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lunes, 16 de octubre de 2017

Más allá del honor y la gloria.




El tricornio de charol ocupaba, esa mañana, un lugar preferente en mi casa a los pies de la Virgen del Pilar que, con motivo de su Festividad, portaba la bandera a modo de manto en patriótica simbología de una protección celestial que reputé más necesaria que nunca. Sonreí evocando los olores y las imágenes de una infancia lejana cuando ese mismo tricornio pertenecía a mi abuelo que lo portaba con orgullo cada 12 de octubre en la Solemnidad de su Patrona. Me pareció que olía igual, a incienso y al tenue perfume dulzón de las flores dispuestas sobre el altar, cuando accedí a la Catedral en la que se extendía un inmenso mar de respetuosos uniformes verdes. Se respiraba una emoción contenida, abnegada, casi dolorosa, en respeto y solidaridad hacia aquellos otros que no disfrutarían de su Día grande, al encontrarse cumpliendo servicio en Cataluña. Miré los rostros de aquellos hombres, esculpidos al cincel de la disciplina y el sacrificio. Firmes y serenos, aguardando en decoroso silencio el inicio de una liturgia que cada quien ofrecería por el hermano, el padre o el amigo a quien el deber lo había desplazado al otro extremo del país. Era como si una espesa y pesada capa gravitara, dispersándose lenta e invisiblemente, sobre nuestras cabezas estancando el ambiente. La luz, tamizada por las vidrieras, se posaba caprichosamente sobre un suelo de ajedrez que cambiaba de tonalidad, en cada rayo multicolor mil partículas en suspensión recordaban la ausencia de otros miles, presentes sólo en el recuerdo. Notas vibrantes de órgano, cantos de alabanza, lágrimas, escociendo en los ojos, que terminan por aflorar y tricornios lustrados inclinándose al unísono. La dignidad de un Cuerpo que lleva el honor a sus últimas consecuencias dando, heroicamente, la vida por España pese a la traición, pese al abandono y pese a la humillación. Reparo entonces en un oficial que no deja de parpadear intentado reprimir el llanto, agacha la cabeza, a ratos, para volver a elevar inopinadamente la mirada hacía la cúpula que cobija el altar mayor, imagino la pugna de sentimientos que debe, sin duda, debatirse en su interior en una hipérbole de emociones encontradas, arremolinándose como un torbellino de hojas secas de otoño en violento movimiento circular. Se cruzan nuestras miradas y me sonríe, es una sonrisa triste, la misma con la que todos nosotros nos hemos engalanado para este Día de la Patrona, se la devuelvo intentando transmitirle mi admiración y mi gratitud por todo cuanto representa. Durante la homilía un recuerdo al desprendido servicio por la unidad de España. Gargantas atenazadas y más lágrimas, quedas, silenciosas, amargas como la hiel de la humillación, del abandono y de la traición… Mentes al vuelo, elevándose hacia las caras familiares que se desdibujan ante la mirada acuosa anclada en el suelo. Comienza a sonar el himno – “Instituto, gloria a ti, por tu honor quiero vivir…” - y me pregunto si ese sufrimiento mudo será percibido por aquellos que insultan a quienes una vez juraron defender su país; no encuentro más explicación que la cobardía propia emboscada en el anonimato de una turba ruidosa para atentar contra la sosegada valentía del pecho descubierto, por órdenes de mandos políticos, de todos aquellos que han permanecido en pie, aguantando los escupitajos y las provocaciones. Acaba la ceremonia ya pero continúa el anhelo de una vuelta, la de los héroes que, ese día, la demencia de unos y la pasividad de otros, retienen lejos de sus familias. El sabor agridulce del acto castrense posterior, la despedida menos calma y risueña de lo habitual de familias que se diseminan en mil direcciones moteando de verde las calles y que portan por festón la pesada carga de un dolor inapreciable para los que les aplauden en señal de reconocimiento. Se acababa así, este año, la Festividad, aquella que quedará en el recuerdo. La que estará, siempre, más allá del honor y la gloria. La del día en que Jaén salió a la calle para arropar con los colores rojigualdos a su Guardia Civil.

Por todos aquellos que, sin estar, estuvisteis más presentes que nunca.
Por Sergio, por Fátima, por Miguel, por Diego y… por Víctor, siempre.


Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 16/10/2017.


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