Siempre he sentido debilidad por este lienzo de Gustav
Klimt. No sólo porque me parece una obra iconográfica de gran belleza, algo que
es innegable, sino por la simbología que para mí encierra. Aunque en diferentes
artes, ya sea la música en su vertiente del belle canto o en otras
representaciones pictóricas, se haya también, intentado rendir tributo a este
mito, en ninguna se ha alcanzado, en mi opinión, los sugerentes matices de la mitológica
elegancia que lo adornan.
Desde que iniciara mi andadura profesional, hace ya
algunos años – tantos que, con frecuencia, me pregunto si no han sido ya demasiados
o si este hastío que en ocasiones experimento, es tan sólo un sentimiento
pasajero dada la actual situación - ha venido presidiendo mi Despacho,
resultando ser una inagotable fuente de inspiración, en ocasiones, un oasis
apartado de la realidad en el que aliviar la vista cansada por la pantalla del
ordenador, en otras muchas, tras las agotadoras jornadas laborales o,
simplemente, la imagen en la que suelo recrearme mientras compongo mis historias,
esas que ahora vengo compartiendo con quienes me leéis.
Así que remontándome a Ovidio, me centro en ese justo
momento en el que Apolo besa a Dafne que, ante su asombro, comienza la
metamorfosis hacia un laurel, que es lo que para mí simboliza este cuadro, si
bien yo me imagino la historia anterior a ese instante de la siguiente manera.
Y así es como me gusta contarla:
“Apolo era un joven de escultural belleza, pues así lo
había querido su padre: Zeus, que le concedió esa gracia, lo que le había
valido numerosas conquistas, tanto de diosas como de mujeres mortales, desde
los albores de su adolescencia. No había sido éste el único don que le fuera
otorgado, puesto que el muchacho gozaba de una especial habilidad para la
música y la poesía, a las que dedicaba gran parte de sus días, junto con su
otra gran pasión: la caza.
Apasionado y valiente, jamás daba una pieza por perdida –
ya fuera animal, humana o divina, pues todo se reducía para él a la, siempre
desafiante, captura de lo anhelado -, cuando la presa finalmente caía abatida,
saboreaba las mieles de su triunfo para a continuación proseguir con sus
personales retos.
Un día, encontrándose en el bosque el dios Eros
practicando el tiro con arco, al errar en el disparo se encontró con las
burlonas chanzas del vanidoso joven que no paraba de reírse de lo que
consideraba la torpeza de Eros. Eros se sintió herido en lo más profundo de su
pundonor y humillado, decidió vengarse, para lo que esperó al día siguiente, en
el que escondido entre unos matorrales disparó una flecha de oro que acertó en
pleno corazón de Apolo, disparando a continuación a la ninfa, Dafne, que andaba
cerca, otra de plomo que alcanzó también su objetivo, pero provocando efectos
diferentes en cada uno de los jóvenes. Así, Apolo cayó presa de un perdido
enamoramiento de la ninfa, obsesión rayana en lo enfermizo, mientras a ella el
saetazo certero le produjo el efecto de experimentar una total repulsión hacia
el enamorado.
Los días se convirtieron, a partir de ese momento, en un
verdadero martirio, para uno porque por más empeño que ponía, no conseguía el
amor de la ninfa y, para la otra, porque allá donde fuera siempre se encontraba
con el insistente Apolo – a quien se puede considerar así como el primer
“acosador” del que deja constancia la Historia -. Todo esto tenía lugar ante la
maliciosa mirada de Eros a quien le resultaba inevitable deleitarse en su
venganza ante el bromista, sin prever, no obstante, el desenlance de su
siniestro juego.
Una tarde calurosa, Dafne se encontraba junto al río –
cuyo dios era su propio padre -, buscando el frescor de la espesura verde
mientras recogía frambuesas y fresas silvestres, cuando inopinadamente,
apareció entre los matorrales la enamorada mirada de Apolo, quien de un salto
se plantó delante de ella intentando declararle su amor incondicional. Bajo el
influjo de la flecha de plomo, la joven ninfa, sin poder reprimir el profundo
rechazo que Apolo le suscitaba, huyó de él, tropezando con cuanto encontraba en
su camino en aquella huida desesperada.
A Apolo, acostumbrado al ejercicio físico, apenas si le
bastaron dos rápidos pasos para cerrarle el camino, e intentó, asiéndola de los
hombros, evitar la caída de su amada quien se había quedado enredada entre las
raíces de un sauce. Dafne, desesperada imploró, entre llantos, la ayuda de su
padre, quien compadeciéndose de la desdicha de su hija, optó por convertirla en
un árbol, a fin de evitarle más sufrimiento.
En ese momento el joven, presenció impotente cómo de los
pies, bien formados, como tallados en mármol, de Dafne, comenzaban a salir
raíces que se hundían en la tierra, sus brazos, adquiriendo una rigidez
sorprendente, se iban convirtiendo en ramas y finalmente la bella cabeza de la
joven se tornó en una espesa copa de árbol, tornando así en verde intenso los
rubios cabellos que habían inflamado el corazón de su enamorado.
Apolo cayó desolado sobre sus rodillas, llorando
amargamente, si bien pudo por fin declararle su amor a aquél bello árbol, mientras
arrancaba dulcemente las hojas que luego adornarían su cabeza y la de aquellos
otros tantos, después, en señal de victoria. Juró que jamás dejaría que se le
representara si no era ornamentado con las hojas de laurel, al que juró
fidelidad eterna al instituirlo como su insignia.
Y así ha venido siendo desde entonces…”.
En todo
eso pienso cuando me pierdo en la visión, calma, de “El Beso” y es todo cuanto
me sugiere la belleza plasmada en él. El primer y último beso de Apolo a Dafne
antes de su trágica conversión. El amor y el odio eternamente unidos por un
beso... "Der Kuss" de Gustav Klimt.
¿Nos daras algun dia el secreto?,¿como lo haces? jamas me habia planteado crear todo de la nada o lo que es lo mismo ser capaz de imaginar un relato a partir de un cuadro.
ResponderEliminarMe encanta tu genialidad. Felicidades una vez mas y feliz dia de San Valentin.
Anonimo
Como siempre: GRACIAS en primer lugar.
ResponderEliminarSupongo, Patricia, que te refieres a "Las Tres Edades de la Vida", una alegoría sobtre el paso del tiempo y su incidencia tanto en el aspecto como en el comportamiento humano. Es, uno de mis favoritos, de hecho constituye el cabecero de mi cama... Sí, creo que sería un buen tema para una futura reflexión y te aseguro que tomo nota de ello. Prometido.
En cuanto al "secreto", Anónimo, te diré que no tengo ninguno. Es esa, precisamente, la grandiosidad del ARTE, las numerosas interpretaciones que pueda suscitar. A mí, "El Beso" me sugiere el mito de Dafne y Apolo, pero estoy convencida de que habrá muchos millones de interpretaciones posibles: una por cada ser humano. Y tanto mejor será cualquier obra, cuanto mayor número de interpretaciones ofrezca. En realidad, son sólo dos símbolos los que me evocan ese mito: el laurel sobre la cabeza de la figura masculina y la "reticencia" con la que la femenina parece recibir ese beso. Puede, amig@, que sólo sea una simple y rudimentaria asociación de ideas... o... puede que no. Pero así es el ARTE, pinceladas sutiles de lo que el autor quiere transmitir y lo que realmente somos capaces de aprehender de ese mensaje.
Gracias a ambos por vuestra participación y por vuestros cumplidos, claro. Feliz día para l@s d@s.
Acabo de terminar de leer por cuarta vez este articulo y me parece precioso pero tanto como tus respuestas, comparto contigo esa idea de que el arte es mucho mas arte si se presta a mas interpretaciones pero hace falta tener una cultura similar a la tuya para encontrar esa simbologia.
ResponderEliminarMe parece que tu Blog tiene mas de una funcion, una es que se disfruta mucho leyendolo claro y la otra es que nos permite aprender un poquito mas pues es cierto que todos los dias se aprende algo nuevo. Creo que estas haciendo una gran labor por la que solo podemos darte las gracias siempre pero nosotros a ti.