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sábado, 27 de abril de 2013

Aristóteles el cometa.





Es curioso como el recuerdo de algunas de nuestras vivencias infantiles, nos asalta en algún momento de la edad adulta, sólo para rememorarnos una antigua lección aprendida, a modo de advertencia. Debe ser, como siempre, el recurso inconsciente a la omnipresente “asociación de ideas” en la mente humana. Si hoy, a mis casi cuarenta años, algo tengo claro es que vivimos en un mundo de depredadores y que jamás debemos intentar relacionar a los lobos con las ovejas o… a los peces con las tortugas… Pero de la misma manera, todos, en algún momento, cometemos actos que son tan loables como reprobables o simplemente, idiotas.


No sé por qué extraño motivo hoy no puedo apartar mis ojos del estanque. El estanque ha estado ahí años, siglos quizás, pero hoy desprende un destello argenta, irisado y escamado sobre su superficie, impidiendo que pueda dejar de mirarlo.

Media docena de nenúfares se deslizan sin prisa, al socaire de la leve brisa que los empuja en diversas direcciones según su caprichoso antojo, rasgando la superficie con una estela apenas perceptible bajo la cuál los peces naranjas permanecen, sin inmutarse, abriendo y cerrando la boca, “ese acto reflejo es el resorte que acciona el opérculo a través del cuál pasará el agua cristalina de la que tomarán el oxígeno preciso para seguir viviendo”, recuerdo que me explicaron. He intentado contarlos pero es imposible, justo cuando voy a finalizar, es cuando alguno se mueve provocando, a su vez, una huida en desbandada de los que tiene más próximos para volver a detenerse poco después, como esperando que empiece, nuevamente, el recuento. Son curiosos los peces.

El crepúsculo de la tarde ha traído un leve descenso de la temperatura, aún así, permanezco sentada en este banco de piedra blanca, expectante ante la puesta de sol que va tornado la tonalidad del cielo naranja al malva, como una acuarela atornasolada donde no se pueden distinguir los límites entre la gama de colores que se diluyen entre sí. Huele a humedad, a hiedra y a atardecer. Es algo extraordinario cómo en las zonas de vegetación puede percibirse un olor característico tanto al amanecer como a las postrimerías de cada día. Respiro profundo como queriendo aprehender ese aroma y dejarlo impreso en mi memoria, un recuerdo olfativo indeleble que me ha acompañado desde mi infancia. Empiezan también a desprender ya su olor, a lentos y perezosos bostezos, las plantas que pueblan el parterre del estanque, los dondiegos de noche rivalizan con los jazmines envolviendo con su presencia la atmósfera que es tan límpida como la que deja la tormenta en verano.

Me concentro en el silencio, un silencio que a penas si se ve perturbado por el rítmico sonido del agua brotando incesante. Más allá, tras la verja de hierro, alguna chicharra resquebraja, de vez en cuando, el sosegado atardecer que continúa su senda hacia la noche. Intento retrotraerme a otra época, aquella en la que este estanque era el escenario de juegos infantiles en el que chapoteábamos y nos salpicábamos alegremente con el agua que siempre ha estado allí. Brotando en un ritmo incesante, naciendo para volver a nacer poco después, regalando vida a los seres que abriga en su interior.

No sé por qué he recordado a Aristóteles. Aristóteles era de un intenso color amarillo brillante, un pez cometa que me regalaron en mi quinto cumpleaños y que saqué de la pequeña pecera en la que venía para darle su libertad dentro de aquél estanque que por entonces, se me antojaba mucho más grande. Creo que fue uno de mis primeros “mejores amigos” y si intentara descubrir la razón de su nombre supongo que tendría que remontarme a aquellas largas charlas que mantenía con mi abuelo, durante las meriendas en el jardín, cuando le planteaba todos los interrogantes que me suscitaba la realidad –desconocida y enigmática – que me rodeaba.

Recuerdo cómo cada tarde hablaba con mi pez, intentando que se integrara en el grupo de los otros peces felices que nadaban engreídos a su alrededor sin apenas dirigirle una mirada. Nunca lo conseguí. Aristóteles era un pez solitario, le gustaba nadar en su propio espacio y nunca llegó a relacionarse con los demás. Creo que pasaba la mayor parte de su tiempo pensando en sus cosas o, simplemente, no le apetecía pertenecer a ningún grupo. Siempre he tenido el convencimiento de que Aristóteles fue el único en su especie al que jamás se hubiera podido considerar gregario. Aristóteles era así: jamás escuchaba a nadie, siempre hacía lo que le daba su real y soberana gana, pero nunca estuvo triste o, al menos, yo no lo recuerdo triste.

Sólo sé que una tarde, cuando fui a mi habitual visita no lo encontré, lo estuve buscando por cada uno de los rincones e, incluso, levanté los nenúfares para ver si se había escondido debajo por estar enfadado o enfermo, pero no dí con él. Le pregunté a los demás, que, maleducados y remilgados como siempre fueron, tampoco me dieron ninguna respuesta, limitándose a nadar calmosamente sin contestarme. Estuve toda la tarde sentada en este mismo banco de piedra blanca intentando pensar como un pez, intentado descubrir dónde habría ido yo si fuera Aristóteles, mi pez cometa de color amarillo brillante. Andaba yo tan concentrada en aquellos menesteres que al principio no reparé en su presencia. Manola acaba de irrumpir con ese silente y calmo paso, parsimonioso y ahora me parece también que siniestro, que la llevó a detenerse en el borde del estanque momentos antes.

-          “Hola, Manola… no encuentro a Aristóteles, estoy intentando imaginar donde puede haber ido, luego hablo contigo”.

Me miró con sus ojos saltones de soslayo, limitándose a abrir la boca un par de veces antes de darme la espalda y fijar su mirada en el estanque con total y absoluta indiferencia. “Que tortuga más estúpida, se molesta porque hoy no le hago caso pero es que Aristóteles se ha perdido”, me dije.

Tras permanecer algunos minutos más sin conseguir imaginarme el paradero de mi pez cometa, asistí horrorizada al inopinado lanzamiento de Manola al estanque donde poco después se apoderó de un pequeño pez al que intentó devorar ante mi paralizado rostro. En un segundo y casi sin pensarlo sumergí la mano en el agua, con la esperanza de hacer desistir a Manola de semejante atrocidad, el ligero contacto con la piel viscosa y escurridiza del galápago hizo que soltara a su víctima que aturdida salió disparada a gran velocidad, intenté capturar a aquella tortuga asesina, pues fui entonces consciente del destino que había seguido, con toda probabilidad, mi Aristóteles, pero fue más rápida y se escabulló entre los rosales a un paso tan raudo como jamás lo había presenciado antes.

Ese día, tras llorar amargamente la pérdida de mi pez, resolví que había que hacerle justicia, debía detener a la asesina y someterla a juicio, si salía culpable – como era de esperar -, tendría que imponerle una pena, pero ¿cuál era el castigo más oportuno para una tortuga gigante asesina de peces?...

Aún hoy sigo preguntándomelo, igual que el motivo que empujó a Manola a comerse a Aristóteles. Nunca volví a verla, pasó a convertirse en la prófuga del jardín y sigue teniendo una condena pendiente de cumplir. Desde entonces, recelo de las tortugas, aunque sé que no se debe generalizar, ni hacer, tampoco, pagar a justos por pecadores, pero aquella maldita tortuga, parapetada en su rugoso caparazón, acabó con mi amigo Aristóteles y sigo esperando, desde entonces, una explicación.

Lo que me hace recordar ahora la frase de Charles Manson, el famoso, aunque pequeño – pues apenas si medía 1’57 cm-, asesino estadounidense quien declaró:

“Mírame con desprecio, verás un idiota.
 Mírame con admiración y verás a tu señor…
Pero mírame con atención y te verás a ti mismo”

Supongo que Manola hizo – desde su naturaleza animal – lo que era previsible, por usual, que hiciera. Supongo, del mismo modo, que todos llevamos un idiota, un señor y un asesino en nuestro interior, incluso Manola, aquél vil galápago que me hizo sentir, por primera vez, la pérdida de un ser amado y cuyo crimen siempre quedó impune.

jueves, 25 de abril de 2013

Retorno a Bloomsbury



“La sangre fluye como un torrente desde el principio hasta el final… Si algo he logrado, es eso: una plenitud saturada y sin cortes; cambios de escena, de mentalidad, de persona, llevados a cabo sin que se derrame una sola gota”(Del diario de Virginia Woolf, fechado en la primavera de 1.931)


Las tablas del parqué crujieron, secas y desvencijadas, bajo mis pasos. Estaban cubiertas por una gruesa capa de polvo grisáceo que se levantó en suspensión, provocándome una leve picazón en la garganta e irritando mis ojos. Descubrí el ventanal para dejar pasar, a raudales, la mortecina luz del día que ya se extinguía lenta y ceremoniosamente, tras el espeso cortinaje de terciopelo color granate. Levanté el cubrepolvo del sofá, dejando al desnudo el alma marchita de un mueble ajado que conociera un mayor esplendor hace décadas y me senté.

La estancia, silenciosa e inerme, desprendía un olor a tristeza y a cerrado que hacía la atmósfera casi irrespirable, abrí la ventana para aliviarla. Miré a mi alrededor buscando descubrir, en algún rincón, el vestigio de la esencia que me empujó a volver a aquella casa sin vida. Sobre la pequeña mesita de caoba descansaba el gramófono mudo, junto a él un viejo libro, de tapas ajadas y deslucidas. No había reparado en su presencia a mi entrada y movida por la curiosidad me aproximé hacia allí. Se trataba de un volumen de cubiertas en finísima piel de un deslustrado color marrón, con letras doradas incrustadas en él y una elegante tipografía se leía: The Waves by Virginia Woolf… Pasé, distraídamente, algunas páginas topándome con la aparición de esos magistrales soliloquios de sus seis protagonistas – Susan, Rhoda, Bernard, Neville, Louis y Jenny – cuyas reflexiones, cargadas de una belleza plástica inimaginable, me trasladaran a través de ese “flujo de conciencia” a los vericuetos de la imaginación de su autora en mi época adolescente hasta hacerme formar parte, imaginariamente, de su exclusivo Club de escritores emergentes. Cogí uno de los discos de pizarra contenidos en la parte baja de la mesita, uno al azar, y lo puse. La aguja acarició su superficie: L´elisir D´amore” de Gaetano Donizetti, comenzó a sonar con ese peculiar eco metálico y característico. Entonces me dejé transportar a una realidad muy distinta…

La habitación se fue iluminando paulatinamente y se hizo más cálida, tomando vida propia, comencé a percibir el rumor cercano de una animada conversación, amortiguada, tenuemente, por la música y de repente me ví en medio de una animada charla en la que otras seis personas expresaban sus personales visiones de la vida… Alguien me tendió una copa de champagne que tomé sin salir de mi asombro, se trataba, sin duda, de Neville quien en su continua búsqueda del amor, se encontraba disertando en aquél preciso momento acerca del sufrimiento provocado por la falta de correspondencia a sus sentimientos. Me llevé la elegante copa, alargada, a los labios y paladeé con fruición su contenido: se trataba de un excelente Perrier-Jouët, cerré los ojos y me abandoné a la realidad de aquél momento, recostándome lentamente sobre el respaldo del sofá que lucía inmejorable, mientras tomaba la palabra otro interlocutor en aquella conversación imprevista, que había dado un giro ahora hacia las inseguridades y la ansiedad provocada por el rechazo, buscando refugio en la soledad – debía tratarse de Rhoda, aventuré y decidí no interrumpir el bizarro discurso de una mujer histriónica, de profundos y acuciados rasgos sociópatas -. Poco a poco me fui sumiendo en una plácida sensación de sopor, una inactividad mental dulce, semi-inconsciente, casi irreal, envuelta por el arrullo de las breves cadencias en aquél coloquio y una ópera que cada vez se hacía más y más lejana. Dí otro trago al champagne, luego otro más… Transportándome mentalmente a uno de esos locales donde fundó Virginia Woolf, en el Londres del incipiente siglo XX, el Club Bloomsbury, o eso me imaginé entonces.

Era tarde cuando me desperté, a través del cristal de la ventana abierta se veían, refulgentes en todo su esplendor, las estrellas que tachonaban el cielo de una noche de primavera, entraba una brisa fresca que arrastraba el canto de grillos desde el jardín. Todo, a mi alrededor, yacía en un completo silencio. Me levanté y me dispuse a abandonar la casa, sólo cuando iba a abrir la puerta para irme, me percaté de la polvorienta botella de Perrier – Jouët, abandonada en un rincón del recibidor, me agaché a recogerla. Debía llevar mucho tiempo allí, tanto como el gramófono y el libro, sin duda. Resolví llevármela, me tomaría una copa antes de irme a dormir aquella noche, puede que tuviera la ocasión de compartirla con algunos amigos… O eso decidí. Cerré lentamente, sin poder evitar el quejido desengrasado de los goznes, llevando conmigo, sin duda, la esencia que me empujó a volver a aquella casa solitaria en el crepúsculo de una tarde de primavera.


“¿Es éste el final de la historia?. ¿Una especie de suspiro?.
 ¿El último temblor de una ola?…
 Pero, si no hay historias, ¿qué final puede haber, qué principio?. Quizás la vida no sea apta para el tratamiento que le damos, cuando intentamos contarla”
(“Las Olas” - Virginia Woolf )

miércoles, 24 de abril de 2013

El canto, carroñero, de las hienas o la risa de las Sirenas.




Por primera vez, a la vista de los recientes acontecimientos y convencida, como me precio de estarlo, de la podredumbre del ser humano y la supremacía de sus, ya no más bajas, sino viles pasiones, contravengo el parecer de la brillante Marguerite Yourcenar cuando afirma que “Exageráis la hipocresía de los hombres. La mayoría piensa demasiado poco para permitirse el lujo de poder pensar doble”. Hoy, Marguerite, ha quedado de manifiesto que aquí no es que se piense poco, simplemente, no se piensa… pero a mala baba no nos gana nadie… Y en eso de apedrear y apalear somos tan expertos que hemos conseguido elevarlo a la categoría de ARTE: hacerlo incluso sin pensar.




Volvemos a lo mismo: los españoles somos así, qué se le va a hacer. Nos resulta fácil hacer leña del árbol caído y lo mismo nos da si, el sujeto en cuestión, antes era objeto de nuestra simpatía o no, que lo importante es linchar al primero que, desafortunadamente, dé el traspié y acabe de bruces ante nuestras narices.

Que este Gobierno – desacreditado, no ya por incumplir las promesas electorales que le auparon al poder, sino por su manifiesta ineptitud para no terminar de ahogar a la población – aprovechando la psicosis generada por el atentado de Boston, decide detener a dos presuntos yihadistas y ponerse a continuación esa medalla, parece ser el mejor bálsamo para la indignación colectiva que se olvida de los palos recibidos así, dando un nuevo giro de opinión, al endiosar nuevamente al peor de sus demonios…

Que tras asistir, las hordas crispadas de parados, desahuciados y esquilmados, a la laxa condena impuesta a la Tonadillera por “choriza”, vemos en la futurible entrada en prisión del Torero un alivio a todos nuestros males, por “homicida”… Pues allá que vamos a subirnos, diligentemente, al carro del escarnio público y lo vapuleamos entre gritos de “borracho”, “asesino” y sepa dios ya qué más insultos le quedarán por escuchar a ese pobre infeliz.

Si es que lejos de regodearnos en la desgracia ajena nos nutrimos de ella, que los españoles somos así.

Y como hienas hambrientas, no nos reímos que estaría mal visto, sino que cantamos, porque si de algo estamos sobrados es de hipocresía, que eso de la doble cara, la doble moral y de “donde dije digo, digo Diego”, debe ser un rasgo distintivo de nuestra idiosincrasia y no contentos con llamar al embaucamiento – cuan malvadas sirenas al errante Ulises – nos reímos, con esa sonrisilla bobalicona e impertinente, que ya no se puede ser más idiota…

Me sorprende la reacción de júbilo generalizado provocado por la condena de un pobre hombre, pues y dicho desde el mayor de todos los respetos profesables, es lo que me sugiere la visión de José Ortega Cano y vayamos, ahora, por partes:

Este Ortega, torero mediocre y simplón donde los pudo haber, se casó a una edad tardía con una Grande que enfermó y falleció dejándole, junto con la mayor de las penas, dos hijos adoptivos que no paran de darle disgustos – el uno porque es aficionado a lo que no debiera, la otra porque se encuentra en plena edad del pavo y va “arre que es tarde” -, que tiene problemas con el alcohol… Pues a ver, intentará ahogar sus penas con algún traguito que no digo yo que esté eso bien, ni es mi intención, tampoco, justificar semejante hecho, si no fuera porque cada uno es muy libre, señores, de hacer lo que le venga en su real y soberana gana. Que con esa “cogorza como la de un mulo” se puso al volante de su coche… ¿quién de todos nosotros no ha cometido semejante imprudencia en más de una ocasión…? (…) ¿QUIÉN?, y repito la pregunta porque lo único que me parece oír es el “canto de las hienas” a mi alrededor y diría que algunas de ellas se encuentran, incluso, en un profundo estado beodo a juzgar por el desentono de sus voces. Pues sí, señores, este hombre que, tendrá o no, problemas con el alcohol, no ha hecho sino lo que hacen muchas personas con una más que doble mala fortuna añadida: en primer lugar y es lo más trágico, haberse interpuesto en la trayectoria de un padre de familia que acudía a su puesto de trabajo a ganarse el pan honradamente – y deberá ahora Ortega Cano aprender a vivir con eso, si es que puede – y en segundo lugar la proyección mediática que ha alcanzado semejante siniestro debido a que es una persona conocida la que ha causado – con independencia de las circunstancias en las que haya tenido lugar – tal tropelía. Porque yo me pregunto por la cantidad de personas que pierden la vida en semejantes circunstancias y aquí no se entera nadie, ¿es que sus familias sienten menos su pérdida?, ¿acaso no tienen el mismo derecho a obtener idéntica justicia?...

Y se ríen las sirenas, sumergiéndose y emergiendo, revolviéndose, siempre, en inquietas contorsiones imposibles, que aquí somos así, y gesticulan exhibiendo primero dos dedos, luego seis y luego uno y se llevan, a continuación, el pulgar a la garganta simulando que se la abren de un tajo… Si es que esto es España.

 Pues sí, dos años, seis meses y un día de prisión, que eso no es para causar júbilo alguno en nadie, pero lícito será formularse la siguiente cuestión: ¿esa condena devolverá al malogrado Carlos Parra a su familia?. Me temo que no. Este desgraciado, reo de la peor de las penas que no es sino la de haberle puesto fin a otra vida humana, lleva ya en sus hombros la infelicidad que le conduce, probablemente, a sus excesos etílicos y de la que ya, difícilmente, podrá salir, al pesar sobre su conciencia el alma difunta de un padre de familia, que hay que ser muy “torero”, convendrán ustedes con mi criterio, para llevar ese capote de por vida…

Pero eso a nosotros nos da igual, si es que aquí somos así, nos alegramos del mal ajeno y cuando tenemos a la víctima indefensa es, como dicta nuestra sana costumbre, cuando aprovechamos, en comandita, para asestarle el peor de todos los golpes, por ser el más traicionero: el cobarde. Y en ese tumulto en que se encuentra el obsceno placer de infligir tal daño en ardorosa e íntima comunión, escuchamos el canto de las hienas y oímos la risa de las Sirenas, ahogadas, con más frecuencia de lo deseable, con el insulto y las ofensas a la estirpe ajena, ya sea en sus generaciones presentes, en las pasadas o, incluso, en las venideras… Que aquí, como ya he dicho, somos así.

“El que esté libre de pecado,
que tire la primera piedra”.
(Juan 8,7)

miércoles, 17 de abril de 2013

Isabel, que es nombre de Reina.



Siempre me he enorgullecido de ser española, origen éste que he paseado muy a gala donde quiera que haya ido. Últimamente parece ser una lacra, la “furia del toro” ha pasado a ser la “tediosa tranquilidad y paciente resignación de una vaca lechera” pastando en cualquier colina, rumiando plácidamente y espantando moscas con el rabo… Empiezo a pensar que aquí somos así: una panda de conformistas, a los que manipulan como quieren, que si alguna tradición tiene especial arraigo en esta tierra es la del TOREO y si nos gusta algo es el escarnio público y el faranduleo… Este Reino en el que jamás se ponía el sol, hoy ni siquiera ve amanecer…
 España, tierra de flamenco, toreo, pandereta y canto donde muchos trabajan para mantener a unos cuantos.

Supongo que en mi caso es una, más que patente, deformación profesional el hecho de analizar desde el prisma jurídico todos y cada uno de los esperpénticos episodios que los españoles estamos obligados a presenciar – amén de sufragar – últimamente. Y por otro lado es, también, una evidente afición, la mía, a pasar por mi afilada pluma todo cuanto me es expuesto a fin de tamizarlo por la personal opinión que me merece.

Cada vez que se nos ofrecía, en cualquier canal de la Televisión, que lo mismo da ya que sea la pública que la privada, una breve secuencia del juicio que dimana de la tan traída y llevada “Operación Malaya” a resultas de las “bolsas de basura” sobre cuya existencia ya nos alertara la cornuda esposa del corrupto, me resultaba inevitable recordar la respuesta que la “Tonadillera de España”, antes “Viuda de España”, Doña Isabel Pantoja Martín – que la dignidad y el decoro no deben perderse nunca, ni cuando se “enseñen dientes”, ni cuando se siente una en un banquillo cual delincuente común o resulte condenada, luego, criminalmente – dio ante las preguntas de una aguerrida reportera por el nombre de la niña que acababa de adoptar. En aquél momento una gafisolizada y más saludable, por oronda, Isabel, bebé en ristre, en un alarde de la altanería que la caracteriza, no tuvo ningún reparo ni rubor al contestar meneando su motosa melena: “Isabel, se llama Isabel, que es nombre de Reina…” – ahí es nada, no sabemos si hoy respondería lo mismo a la vista de lo que acecha a la monarquía-.

Cuando veo a estos personajillos – y es larga la pléyade de nombres, ya sean los propietarios de los mismos Yernísimos reales o Infantas “confiadas”, politiquillos de “B”aja estofa aficionados a operaciones millonarias cuyo producto depositan en cuentas suizas o aviesos empresarios de postín – deambulando por salas de justicia, sentados en banquillos, que siempre me han parecido un lugar humillante en el que comparecer a rendir cuentas, o entrando y saliendo de Comisarías sin que se les mueva un pelo, me hago la misma pregunta: ¿De qué pasta estarán éstos hechos para permanecer en ese altivo hieratismo que les confiere la vana creencia de encontrarse por encima del bien y el mal?. No deja de sorprenderme la petulancia con la que Isabel Pantoja, dado que hablamos ahora de ella, entraba en el Palacio de Justicia de Málaga, cualquiera diría que paseaba una bata de cola… Cómo se encaraba con el Presidente de la Sala cuando éste le recriminaba  el uso del teléfono móvil durante la celebración de las vistas, cómo seguía maltratando a la prensa – prensa que un día la encumbró – desde ese su Despotismo “Deslustrado” hoy, que nunca a nadie le vino mejor el calificativo… Vamos a ver: ¿Quién de nosotros tiene, diariamente, un ingreso de 3.000’00 € en su cuenta y no lo sabe?... ¿Quién puede afirmar que “desconoce” la forma de vida de su pareja o el origen de sus ingresos…?

En fin, la tramitación procesal ha sido todo un devenir de miedos y temores que han hecho que Doña Isabel – que es nombre de Reina – haya perdido peso, deteriorando su imagen y barruntándose la obligación de responder con unos dineros con los que no contaba y lo que era aún peor: ir a dar con su tonadillera osamenta en la cárcel…

Y no, nada de eso ha ocurrido, ya lo ven señores, que siempre ha habido clases en esta España farandulera nuestra, se va a librar, la Pantoja, de meter su blanqueada y risueña dentadura en una celda pese a tener la obligación –  no olvidemos que todo esto es susceptible de Recurso – de abonar una sanción económica de un millón de euros, cantidad ésta ya más moderada y asequible. Y a pesar del vahído, no sabemos si real o fingido, se le ha debido pasar ya el susto, porque a la postre, es en lo que ha quedado, en un susto… Y como en España somos así, nos gusta el morbo, esa módica cantidad la va a reunir con cuatro conciertos que tenga a bien dar, llenando estadios, esperemos no obstante que no sean Ayuntamientos los Organizadores, que tendría guasa ya “pagar” con dinero público la sanción impuesta por “blanquear” otro dinero público, pero es que aquí somos así: o muy idiotas o muy sinvergüenzas, pero en todo caso, muy morbosos. Y si lo pienso, la pena impuesta lo ha sido: a Julián Palomo Muñoz, por CHORIZO, a la astada y despechada esposa, Maite Zaldívar, por IMBÉCIL y a esta… por TONADILLERA, que nunca se pudo imaginar la proyección mediática de esta condena, transformada será, en una fuente de ingresos en potencia que le va a permitir no ya sólo afrontar la responsabilidad judicial que le es exigida, sino incrementar “legalmente” sus ingresos que, aprendida la lección, declarará puntualmente, claro es, pues a la vista ha quedado que de tonta “no tiene un pelo” a pesar de haber estado a punto de perder su larga cabellera.

Y lo peor es que empiezo a tener la firme sospecha que esto es sólo el aperitivo,  que ya se ha abierto la veda de “asustar” a los famosos que no de “condenarlos”, en una vil pantomima de que la “Ley es igual para todos” y nos contentamos con un linchamiento público de voces e insultos de cuatro exaltados a la salida del Juzgado y luego a ver como retiran del Museo de Cera la figura del interfecto con esa sonrisilla de bobalicones, regodeándonos en el ridículo que les supone a los “condenados” que, a la postre, no sufren pena alguna, porque para tener sensación de vergüenza se hace necesario primero, tenerla y estos, señores, ya han demostrado que de ella gastan bien poca.

Qué se lo pregunten, si no, a Emilia Soria una madre desempleada que se gastó 500 euros en comida y pañales para sus hijas, euros que salieron de una tarjeta de crédito que se había encontrado en la calle y para la que se hubo de solicitar un “indulto” que evitara su ingreso en prisión… Pero claro, esta no tiene glamour, ni batas de cola, ni se casó con un malogrado torero, es simplemente, una ciudadana anónima que no robó, sino que decidió mitigar el hambre de sus hijas con una tarjeta que le había caído del cielo… Aquí se sabe de ilustres y de artistas pero no de “estados de necesidad” que pudieran justificar un “hurto” o un “uso fraudulento” que en ningún caso sería , pues no puede ser equiparable a “blanquear capitales” o “defraudar al Fisco”.


“Dientes, dientes… que es lo que les jode”
(Isabel Pantoja, Tonadillera y “torera”)

martes, 9 de abril de 2013

Las dos caras de la feminidad o la forja de dos leyendas.



“God Save the Iron Lady o… de la más insigne inquilina del nº 10 de Downing Street”, ese había sido el título elegido sobre el que me encontraba reflexionando ayer, cuando tuve conocimiento del fallecimiento de nuestra Sara Montiel, me pareció justo y debido, no dedicar mi Reflexión sólo a Margaret Thatcher, pues si bien es cierto que ha sido – o es mi opinión – la mayor estadista que ha dado el Reino Unido, con el permiso de Winston Churchill, no es menos meritorio el papel desempeñado por nuestra manchega más insigne, nuestra “Violetera”, ya eterna fumadora a la espera de ese galán, también apagó el brillo de sus ojos ayer. He de reconocer que me he sentido fascinada por todos aquellos caracteres femeninos que se han tildado de “fuertes”, y aunque la lista podría ser interminable, a vuela pluma, se me ocurren algunos ejemplos: Hipathia, Isabel de Castilla, María de Escocia, Ana de Mendoza Princesa de Éboli, Isak Dinesen, Katherine Hepburn, la propia Margaret Thatcher… Todas ellas, por extensión, podrían ser detentadoras, por derecho propio, de la épica frase que Ronald Reagan dedicara a la Dama de Hierro: “es el mejor HOMBRE de Europa”, todas ellas han sido líderes de hombres en un mundo hecho por y para hombres y así se ha escrito en las páginas de la Historia.

España llora, amargamente, a una coupletista. El Reino Unido, lo hace a una patriota. Se han ido las dos. La hija del hortelano manchego y la del tendero del condado de Lincoln.

Una triunfó en el celuloide, la otra en la Política, pues justo es reconocerle que tras Churchill, ya sólo existió ELLA: la Dama de Hierro.

Las dos caras de la feminidad: la belleza por excelencia y la inteligencia implacable más aguda, María Antonia y Margaret, la primera nacida en la tierra de El Quijote y de Almodóvar, la segunda en la de Shakespeare y los Corsarios. Decidieron irse el mismo día, supongo que a modo de una casual y caprichosa tanatognomónica sinergia, pues una destacaba en lo que no lo hacía la otra, siendo antagónicas me pregunto qué tipo de mujer habría sido aquella que personificara lo más característico de cada una: la bella entre las más bellas dotada de una capacidad intelectual inaudita, estratega y visionaria, de fuerte carácter cincelado a golpe de autodisciplina. Se han ido juntas, puede que, en esa fusión energética hayan pasado a convertirse en una sola esencia o puede que no, pero ahora eso ya no importa.

Thatcher, la Estadista de férreas convicciones y resuelta valentía. Antieuropea, dijeron, visionaria, habrá de reconocérsele hoy. Pues efectivamente con esa aguda inteligencia que la ha caracterizado a lo largo de toda su vida, fue capaz de vaticinar con una claridad pasmosa el descalabro generalizado que nos ha traído la “Unidad”.

Sara Montiel, la superlativa Saritísima, independiente y transgresora hasta los límites del histrionismo, capaz de todo, incluso de reírse de si misma. 

Margaret llevó a los británicos a recuperar el orgullo de serlo, tras el puñetazo dado, en 1.982, sobre la mesa que restituyó las Malvinas a la soberanía que, ella creía, pertenecían: Argentina perdió Las Malvinas y su dignidad, pero el Reino Unido recuperó sus Falkland Islands y su patriotismo. Por imperativo férreo, no hubo más. Me pregunto qué habría pasado si hoy, la Dama de Hierro, no sólo no hubiera fallecido, si no, si sus capacidades mentales no hubiesen sido mordidas por la cruel demencia ¿se habría hecho preciso poner a la recauchutada Cristina Fernández de Kirchner en su sitio tras los recientes acontecimientos, o es que ni tan siquiera hubiera osado, la argentina, sacar las pezuñitas del tiesto?, apuesto por esto último, Mrs. Thatcher era mucha Thatcher, incluso para la siliconosa dirigente ché.

Sara, insignia nacional, vivió como quiso: a su especial modo, el Saritísimo, amante impenitente y vividora en esencia, siempre hizo, pues no podía haber sido de otro modo, lo que le dio su real, su realísima, gana. Para eso era ella: Sara, Doña Sara Montiel, Saritísima. De dos bocados, sin estropearse si quiera el carmín, se comió Hollywood, desarmando a su paso a los aguerridos vaqueros del Oeste que cayeron a sus pies, rendidos, heridos de amor por la cautivadora sonrisa de la española. Cuentan que, incluso, llegó a enamorar al mismísimo James Dean. A ver quien supera eso, señoras: meterse en el bolsillo al chico malo, al rebelde sin causa… Al guapo entre todos los guapos para luego despacharlo con una irónica sonrisa, eso sólo podía hacerlo ella, Sara Montiel.

Se han ido dos grandes. Cada una en lo suyo, cada una, estoy convencida, amada y odiada a partes iguales. Siempre envidiadas, siempre anheladas. La nuestra por detentar la codiciada y útil belleza; la británica por ser la dueña y señora de una, no menos útil, inteligencia inaudita, de las que sólo pueden darse una o dos en cada generación. Grandes las dos, a no poder serlo más. 

Hoy se ha forjado un nuevo mito que pasará a engrosar la especial idiosincrasia de pueblos culturalmente muy distintos que, y ya para siempre jamás, presumirán de tener un trocito más de la Historia de la Humanidad entre sus ilustres hijos.

Estoy terminando de escribir y justo en este momento acabo de enterarme del fallecimiento del HUMANISTA D. José Luis Sampedro. Descanse él, también, en paz, abrigado por la calidez de otra sonrisa: La Sonrisa Etrusca…

¿Será capricho del destino o simple casualidad?.

“Cada persona forja, a su muy personal modo, su propia GRANDEZA. Los enanos permanecerán siendo enanos aún cuando se suban a Los Alpes…”
(August Von Kotzebue)

lunes, 8 de abril de 2013

Destino... el Averno.







Me parece, sencilla y sinceramente, que peor ya no se puede hacer. Este país de locos es un verdadero frenopático, cada día más. Una nación abocada al más estrepitoso de todos los fracasos predecibles, gobernada por una panda de cuatreros inútiles desde los tiempos de Felipe González. Los dislates, los casos más sangrantes de corrupción y la exaltación de la imbecilidad humana en sus máximos exponentes no ha tenido, desde entonces, interrupción alguna y sí una clara línea, ascendente, de superación paulatina.

Y aquí seguimos... Unas escalofriantes cifras de desempleo, una cada vez más empobrecida sociedad – y no hablo ya sólo de medios económicos, sino intelectuales e, incluso, morales – y una legislación hipotecaria, trasnochada y absurda, que data de 1.861 y que estos oligofrénicos se niegan a modificar porque "hundiría el sistema bancario del país". Es decir, haría saltar por los aires ese oscuro e imbricado entramado que Europa ha decidido “rescatar” a costa de unas condiciones que soportan nuestros ya, casi exánimes, hombros y que se ha “comido” un dineral que ahora vaya Vd. a saber cómo y cuándo podremos devolver... si es que lo hacemos.

Pero aquí estamos: PRÉSTAMO CON GARANTÍA HIPOTECARIA, origen de todos los males, ya previsto en el DigestoDerecho Romano del que bebió y sigue bebiendo nuestro Derecho Civil. Que el Derecho, señores, se reduce al menos común de todos los sentidos que es, precisa y paradójicamente, el sentido común o, aquello que es razonable. Y lo que es razonable, habrá de ser, necesariamente, justo o equitativo – y que no deja de ser una figura jurídica tan simple como lo que sigue:

Emilio “el pudiente” decide prestarle a Mariano “el currito” la cantidad de 100’00 €, Mariano, solícito y escrupuloso cumplidor, siempre, de las obligaciones que asume, ofrece como “garantía” del pago la entrega de un reloj, caro y flamante, de manera que si Mariano no devuelve la cantidad que le ha sido prestada, hará entrega a Emilio del reloj, así, sin más. Es decir en caso de que no se haga efectiva la devolución del dinero prestado, la deuda quedará saldada con la entrega del reloj, ofrecido como garantía de la íntegra devolución del efectivo cedido en préstamo, dado que es lo convenido entre las partes.

Bien, pues si este ejemplo lo trasladamos a la realidad social que se vino dando en España, la cuestión queda reducida a lo siguiente:

En un país con un futuro prometedor, el Sabio Prohombre que lo gobernaba decidió que todos aquellos súbditos procedentes de otros Reinos que quisieran venir a vivir en este "paraíso de las abundancias" podían hacerlo, sin importar, en principio, que hubiera o no una infraestructura solvente para acogerlos. Este Sabio Prohombre llamó con trompetas y tambores a todos aquellos que decidieran afincarse en este fértil vergel, eso sí, sin haber previsto que una vez aquí, pues es una nimiedad sin importancia, tendría que garantizarles derechos tan básicos como debían, utópicamente, tener los súbitos nativos: al trabajo, a una vivienda digna, a la educación y a la sanidad, por poner algunos ejemplillos sin mayor trascendencia que la simple enumeración aleatoria.

Ante semejante reclamo fueron muchos los que llegaron en busca “del Dorado” pues les aguardaba un futuro prometedor – así se lo vaticinaban - y cada vez fueron llegando más y más, tantos que al final se decidió que bastaba con un simple “ticket” del autobús para acreditar la residencia de los forasteros que aquí moraban en una dudosa legalidad y así se hizo… ¡Y venga alegría y venga alboroto y venga derroche…! Y era tanta la euforia y tan esperanzador el futuro que se hacía preciso construir viviendas para todos y era necesario, también claro, pagarlas y ¿qué mejor negocio para un Banco?, ¿acaso no se dedican a “comprar” dinero barato para “venderlo” caro?. Así y si solo bastaba el billete de un autobús para regularizar la situación del agradecido “votante en potencia” no iba a ser menos para la Banca – que no lo olvidemos, “siempre gana” - otorgar hipotecas con la única garantía de una nómina, que si era de 900’00 € y la cuota hipotecaria lo era de 850’00 €, se cubría de sobra el pago mensual, total, la gente se alimenta del aire… Y así fue. Hipotecas, hipotecones, préstamos y prestamones… Que esto era el País de Jauja… y seguíamos con la alegría, el alboroto y el despilfarro… ante el maná que caía del cielo benefactor y así lo voceaba el Sabio a los cuatro vientos.

Poco a poco, el Sabio Prohombre – el más sabio de todos ellos, a la vista estuvo entonces y ahora también lo está, por ser éste un extremo indubitadamente acreditado - se dio cuenta de que esto se iba al garete y como buen capitán de navío, fue el primero en abandonar el buque que ya zozobraba. Agarró su salvavidas y se dispuso a saltar desde la cubierta con un “¡Ahí os muráis todos que yo me voy!”.

Y entonces, poco después, llegó el cataclismo. Y a punto estuvieron los “Visitantes”, todos ellos vestidos de negro y más serios que un ajo, de tomar las riendas y asfixiarnos un poquito más que el Sabio nos dejó moribundos pero sin el tiro de gracia, que aún lo estamos esperando con un afán liberador. Y la gente se indignó, los regularizados dejaron aquí sus escasas pertenencias regularizadas y se marcharon a sus regularizados países, hubo insumisos que se alzaron contra el pago de las hipotecas y quienes intentaron parar los desahucios haciendo del derecho básico de todo español a una vivienda digna el adalid de su lucha y otro Sabio Prohombre llegó y así acabó Jauja convirtiéndose en el Averno y el nuestro, fue ya, un peregrinar sin rumbo hacia él, en círculos concéntricos... Pues no sabemos si vamos o venimos, que diría el Gallego...

Y ahora me pregunto, si Mariano Rajoy, "el currito", hubiera pedido una hipoteca a Emilio Botín, "el pudiente", y dada su precaria situación económica, al encontrarse en desempleo, no poder atender los pagos acordados… ¿entregaría su amado reloj y quedaría obligado, de por vida, a devolver la cantidad pactada más los intereses o… Emilio accedería a saldarlo a cambio de la entrega de la garantía pactada…?.

Esa es la cuestión.

Stefan Zweig dijo una vez: “Cuando los revolucionarios llegan al poder dejan de ser revolucionarios”, puede que sea, también, acertada aquella que indique “Nadie comprende al igual sino cuando está en su misma situación” y aquí señores, lo que nos falta, es comprensión. Que a nadie le duele la llaga ajena tanto como a quien la padece.

domingo, 7 de abril de 2013

En el país de los ciegos... ya se sabe quién es el Rey.




Acabé de dejar la caja de leche y la bolsa con otros alimentos, de los denominados, “básicos”, en las solícitas manos de aquella voluntaria del Banco de Alimentos, en la puerta de un Centro Comercial y reconozco que lo hice con el pudoroso sentimiento de la incredulidad, parece mentira que esto ocurra en un país del primer mundo… Mientras volvía a casa pensé en la situación que reina en España, no sin una gran pena: casi seis millones de desempleados, desahucios feroces que dejan a familias enteras en la calle y con una deuda que los acompañará durante todos y cada uno de los días de su existencia, la corrupción – cuán nociva metástasis – minando los cimientos de un Estado de Derecho, patéticas previsiones emitidas por Agencias internacionales sobre nuestro decrépito sistema económico… Tasas de morosidad exorbitadas, reformas legales involutivas, desesperanza, desconcierto. Frustración. Ridículo.

Desde hace algunos años se ha instaurado en España un escenario desolador y por si no tuviéramos ya bastante con lo que nos está cayendo – que no es poco y a ver ahora quien nos saca de esto -, para escándalo del resto del mundo, nos sale una Casa Real que ningún otro Estado quisiera como embajadora de su imagen: un nieto que sufre un disparo en un pie, no sabemos si por no tener licencia de armas o por carecer de seso, un accidentado viaje de caza en compañía de “amigas entrañables”, la “amiga entrañable” en sí – hasta en tres ocasiones negada por el Gobierno, el anterior y el actual -, un Yernísimo presunto “inocente” de defraudar al Fisco y de evadir capitales públicos, entre otros reproches punitivos… Y ya lo que nos faltaba, por si aún quedaba en este planeta Tierra algún ser humano que no se hubiera reído de España: una Infanta, una Grande de España, una hija del Rey sospechosa, oficial y procesalmente, de mantener un “comportamiento poco ejemplar”…

No sé de qué íbamos a extrañarnos ahora, si es la consecuencia de “proletarizar” la sagrada Institución Regia, esa que tiene un Origen Divino y para cuyo desempeño y función se preparan desde la infancia. Así ya tuvimos a la “abuela Menchu”, a la “tía Henar” y la papá “Chus” imputados, que no parecía suficiente con Urdangarín… Pero esto señores, esto ya es “rizar el rizo”… Y la Casa Real dividida: unos mostrando su extrañeza por el cambio de parecer del instructor y aplaudiendo la decisión de la Fiscalía de recurrir el Auto que señala a la Infanta, otro, el Delfín, proclamando su fe ciega en la judicatura y pidiendo su independencia… Esto es un país de locos… 

Y se armó un gran revuelo entre la abogacía española a la espera de una elección, pues todos querían tener el “honor” de defender los intereses de tan alta estirpe y el elegido fue… Miquel Roca Junyent, un jurista a quien ha de reconocérsele el mérito de haber contribuido a “parir”, no sin gran dolor, nuestra Constitución, la misma Ley de Leyes que con frecuencia se pasan por el Arco Triunfal, experto en Derecho Administrativo y Civil, poco después, se aclaró que, por no sabemos bien qué acuerdos de colaboración ni nos importa, los asuntos penales del Bufete Roca Junyent se encomendaban a otro letrado: Jesús María Silva a quien se le atribuye la labor de “ayudar” al Sr. Roca en tan magna encomienda…
El experto ayudando al lego. El mundo, otra vez, al revés…

Vamos a ver si me entero… el Rey, diligente padre de familia, encarga la defensa de la Infanta – ultrajada por el despiadado Juez que la imputa, menos mal que tenemos a la Fiscalía – a un experto en órdenes jurisdiccionales total y absolutamente ajenos y distintos a la jurisdicción penal, pero que contribuyó a la redacción de la Constitución Española, curiosamente, este reputado jurista cuenta con la colaboración del experto Silva que es quien va a “ayudarlo”. Pues bien, los Abogados somos – o deberíamos – como los Médicos, cada uno es – o debería – especialista en lo suyo, y si el Rey se puso en manos de un Traumatólogo para recomponer su maltrecha cadera, tras el real trastazo en Botswana, en lugar de solicitar los cuidados de un Cardiólogo… ¿Por qué acuden a un administrativista y constitucionalista?, seamos claros, yo veo en esta decisión una velada forma de presión – otra más: a ver ahora qué Juez le enmienda la plana a un experto en derechos fundamentales, que no sólo conoce, es que ha redactado la Ley que los recoge y ya se sabe que “quien hizo la Ley, hizo la trampa…” -, una jugada ”intimidatoria”, una más, a la independencia judicial que, curiosamente, también se recoge en nuestra Carta Magna… ¿Por qué no se han requerido, directamente, los servicios del Letrado Silva?... ¿Porque este, quizás, por bueno que sea, no tendría el “peso” de Roca…?, vaya Vd. a saber… ni nos importa eso tampoco.

Y esto forma parte del mayor espectáculo del mundo, que hemos decidido montar en este país, de este Gran Circo poblado de payasos y elefantes, fieras y malabaristas – de las finanzas y la corrupción –, de monos locos y contorsionistas, que desde hace algún tiempo vienen convirtiendo a España – esa España en cuyo reino, una vez, jamás llegaba a ponerse el sol – en el esperpento encargado de entretener a la Comunidad Internacional, porque esto señores, es España, una España de pandereta, una España profunda de suculentas viandas como los chorizos, tiene su fama el chorizo español… La España de los pícaros, la España de la vergüenza. Esto, señores, es lo que ocurre cuando nos dedicamos a menesteres distintos de los que nos han sido atribuidos… Y así seguimos, con la expectación. 

Cuando a mí y, tengo la ligera impresión de que también a la mayoría de los españoles de bien, maldito es el bledo que me importa – y digo “bledo” por no resultar grosera o soez – el futuro criminal o no que le depare a la sacrosanta estirpe real, la aplicación justiciera de la Ley, que el mismo Rey bien lo dijo: La Ley es igual para todos… y si es igual ¿por qué hay niños que se han quedado sin casa cuando los vástagos reales gozan de un palacete de seis millones de euros que protege sus coronadas testas infantiles?. Si es que el discursito navideño del Monarca estuvo muy bien pero no deja de ser una falacia porque mientras tengamos que seguir contribuyendo con Bancos de Alimentos para que ningún español pase hambre, Majestad, la LEY NO ES IGUAL PARA TODOS. Mientras haya gente que tenga que ser asistida por Letrados del Turno de Oficio para defender la impunidad del uso de una tarjeta de crédito para la compra de comida para sus hijos, la LEY NO ES IGUAL PARA TODOS… No lo es. 

Así que por favor, deje de considerar a los súbditos tontos porque si bien es cierto que en el país de los ciegos, el tuerto es el Rey, nosotros no lo elegimos, nos vino impuesto aunque empiezo a dudar que fuera por voluntad divina y a los hechos me remito…
Que últimamente a esta España nuestra sólo se la respeta cuando es la Selección Nacional de Fútbol la que entra en el terreno de juego.