"No matter what you say, the
show must end at our way,
come on and stand your ground for freedom, beauty,
truth and love!.."
(De la Película "Mouline Rouge")
Hoy, apenas si podría ser ya una ridícula Madame en cualquier burdel barato de un arrabal parisino. Esa decrépita actriz de cabaret, mediocre, neurótica y morfinómana, ha llevado siempre una doble vida, basada únicamente en un enfermizo amor hacia sí misma. Una existencia vacía, narcisista, ahogada, con frecuencia, en marchitas rosas embriagadas por el vino de infidelidades pasajeras. Falsedad y mentira: una vida propia de seres que, frustrados por su patética existencia, expían sus culpas proyectando el reflejo de sus miserias sobre quienes les rodean, en un iracundo intento de convertirse en víctimas de los mismos a ojos de los demás, sin reconocer así jamás, su propia mezquindad, único y culpable origen de sus miserables existencias a las que, por falta de valor, no le ponen un decoroso final, conformándose con dejar discurrir los días, a la resignada espera de su fenecimiento.
Esa puta de burdel, triste y henchida de una vanidad tan vacua como su
propia vida, porta la carga del amargo resentimiento que le produce el conocimiento
de su patente inferioridad. Se aplica con fruición el carmín, cada mañana, para
colorear unos labios que jamás besaron por amor ni hablaron con verdad. Labios
que profirieron las más rastreras falsedades, ávidos del vil mercadeo de
caricias furtivas, ajenas a su vida gris de burdel.
Hoy, aguarda la llegada de los últimos días de
su lánguida existencia, maquillando su ajado rostro hasta convertirlo en el
ridículo velo de su iniquidad. Iniquidad de torva mirada,
enmarcada por
los surcos de innumerables arrugas que intenta disimular sin
conseguirlo. Se
aferra, inútilmente, a la acicalada quimera de la belleza que un día
creyó
poseer cuando orgullosa, posaba para los retratos coloristas en el trono
de las vanidades. Ilusa. Usurera de su propia adulación, tóxica y
nociva hasta resultar
letal para sus iguales. Alcohólica empedernida, busca en la absenta la
realidad
inmaterial de su deseo, ansiado y jamás cumplido. Dañina en su propia
esencia,
pero inofensiva por carecer de la dignidad suficiente como para ser, tan
si
quiera, tomada en consideración por sus semejantes, si no es para
suscitar el
rechazo que despierta su triste y sucia vida. Hoy, se dibuja como
un guiñapo maltrecho, intenta ocultar su patetismo aparentando lo que no
es, no fue, ni jamás será.
Sola, admira el mustio reflejo que le devuelve
el espejo roto de una existencia infeliz mientras sigue maquillándose en exceso,
intentando así aprehender los débiles hilos dorados de una juventud que hace décadas la
abandonó pero a la que se aferra cada uno de los
días de su ignomiosa existencia, en el más estrepitoso de los ridículos ajenos.
No hay mayor tragedia en ella que la negativa a envejecer con dignidad, ni hay,
tampoco, falta más execrable que la de acusar de sus propias culpas a quienes
un día la rodearon, para intentar así acallar las voces de su vieja y puta
conciencia: sucia, desvariada, enferma y adúltera.
La vieja puta de burdel, sigue acechando un amor que ya no llegará. No
ese interesado que es el que ella conoce, pues sabedora de sus carencias y
limitaciones, pero astuta como una zorra, siempre se supo rodear de quien bien
le pudo sacar algún provecho.
Despechada y herida, envidiosa de vidas ajenas y dueña de una existencia despreciable, ha terminado por creerse sus mentiras, cinceladas a golpe de alcohol cada noche, entre murmullos y humo acre de opio, y se ha creído, también, sus fantasías, insanas y deletéreas, de lo que pudo llegar a tener y no tendrá ya, cuando era bohemia inspiración de artistas ya olvidados. Aquellas mentiras que, en otros momentos empleó para cizañar y meter ponzoña, único recurso a su torpe alcance en un desesperado intento de evitar perder su ansiado protagonismo tras el que oculta su nimiedad, se han vuelto hoy en su contra, lacerándola sin piedad y clavándose dolorosamente en sus entrañas estériles, abrigo y cobijo del hijo que nunca engendró.
Ella, siempre ella, el astro rey. Ella, ávida depredadora de miradas
lascivas que jamás encontrará, topándose sólo con las sonrisas burlonas de
quienes, casualmente, se cruzan hoy con tan patético y ridículo fantoche en algún
encuentro casual.
Un astro rey que ahora languidece, apagándose lentamente, con la única
compañía de su propia soledad que sostiene, con mano temblorosa, la copa del licor
más acerbo. La vieja fulana que creyó poseer todo, hoy no es más que una
caricatura de sí, marcada su arrugada piel escarlata por el transcurso de una vida de
puta de burdel barato. Apenas si podría ser una codiciosa Madame. Sola,
ridícula, comida por los celos y la envidia que envenena, amarga como la hiel,
cada una de las palabras que, a duras penas, consigue modular entre las
violentas arcadas que preceden a su vómito etílico. Escupiendo
así su tóxico narcótico ante la impasibilidad de los demás que sólo aciertan a
reconocer en ella un espectro fantasmagórico, grotesco espejismo de un ser
que, poco a poco, se va extinguiendo diluído en sus recuerdos.
Y seguirá siendo vieja, cada día más.
Y puta, no tanto por haber vendido su cuerpo, sino su dignidad, convirtiéndose
así en una marioneta ajada y deslucida que plasma su odio y su rencor en continuos cambios
bipolares de humor. Desequilibrada y sola ladra su furia rabiosa, con dentelladas al aire, al no poder morder ya,
con sus dientes podridos, la mano que un día la alimentara.
Y vivirá con eso sus últimos días, si es que puede, tan patética
meretriz, escribiendo, con torpes borrones en las páginas de su vida, las Memorias de una puta
triste…
No he querido hacer con este relato ninguna
referencia
a esa gran obra de Gabriel García Márquez, "Memoria de mis putas tristes",
en realidad, nada tiene que ver con el argumento
tan magistralmente desarrollado en ella.
Simplemente he descrito lo que hoy me sugiere la
visión circunstancial de una vieja y deslucida fotografía color sepia que
encontré, hace años, en algún mercadillo de Londres,
la de una "puta triste"... O eso me ha
traído hoy a la mente el retrato
de quien fuera la musa, indiscutible, de Toulouse Lautrec.
de quien fuera la musa, indiscutible, de Toulouse Lautrec.
Elegancia en estado puro. He consultado en wikipedia y ahora Jane Avril es alguien cercano, posee sentimientos, una vida que tu me has acercado aun cuando sea ficcion. Gracias por hacer de la literatura una forma de vida. E N H O R A B U E N A! ! !.
ResponderEliminar¿ Para cuando la proxima publicacion ?.
Juan F.
Gracias, de nuevo Juan F., por tu participación. Sí, cualquier personaje siempre posee sentimientos, aún cuando los mismos le sean atribuídos por la imaginación de quien lo describe. A veces, la mayoría de ellas, no podemos desprendernos de aquellos rasgos que, por cualquier motivo, asimilamos al carácter de otro sujeto que encierra algún parecido con el que estamos describiendo, esos - entre otros muchos - son los tejemanejes del complicado sistema de la creativa mente humana o de la simple asociación de ideas. En cualquier caso, nos confiere la libertad de imaginar cómo sería la persona en cuestión y así es como yo me imagino que sería Jane Avril.
ResponderEliminar"No matter what you say, the show must end at our way,
come on and stand your ground for freedom, beauty, truth and love!.."
No me gusto mucho el libro de G. Marquez pero tu capitulo me ha encantado.
ResponderEliminarTodo un honor gustar más que el mismísimo Don Gabriel García Márquez... Muchísimas gracias.
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