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miércoles, 8 de marzo de 2017

La disputada sella curulis de un dictador.





Era el eco apagado de un sordo entrechocar de astas, la lucha descarnada entre dos machos alfa: ¡¡clac…clac, clac!!, el sonido de la izquierda radical fagocitándose. Empezó como una insignificante disputa de patio de colegio: el tarugo que hablaba con el leño - ¿o era al revés?-, un gafitas sabiondo reivindicando que, pese a ser canijo, también podía, también quería, ser el jefe de la pandilla. Los dos buscando esa alharaca de la que tanto gustan cuando dejan de aparecer en los telediarios durante más de dos días –puro marketing de añejas ideas fracasadas, “progres” deleitándose en la adictiva sensación, hasta entonces vedada para ellos, de pisar moqueta, de acceder al poder, de jugar a ser mayores, de paladear las tentadoras mieles de la cómoda y displicente burguesía-. Parecía estar controlada la situación, apenas si eran unas peleas “de mentirijilla”, le debía hacer gracia al reyezuelo la desafiante actitud del pigmeo, hasta que empezaron a incordiarle las aspiraciones y delirios de grandeza de aquél niño repelente, comenzaba el zagalillo a subírsele a la chepa. La “diferencia de criterios entre compañeros” ha desembocado en un verdadero cisma: el cruento canibalismo entre facciones divergentes, cada uno con sus palmeros, sus respectivas filias y sendas fobias, todo democráticamente orquestado, pues aunque se apuñalen por la espalda, se abrazan luego en público. Con una sucesión de insultos velados, almibarados con el manido recurso al “debate entre amigos”, las camarillas iban tomando posiciones: buenos y malos, propuestas y contrapropuestas, ideas y contraideas, “o éste o yo”... Cebando de este modo su reunión, entre escupitajos cruzados y advertencias solapadas, llegaron a Vistalegre –no podría existir metáfora más desatinada-: y cuando, el que ha venido siendo el incuestionable cabecilla, tomaba la palabra para arengar a sus correligionarios, henchido de sí y encantado de haberse conocido, las enardecidas gargantas podemitas lo aclamaban al grito de “Secretario”, para recibir, más tarde, al neófito aspirante golpista con una exigencia: “Unidad”. Mensaje claro desde el rebaño: no quieren más César que al César. Y declinada, no sin cierto desprecio por el insurrecto, la envenenada oferta de una sucesión pactada a la Alcaldía de Madrid, ante la incertidumbre de volver a portar el bastón de mando por obra y gracia del PSOE –los vientos han cambiado y se barrunta un cambio más al Sur- teme ahora, el pequeño y ambicioso delfín, seguir el mismo destino de los hoy ya fenecidos Monedero, Alegre o Bescansa y aunque no ceje en su pulso, empieza a presentar los primeros síntomas de un cuadro de gastroenteritis aguda. Es el sino inexorable de los inmortales: sólo puede quedar uno, aquél del ego más colmado, el embaucador, el vendedor de humo… el, parece que todopoderoso, sátrapa que impone su voluntad a costa de pírricas victorias, sin importarle qué quede en el camino de su vehemente escalada hacia una autocracia tiránica; un flautista de Hamelín a quien, y pese a estar en mis antípodas ideológicas, imploro para que, tras volver defenestrar a todo aquél que, en un futuro, ose emerger de las bases militantes con la presuntuosa intención de ocupar la sella curulis de “su” partido, se siga aferrando al absolutista mando de “PABLEMOS”, pues bien ha demostrado que es el único capaz de aniquilarlo. Por mi parte sólo me resta ahora decir que mejor antes que después, dado que deber de hacendosa diligencia es, no dejar para mañana lo que hoy se pueda hacer.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca en VIVA JAÉN 13/02/2017.

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