Seguir este Blog

lunes, 11 de septiembre de 2017

La filóloga y la bífida lengua que la perdió, ¿verdugo o víctima?.



Las redes sociales ardían. No podía ser de otro modo: “Escuchando a Arrimadas en el debate de T5 sólo puedo desearle que cuando salga esta noche la violen en grupo, porque no merece otra cosa semejante perra asquerosa”. A caballo entre el estupor y la más profunda aversión, volví a leer aquél extravío intentando digerirlo, lo más execrable no era ya el aberrante deseo en sí -¿puede existir algo más vil?- sino que proviniera de otra mujer. Me quedé pensativa clavando mi mirada en el sinuoso baile que mantenían los cubitos de hielo derritiéndose, ajenos a mis cavilaciones, entre trozos de limón y vainas de cardamomo, en la copa de gin tonic que tenía sobre la mesa. Una metáfora perfecta, concedí, acerca del modo en que la tolerancia y el respeto se diluyen en ese espacio virtual donde la depravación no conoce límites, un gran agujero negro que engulle identidades permitiendo que el insulto y la injuria queden suspendidos en el limbo de la impunidad aunque, aquél, no fuera el caso, prueba evidente no de su valentía sino de su incuestionable estulticia, la autora de tamaña atrocidad tenía nombre, apellidos y un rostro. La reacción de Inés Arrimadas no se hizo esperar anunciando la denuncia –algo lógico si reparamos en el contenido, inmoral y absolutamente ilegal, del mensaje, personalmente lo considero encuadrable en los delitos de incitación al odio y la violencia, quizás la más aterradora de las que puedan existir, y de injurias pues, no contenta con el ignominioso deseo conferido, además, la insulta-; como tampoco tardó la de la empleadora de la filóloga, tal es su cualificación profesional, al cesarla fulminantemente en su puesto. Pero en un indecoroso intento de intercambiar los papeles asignados a las protagonistas de este vergonzoso vaudeville, no faltó quien, a continuación, intentara impostar la lícita reacción de Arrimadas en una desproporcionada respuesta que, afirmaba sin pudor, debió omitir. Se victimizaba a quien no dudó en expresarse de modo tan abominable, alegando que se trataba de una “persona anónima”, con nula repercusión en las redes sociales, imputando a la injuriada haber cometido una “grave irresponsabilidad”, desde la proyección social que le confiere su cargo político, al no ocultar la identidad de la ofensora. Nuevamente no daba crédito: se culpaba a la víctima de haber arrojado a su “desconocida” agresora al más descarnado sistema parajudicial, el de las fieras fauces del animal cibernético donde sería fagocitada, presa de la ira de las redes, en plena tormenta punitiva, encontrando allí la “desmedida” y “cruenta” pena del pecado cometido. Sigo, aún hoy, sin saber qué me produce mayor rubor: si el mezquino comentario realizado públicamente por una mujer atentando contra la dignidad de otra, incitada únicamente por el odio de sus diferencias ideológicas; si la hilarante tentativa de culpabilizar a la víctima o bien, si lo es, el lamento plañidero de la autora del oprobio, pues lo que le inquieta no es haber perdido el trabajo sino saber que no va a volver a encontrar otro, sin que, a día de hoy, conste disculpa alguna a la vilipendiada. Todo ello me lleva a plantearme, amigos lectores, si el hecho de que se actúe desde la ausencia de notoriedad social exime de la responsabilidad por la perpetración del acto a su autor, el daño causado es un daño, con absoluta independencia de la transcendencia social que obtenga la lesión o ¿acaso si un asesino le quita la vida a alguien en ausencia de testigos deja de cometer un asesinato?. Seamos coherentes.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 11/09/2017.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu participación en este Blog, recuerda que tu comentario será visible una vez sea validado.