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lunes, 25 de febrero de 2013

Una partida de canicas.







Siempre me he imaginado al Destino como un duendecillo travieso y bromista que juega con nosotros a su caprichoso antojo, imponiendo las reglas de su peculiar juego.
En realidad, tiendo a identificarlo con ese personaje propio de la mitología celta llamado “Trasgu” quien,
en función del humor con el que se levante cada día, nos regala pequeñas diabluras que nos terminan sacando de nuestras casillas o bien, se encarga de hacer esas labores que pueden resultar más tediosas, haciéndonoslas más livianas.

       Hace mucho tiempo ya, apenas si contaba, creo recordar, con seis o siete años, me encontraba en el patio de mi casa, era el final de una tarde de verano y acaba de salir de la piscina para sentarme en aquél columpio rojo donde solía merendar. Comencé el suave balanceo sobre la silla que se suspendía de dos cadenas, mientras daba buena cuenta del bocadillo que, junto a un vaso de leche, había dejado mi madre instantes antes sobre la mesa de hierro. Junto a la piscina, Rovira, una hembra de espagnol bretón que por aquél entonces era la mascota de la familia, dormitaba bajo los últimos rayos de sol. 

     Olía a jazmín y el cielo comenzaba a adquirir un color anaranjado. Los grillos daban inicio, tímidamente, una sinfonía estival.

     Detuve el columpio con la punta del pie descalzo cuando me pareció ver un diminuto rostro asomarse por la puerta de aquél cobertizo que hacía las veces de trastero. Al fijar en él la mirada desapareció repentinamente. No podía ser ninguna de mis hermanas pequeñas que estaban dentro – oía sus voces procedentes de la cocina, donde mi madre intentaba que terminaran de merendar, amenazándolas con no volver a bañarse si no lo hacían, entre las protestas inútiles de las dos inapetentes que se resistían a la macedonia de frutas -. Rovira se despertó sobresaltada y husmeando el aire se dirigió, sigilosa, hacia el cobertizo mientras emitía un leve gruñido. Me bajé del columpio y la seguí –ella también lo había visto -, entró en la oscura estancia para salir en estampida a continuación con un aullido ensordecedor, me detuve en seco para permitirle el paso de aquella huída en dirección opuesta, sin ser arrollada. Dudé unos instantes pero finalmente me decidí a entrar, mis ojos se fueron acostumbrando a aquella penumbra y paulatinamente las siluetas de las bicicletas, las jaulas vacías, herramientas y otros cachivaches que, con el orden establecido por mi padre, reposaban allí, fueron aclarándose.

-          “¿Hola?...” – conseguí decir, más por infundirme valor para no salir corriendo, al escuchar mi propia voz, que por resultar cortés -. “¿Hola?” – repetí mientras comenzaba a sentir el martilleo de la sangre en las sienes y me daba lentamente la vuelta hacia la puerta por la que había salido la perra huyendo.

-          “Hola” – me contestó una vocecilla desde un rincón -. “No te asustes, niña”.

      Paralizada no podía dar un paso, aunque mi intención hubiera sido la de desaparecer tras Rovira a idéntica velocidad o haber gritado un enorme “¡¡¡¡¡¡MAAAAAAAAAAAAAAAAAAMÁ…!!!!!!” que provocara la llegada inmediata de mi madre, si la voz me hubiera salido en lugar de quedarse anudada en la garganta. La silueta de un enanito se dibujó al contraluz de la puerta que permanecía abierta, donde se colocó de un salto, casi acrobático, sin que pudiera precisar yo su origen. Apenas si me llegaba a la cintura y me miraba sonriente con los ojillos entornados. Vestía de rojo y tenía unos zapatos picudos del mismo color.

-          “No te asustes” – Repitió acercándose -.

-          “No… No lo estoy” – mentí mientras me ponía de puntillas para aumentar la diferencia entre nuestras respectivas estaturas en un intento de demostrarle mi superioridad física -. “¿Quién eres?” – le pregunté por decir algo que mitigara mi temor, o al menos, lo distrajera-.

-          “Me llaman Destino, aunque tengo otros muchos nombres y si quieres podemos jugar un rato juntos” – sonó de nuevo la vocecilla estridente, de tono cantarín  -.

-       “¿Qué haces en mi casa?” – le volví a preguntar, esta vez ya con menos miedo y más curiosidad -.

-         “ Siempre he estado aquí, desde que naciste estoy contigo, lo que pasa es que a veces no me ves. Sólo puedes verme cuando quieres hacerlo. ¿Quieres o no jugar?”– el enano pareció impacientarse y la penumbra que reinaba a mi alrededor no me ayudaba a reunir las fuerzas necesarias como para contrariarlo -.

-          “Sí, pero ¿a qué?”. – Inquirí ya más tranquila. Entonces el duendecillo, o lo que quiera que fuese, fijó la mirada en una cesta de mimbre donde solía guardar mis canicas. Me encantaban y tenía muchas, de todos los colores.

-         “¡A las canicas!” – decidió mientras se dirigía a la cesta y la cogía resuelto -. “Sígueme” - me apremió dispuesto y se encaminó al otro extremo de la habitación -. “Vale, te explicaré cómo se juega: verás, cada vez que yo consiga golpear  una de tus canicas, tendrás que elegir con la que seguir el juego, dejándome a mí la otra y así sucesivamente hasta que ya no te quede ninguna”.

-          “Pero…” - protesté – “¿y yo no puedo quedarme con ninguna de las tuyas?”.

-          “No” – dijo rotundo -. “Este juego es así, tú eliges las que quieras para la partida y conforme yo vaya alcanzándolas, tendrás que decidir cuál me das y con cuáles sigues jugando. Así es como se juega y no de otra manera”.

-          “No me parece justo que…” - protesté sin poder terminar la frase -.

-          “Escucha mequetrefe” - ya entonces me pareció ridículo que un humanoide de apenas medio metro se refiriera a mí en esos términos, sofoqué la risa como pude, no quería contrariarlo, aunque ya no le temía – “me da igual lo que te parezca justo o no. Así es este juego, si quieres jugar lo haces y si no, vuelve al columpio y déjame tranquilo”. 

-          “Vale” – accedí,  al notar cómo la irascibilidad del enano se pintaba en el tono de su voz -.

        Desconozco el tiempo que estuve jugando con Destino, sólo sé que cada vez que golpeaba una de mis canicas, yo, según las reglas de ese particular juego que él había decidido inventar, tenía que entregarle una, cuando concluía la tradición, aparecía ante mis ojos una visión diferente que duraba apenas unos segundos y luego se volatilizaba en una nebulosa. Así, cuando le di la verde – apareció la figura de una chica mayor que se parecía a mí, llevaba una bata blanca y parecía estar muy ocupada -, cuando le tocó el turno a la roja volvió a ocurrir algo similar, la misma chica, no llevaba bata blanca en esta ocasión, sino que se encontraba ante una pizarra y parecía estar explicando algo que entonces no fui capaz de entender, poco a poco fui quedándome sin canicas porque Destino tenía buena puntería, jamás erraba su tiro. Le di la morada, la azul, la amarilla, luego la naranja y con cada entrega se sucedían las rápidas visiones que siempre eran diferentes. Ya sólo me quedaban dos – las que más me gustaban en realidad y que, hasta entonces, me había estado reservando, a la vana espera, claro es, de que el enano errara en el tiro o bien, diera por concluida la partida -: la dorada y la plateada.

-          “¿Podemos dejar ya de jugar?” – pregunté intentando eludir la obligación de elegir entre mis dos canicas favoritas -.

-         “¡Ni hablar!” – contestó el maldito enano, consciente sin duda de la dolorosa disyuntiva a la que me enfrentaría al tener que optar entre alguna de las dos -, “tenemos que terminar el juego”.

       Resignada me preparé para perder alguno de mis más preciados tesoros. El duende acertó de lleno en la dorada y exigió el correspondiente trofeo. Estuve dudando entre cuál entregarle, si me desprendía de la plateada y me quedaba con la dorada siempre echaría de menos a la primera y si lo hacía a la inversa, resultaría exactamente igual para la segunda. El duendecillo, entre resoplidos, parecía impacientarse en la espera de su premio y yo no conseguía decidir con cuál quedarme. Me miraba con los brazos cruzados y alternándose en el apoyo de su cuerpo en uno y otro pie, cuando de repente todo empezó a girar a mi alrededor a una velocidad vertiginosa, la cara del enano empezó a difuminarse ante mis ojos, todo seguía girando y dando vueltas, las imágenes de las canicas de colores, en suspensión a mi alrededor y del duende, se superponían, las escenas que había visto antes, también, de forma rápida y difusa. Comencé a marearme, los oídos me zumbaban, las imágenes se sucedían sin ningún orden ni concierto y volvían a desaparecer… Oía, cada vez más lejana, la vocecilla que me apremiaba a hacerle entrega de alguna de las dos bolitas que apretaba, fuertemente, en el interior de mi puño, mientras una espiral multicolor me engullía.

      La mano delicada de mi madre me acarició la mejilla. Abrí los ojos, estaba en el columpio, miré a la mesa de hierro: el bocadillo y el vaso de leche seguían sobre ella, intactos. Rovira dormitaba junto a la piscina. El sol se ponía entre el aroma a jazmín y el acompasado "cri-cri" de los grillos.

-          “Vaya, así que te has quedado dormida…Tienes que tomarte la merienda”.

-          “No, mamá, no me he dormido… Estaba jugando a las canicas con un enano, he visto una niña mayor que era médico y luego era profesora, después dibujaba utilizando unas reglas muy grandes... Era yo. Y hacía otras muchas cosas, pero al final sólo me quedaban dos canicas, las demás se las ha quedado el enano…” – atropelladamente intenté resumirle lo que había pasado a mi madre que sonreía ante mi azoramiento, convencida sin duda de que hablaba de un sueño –.

-          “Venga, merienda, cuando hayas terminado puedes jugar con tus hermanas que ya están en la piscina” – las vi chapoteando entre risas, ajenas a mi encuentro con el enano -.

… (…) …

           De eso hace ya tantos años que, junto con estos vagos recuerdos, sólo conservo dos canicas, una plateada y otra dorada, las únicas que permanecían en la cestita de mimbre cuando entré de nuevo al cobertizo. Dónde fueron a parar las otras, siempre ha sido un enigma para mí. Me pregunto si ese encuentro tuvo lugar alguna vez y cómo hubiera sido mi vida hoy, si hubiera optado por las canicas de otros colores de las que, según avanzaba la partida, me fui desprendiendo.

Aún hoy, de vez en cuando, creo ver la sonrisa burlona de un enano que se asoma por la puerta del Despacho, se cruza conmigo fugazmente por la calle o, simplemente, está observándome a través de la ventana, lleva una bolsa colgando de la cintura y, a veces, puedo oír el peculiar sonido de canicas al chocar entre sí.     
          
            Sin duda, continúa a la espera de que le entregue una de las dos, pero lo cierto es que sigo sin poder decidir cuál…

“A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”.
(Jean de La Fontaine)





8 comentarios:

  1. Interesante,solo dos canicas y aun sigues dudando sobre cual desechar. Me ha gustado muchisimo leerlo pues da que pensar, realmente podemos contemplar el destino como esa continua elección a la que nos vemos obligados tenga o no forma de enano es asi: elegir una canica y entregar otra.
    Gran artículo el de hoy. Felicidades una vez mas por como sabes narrar con sencillez y naturalidad las cuestiones mas profundas de nuestra vida.

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    1. Dos canicas... dos opciones. La vida es, simplemente, una cuestión de opciones. El Destino jamás yerra, da de pleno en nuestras canicas y siempre se acaba cobrando una de ellas, otorgándonos, a cambio, la oportunidad de seguir la partida con aquella que, por alguna razón, hemos elegido seguir...
      ¿Acaso no es nuestra existencia una larga partida de canicas?... Tengo el firme convencimiento de que es así.

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  2. Admirable la facilidad que tienes de contar cosas preciosas cargadas de sentido. Yo también tengo que felicitarte, como siempre y espero con impaciencia que vuelvas a publicar para seguir sorprendiendonos a todos tus lectores.
    Un saludo,
    Juan F.

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    1. Y yo, como siempre, tengo que darte las gracias: por seguirme, por participar en mi Blog, por todo lo que dices...
      Bueno, amigo Juan F., intento publicar con la frecuencia que me permiten mis otras obligaciones que también requieren de tiempo y dedicación: trabajo, familia, amigos...
      Eso sí: espero no dejar de sorprenderos jamás, ni... de sorprenderme a mí misma.
      Otro saludo para tí.

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  3. Me gustaria que me contestaras a la pregunta siguiente: ¿Realmente ese episodio paso cuando eras pequeña?.

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  4. Estimado amig@ anónim@, permíteme que, sin caer en la petulancia, dado que las distancias son insalvables y con el único fin de seguir manteniendo el misterio, me remita a esa frase de la película “Las Horas”, en referencia a Virginia Wolf:

    "Ella tenía DOS vidas. La vida que estaba llevando y también la de los libros que escribía".

    Ahora decide tú si ese episodio tuvo o no lugar... ;oP

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  5. Sea o no real lo fascinante del relato (de todos los que publicas en general) es la forma en como lo narras. Según voy conociendo tu forma de escribir, se me hace mucho más firme la convicción de que el derecho ha ganado lo que ha perdido la literatura contigo. Con total sinceridad espero que sigas compatibilizando ambas y lo digo de un modo egoista, leerte a diario se ha convertido en lo mejor de cada día al regreso del trabajo. Para ser poco original, como el resto de los participantes te debo dar mi enhorabuena deseando que sean muchos los relatos que sigas publicando.

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    1. Muchas gracias por tus palabras. Sí, lo cierto es que yo también espero poder seguir compaginando mis dos pasiones tal y como he venido haciendo hasta ahora y espero, también, poder seguir publicando porque me sigáis leyendo.

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