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miércoles, 20 de febrero de 2013

El Asno de Oro o El Hombre Curioso.





No sé por qué, llevo acordándome unos días – debe ser que es tan sabio como desconocido el funcionamiento de nuestro inconsciente – de aquella fábula de Apuleyo, “El Asno Dorado”, culmen de su éxito en vida e impronta indiscutible de su entrada inmortal en el Olimpo de la Literatura Clásica Universal.

Esta historia, con una indudable y valiosa moraleja, se ha venido repitiendo desde que Nicolás Maquiavelo escribiera su, muy personal, visión de la misma en un poema en terzia rima, haciéndole además, continuos guiños en sus Cantos Carnavalescos y así hasta nuestra época más reciente. Se me ocurren algunos ejemplos como la historieta gráfica de M. Manara o la adaptación realizada por el dramaturgo británico Meter Oswald. Si bien, todos ellos, no dejan de pertenecer al mundo irreal de la imaginación de sus autores por más que su desarrollo se realice con gran maestría y genialidad.

Dado nuestro actual panorama, no se nos hace preciso recurrir a ningún ejercicio imaginativo para presenciar la misma trama, puesto que todo se reduce a la pérdida de la esencia humana, entendida la misma como la dignidad y la honestidad que reviste nuestra naturaleza, cuando el sujeto en cuestión se deja llevar por la curiosidad y los más bajos instintos convirtiéndose entonces en el asno Lucio, pudiendo llegar a restituirse, de nuevo, en su primitiva forma humana, únicamente a través de la ingesta de las rosas de la deidad – símbolo evidente de la virtud -.

Pues bien, cuando repaso mentalmente los aberrantes acontecimientos que forman parte de esta era nuestra que nos ha tocado vivir o, malvivir, el primero de los nombres que se me viene a la cabeza es el del recurrente, por televisivo, Luis Bárcenas, luego claro, el del Sr. (que lo de Ilustrísimo ya se ha visto que le venía tan grande como el título nobiliario por el que ha manifestado tener un nulo respeto el de ... Palma) Ignacio Urdangarín Liebaert, ayer primoroso Yernísimo donde los pudo haber e involuntario ídolo, hoy, de los más acerbos republicanos entre los que yo misma he de incluirme.

Podría seguir engrosando la relación nominal, que la pléyade es inmensa, pero centrándome en estos dos, por entender que son quienes mejor encarnan la figura del Asno de Oro, cabe lícitamente preguntarse cuál fue la causa: ¿la curiosidad o la avaricia?. Puede que la primera, puede que sólo la segunda o… puede, finalmente, que sea la conjunción de ambas. 

Así, quienes asistimos horrorizados a este drama de los desahucios homicidas – puesto que es ya preocupante el índice de desahuciados que terminan en la morgue, que no en la calle – no podemos llegar a comprender, según los parámetros del más elemental sentido común, como un sujeto de éxito, aquél que se encuentra en la situación de gozar de unos ingresos más que suficientes como para llevar una vida desahogada y provista de cuantos privilegios puedan ser deseables por cualquiera de nosotros, incurre en el pecado de la avaricia: amontonar y atesorar tantos euros como no es posible contabilizar, cuando éstos no escaseaban antes en sus, ya saneadas de por sí, cuentas corrientes.

Es alarmante que personas a quienes se les supone – que ya no hablo de exigencia, aunque bien se podría – la honestidad ejemplar, en un caso, para velar por las finanzas de una Organización Social, como es un Partido Político y en el otro, la inmerecida, y nunca mejor dicho, canonjía de “ser Vos quien Sois” se prevalgan, con total inmoralidad, de sus respectivos cargos, insisto, JAMÁS MERECIDOS por valía propia, para acaudalar ingentes sumas de dinero que no necesitan, no podrán disfrutar, ni, tampoco, se han ganado honradamente que constituye lo más execrable del hecho.

No habrá plegarias a la diosa Isis cuando se sumerjan en las aguas del mar, en esta ocasión, al objeto de deshacer el conjuro, saboreando las rosas de la virtud, puesto que no son Asnos de Oro, sino dos simples pollinos de latón que si bien relucieron en su día a la luz del más soberbio Astro Rey, hoy se encuentran con el oprobio de la vergüenza pública que enjuicia su patente deshonestidad.

Para ellos, la diosa Themis, tiene los ojos cubiertos por un lienzo que la ciega, portadora en una mano de la balanza de la equidad y en la otra de una espada justiciera, esperemos que no haya "mano negra" que desanudando la venda, permita ver el rostro del justiciable, quien lejos de demostrar turbación o rubor, reivindica su inocencia con sonrisa angelical, abrigada por el manto cómplice del armiño, o bien, saluda al auditorio con una obscena peineta a su llegada de tierras canadienses, mientras con disimulo, intentan ambos engullir, ávidamente, los pétalos rojos de una metamorfosis que ya jamás tendrá lugar, pues llevan en la frente la mancha indeleble de su pecado.

"Dos cosas hay infinitas: el Universo y la imbecilidad humana...
y no estoy muy seguro de la primera".
(Albert Einstein) 

3 comentarios:

  1. Nuevamente y para no variar en mis comentarios habituales excepcional articulo el de hoy. Muy acertada tu opinion y como siempre interesante y muy ilustrativa.
    Enhorabuena tambien por este.

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  2. Yo tampoco puedo ser muy original, pero es que nos estas acostumbrado a la calidad. Me ha gustado mucho este artículo y he recordado mis clases de Latín en C.O.U. cuando nos hacian traducir las fábulas de Apuleyo, no recordaba bien esta pero he refrescado la memoria. Me gusta mucho como escribes aunque tampoco sea original diciendotelo. Felicidades por el Blog, como siempre.

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  3. Jamas hubiera sabido quien era Apuleyo de no haberte leido. He buscado en google la historia del asno y creo que le va que ni al pelo a estos dos. Me gusta mucho leer lo que escribes y siempre termino aprendiendo algo por que picas la curiosidad de cualquiera a veces es dificil saber de lo que hablas por que eres una persona culta pero haces que terminemos entendiendo lo que quieres decir. Me gusta mucho tu blogg.

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