Hace algún tiempo, una queridísima e inestimable amiga, me narraba lo duro que había resultado ponerle fin a la tormentosa relación que había venido manteniendo, mediando no obstante, algunas interrupciones intermitentes, con quien fuera su “pareja” durante casi una década. Me contó, entre diferentes episodios tan abyectos como, sin duda, dolorosos para su protagonista, por sufrirlos en sus propias carnes, cómo llegó, incluso, a precisar de la ayuda de un Psicólogo, que tras algunas sesiones logró convencerla – hasta el punto de haberlo elevado, hoy, al rango de simbólico paladín rector de su existencia - de esa maravillosa frase que el, desafortunadamente fallecido, Fernando García Tola le dedicara en “Esta Noche” a la gran fetiche almodovariana, Carmen Maura: “Nena, tú vales mucho…”.
En la actualidad, lleva casi dos años, felizmente, en régimen análogo al del matrimonio con quien, sin duda, habrá de terminar sus días, algo por lo que me congratulo sinceramente y que me lleva ahora a reflexionar sobre la importancia de aprender no sólo a convivir ya, sino a superar los fiascos y desencantos que sufrimos con personas que considerábamos importantes, en ocasiones incluso, imprescindibles, en nuestra vida y que, andado el tiempo recordamos, con apenas una ligera sonrisa de sarcástica y aliviada añoranza, como meros episodios anecdóticos y casi siempre, enriquecedores de nuestra andadura vital… Valiosas experiencias de gran utilidad para el futuro, sin duda, al constituir la evidente prueba de lo que no puede ser definido sino como una GRAN ORDINARIEZ.
No debe constreñirse esta ponderación, únicamente y no obstante, a la pareja, puesto que el desamor, al igual que el amor, reside, acechándonos, en todas y cada una de la amplia tipología que integra el polifacético mosaico de relaciones humanas: amor paternal, maternal, filial, fraterno,…, amistoso y luego, claro… está el AMOR sentimental o de pareja (acertadamente llamado “enamoramiento”), cuya desaparición, ya sea voluntaria o involuntaria, consensuada o contenciosa, es, sin duda, la más ordinaria, en el sentido de “lenguaraz” o “soez”(y me refiero a los sentimientos que suele suscitar), que no en su uso de “común” o “habitual” - no tiene por qué -.
Así ¿quién no ha tenido en su vida, durante algún lapso temporal, a determinados seres, que por afición o vocación, por hastío o resentimiento ante su afligida existencia, o vayamos ahora a saber cuáles sean los motivos que a ello los mueven – que son tan sinuosos como inexpugnables los vericuetos de la mente humana, tanto más cuanto más desequilibrada se halle -, no digo yo que conscientemente, pero con frecuencia y aún de un modo involuntario, su mera presencia nos ha resultado harto nociva?, ante lo cuál no cabe sino su condena al destierro, al más rotundo y silencioso ostracismo, a la profunda indiferencia, como único mecanismo de defensa para evitar la contaminación de esa toxicidad que, viscosa, se nos adhiere a la piel hasta convertirse en una purulenta capa que nos impide, realmente – cuán molesta piedra en el zapato -, encontrarnos con el fin y destino último, por derecho, de todo ser humano: SER FELIZ.
Si, hoy, a colación de esto, echo la vista atrás, se me ocurren un par de ejemplos a los que, lejos de guardar rencor, o cualesquiera otros sentimientos negativos, me mantienen sumida en la más tibia de las indiferencias – displicencia, la que apunto, que experimento ya sea en la vertiente positiva, como en la negativa: NI AMOR (tan siquiera en su grado más leve y atenuado del mero aprecio) NI ODIO, la nada, el más absoluto y oscuro vacío -, porque en esto de los amores y desamores de la especie humana, en cualquiera que sea la vertiente donde germinen, la vida me ha enseñado a contener la alegría, de manera que no alcance jamás la cota de una euforia condenada, desde su florecimiento, a su defenestración, más temprano que tarde, y a ser prudente con el rechazo, a fin de que no termine por desbocarse hasta la autodestructiva animadversión… o lo que es lo mismo: prudencia en las filias y comedimiento en las fobias.
Mi amiga, hoy una persona que, podíamos calificar como plena por encontrarse en un estado de felicidad absoluta – admirado y admirable, por no decir envidiable – no ha pasado sino por donde todos y cada uno de nosotros hemos pasado o tenemos, ineludiblemente, que pasar, lejos de guardar resentimiento alguno, ha sabido reinventarse, y con el tamiz que nos otorga, le otorga, la experiencia, ha procedido a separar lo prescindible de lo que no lo es, reconociéndole valor a lo que realmente lo detenta. Me planteaba ella, durante esa misma conversación, si para tal logro se hacía necesario negarle la palabra al sujeto en cuestión, mi respuesta fue rotunda: “no es tan culpable el que niega la palabra, como quien provoca la negativa”, siendo además, en la mayoría de las ocasiones, el único medio a nuestro alcance para propiciar la expulsión, efectiva e irreversible, del condenado a esa errática peregrinación apátrida, pues habrá pocas ordinarieces mayores ya que la de provocar en tu igual la indiferencia e invisibilidad de tu propio ser… A veces por cansino, otras por envidioso, por egoísta – algunas – y siempre, hecho cierto es, por el claro efecto pernicioso que le provocas…
Otra distinta, sin duda, de las prácticas más extendidas en este bendito y maltrecho, por desgracia, país nuestro, es la viperina (por ordinaria) afición a hablar de las vidas ajenas – que triste debe ser la nuestra para tener que fijarnos en las del prójimo -, vidas pertenecientes a personas que o bien despiertan una de las más bajas pasiones humanas, cuál es la ENVIDIA , a la sazón, pecado capital para los recatados y puristas creyentes, o bien por el mero hecho, detractor tan vil como gratuito, de denostar a quien es objeto de ADMIRACIÓN… En ocasiones, las menos, que también tienen cabida, se realiza sólo como simple ejercicio de entretenimiento ante una vida propia carente de afectos y tediosa, dedicándonos entonces a hablar de lo que se sabe y de lo que no, a inventar y magnificar, precisamente, aquellos aspectos del objeto de la crítica, que mayor deseo nos suscitan… que son, los que materializan nuestra carencia.
Me resulta inevitable, sonrío ahora mientras escribo esto, acordarme – aunque no sé muy bien el motivo al que obedece, probablemente por haber mencionado a Carmen Maura con anterioridad - de esa película de Carlos Saura “¡Ay, Carmela!”, ambientada en el escenario de nuestra Guerra Civil, en la que tres dispares cómicos – Carmela, Paulino y Gustavete el mudo - ofrecen su espectáculo para el Bando Republicano, cuando en su desesperada huída de las penalidades sufridas, en dirección a Valencia, acaban, por uno de esos caprichosos avatares del destino, siendo prisioneros del otro bando, resultando pues así que la única forma de mantenerse vivos es la de actuar para unos espectadores cuya ideología es radicalmente opuesta a la de los actores… Es increíble lo que la naturaleza humana puede llegar a soportar, como también lo son, los límites de su maldad… En ambos casos, lo aconsejable es llevarlo con humor y reírse, no tanto de quienes con el transcurso del tiempo terminarán al margen de nuestras vidas que ya se sabe que “en el pecado va la penitencia”, como de nosotros mismos, lo cuál será el mejor revulsivo que nos haga llegar a estar, siempre, en un estadío superior al que nuestros “envidiosos detractores” se encuentran, en su descendente caída…
En esta España de sainete y opereta, la vida tiene lugar en un patio de vecinos, nadie está libre de cometer estas y otras ordinarieces, o de ser la víctima de su cianuro…
Nena, tu vales mucho! Y nos tienes muy entretenidos!
ResponderEliminarEstimad@ anonim@: Gracias por el cumplido y por tu anonim@ contribucion.
ResponderEliminarchiquilla¡¡¡ que bien escribes¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡creo que debias comenzar una novela, pues enganchas¡¡¡¡¡
ResponderEliminarQuerid@ anónim@: Gracias por tu comentario y te adelanto que todo llegará, todo... llegará.
Eliminar:-)
-- uh'uh, "¿"Nena"? ¡No, nunca le digas "Nena" a una abogada de este calibre! no dudaría, ni tantito, que la autora de tan entretenido discurso y no menos florido vocabulario, aplique al homólogo de tan abúlica adulación alguna de las diez métricas para la identificación del perfecto gillipollas [que, al caso, agradecería definir desde su muy propia perspectiva al margen de una mera referencia al DRAE, ]…
ResponderEliminarGracias, Luis, por tu elocuente y, sin ninguna duda inestimable, aportacion.
Eliminar-- elocuente como tu prosa, nunca… pero ¿inestimable?, ¡seguro!
Eliminar-- a ver Carmen, de tus anteriores a este, percibo un discurso diluido… al margen del disfrute que, en efecto deriva del mero ejercicio de leer tu prosa y de admirar, por supuesto, la riqueza de tu vocabulario, lo colorido de tu lenguaje, y hasta lo rebuscado de tus construcciones gramaticales, es a esto último, por excesivo esta vez, a lo que me refiero por diluido [¿o diluso? y hasta ordinario en la definición implícita que refieres como ordinariez]… ¿"cómo sobrevivir al desamor y no quedarse en el intento" (sic) entonces?
ResponderEliminar… desde donde la veo, por mi propia experiencia, es que declaración misma de "sobrevivencia" que deriva del proceso de desapego que nos rehusamos a aceptar, al menos por un tiempo, tiene que ver con la añoranza cimentada en una esperanza obsesiva, ilusa y hasta esquizoide, de que a pesar de todo es posible 'volver' a esos tiempos 'maravillosos' en los que todas las relaciones comienzan, por lo que mi mejor recomendación para sobrevivir al desamor, como lo refieres al inicio esta vez, y como la mera desiderata que realmente es, consiste en revertir tan convencional y pusilánime postura, hacia una que te recuerde en contraste, las causales fácticas por las que NO estás más con esa persona con quien tuviste una relación, sin más…
… podría garantizar que a partir de ese momento, la añoranza terminará y, con ella, el tan barato clamor del náufrago imaginario del desamor que, con este perspectiva, al final del día, no significa, absolutamente nada…
Nuevamente: gracias por tu generosa aportacion, al compartir tu experiencia personal.
Eliminar-- ahora que la releo, me parece que la generosidad de mi aportación sólo tiene sentido si en el segundo párrafo, en la primera línea justo después de referir mi experiencia, a la palabra 'declaración' le antecediera 'la' ¿no te parece?
EliminarCarmen la sinceridad con la que escribes es genial.
ResponderEliminarEstimad@ seguidor@ anónim@:
EliminarGracias por tu comentario.