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martes, 12 de febrero de 2013

Memorias de una puta triste.

 Oda a Jane Avril.
"No matter what you say, the show must end at our way,
 come on and stand your ground for freedom, beauty, truth and love!.."
(De la Película "Mouline Rouge")
 
 
Hoy, apenas si podría ser ya una ridícula Madame en cualquier burdel barato de un arrabal parisino. Esa decrépita actriz de cabaret, mediocre, neurótica y morfinómana, ha llevado siempre una doble vida, basada únicamente en un enfermizo amor hacia sí misma. Una existencia vacía, narcisista, ahogada, con frecuencia, en marchitas rosas embriagadas por el vino de infidelidades pasajeras. Falsedad y mentira: una vida propia de seres que, frustrados por su patética existencia, expían sus culpas proyectando el reflejo de sus miserias sobre quienes les rodean, en un iracundo intento de convertirse en víctimas de los mismos a ojos de los demás, sin reconocer así jamás, su propia mezquindad, único y culpable origen de sus miserables existencias a las que, por falta de valor, no le ponen un decoroso final, conformándose con dejar discurrir los días, a la resignada espera de su fenecimiento.

Esa puta de burdel, triste y henchida de una vanidad tan vacua como su propia vida, porta la carga del amargo resentimiento que le produce el conocimiento de su patente inferioridad. Se aplica con fruición el carmín, cada mañana, para colorear unos labios que jamás besaron por amor ni hablaron con verdad. Labios que profirieron las más rastreras falsedades, ávidos del vil mercadeo de caricias furtivas, ajenas a su vida gris de burdel.

Hoy, aguarda la llegada de los últimos días de su lánguida existencia, maquillando su ajado rostro hasta convertirlo en el ridículo velo de su iniquidad. Iniquidad de  torva mirada, enmarcada por los surcos de innumerables arrugas que intenta disimular sin conseguirlo. Se aferra, inútilmente, a la acicalada quimera de la belleza que un día creyó poseer cuando orgullosa, posaba para los retratos coloristas en el trono de las vanidades. Ilusa. Usurera de su propia adulación, tóxica y nociva hasta resultar letal para sus iguales. Alcohólica empedernida, busca en la absenta la realidad inmaterial de su deseo, ansiado y jamás cumplido. Dañina en su propia esencia, pero inofensiva por carecer de la dignidad suficiente como para ser, tan si quiera, tomada en consideración por sus semejantes, si no es para suscitar el rechazo que despierta su triste y sucia vida. Hoy, se dibuja como un guiñapo maltrecho, intenta ocultar su patetismo aparentando lo que no es, no fue, ni jamás será.

Sola, admira el mustio reflejo que le devuelve el espejo roto de una existencia infeliz mientras sigue maquillándose en exceso, intentando así aprehender los débiles hilos dorados de una juventud que hace décadas la abandonó pero a la que se aferra cada uno de los días de su ignomiosa existencia, en el más estrepitoso de los ridículos ajenos. No hay mayor tragedia en ella que la negativa a envejecer con dignidad, ni hay, tampoco, falta más execrable que la de acusar de sus propias culpas a quienes un día la rodearon, para intentar así acallar las voces de su vieja y puta conciencia: sucia, desvariada, enferma y adúltera. 

La vieja puta de burdel, sigue acechando un amor que ya no llegará. No ese interesado que es el que ella conoce, pues sabedora de sus carencias y limitaciones, pero astuta como una zorra, siempre se supo rodear de quien bien le pudo sacar algún provecho. 

Despechada y herida, envidiosa de vidas ajenas y dueña de una existencia despreciable, ha terminado por creerse sus mentiras, cinceladas a golpe de alcohol cada noche, entre murmullos y humo acre de opio, y se ha creído, también, sus fantasías, insanas y deletéreas, de lo que pudo llegar a tener y no tendrá ya, cuando era bohemia inspiración de artistas ya olvidados. Aquellas mentiras que, en otros momentos empleó para cizañar y meter ponzoña, único recurso a su torpe alcance en un desesperado intento de evitar perder su ansiado protagonismo tras el que oculta su nimiedad, se han vuelto hoy en su contra, lacerándola sin piedad y clavándose dolorosamente en sus entrañas estériles, abrigo y cobijo del hijo que nunca engendró.

Ella, siempre ella, el astro rey. Ella, ávida depredadora de miradas lascivas que jamás encontrará, topándose sólo con las sonrisas burlonas de quienes, casualmente, se cruzan hoy con tan patético y ridículo fantoche en algún encuentro casual.

Un astro rey que ahora languidece, apagándose lentamente, con la única compañía de su propia soledad que sostiene, con mano temblorosa, la copa del licor más acerbo. La vieja fulana que creyó poseer todo, hoy no es más que una caricatura de sí, marcada su arrugada piel escarlata por el transcurso de una vida de puta de burdel barato. Apenas si podría ser una codiciosa Madame. Sola, ridícula, comida por los celos y la envidia que envenena, amarga como la hiel, cada una de las palabras que, a duras penas, consigue modular entre las violentas arcadas que preceden a su vómito etílico. Escupiendo así su tóxico narcótico ante la impasibilidad de los demás que sólo aciertan a reconocer en ella un espectro fantasmagórico, grotesco espejismo de un ser que, poco a poco, se va extinguiendo diluído en sus recuerdos.

Y seguirá siendo vieja, cada día más. Y puta, no tanto por haber vendido su cuerpo, sino su dignidad, convirtiéndose así en una marioneta ajada y deslucida que plasma su odio y su rencor en continuos cambios bipolares de humor. Desequilibrada y sola ladra su furia rabiosa, con dentelladas al aire, al no poder morder ya, con sus dientes podridos, la mano que un día la alimentara.

Y vivirá con eso sus últimos días, si es que puede, tan patética meretriz, escribiendo, con torpes borrones en las páginas de su vida, las Memorias de una puta triste…


No he querido hacer con este relato ninguna referencia
a esa gran obra de Gabriel García Márquez, "Memoria de mis putas tristes", 
en realidad, nada tiene que ver con el argumento
tan magistralmente desarrollado en ella.
Simplemente he descrito lo que hoy me sugiere la visión circunstancial de una vieja y deslucida fotografía color sepia que encontré, hace años, en algún mercadillo de Londres,
 la de una "puta triste"... O eso me ha traído hoy a la mente el retrato
de quien fuera la musa, indiscutible, de Toulouse Lautrec.

4 comentarios:

  1. Elegancia en estado puro. He consultado en wikipedia y ahora Jane Avril es alguien cercano, posee sentimientos, una vida que tu me has acercado aun cuando sea ficcion. Gracias por hacer de la literatura una forma de vida. E N H O R A B U E N A! ! !.

    ¿ Para cuando la proxima publicacion ?.
    Juan F.

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  2. Gracias, de nuevo Juan F., por tu participación. Sí, cualquier personaje siempre posee sentimientos, aún cuando los mismos le sean atribuídos por la imaginación de quien lo describe. A veces, la mayoría de ellas, no podemos desprendernos de aquellos rasgos que, por cualquier motivo, asimilamos al carácter de otro sujeto que encierra algún parecido con el que estamos describiendo, esos - entre otros muchos - son los tejemanejes del complicado sistema de la creativa mente humana o de la simple asociación de ideas. En cualquier caso, nos confiere la libertad de imaginar cómo sería la persona en cuestión y así es como yo me imagino que sería Jane Avril.

    "No matter what you say, the show must end at our way,
    come on and stand your ground for freedom, beauty, truth and love!.."

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  3. No me gusto mucho el libro de G. Marquez pero tu capitulo me ha encantado.

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  4. Todo un honor gustar más que el mismísimo Don Gabriel García Márquez... Muchísimas gracias.

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