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lunes, 24 de julio de 2017

De listos, listillos y “sabeores”.



Siempre me ha parecido un síntoma de cauta prudencia no subestimar la inteligencia ajena aun cuando sea, en la mayoría de los casos, atribuirle generosamente al de enfrente una cualidad que no posee. Newton estableció que “toda acción conlleva una reacción igual y opuesta” lo que debería exigirnos calibrar, previamente, los posibles efectos que una determinada acción u omisión puede provocar, sopesando las probabilidades reales de que la misma pueda ser neutralizada y garantizarnos una minoración de los daños que podamos sufrir como legítima reacción a nuestra acción. Lo que parece obvio, con frecuencia, no lo es tanto o puede –sí, quizás sea eso- que el pecado de la soberbia lleve al incauto a creerse “el listo de la clase” despreciando al común de los mortales que no alcanzan ese elevado nirvana intelectual en el que se instauran los elegidos. En ello ando pensando últimamente y habré de reconocer que por más que busque una explicación lógica, irremisiblemente, siempre acabo varada en la solitaria playa de la misma conclusión: es muy elevado el riesgo de ir de listo porque, donde vayas, siempre habrá alguien que te supere. Siempre. Lo aconsejable es hacer las cosas de manera correcta lo que eludiría muchos de los quebraderos de cabeza que las irregularidades suelen generar pero cuando se opta por seguir la oscura senda de los vericuetos de la ilegalidad lo mínimo que puede esperarse, cuando te sorprenden en ese paseo furtivo, es la bonhomía de reconocerlo y asumir las consecuencias, por nefastas que resulten, en lugar de mantener la negación sistemática de los hechos o el burdo recurso a absurdas explicaciones que evidencian, aún más si cabe, la torpeza del listillo que se creía impune. En Jaén, tenemos un término que define a la perfección el espécimen al que me refiero y no es otro que el de “sabeor”. Un “sabeor” habla siempre desde el convencimiento de encontrarse en posesión de la verdad absoluta, es experto en todos los temas sobre los que diserta desde el elevado púlpito de la osadía de su petulante ignorancia y es docto, no podría ser de otro modo, en cualquier ámbito de opinión al sentar cátedra con sus asertos. Personalmente, amigos lectores, no suelo dispensarle mayor atención al “sabeor” que la que le concedería a un mero bufón pero no he soportado, jamás, esa actitud de altiva condescendencia que presentan cuando soy yo con quien se miden y no porque me altere que me contradigan o que discrepen de mi criterio sino porque no hay nada que me ofusque más que la infundada creencia de que me he caído de un guindo. No. No lo tolero, en realidad, me enerva. Que pretendan hacer lo blanco, negro, me repatea. Que dibujen una situación que poco o nada tiene que ver con la real desde el necio convencimiento de que tú vas a reconocerlo de igual modo tras sus explicaciones, me crispa aunque la edad me haya domado el carácter hasta el punto de no entrar en diatribas ni absurdas discusiones haciéndome optar, casi siempre, por un silencio activo como reacción pareja y que se puede resumir en “tú di lo que quieras que yo haré lo que crea” y concluido mi cometido, mirando con sorna a los estólidos ojos del “sabeor” de turno, con la satisfacción de haber actuado tal y como me correspondía pero sin haber perdido ni un segundo en discutir acerca de las patrañas y milongas que me haya querido vender, le pregunto: “¿Qué más quieres, Federico, si eres joven, alto, guapo y rico?”…

“A veces nos ciega la arrogancia y no somos conscientes de lo elementales que son las cosas hasta que alguien nos pone delante de los ojos la simplicidad desnuda de la realidad” (“Misión Olvido” - María Dueñas)

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 24/07/2017.


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