La maquinaria de la justicia
es lenta, dicen, pero inexorable cuando el resorte que la acciona se activa,
afirmo. La payasada sediciosa ya ha comenzado a pasar las primeras facturas, un
impacto económico que, los más versados en ese arte de los números y las
cuentas, tasan en una suma nada desdeñable con origen cierto en la fuga de
empresas que paulatinamente va desangrando a Cataluña o el formidable gasto que
ha supuesto el ingente despliegue de medios, ya lo fueran para llevar a cabo la
bufonada del 1 de octubre o bien para paliarla. Aunque lo que, personalmente,
celebro con el regusto agridulce de no ver a la totalidad de los cabecillas a
buen recaudo y soportando el peso del Estado de Derecho, es la entrada en
prisión de los “Jorges”, Jorge Cuixart y Jorge Sánchez, gerifaltes de las dos
asociaciones que, nutridas hasta el hastío con el dinero público de la
Generalidad, fueron las escogidas para instigar la traición perpetrada; comandando,
ambos, las hordas enardecidas que hostigaban la labor de unas fuerzas del orden
que, ante la negativa de los Mozos a hacerlo, se limitaban a velar por la
legalidad en Cataluña y que han terminado convirtiéndose, hoy, en los anhelados
mártires que los golpistas necesitaban para presentarlos ante los medios
internacionales como presos políticos de un Estado opresor. Tienen la obscena
desvergüenza de erigirlos en presos políticos, es decir, los catalogan sin
pudor alguno como personas que son privadas de su libertad de movimiento sólo
por sus ideas políticas, a la defensa de semejante definición, no podía ser de
otro modo, se suman, pidiendo su inmediata excarcelación, las alimañas y demás
moradores de ciénagas de la izquierda radical, descendientes de aquellos otros
que, no sólo han destrozado vehículos policiales sino que asesinaron, en su
día, servidores del orden público, no podíamos esperar nada distinto de
semejante escoria parasitaria. Presos políticos, y se les llena la boca,
mientras el brazo armado del esperpento secesionista sigue al mando de más de 16.000
Mozos con la única obligación de personarse en el Juzgado cada quince días. Presos
políticos, gritan a quienes los quieran escuchar, mientras el hombre del extraño
flequillo sigue representando a la rebelde Institución que lleva años
inoculando un odio recalcitrante en mentes a medio formar, velando la historia
con tintes sesgados y ajusticiando a los que optan por usar el castellano.
Presos políticos no, delincuentes, todos ellos, reos de sedición, de
prevaricación y de malversación de caudales públicos, incitadores al odio… Los
únicos y verdaderos presos políticos son los millones de catalanes no independentistas
que olvidados, o castigados vayan Vds. a saber, por el Gobierno Central se ven
privados de su libertad de movimiento, de expresión y de opinión, condenados al
ostracismo ideológico, sin voz ni voto – a la vista está-. Esta farsa se dilata
ya demasiado en el tiempo con el consiguiente incremento de un, cada vez más, inasumible
coste social, económico y crediticio ante el resto de Europa que venimos
obligados a soportar; las ambigüedades que dan paso a la impunidad empiezan a
hastiarnos y los plazos, “replazos” y “contraplazos” derivados de una
interpretación subjetiva del artículo 155 de la Constitución sólo pueden ser
índice de una cobardía indolente que, antes que después, pondrá a cada quien en
su sitio: a los delincuentes entre rejas, a la ciudadanía ante las urnas y al
pusilánime Gobierno en una más que merecida oposición donde seguir jugando al
“pinta y colorea”. España pide un paso, ya sea al frente o bien al lado pero,
sobre todo, exige la restitución de una legalidad perdida sin que tengamos aún
claro si la causa del quebranto ha sido la demencia del catalán o la pasividad
del gallego pero España, señores del Gobierno, pide respeto y dignidad. A ver
cómo se las apañan.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 23/10/2017.
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