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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Aldabonazos sordos.




Ando últimamente pensando en ‘política’, no me malinterpreten, he estado elucubrando sobre el origen etimológico del término ‘politeia’ o teoría de la polis –ciudad-, no negaré que me sorprendió la ligazón que, algunos doctos, establecen con ‘paideia’ –educación- también, de modo que ‘paid-agogia’, pedagogía, deviene en “conducir al niño de la mano por el camino de la vida”... Parece un chiste tal y como está el patio, ¿verdad?, aunque si lo pensamos con detenimiento puede que sea ésta una explicación lógica al “borreguismo”, tan dócil y servil, imperante. Sé que me caracteriza mi sentido del humor, a veces ácido y siempre sarcástico, con frecuencia me río, por no llorar, intentando el análisis en clave humorística, es por ello que suelo recurrir a un tono jocoso cuando se hace precisa alguna crítica aunque, reconozco, esos arponazos no se encuentren, jamás, huérfanos de veracidad en cuanto a la reclamación formulada. A estas alturas, tras haber dejado atrás hace años  -tantos que ya he perdido la cuenta- la bisoñez de los románticos ideales de juventud y de haber, incluso, coqueteado durante un tiempo con la política, el plácido discurrir del calendario ha ido depositando una capa de absoluta indiferencia que ha terminado adhiriéndose a mi piel cubriendo las cicatrices que las mil batallas libradas me han dejado, de modo que he optado por conferir la mayor dosis de ingeniosidad posible a las quejas por el deficitario funcionamiento, en general, que los servicios públicos presentan y por la supina estupidez, en particular, que aqueja a la clase política – soy de la opinión de que es precisamente en este ámbito donde mejor se ha desarrollado la profesionalización de la estulticia pues, indefectiblemente, el mal profesional acaba convirtiéndose en excelso político, sálvese quien pueda-. No deja de asombrarme el hálito de etérea deidad que envuelve al cargo público mientras lo detenta, loado y palmeado por doquier, dejándose adular por aquellos que persiguen la obtención de algún beneficio. Indignidad, ésta, tan evidente en el lisonjero como en el propio lisonjeado; uno por descender al barro de las suelas que besa a expensas de lograr –o no que, en este arte, el político es un experto- lo pretendido y el elogiado, por su parte, por permitirlo a sabiendas de la rastrera causa que motiva que se le reconozca como el más alto, el más guapo y el más listo. Jamás he soportado ese indecoroso cobismo tan extendido y comúnmente aceptado como algo cotidiano llegando, incluso, a estar bien visto al impostarse tras la mascarada genérica de “las relaciones con contactos”. Vamos a ser claros: es hacer la rosca para medrar u obtener un provecho propio, dejémonos de eufemismos, todo en la vida social –y política- se reduce a ese refrán que glosa la vasta sapiencia popular de “quien tiene padrino, se bautiza” o “dame pan y dime tonto”, así es y será siempre desgraciadamente y, mientras, quienes nos negamos a volver a las prácticas del vasallaje medieval, seguimos dando aldabonazos sordos por nuestro obcecado rechazo a conseguir a título de graciosa concesión lo que nos debería corresponder por derecho, ya lo ven. Siendo que, a quienes optamos por tal proceder, se nos tilda de “disidentes” o “contestatarios” sólo porque nos negamos a atusarles los bigotillos o a regalarles los oídos a los ‘servidores’ de la cosa pública, criticando lo que es razonablemente criticable pese a reconocerles también los adventicios aciertos que, por alguna extraña casualidad, puedan tener, lo que nos hace merecedores del destierro en el favoritismo del Olimpo, efecto natural e intrínseco de esa injusticia que se produce no tanto por actuar fuera de la equidad sino por omitir su aplicación. Nuevo aldabonazo. Nada. Otro más y… silencio administrativo. Invariablemente, el silencio.

“Quien gusta de ser adulado, digno es de su adulador”.
(William Shakespeare)

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 20/11/17.



lunes, 13 de noviembre de 2017

La mochila de Moussa.


Amanece sobre Jaén y me dirijo, como cada día, a la piscina. Me cruzo con las cotidianas sombras cansadas y trémulas que, en un calmo ritual, se encaminan hacia el centro a sabiendas de que tampoco hoy tendrán nada que hacer más allá de dejar transcurrir el tiempo pacientemente. Hombres jóvenes, en su mayoría, con el rostro tiznado de sol africano deambulando a la espera de encontrar un jornal de temporeros que les permita, siquiera, acariciar el Dorado que vienen buscando. Hay que tener valor, mucho, para marcharte a un país con un puñado de monedas en el bolsillo al reclamo de las oportunidades que te son negadas en el tuyo. Les doy los buenos días y levantan la mirada que posaban antes en el suelo contestando con una amplia sonrisa. Uno de ellos es Moussa. Moussa tiene 23 años. Los sábados, al finalizar mi entrenamiento, coincidimos en los aledaños de la cafetería donde suelo desayunar. Hemos instaurado, tácitamente, un riguroso orden de alternancia en nuestras mutuas invitaciones – creo que accedí al obsequio para no ofenderlo – aunque los días que paga Moussa sólo me apetezca café, una tostada es un gravoso lujo adicional que, no creo, pueda permitirse. Durante uno de estos desayunos, en los que el aroma de las tazas humeantes se funde con el del almizcle que todo él desprende, me contó que duerme junto con otros compatriotas en el abandonado parking en construcción que ocupa las antiguas instalaciones del Club Hípico donde han encontrado, dado que empieza a refrescar, un techo bajo el que guarecerse a la espera del inicio de la campaña de recogida de aceituna ubicando allí su hogar hasta que el albergue municipal abra. Reparo en la pulcritud de su ropa y de las impolutas deportivas blancas; lava con el agua que acarrea en garrafas desde el pilón del Convento de las Bernardas y la deja tendida durante la noche para volver a guardarla, a la mañana siguiente, en la mochila que siempre lo acompaña: “Todo aquí, todo. No roban” la palmea satisfecho. Más tarde, en su rudimentario inglés que, no obstante, nos permite la comunicación me dice que, desde hace una semana, un grupo de rumanos intenta amedrentarlos para que se vayan y que, incluso, los amenazan con barras de hierro pero él se niega a marcharse “Senegaleses primero. No vamos. Ellos piden luego dinero a otros para dormir, quieren vayamos pero espacio para todos”. “Moussa y… ¿qué pasa si no encuentras tajo en la aceituna o, después, cuando acabe la campaña?, ¿dónde irás?”. Me clava sus pupilas, risueñas y negras como la pez, se encoge de hombros y, mostrándome una perfecta hilera nívea, contesta: “Dios sólo sabe”. Me asombra su falta de temor pero, desde luego, no es ningún demente, es sólo una persona que persigue una ilusión: regresar a la aldea al norte de Senegal, donde le esperan sus padres, abuela, siete hermanas y tres hermanos pequeños, con el dinero suficiente para construir una casa. Cuando me intereso por saber si le preocupa dónde dormirá si, finalmente, se ve obligado a abandonar aquél destartalado edificio o si no consigue una cama en el albergue, bebe, con parsimonia, un sorbo, sonríe y contesta: “Dios es grande, nunca deja”. Abre la cartera de la que asoman las esquinas dobladas de una deteriorada foto de su familia, me la tiende y afirma: “Día yo vuelvo, hay gran casa y gran fiesta”, se levanta y paga los dos cafés mientras, galante, aguarda a que yo también lo haga retirándome la silla. Al despedirme de él veo el rostro de alguien que rebosa dignidad. Me pregunto si no seremos nosotros quienes, al mirar para otro lado de esa cruel realidad que sufren los jornaleros de sueños rotos, la hayan terminado perdiendo.

“Dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma,
 quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable”.

Concepción Arenal

lunes, 6 de noviembre de 2017

Presidente a la fuga.



Y es que el mazazo, no por predecible, había de ser menos doloroso. El pasado jueves la Audiencia Nacional decretó prisión incondicional para Junqueras, ex vicepresidente de la Generalidad y para los ex consejeros Jorge Turull, Raúl Romeva, José Rull, Dolores Bassa, Merichel Borrás, Joaquín Forn y Carlos Mundó; el más sagaz, el ex consejero de Empresa, había puesto previamente sus barbas a remojar dándose una primera ‘agüilla’ con su dimisión y, luego, con la elección de un letrado distinto que asumiera, desmarcándose así de la camarilla, su defensa, lo que le ha permitido driblar la entrada en prisión a cambio de prestar fianza – escasas 24 horas le duró aquella “solidaridad” de acompañar a sus secuaces en el afligido baile del rock de la cárcel-. Mientras tanto el cabecilla de la rebelión sigue en Bélgica asesorado por un abogado de etarras, Bekaert, que debe, el hombre, ser todo un experto en Derecho de la inmundicia y la bascosidad, a la vista está, intentando zafarse de la acción de la justicia tras abandonar a su suerte a quienes lo acompañaron en un descalabro político que nació ya con vocación de defenestración colectiva. No ha faltado quien ha dicho de él que “siendo rata gorda, sería el primero en abandonar el barco” y razón no habré yo de restarle a ese sabio pero por más que huya, cerrando con ello la puerta de la celda a sus compinches, largo es el ecuánime brazo que lo acecha y le acabará dando caza. Será entonces cuando comprobaremos las punitivas consecuencias de un desafío continuado a la legalidad, a la soberanía del pueblo español y al Estado de Derecho aunque ya se haya desmarcado Pablo Iglesias anunciando que pedirá el armisticio puesto que se avergüenza de que en su país existan presos políticos, olvida, este vendedor de humo, que aquí, los Sénecas, no van a la cárcel por sus ideas sino por delincuentes siendo extenso el rosario de ilícitos que se les puede imputar: rebelión, sedición, desobediencia, malversación de caudales públicos... Pero ha sido, sin duda, la esperada orden europea de detención de Puigdemont y de los cuatro jinetes de ese hilarante apocalipsis que cabalgan con él en Bélgica lo que ha supuesto la más demoledora de las decisiones judiciales, esa actuación que nos ha devuelto la esperanza a los demócratas, pues pese a que la puesta a disposición de la Audiencia Nacional de los delincuentes huidos quede, en última instancia, sometida a la voluntad de la justicia de aquél país, el cerco se va estrechando. La expedición de una orden europea de detención a cualquier país miembro de la Unión debe suponer la entrega inmediata del reclamado por la justicia que emite la misma, si bien, el país de Tintín no tipifica, como tales, los delitos de rebelión y sedición siendo que este principio de doble incriminación o de existencia de los delitos tanto en el país que reclama como en el que entrega, es preciso que concurra para que cualquier Estado miembro se atenga a la legalidad procediendo a cumplimentar la solicitud aun cuando el primer paso se haya dado por la Fiscalía belga que, al parecer, tiene bastante menos paciencia que la patria, nos alegró el desayuno del domingo manifestando que ordenaría la detención de los forajidos que habrán de comparecer ante el Juez que decida finalmente su destino. Numerosas serán las zancadillas e infinitos los vericuetos legales que el abogado de alimañas, desde la experiencia que le otorga su lúgubre recorrido profesional dada la catadura moral de sus frecuentes defendidos, podrá oponer recurriendo a las falsedades que se han venido vertiendo, últimamente, a fin de justificar lo injustificable: que esa república imaginaria tiene un Presidente a la fuga pero, al menos, ahora campa sin máscara. Todo el mundo sabemos lo que es y cómo se las gasta. Y aunque sepamos, también, que delinquir nunca ha sido gratis a esta ronda, no obstante, convida la Magistrada Carmen Lamela.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 06/11/2017.