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martes, 15 de enero de 2013

Desde mi azotea.




Hace tiempo comencé a escribir un Diario, lo titulé entonces “Cuaderno de Bitácora”, en él me propuse recoger lo que consideraba más trascendente de los días que transcurrían. Justo hoy, se cumplen dos años desde que plasmara este amanecer en mi libreta de apuntes, si bien era en aquél momento una persona muy distinta, pues apenas me reconozco en su lectura, hoy es el simple relato de un episodio pasado, una mera experiencia de la evolución del espíritu:

“El cielo se va tiñendo, poco a poco, de malva, ese color violáceo que se difumina hacia el anaranjado del amanecer en un día despejado, como una acuarela que se va atornasolando mientras se emborrona con las diferentes tonalidades que se diluyen sin distinguir sus límites. Me recuesto en la butaca, con los brazos y las piernas entumecidos aún por el frío de la noche, me envuelvo bien en la calidez de la manta… Esa manta escocesa que me ha venido acompañando, indefectiblemente, desde mi época de Stirling. Stirling… Queda tan lejano que, a veces, me pregunto si realmente existió: los nombres, las caras, los lugares y sonidos, los olores de aquél entonces se van disolviendo lentamente en este devenir acompasado de tiempos y momentos que es la vida… Amanece ya, el sol acaricia, tímidamente, la cúpula de San Ildefonso regalándole unos destellos irisados que le confieren la majestuosidad hierática de una basílica y empieza a desperezarse, lentamente, la vida bajo los tejados. Asciende hasta mí, despacio, intenso, el olor a café recién hecho, a humo de leña de alguna chimenea lejana, arrastrado por la suave brisa que siempre acompaña la salida del sol en un día de invierno. Creo que también percibo, procedente de algún sitio cercano, el olor a ropa limpia tendida, agitándose, casi con vida propia, sobre las cuerdas que la sostienen. Poco a poco la ciudad se va despertando e inicia, con calma, su actividad diaria. Del cenicero asciende una columnilla de humo azulado que se pierde en espirales y volutas caprichosas más allá del petril de mi azotea…

            Yo sigo allí, mirando distraída el despertar calmo de ese día nuevo y pienso entonces si, pasado un tiempo, también desaparecerá, perdiéndose en la nebulosa de otro recuerdo borroso, esta sucesión de nombres, de rostros, de sentimientos encontrados que ahora me atribulan, que martirizan, con frecuencia, mis largas noches en vela y aguijonean esos resquicios de mi memoria que aún mantienen indelebles los episodios más dolorosos que me he visto obligada a vivir últimamente, a veces, hasta el punto de asfixiarme en ellos, y si ocurrirá entonces como con Stirling, si llegaré a preguntarme, dentro de un tiempo, si todo eso existió. Si se trató de personas reales, de momentos vividos, de sentimientos sufridos. De seres amados, luego olvidados… ¿Llegaré, algún día, a preguntarme si fue real?.

Intento identificar este sentimiento. No encuentro la definición exacta, no sé si es tristeza. No – me reprende, categóricamente, mi razón - no puede serlo, porque la tristeza, al ser un sentimiento básico e inherente al ser humano, como tantos otros igual de primarios, debería ser algo habitual y pasajero, un efecto directo de alguna causa accidental o, cuanto menos, natural y en mí nunca hasta ahora lo había sido – razono - tampoco puedo precisarlo, sólo identificarlo como abatimiento o mera apatía… Puede entonces que se trate, simplemente, del vacío… ¿será esto la materialización del nihilismo de F. Nietzsche y Heidegger? – me pregunto, impotente ya, al no obtener una respuesta más allá del silencio - y no me refiero sólo en cuanto a la negación de las ideas religiosas: esto no debe, no puede, ser consecuencia de la denominada muerte de Dios, es sólo el “vacío”, la “nada”, esa nada inmaterial pero que me imagino gris, pestilente y viscosa, que lentamente se va extendiendo, de forma irremediable, ocupando, con mil y un tentáculos, todas y cada una de las facetas de una vida humana: la mía, me va transformando – así lo siento -, como en una metamorfosis que tiene lugar en el interior de una crisálida: húmeda, oscura, es la dolorosa mutación de una esencia que no volverá… - ¿o lo hará algún día?. No lo sé – Una nada de la que no puedo huir, me va paralizando lánguidamente, inmoviliza mis nervios, mis miembros, mi mente, incluso, me va destruyendo y convirtiendo en otro ser, un ser que no soy yo, no puedo ser yo, se va apropiando indolente de mis ilusiones, me va desposeyendo, lenta y gradualmente, de mis intereses y pasiones, mis más preciadas posesiones, precisamente esas: las inmateriales, todos aquellos pequeños destellos de lo que, sin duda, constituyen lo que, desde la antigüedad, algún sabio dio en denominar felicidad, para imponer sobre mí su imperio, una supremacía gris y viscosa, como ella: la NADA. Un grueso manto de desolación, oscuridad, humedad, dolor y luego, la ausencia de ningún otro sentimiento… Es la nada

No, no, no. No. No. Me rebelo.

Quiero gritar, pero no de miedo ya, quiero gritar para decir que yo me sublevo ante esa ocupación silente, que otra vez más, quiero y voy a hacer, lo que creo que tengo que hacer: lo único que se ha de hacer y no es otra cosa que evitar el avance de ese manto viscoso.

Noto el sol sobre mi cara, me infunde ahora fuerza, el valor para planear la contienda, contrarrestar y detener el avance hostil, para no permitir que se siga expandiendo y ocupando, silenciosa pero constante, mi territorio, ese territorio que yo he ido conquistando desde que nací y que es mío. Me lo he ganado por derecho propio y lo he convertido en mi fortaleza, en mi mundo, en mi único y más preciado dominio, mi reducto inexpugnable, el único espacio de mi soledad donde nadie más puede penetrar, que sólo a mí me pertenece y ahí me hago fuerte, indestructible… ¿Le tengo miedo?, ¿es acaso miedo lo que, en ocasiones, me paraliza y permite el avance incontenible de esa nada?, intento ser sincera conmigo misma: SÍ. Es miedo y mi miedo es que esa nada llegue a invadir mi capacidad de razonar, mi autogobierno, que se apodere de mis facultades y sea ella, siempre, quien decida por mí… Ese es mi miedo ahora: dejar de ser yo para fundirme con ella, hasta convertirme en la nada conquistadora, en un mimetismo de lo que un día fui y de lo que no quiero dejar de ser… No puedo dejar de ser. No voy a dejar de ser.

El sol empieza a estar ya alto en el cielo, un cielo azul – no es gris -, un cielo que parece de algodón suave – no es viscoso -, un cielo que se extiende hasta donde no alcanza la vista, desplegándose ante mí para protegerme como un escudo invisible… “¿Dónde estás nada? – grito sin voz - ahora no te percibo”. Sólo algunos gorriones revolotean ahí abajo, emitiendo cantarines gorjeos, ajenos a mí, ajenos a la nada; me envuelve un olor intenso y cálido: a café y a ropa limpia, las voces de los niños en la calle… Alguna radio emitiendo un zumbido, ininteligible desde mi atalaya. El calor de ese mismo sol, su luz límpida y moteada de mil partículas en suspensión brillante, me obliga a entornar los ojos, respiro hondo… Tengo que limpiar los pulmones de los restos grises y hediondos que aún puedan quedar después de esta larga noche de pugna… Respiro dos, tres veces más, me lleno de un azul intenso, de un blanco resplandeciente… Vuelvo a hacerlo de nuevo, despacio, poco a poco empiezo a ser consciente de la vida, real, de cada una de mis células –azules, blancas…-, de cada una de mis impresiones, me concentro en sentirlas: el sol, las alegres voces infantiles, el olor a café y a ropa blanca… Esa vieja canción, lejana, de David Bowie (“Heroes”) distorsionada por las interferencias de un dial mal ajustado… - “… And the shame was on the other side… Oh, we can beat them, forever and ever… Then, we could BE HEROES, JUST FOR ONE DAY…”Sonrío para mis adentros mientras reparo en su letra: “we could be HEROES, just for one day…” - Dos, tres, cuatro inspiraciones profundas más, el cálido reposo de los rayos solares sobre mis hombros… Cojo el libro, olvidado hace horas, de Carmen Posadas, “Invitación a un asesinato”, vuelvo a llenar mi taza de café y me enfrasco en su lectura… Sigue el gorjeo cantarín de los gorriones y las voces infantiles que se mezclan ahora y quedan, pronto, ahogadas por el tañir oxidado de las campanas del convento de las Bernardas…

“…Nada… ¿dónde estás?, ¿acaso eres tú quien, ahora, me teme a mí?...”

¿…Será ésta, quizás, mi primera victoria en esta guerra…? …”


Hoy puedo decir que sí, lo fue; hace dos años ya que lo fue. Sólo se trató – es obligada mi sonrisa al recordarlo - de la primera de una larga lista de batallas ganadas, previas a ese armisticio que culminaría con el reencuentro del ser que soy ahora y que, en realidad, nunca dejé de ser, más allá de las necesarias contrariedades sufridas. Una persona más curtida y sin rémora alguna ya, que le impida seguir avanzando por esa senda que es la vida. Hoy, por fin, continúo preguntándome si todo aquello fue real, si existió. Si lo que ahora no son sino los  espectros, lejanos y difusos, de aquellos personajes de entonces, desempeñaron alguna vez, un papel principal sobre el escenario de ese Acto, ya concluido, de mi experiencia vital pasada. Empiezo a tener el más profundo convencimiento de que NO fue así. “… And the shame was on the other side… Oh, we can beat them, forever and ever… Then we could BE HEROES, JUST FOR ONE DAY…”

4 comentarios:

  1. Me has recordado al libro "Rio del olvido", creo que se llama asi de Llamazares, por tu capacidad de describir, tiene musica tu amanecer.

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  2. En realidad, tengo que admitir,que tiene música TODA MI VIDA. Gracias por la comparación, es halagadora la verdad, aunque Julio Llamazares recorría a pie el cauce del Curueño a lo largo de su relato y ese recorrido físico supone al mismo tiempo para él, o al menos así lo narra, una introspección hacia el regreso a su infancia, un "andar deshaciendo el camino - de la vida -", que es y tienes razón en eso, lo que he hecho al recuperar un episodio pasado... Yo, en aquél momento, no tenía río alguno que seguir, me limité simplemente a describir una situación que viví durante un amanecer, en mi azotea y que intenté plasmar, todo lo fielmente que pude, en mi cuaderno de apuntes. Sólo conté, entonces, como me sentía.
    Muchas gracias por tu comentario, estimad@ anónim@.

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  3. Eres una gran luchadora!, eso es lo que me hace pensar despues de leer Desde mi azotea.

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    Respuestas
    1. Acaso no es la VIDA una lucha continua...?. Gracias anonim@ seguidor@ :-) pero no hay merito alguno en VIVIR, se hace preciso elegir COMO.

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