Tragedia de la cabra psicótica, más por cornuda, que por cabra.

Mi fábula de hoy, con una moraleja relativa a que no hay, nunca, mejor remedio que aceptar la realidad y aprender a reirse de la misma con quienes ya lo hacían con anterioridad. La "jodienda" será la misma pero el divertimento compartido... O no. Lo importante, en todo caso, será creérselo. O no.

Érase una vez una cabra psicótica a la que cada día, ante su impotente llanto, le crecían los cuernos más y más. Era una cabra psicótica, más por cornuda que por cabra. Miraba con la desconfianza propia del cornudo bajo el ingente tamaño de sus cuernos, cuyo peso le hacía doblar la cerviz. Caminaba sobre sus cuatro pezuñas de cabra, cornuda y psicótica, con la cabeza gacha, no tanto por la vergüenza, que también, como por la magnitud de su astado tocado.

- ¡Cornuda!… ¡cornuda!… - el grito silencioso del resto de los animales de la granja donde vivía resonaba, como un eco descarnado, a su paso. Se le clavaban sus burlonas miradas tanto en la chepa como en los cuernos – ¡Cornuda, cornuda…! – Se reían con alborozo-.

La puerca lerda, oronda y pegajosa y el parásito chupasangres que en ella habitaba, se asociaban para regalarle, así, una bella canción, la cuál, a su paso cantaban para su gran goce y propio divertimento: “¡Pim, pam, púm… bocadillo de atún… Pim, pam, púm… Una cornuda eres tú…!”.

Y así transcurrían los dolorosos días de la existencia de una cabra psicótica a la que, de modo irremisible, le crecían los cuernos más y más. Tal era su tragedia, no tanto por cabra, como por cornuda. Y a su paso, con gran sorna y chanza, le seguían cantando a coro: “¡Pim, pam, pum… bocadillo de atún…!”. Y la cabra, psicótica y cornuda, terminó poniéndose cascabeles en sus retorcidas astas que también adornó con alegres cintas de colores y continuó, siempre, bailando al mismo son.

"Digamos, pues, que sólo existen dos tipos distintos de 

mentes poéticas:

una, apta para inventar fábulas y la otra sólo dotada para creerlas".

(Galileo Galilei)