la dignidad que es claro, Europa se niega a otorgarles.

Me pregunto quien divide Oriente y Occidente trazando esa imaginaria línea cultural, que considera a quienes nacieron en el primero, unos ‘bárbaros’ y confiriendo a quienes tuvimos la suerte, accidental, de nacer en la “cuna de la civilización”, una superioridad que, a la vista está, no detentamos: ¿Quién permanece impasible ante la miseria de miles de seres asustados, ateridos de frío y flagelados por el hambre y el horror?, sin duda, aquí, en el ilustrado Occidente, no faltaría el filántropo de turno que respondiera sin dudar: “Sólo un bárbaro”…

Bárbaros. Es, en lo que indefectiblemente, nos hemos convertido: unos bárbaros. ¿Qué nos diferencia, a los “civilizados” moradores de la Europa del siglo XXI de aquellos otros que no pertenecían al Imperio Romano?, pueblos que, lejos de la sofisticación de la refinada Roma, no ofrecían otra cosa que costumbres “deshumanizadas”, adorando enormes monolitos donde esculpían un sinfín de símbolos extraños y practicando ciertas conductas que eran total y absolutamente reprobadas por la flor y nata del Senado Romano, una elevada intelectualidad que no alcanzaba a comprender no obstante y, por tanto, denostaba todo lo que pudiera contravenir la férrea organización política, ególatra y narcisista de un arte y una oratoria que los situaba en la cúspide de una pirámide fuera de la cual no había nada, sólo barbarie.

Mientras en Occidente, vamos acusando los estragos del sedentarismo sufriendo serios problemas de salud, hay quien intenta escapar de Oriente pagando, con frecuencia, un elevado precio por esa fuga que sólo persigue un Dorado: la opción de vivir fuera de la miseria. Mientras nuestros representantes, aquí, negocian y fijas las cuotas de asilados, los suyos, allí, se erigen en vanguardistas sátrapas, convirtiendo las vidas humanas en rentas y réditos. Nuestros niños aquí, tienen más de lo que necesitan, los suyos allí – o en esa tierra de nadie donde los mantienen en un régimen estabular – juegan entre el lodo; los nuestros sufren depresión infantil por cualquier carencia superflua de lo último que anuncian en televisión, los suyos, allí, no pierden la sonrisa mientras esperan pacientemente, un día y otro, a que Occidente les permita tener sólo unas migajas de la dignidad que les es negada.

Bárbaros… sólo son eso: unos bárbaros…

Y nos rasgamos las vestiduras: la gente civilizada, en Occidente, ha de mostrarse contraria a cualquier tipo de discriminación ya sea por razón de raza, sexo, ideología o religión; nos erigimos en paladines de la justicia y es cuando, con la mano en el pecho, condenamos el apartheid, el holocausto y los regímenes totalitarios.

Bárbaros… son sólo eso, unos pobres bárbaros y mientras, aquí, jugamos a ser Dios y decidimos quien sí y quien no es merecedor de tener la mínima posibilidad de tener una vida mejor, dejando claro que siempre serán ciudadanos de segunda: un refugiado, un asilado, un apátrida, un número de una cuota, alguien que “estará de prestado” y ello, claro, gracias a la desinteresada generosidad de los occidentales, de los superiores, de los privilegiados.

Bárbaros… les decimos, cuando nosotros sólo somos eso, unos pobres bárbaros que tememos una nueva invasión: la de los bárbaros famélicos del Oriente…

"Occidente parece inclinarse a unas formas de aislamiento creciente y egoísta"

(Karol Józef Wojtyła – San Juan Pablo II)