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martes, 24 de febrero de 2015

El egolatrado y odioso Caín o la Divina Gaita.



Todos, en alguna ocasión, nos hemos visto en la necesidad, por obligado imperativo de las buenas formas, de “sufrir” a algún ser engreído y vanidoso, encantado de haberse conocido, odioso por afición e imbécil por vocación que mira, despectivo, al resto de la Humanidad, por encima de su hombro, creyéndose superior y regodeándose en una pretendida divinidad, todos hemos experimentado, también, el irreprimible impulso de estamparle en pleno rostro una sonora bofetada y hemos declinado hacerlo por ser, más que predecible, inevitable, que sea la propia vida la que se la dé… Todos, absolutamente todos, hemos puesto, así, en algún momento de nuestra vida, “un egolatrado y odioso Caín” sólo para tener la certeza de saber cómo no queremos ser.

Conocí al egolatrado y odioso Caín, una noche de verano. Había emplazado a sus más allegados únicamente para pavonearse de la maravillosa existencia de la que gozaba, para exhibir su innegable condición de ganador, he de afirmar, pues no me cabe duda de que no era otra cosa lo que celebraba. Allí estaba él, sonriendo, displicente, con unos dientes blanquísimos que, más tarde, comprobé se transformaban en afilados colmillos, altivo, soberbio y henchido de su propia vanidad. Un ser que lejos de despertar simpatías resultaba pedante, a mí así me lo pareció habré de reconocer, alardeando con esa petulancia propia de quien se considera un triunfador, venerado, admirado y, para su desordenada mente, también, envidiado.

Imaginé, mientras saboreaba aquél gin tonic que, sin duda, habría sido un niño malcriado, egoísta y caprichoso, para pasar, más tarde, a ser un adolescente maleducado, colérico y estúpido que terminó convirtiéndose en aquél hombre, soberbio y vanidoso, que interiormente se congratulaba de no ser como el resto de los mortales. Recuerdo cómo, aquella noche, presuntuoso, narraba algunos episodios que si bien, debían parecerle a él de lo más cómico, terminaron por saturar mi paciencia y mi capacidad de atención, me perdí en mis pensamientos deseando que ese ser, abominable, no se instaurara en mi mundo por mucho tiempo, pero me equivocaba…

Durante algún tiempo, de insufrible cercanía, pude constatar cómo en su concepción utilitarista de las personas, sólo éramos visibles cuando precisaba de nosotros – de esa generalidad: “los demás, esos pobres seres” -, cómo, si bien jamás felicitaba un cumpleaños o una Navidad, no tenía el menor remilgo en dorarte la píldora, abonando el terreno, para exigir – pues nunca supo pedir – lo que precisaba de ti. Ahora sé, también, que esa pretendida superioridad que, en realidad, no es tal sino la simple máscara que cubre sus complejos, sus resentimientos y el “bien nutrido intelecto”, exclusivo don de los dioses a unos pocos elegidos, del que hace gala, es el máximo exponente de su absoluta necedad, pues creyéndose tan superior subestima a quienes le rodean, cayendo en el error de no reconocerles, tan siquiera, la capacidad de “leer” con claridad sus intenciones y actuaciones, desde el convencimiento de que él, sólo él, el egolatrado y odioso Caín, maneja la situación, creyendo engañar al resto, manipulándolo - o cuanto menos, intentándolo- a su antojo… Que eso debe creer. Hay que ser lerdo, pero LERDO (con mayúsculas) para no ver que es tan sólo por ineludible imperativo de la educación o de las buenas formas, las dos primeras veces, que se “cede” a sus exigencias, para pasar luego – de manera exquisita – a mandarlo floridamente a la mierda. Él es así: el egolatrado y odioso Caín. Se lo gana a pulso. No cabe discusión pues cree merecerse todo y aún más.

Hoy, ya desde la lejanía, me imagino su futuro, más o menos próximo, imbuido de la más absoluta soledad, única compañía inmune a su insoportable existencia, carcomido por la envidia que le genera cualquier persona que pueda brillar, eclipsando así su esplendorosa existencia, pues no concibe dicha cualidad fuera de las ingentes fronteras de su nutrido ego…

El egolatrado, odioso, avaricioso, ruin y, necesariamente, mezquino Caín seguirá siendo, siempre, la Divina Gaita: un ser engreído, egoísta, colérico, narcisista y bipolar. Encantado – cómo no - de haberse conocido.

Vaya Vd. con Dios… le dije, hastiada, un día y... siguió saliendo el sol.

“Quien sólo vive para sí, está muerto para los demás”.

(Publio Siro)