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viernes, 4 de enero de 2013

Decálogo del perfecto gilipollas (o cómo descubrir un cretino integral en sólo diez puntos básicos). Parte I.

Si tiene algo de bueno ir al médico, al menos para mí, es la posibilidad de leer las interesantes revistas científicas que se acumulan en la sala de espera de la consulta, con las que entretenerse mientras aguardas, pacientemente, tu turno para ser visitado. Hace algún tiempo mientras me encontraba ante semejante situación en una sala rodeada de otros pacientes, tan “pacientes” como yo en la espera para su reconocimiento por un afamado doctor, me adentré en la lectura del fascinante artículo publicado por un eminente Analista de la Conducta Humana norteamericano, en cuya extensísima filiación pude ver que pertenecía, avalando así su éxito académico, a una prestigiosa Universidad, también norteamericana, se trataba de un completo y detallado ensayo en el que compendiaba su trabajo experimental de varios años, sometiendo a análisis a diversos sujetos de diferentes partes del mundo para diseccionarlos psicológicamente y encuadrarlos – maldita manía ésta, la nuestra de clasificar y calificar todo – dentro de cada una de las patologías de imposibles nomenclaturas, con frecuencia en homenaje al descubridor/inventor  - que tan lícito es pensar que dichas taras o bien las descubrimos o bien las inventamos -, donde narraba sin ningún reparo ni omisión las numerosas claves empleadas en su análisis a lo largo de diversos y frecuentes viajes alrededor del mundo con motivo del estudio de los diferentes individuos pertenecientes a razas, etnias, culturas y continentes distintos… Cuando concluí la lectura y puesto que aún no había sido llamada para entrar en la consulta, me dediqué a reflexionar sobre lo que acababa de leer, pues bien, sin pretender bajo ningún concepto, denostar tan clarividente teoría, sustentada sin el menor género de duda en el más denodado esfuerzo de este Profesor Norteamericano y años de estudio minucioso y complicadísimos experimentos, pensé que no habría sido necesario el gasto realizado tanto en dinero como en tiempo para emitir una teoría tan brillante… Me propuse realizar algo similar con los medios a mi alcance, sujetos a analizar: los que habitualmente, a lo largo del día, tienen relación conmigo, algunos de ellos imbéciles u oligofrénicos, idiotas o simplemente necios – ya fueren los mismos diagnosticados o no -, espacio: mi hábitat diario; tiempo: una jornada. Porque seamos realistas: ¿Quién no tiene, al menos, a un perfecto gilipollas a su alrededor?... Lo difícil, a veces, no es reconocerlo, sino definirlo, pero aceptando el reto me propongo emitir un Decálogo para ello. Empecemos:

  1. Del vecino (gilipollas por antomasia) que oyes salir todos los días de su casa, DIEZ minutos antes de que suene su despertador.-  Cada día me levanto con un “servicio despertador” que en modo alguno he contratado… Estas viviendas tan modernas en las que se trata de economizar al máximo la calidad de los materiales de su construcción y aprovechar, en idéntica proporción, el espacio que luego nos han vendido a precio de oro, tienen eso: que escuchas absolutamente todo, y cuando digo TODO, es TODO, de lo que ocurre en el inmueble de al lado. Tengo un vecino que el hombre se va a trabajar muy temprano – bastante pena es ya esa, con lo maravillosamente reconfortante que es estar a esa hora en la cama -, pero lo curioso es que su despertador suena cada día, DIEZ MINUTOS después de haber oído como salía y se aseguraba de haber cerrado la puerta… El zumbido ensordecedor y reiterativo, puesto que se repite hasta en tres intervalos de unos cinco o seis minutos interminables con una diferencia de apenas algunos segundos (debe ser por si el destinatario de tan onírico despertar se adolece de sordera o simplemente de “gandulería” matutina), me taladra todas y cada una de las cándidas mañanas de mi existencia, precedido, eso sí, de un gran portazo, preludio de la notoria ausencia de su propietario… Siempre me he preguntado la razón por la  que pondrá el despertador a una hora en la que ya no está en su casa, esa duda me asaltó desde el principio y en una de las ocasiones en que coincidí con mi distinguido convecino en el rellano se lo pregunté, respuesta incoherente ante la que, cortés y educadamente, le invité a que se ahorrara el detalle de regalarme dicho despertar del que, por otro lado, él, ya ausente, no podía beneficiarse… Producto del descuido, afán de joder al prójimo o simple ausencia de civismo, hoy, casi tres años después sigo sufriendo, irremisiblemente, las consecuencias de esa Ley tácita, pero tan extendida: “ya que me jodo yo, que se jodan los demás”, léase: “si yo no puedo quedarme en la cama, aquí no se queda nadie”…

Según el estudio concienzudo de dicho comportamiento, el sujeto se califica, claramente, de GILIPOLLAS POR ANTONOMASIA.

  1. De la típica señora mayor que se adelanta, en un ejercicio de descaro, en la cola del Banco.- Siguiendo con el transcurso normal de esa misma jornada, tras dejar mi vivienda, me encamino hacia la Entidad Bancaria de turno, ya cuando entro y a pesar de la temprana hora, veo una larga fila de Clientes esperando su turno… Resignada pregunto quién es el último mientras ya, la BlackBerry no para de avisarme de los diferentes correos - de trabajo -, mensajes y llamadas que me vaticinan una más que ocupada y larga jornada laboral, empiezo a impacientarme, resoplo, miro inútilmente a los Cajeros que impasibles siguen realizando su labor sin ninguna prisa aparente – “todavía no les ha llegado la hora del desayuno”, pienso ácida, mordaz y recalcitrante, pero realista… -, es entonces cuando entra en escena la típica señora mayor arrugando la bolsa de plástico que traía unos segundos antes en la cabeza para evitar que, el producto de su visita semanal a la peluquería de “lavar y marcar 6 euros”, se arruine; no está lloviendo – ni creo que hoy lo haga - pero está nublado y “no vaya a ser que…”, esa misma señora mayor que, todos los días se levanta a la hora de las gallinas y que no tiene otra cosa que hacer que, en ocasiones, ir a la compra y diariamente, que eso es tan sagrado como la Misa, al Banco – vaya mala suerte la mía que siempre me toca alguna – hasta la hora del aperitivo, en la que se reúne con otras señoras más, de idénticas costumbres y senil aspecto, a despotricar de sus maridos – ya sigan en este mundo, en estado de aletargada jubilación y sufridores resignados de las argucias de estas arpías o ya difuntos “que en paz descansen” lo pobres-, hasta que después de consumir sus cervezas sin alcohol piden al camarero la cuenta, eso sí, por separado, “a ver que le debo de la sin alcohol” para irse a sus casas, pensando por el camino en la forma más efectiva de fastidiar al marido, si el desdichado aún no les ha otorgado el estado de “viuda” o a cualquier otro inocente que tenga la desdicha de cruzarse en su camino… Bien, pues esta típica señora mayor, termina de guardar la bolsa de plástico, normalmente de Carrefour o Mercadona, en el bolso mientras al mismo tiempo saca la Libreta de Ahorros… entonces, disimuladamente y mirando de un modo “distraído”, que no es tal en realidad, se dirige a la fila ubicándose estratégicamente donde más le interesa, normalmente a la altura del segundo Cliente que espera ansioso su turno y si nadie le dice nada… como una exhalación se planta ante el Cajero y… ¡uy!,¡ya has perdido la vez! O bien en otras ocasiones, escudándose en su cabello blanco, impecablemente acartonado por el “lavar y marcar 6 euros” y toneladas de laca “Nelly”, te sonríe con cara angelical y te dice, con voz queda y lastimosa: “Hija mía, ¿me dejas que pase delante?... Si es sólo un minutillo, que me ponga la muchacha al día la cartilla… Es que estoy mala de las rodillas, ¿sabes?... Y como te pareces a mi nieta y…seguro que tú no llevas tanta prisa pues… “, le sonrío forzadamente mientras noto como las ganas de convertirme en una “asesina-viejas” y aparecer en el Telediario de ese día, crecen peligrosamente en mi interior y pienso “tendrá morro la abuela, si ayer en dos zancadas se plantó desde el final de la cola delante del mostrador, saltándose a la torera, nunca mejor dicho, a más de quince personas… Que no llevo prisa…dice el carcamal, claro si estoy “haciendo hora para la caña, ¿no me ve señora?, si en realidad no tengo otra cosa mejor que hacer”… “, pero por no escuchar todo ese rosario de idioteces que, sinceramente, me resbalan, le sonrío –aunque si pudiera la mataba-, diciéndole: “Claro señora, pase, pase… por favor”, mientras ella se aproxima ya, ladina, a la siguiente víctima a quien contarle la misma milonga e ir ganando posiciones, cuando en realidad lo que quisiera haberle dicho, es: “Señora, por Dios, que se ha levantado Vd. antes del alba con el único propósito de pintarse como una puerta y echarse encima medio bote de Pachuli, que ya no tiene edad, mientras espera a que sean las doce para salir escopeteada a la Cruz Blanca y tomarse una cerveza sin alcohol, “su” cerveza sin alcohol, que es la única que Vd. paga con monedas de diez o veinte céntimos, siendo además su cometido, en exclusiva, el de poner verde a su marido o a la primera de sus amigas carcamales que abandone tan pleistocénico aquelarre… Si está  mala de las rodillas, señora, se sienta Vd. en cualquiera de estas mullidas sillas hasta que le toque el turno de que la atiendan, que están aquí para eso, así de camino descansa Vd. un ratico y deja también de joder al prójimo que sí  tiene, tenemos, algo productivo que hacer…”.

Del análisis del ejemplar en cuestión se desprende, de forma indubitada, que es un espécimen GILIPOLLAS, en la senectud, pero GILIPOLLAS, de las reacciones provocadas a quien lo estudia… mejor no entrar a calificarlas, sería poco profesional el “autoanálisis” en este experimento. Lo anoto como posible tema de reflexión en un futuro…

  1. Del Cliente (gilipollas) ajeno que llama al Despacho de enfrente y como no le abren llama al tuyo.- Tras los dos episodios anteriores, me adentro por fin, con la paciencia ya exhausta y los nervios alterados, en el absorbente mundo de mi jornada laboral… Cruzo el umbral de la puerta intentando controlar la respiración, haciendo ejercicios de relajación, con frecuencia en vano, e intentando convencerme de que los anteriores encuentros con semejantes “individuos” han sido producto de la mala fortuna, pero que el día, a partir de ese momento, va a arreglarse. Consulto la agenda, devuelvo las llamadas y correos pendientes, cojo el expediente de turno y me doy al estudio… Cuando más concentrada estoy, a punto, sin duda, de dar con la solución jurídica al problema de esa demanda o, a la inversa, con la que puede ser, sin duda, la mejor contestación a la que han planteado a mi Cliente… El desgarrador sonido de una “chicharra” rompe ese momento de íntimo éxtasis, me levanto impotente y me dirijo a la puerta: no tengo citas concertadas, ya ha pasado el Cartero… repaso mentalmente, abro y veo un individuo, cuya cara ni tan siquiera me resulta familiar, que me dice: “El despacho de Don … es ese de enfrente ¿no?... Es que no me abren…”, fuerzo una sonrisa – la del “condenado a muerte en el patíbulo”, sin duda – y en el tono más agradable del que soy capaz, consigo modular: “Sí-ese-es–el-despacho. (Pausa) Si no le abren es porque no hay nadie (Otra pausa) Lo siento, no puedo ayudarle, no sé si Don… estará en el Juzgado, ni tampoco sé cuando volverá…”, me interrumpe el gañán, tan estudiado, por esforzado, discurso: “No, si no tenía cita, es que pasaba por aquí cerca y he subido a preguntarle como iba lo mío…”, vuelvo a sonreír, de nuevo desde el patíbulo, y le digo, masticando casi, pero risueña, mis propias palabras:”Lo-siento, adiós, buenos-días…”, cuando en realidad quisiera haberle dicho cuando abrí la puerta: “Vamos a ver, ¿sabe Vd. leer?... ¿En esta placa que es lo que pone?: “CARMEN MILLÁN CERCEDA – ABOGADO”, Vd. busca a Don… ABOGADO, que es, precisamente, el nombre que aparece en la placa de enfrente, si no le abren ¿puedo saber para qué coño llama Vd. a mi puerta?... Si no tenía cita o la tenía, ¿a mí que me cuenta?, ¿cree Vd. que a mí me han puesto un sueldo de “portera” o de “conserje”?... ¿y yo qué coño sé si está o no Don… si va a volver o si es que no le da la puñetera gana de atenderle sin cita previa…?... Vuelve a cumplirse otra máxima: "joder, hay que joder a alguien, si no es a quien teníamos previsto, buscamos el sustituto más próximo".

Del análisis racional, pausado y madurado, del comportamiento de este nuevo sujeto, se infieren claros indicios de que puede ser catalogado como GILIPOLLAS, en un grado medio o alto, aún por determinar…

Nota.- Empiezan a preocuparme los efectos que está provocando en mí el presente estudio del comportamiento humano…

  1. Del conocido (gilipollas) que te aborda en la barra de la cafetería a media mañana para “hacerte una consultilla”.- Como a pesar de mis intentos, no consigo volver a ese estado de concentración extrema tan necesario en mi trabajo, esa bendita inspiración jurídica que me haga retornar a una labor tranquila, minuciosa… Decido ir a la cafetería de abajo, a ver si tras este forzado (y forzoso) receso, la cafeína vuelve a activar mis neuronas, ya rotas y destrozadas por la tensión del día…

Encuentro, no sin esfuerzo, un hueco en la barra y me acomodo, lo mejor posible, entre costillares y codos ajenos, pido mi café y me dispongo a intentar recobrar la quietud interior, casi me estoy reencontrando nuevamente con ella cuando, aparece, de forma inopinada, el “gilipollas de turno”, ese conocido que, en la mayoría de las ocasiones en las que se cruza contigo por la calle, intenta pasar de largo haciéndose el distraído… En cambio hoy, se ha operado en él el milagro de la transformación: amplia sonrisa e incluso, dos calurosos besos en las mejillas para decir “¿Qué pasa, cómo estás?... Es que fíjate, al pasar te he visto y he dicho voy a entrar a saludarla que hace tiempo que no la veo” – pienso: FALSO, CRETINO… nos cruzamos ayer y simulaste mirar un escaparate… Este quiere algo, me lo barrunto - “Esto… oye, mira… ¿puedo “hacerte una consultilla”?, sin el menor pudor y antes de darme tiempo a responderle, dispara una ráfaga repentina de cuestiones y problemática jurídica variada e inconexa, aderezada con casos de familiares y amigos que han tenido algo similar mientras, apabullada, me sumo en el claro mensaje que me está lanzando mi subconsciente que, viperino, me recuerda: “Si este tío me revienta, si es que vamos… no lo puedo ni ver, si es un cretino integral…”, casi ha concluido el mensaje de mi "otro yo", a la par que el de mi interlocutor, quien ha terminado planteándome, finalmente, la “consultilla”. “Je. Pedazo de imbécil… - pienso- ¿acaso en la puerta de mi Despacho pone “Punto de Información al Ciudadano – Excmo. Ayto. de Jaén”?... NOOOOOOOOOOOOOOO ¿verdad?: En ella, en bonitas fuentes de un refulgente color negro sobre metacrilato dorado, reza: “CARMEN MILLÁN CERCEDA – ABOGADO”, A-BO-GA-DO, es decir, mi PROFESIÓN, mi MEDIO DE VIDA y lo que me procura MIS INGRESOS es ese; las consultas son “gratuitas” sí, en los Puntos de Atención al Ciudadano, no en el Despacho de un profesional, y  tú, que si puedes ni saludas, ¿me abordas ahora, así, sin ninguna consideración, pensando que voy a ser tan imbécil como tú?, ¿te crees que te voy a regalar mi conocimiento y saber, a ti, por tu bello rostro…?, ¡listo!, vas dado. Sonrío entonces ampliamente, respiro en profundidad, me tomo mi tiempo antes de contestar: “… Pues amigo mío, ¿qué quieres que te diga?, tal y como me lo planteas, sería por mi parte una evidente falta de profesionalidad y de ética darte una respuesta sin haber visto antes “los papeles”. Llámame en horas de despacho, te digo cuando te pasas a traer la documentación y a la vista de lo que haya, yo ya te digo…” – “y de paso, me pagas la consulta, pedazo de cretino”, omito contestar -. Su sonrisa se congela inmediatamente… “Erm… bueno, - titubea – esto… sí… Ya si eso… vale, bueno, me alegro de verte, hasta luego…”.

Esa misma tarde encontraría en el buzón de entrada de mi correo un e-mail muy pesado, comprimido en ZIP, con unos documentos en PDF y unas líneas que terminaban  diciendo “quedo a la espera de que me digas algo”, e-mail que JAMÁS “recibí”, obviamente, debió irse, sin duda, a la bandeja de SPAM… Y allí sigue o debe seguir.

La conclusión, acerca del comportamiento de este nuevo individuo sometido a un minucioso análisis  por mi parte, el cotejo de sus reacciones y el detenido estudio de su lenguaje, tanto verbal como corporal, es, que, sin duda, presenta unos más que acentuados rasgos de GILIPOLLEZ SUPINA.

  1. Del niñato (gilipollas por demás) de turno que se hace el graciosillo delante de sus amigos niñatos.- Hora del almuerzo,  hora, por tanto, de un breve descanso más que merecido… Que menuda mañana llevo… Me dirijo a casa, por mi ruta acostumbrada, aprovecho para fumar un cigarrillo. A escasos metros del lugar por el que camino, vislumbro una manada ruidosa de adolescentes melenudos y patilargos, ganduleando al mortecino sol de invierno del mediodía, tras saltarse, seguramente, la última de las clases en el Instituto, entre carcajadas estridentes y sonoras  imbecilidades que deben tener gracia sólo para aquellos elementos que se encuentran, en la actualidad, en el tramo que comprende de los 15 – 17 años… Me acerco de manera inevitable, por seguir mi recorrido habitual, sabiendo que voy a ser objeto de alguna “gracia” – de esas que te despiertan la reacción, propia y natural, de soltarle un sonoro bofetón en la cara granuda del barbilampiño autor -. El deslavazado gamberrete que parece ser el cabecilla se me acerca, apenas se le ven los ojos tapados por un flequillo grasiento y desparejado pero artísticamente peinado hacia un lado, con una voz disonante, por cacofónica, y plagada de “gallos” me mira, lo miro: faldones de la camisa por fuera de la sudadera, vaqueros raídos y zapatillas de un color indefinido por la mugre que las cubre, se me aproxima más, hasta que puedo percibir, ya con total claridad, su inconfundible olor a “choto” – una mezcla pestilente de calcetín sucio, camiseta sudada, gomina y colonia intensa, probablemente propiedad de su progenitor, que tan orgulloso debe sentirse el hombre de haber contribuido a la mejora de la especie con éste, su vástago – y me dice: “Chst!... Dame un cigarro…”. Lo miro, sonrío con desdén y le digo pausadamente, incluso, con socarronería: “Pues mira, podría, sin duda, podría dártelo… Pero no voy a hacerlo. En primer lugar: no son formas de pedir las cosas, en segundo lugar no estoy segura de que tengas la edad suficiente como para poder consumir tabaco y…” dejo ahí la frase a propósito, arrastrando la conjunción más de lo necesario. El niñato, que ha picado el anzuelo (“más sabe el diablo por viejo que por diablo”), se vuelve con sorna hacia el resto de sus congéneres que, expectantes, permanecen a la espera de que el imbécil que los capitanea, retorne, con suerte, con el tesoro que van a compartir en un claro y generoso ejercicio de traslado masivo de gérmenes, que se creen con esto ellos muy adultos… Me mira de nuevo desafiante y me suelta: “¿Y en tercer lugarrrrrrr…? – Te vas a enterar ahora, polluelo - “Pues mira, en tercer y último lugar, que no por ello menos importante: QUE NO ME DA LA GANA, BÁSICAMENTE. Por cierto… ¿no eres el hijo de … ?(le suelto el nombre y apellidos de una Cliente mía a la que veo con cierta frecuencia y me consta que la inocente criatura que ha caído ya, ingenuamente, en mis garras y parece no haberme reconocido, sabe de mi existencia y familiaridad con su madre), ¿sabe ella que te saltas las clases para irte a fumar y sepa dios a qué más con cuatro atontaos como éstos… o te ha firmado la autorización para que salgas?... Anda… dale un beso de mi parte, guapo, por cierto… Nene, cómo estás empeorando, ¿eh hijomío?, con lo bonico que eras de chico… Hale, hasta luego, campeón”.

En esta ocasión, aunque el experimento se ha centrado en analizar a uno sólo de los elementos, el individuo en cuestión es claramente gregario, evidentemente y por otro lado, se trata de un GRAN GILIPOLLAS, los rasgos más graves vienen acentuados, precisamente, por ese gregarismo que los fomenta y desarrolla hasta unos extremos insospechados.


Y… hasta aquí, para no cansaros, la Primera Parte de mi Tratado, comprensiva de los cinco primeros puntos del Decálogo, los cinco restantes los he desarrollado en la Segunda que publicaré en breve… Así que amenazo con su pronta divulgación… permaneced atentos.

1 comentario:

  1. ...Pues si, la especie humana es una fuente inagotable, ya ves. El gran Albert Einstein ya lo vaticinaba: "Dos cosas hay infinitas, el Universo y la imbecilidad humana... Aunque no estoy muy seguro de la primera". Y lo dijo la mente mas brillante del S. XX, que gran visionario. Gracias por el comentario :-)

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