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jueves, 14 de marzo de 2013

El Quinto Secreto: Crónica del Camarlengo.




Quiero dejar expresa constancia de que el relato de hoy es pura y absoluta ficción, no tiene nada que ver con quien actualmente detenta el cargo de Camarlengo dentro de la Iglesia Católica, el Cardenal Tarcisio Bertone. Tampoco pretendo, en modo alguno, herir sensibilidades ni menos aún, ofender creencias. Fui educada en la Fe Católica y,  aunque no practique, hoy en día sigo creyendo en Dios. Le profeso el mayor respeto a la Iglesia Católica y a quien es su Cabeza visible, lo  considero “un Hombre de Dios” y por tanto un hombre bueno, como lo son, también, el Dalai Lama o cualquiera de los Patriarcas de la Iglesia Ortodoxa.

Intentó serenar sus nervios, removiéndose en la silla en la que permanecía sentado a la espera de que finalizara el escrutinio de los votos vertidos por los Cardenales electores. Habían sido unos días de intenso trabajo para él, quien a los cuarenta años, portaba sobre sus espaldas el peso de toda la Comunidad Católica. Había velado por el fiel cumplimiento del ritual consagrado por la Constitución Vaticana, tras la renuncia de Benedicto XVI. El primero, había sido inutilizar el “anillo del Pescador”, al no haber fallecido el predecesor, se decidió que lo más aconsejable era no destruirlo, él mismo supervisó, personalmente, el trabajo del orfebre designado para tallar sobre él una cruz, siguiendo, escrupulosamente, las instrucciones conferidas por el Colegio Cardenalicio. Luego se sucedieron el sellado de las estancias papales, la preparación del Cónclave del que saldría el nuevo Vicario de Cristo y el cierre de la Capilla Sixtina, tras la entrada del último Cardenal, donde tendría lugar la deliberación y el fallo.

Inconscientemente palpó, con la palma húmeda, el bolsillo de la sotana donde guardaba las llaves del doble candado de oro con el que había cerrado la estancia mientras repasaba, mentalmente, los tres Pontificados que habían tenido lugar durante su, aún joven, existencia: el de Juan Pablo I al que casi no recordaba y el revuelo que levantó su muerte, en lo que dieron en denominar “extrañas circunstancias” que suscitaron la floración de multitud de “teorías conspirativas” que ya, en su día, la Policía Vaticana se encargó de refutar.  Había leído, con gran interés, los detallados informes que se guardaban en el Archivo Secreto, pero sin duda, por lo que aquél Papa que consiguió “humanizar” la figura de la Cabeza visible de la Iglesia, quedaría siempre en su memoria, era por su gran habilidad como comunicador y consumado escritor, de hecho, Illustrissimi seguía siendo su libro de cabecera. Sonrió al recordar alguna de las cartas que integraban aquella obra literaria. Juan Pablo II fue siempre su “abuelo”, un abuelo entrañable y sonrosado, con quien había compartido muy poco tiempo, pues llegó a su cargo tan sólo unos meses antes del fallecimiento del Papa, sentía por él un profundo cariño y su risueña mirada azul cielo quedó impresa en el corazón del Camarlengo desde el primer día en que se arrodilló ante él para besarle, reverentemente, el anillo. Volvió a sonreir y dirigió una mirada hacia la cúpula, se fijó en el dedo divino que le confería vida al hombre: “La creazione di Adamo”, desde pequeño se había sentido fascinado por esa imagen y estaba convencido de que descubrió su vocación mientras estudiaba la lámina para un examen de Historia del Arte en su último curso del Instituto de Enseñanza Media. Para él, simplemente, simbolizaba el amor: el mismo Dios dando vida a su criatura a sabiendas de lo que acarrearía el posterior acto de desobediencia de la misma para las generaciones venideras, expulsadas con deshonor del Paraíso, y el precio que el Creador tendría que pagar al entregar a su propio Hijo como chivo expiatorio de la errática Humanidad. Intentó concentrarse en los nombres que se iban leyendo – se había repetido con más frecuencia de lo usual el del Cardenal Bergoglio, su íntima apuesta había sido, desde el principio, por él -, pero lejos de conseguirlo, su mente voló nuevamente, esta vez hacia Benedicto XVI a quien, cariñosamente y con un juego de palabras relativo a su apellido, llamaba “Papa Mazinger”, broma que el Sumo Pontífice aceptaba, consciente del infinito cariño que inspiraba a aquel jovencísimo y esperanzador Cardenal, a quien veía casi como a un hijo. Recordaba sus largos paseos por los Jardines de la Residencia Papal en el Vaticano, los veranos en Castel Gandolfo y, también, la ponzoña que los más acérrimos detractores de la Iglesia habían vertido sobre las causas de la renuncia de aquél Gran Hombre, aludiendo, para ello, a las más bajas pasiones y a toda una oscura red de intereses económicos y desviados, arraigados en las entrañas mismas vaticanas que, se afirmaba insidiosamente, aquél anciano Papa no se veía capaz de combatir… Él conocía el motivo real, pero se lo guardaría, a ello estaba obligado. ¿Acaso no era el custode de los Secretos?. En todo caso, el anciano teólogo Joseph A. Ratzinger, merecía en todas sus decisiones, estuvieran motivadas por la razón que fuese, el mismo respeto que las de cualquier otro ser humano, resolvió para zanjar aquél asunto que le distraía de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. No terminaba de ser consciente del hecho histórico al que asistía como testigo de excepción.

Le sobresaltó el “Habemus Papam” que resonó, con rotundidad en la Capilla. Miró al elegido, quien en ese preciso momento acaba de responder que aceptaba la transmisión de poderes espirituales. No pudo evitar que dos lágrimas le rodaran por las mejillas. Estaba presenciando el inicio del cuarto Pontificado de su vida, entre el tañir de campanas y las alegres voces de una algarabía que, amortiguadas, llegaban desde la Plaza del Vaticano donde ya se debía estar divisando, sin duda, la Fumata Blanca. Aquél jesuita argentino acaba de asumir las riendas del devenir de la Iglesia Católica con el nombre de Francisco I, contraviniendo así los nombres esperados – Ignacio, Iñigo… -. Se apresuró entonces a abrir la puerta de la Capilla Sixtina, aliviándose así de la carga de otro de los Secretos cuya sagrada guarda le fuera confiada y de la que ahora se liberaba para siempre, mientras la abría rezó por Francisco I, para que las fuerzas y el Espíritu Santo no le abandonaran en su labor pastoral, rezó para que, de una vez por todas, el nuevo Vicario de Cristo pusiera fin a las tradicionales disputas entre las dos facciones encontradas de la Iglesia Católica, rezó con intensidad. Al abrir la puerta y dejar escapar la tensión acumulada durante los días anteriores, pensó que había que comunicárselo al Papa Emérito, debía ser el primero en conocer la identidad de su Sucesor. Y debía enterarse por él. Nervioso buscó su iPhone y lo encendió, esperó impaciente a que la cobertura fuera suficiente como para permitir la llamada y en la agenda de contactos buscó apresuradamente la M.

-          ¿Pronto…? – la cansada voz de Joseph A. Ratinzger, "su Papa Mazinger", contestó tras el primer tono -.
-        ¡ Habemus Papam …! - fue todo cuanto la emoción, que le atenazaba la garganta, le permitió decir, luego rompió a llorar. Asistía al inicio de una nueva página de la Historia-.


“Aunque haya religiones diferentes, debido a distintas culturas, lo importante es que todas coincidan en su objetivo principal: ser buena persona y ayudar a los demás”.

(His Holiness the Dalai Lama)
 

5 comentarios:

  1. Conmovedor, nuevamente consigues que nos metamos en la escena, y esta vez en la piel del Camarlengo, seguro que al que esta ahora le encantaria tu relato.

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    1. Gracias. Bueno, no sé si le encantaría o no, para ser franca tampoco tengo un conocimiento muy profundo sobre la liturgia ceremonial en la elección de un nuevo Sumo Pontífice, pero yo me la he imaginado así, según las atribuciones que, la Constitución Vaticana, otorga a la figura del Camarlengo y sus obligaciones de guardar secreto, etc.

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  2. No creo que tengas que explicar que no querias ofender ni herir a nadie. Es precioso, un relato muy bonito pero tengo la sospecha que el camarlengo era una mujer que se ha limitado a descubrirnos un poco mas su pensamiento ¿ o me equivoco?. Te sigues superando en esa habilidad tuya de colar referencias a libros, ya me he enterado que ese del que hoy hablas es un Libro de cartas que publico Juan P. I y lo del "papa mazinger" ha tenido mucha gracia aun asi sigues siendo mas que respetuosa. Nuevamente y como siempre muchas felicidades por tu Blog.
    Por cierto que ha sido muy acertada la idea de las ilustraciones que tengo que decir son siempre preciosas y elegidas con muy buen gusto. La de hoy me ha encantado y el relato es insuperable.
    Juan F.

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    1. Muchísimas gracias, como siempre, por tus palabras. Juan F.: supongo que nunca está de más apercibir sobre tus intenciones y más cuando de lo que se va a hablar es de algo tan delicado como las creencias religiosas y conceptos canónicos. De cualquier modo, efectivamente, he intentado hacerlo desde el mayor de los respetos... Jajaja, no vas muy desencaminado, pero permíteme que mantenga el misterio sobre esa especial visión de la ceremonia a través de los ojos del Cardenal Camarlengo que, tradicionalmente en la Iglesia Católica, ha correspondido siempre a un varón. Sí, te recomiendo la lectura del libro, pues merece la pena.
      Gracias también por tu comentario sobre las ilustraciones de las entradas.

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  3. PUES QUE QUIERES QUE TE DIGA.UNA VEZ MAS,DARTE LAS GRACIAS POR LOS COMENTARIOS TAN PERFECTOS Y CONVINCENTES QUE HACES. TE DESEO LO MEJOR.¡SIGUE ASI GUAPA!llegaras MUY PERO QUE MUY ALTO.

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