Cuando, con el hastío que confiere la habitualidad
al involuntario espectador que la sufre, repaso las noticias que pueblan nuestros diarios y
telediarios, no sé ya si reír –ante la manifiesta y más que acreditada, por
solvente, ineptitud de quienes gobiernan nuestros designios -, o, llorar – por
la desesperación y la incertidumbre, al no ser capaz de vislumbrar el final - …
Me cuestiono, con más frecuencia de la que debiera
ser deseable, en qué tipo de país, de continente, de mundo, es en el que
vivimos. Desconozco si es que la piel se nos ha endurecido hasta el extremo de
hacernos insensibles a cuanto ocurre a nuestro alrededor o si, es que,
acostumbrados al profundo grado de idiocia que aqueja a nuestros dirigentes,
nos hemos terminado sumiendo en esa soporífera indiferencia, amarga resignación
del impotente, que nos impide ver más allá de nuestro propio ombligo, que
últimamente, bastante tenemos si conseguimos mantener lo poco que la voraz
crisis no ha engullido ya a su paso: reventando negocios y empresas, hogares y
familias. Vidas.
Cada mañana, cuando me levanto y, mientras
desayuno, enciendo el televisor, no consigo alegrar el día que me propongo
vivir, ningún auspicio favorable se nos presenta propicio, pues los dioses han decidido darnos la espalda. Todo son penas,
descalabros y tristezas. Pasividad e impericia. Me viene entonces a la cabeza la historia del pavo y
la pava. La historia de lo que parecen ser los Gobiernos actuales:
Y el pavo mira a la pava. Y la pava mira al pavo…. “¡Gluuuuuuuuuuuuugh!”,
le dice el pavo a la pava. Y “¡Gluuuuuuugh!”, le contesta, luego,
la pava al pavo. Y así siguen, cada uno a lo suyo, día tras otro. El pavo que
mira, la pava que también. El pavo que gluglutea y la pava, por no ser menos, también. El
pavo, animal imbécil por naturaleza. Un singracia, sin más aspiraciones que
picotear hasta cebarse y alegrar los estómagos de los felices – por beodos ya –
comensales en una mesa navideña.
“¡Gluuuuuuuuuuuuuuuuuuugh!”, dice el Presidente del Gobierno… “¡Gluuuuuuuuuuuuuuuuugh!”,
le contesta el de la
Oposición. Luego, el Presidente mira al adversario. El adversario,
mira, también, al Presidente. “¡Gluuuuuuuuuuuuuuuuugh!”… Y así
siguen, el par de idiotas, cada uno a lo suyo, día tras otro. Y gluglutean, los
dos, y se miran. Y vuelven a gluglutear y luego a mirarse otra vez… “¡Gluuuuuuuuuuuuuuugh!”…
El Político, animal imbécil por naturaleza. Un singracia, otro más, sin mayor
aspiración que la de picotear hasta cebarse los propios bolsillos y alegrar los
estómagos felices – por corruptos – de quienes, compinches ya de su vileza,
participan de tan obsceno festín.
Porque si tonto era el pavo, más tonta era la pava…
¡Gluuuuuuuuuuuugh!.
“Y si finalmente se prohíbe la tauromaquia en
España…
¿dejarán ya, todos éstos desgraciados, de
torearnos?”.
- Pregunta formulada por un sabio anónimo -
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