Era el eco apagado de un sordo
entrechocar de astas, la lucha descarnada entre dos machos alfa: ¡¡clac…clac,
clac!!, el sonido de la izquierda radical fagocitándose. Empezó como una
insignificante disputa de patio de colegio: el tarugo que hablaba con el leño -
¿o era al revés?-, un gafitas sabiondo reivindicando que, pese a ser canijo,
también podía, también quería, ser el jefe de la pandilla. Los dos buscando esa
alharaca de la que tanto gustan cuando dejan de aparecer en los telediarios
durante más de dos días –puro marketing de añejas ideas fracasadas, “progres” deleitándose
en la adictiva sensación, hasta entonces vedada para ellos, de pisar moqueta,
de acceder al poder, de jugar a ser mayores, de paladear las tentadoras mieles
de la cómoda y displicente burguesía-. Parecía estar controlada la situación,
apenas si eran unas peleas “de mentirijilla”, le debía hacer gracia al reyezuelo
la desafiante actitud del pigmeo, hasta que empezaron a incordiarle las
aspiraciones y delirios de grandeza de aquél niño repelente, comenzaba el
zagalillo a subírsele a la chepa. La “diferencia de criterios entre compañeros”
ha desembocado en un verdadero cisma: el cruento canibalismo entre facciones
divergentes, cada uno con sus palmeros, sus respectivas filias y sendas fobias,
todo democráticamente orquestado, pues aunque se apuñalen por la espalda, se
abrazan luego en público. Con una sucesión de insultos velados, almibarados con
el manido recurso al “debate entre amigos”, las camarillas iban tomando
posiciones: buenos y malos, propuestas y contrapropuestas, ideas y contraideas,
“o éste o yo”... Cebando de este modo su reunión, entre escupitajos cruzados y
advertencias solapadas, llegaron a Vistalegre –no podría existir metáfora más
desatinada-: y cuando, el que ha venido siendo el incuestionable cabecilla, tomaba
la palabra para arengar a sus correligionarios, henchido de sí y encantado de
haberse conocido, las enardecidas gargantas podemitas lo aclamaban al grito de “Secretario”,
para recibir, más tarde, al neófito aspirante golpista con una exigencia: “Unidad”.
Mensaje claro desde el rebaño: no quieren más César que al César. Y declinada,
no sin cierto desprecio por el insurrecto, la envenenada oferta de una sucesión
pactada a la Alcaldía de Madrid, ante la incertidumbre de volver a portar el
bastón de mando por obra y gracia del PSOE –los vientos han cambiado y se
barrunta un cambio más al Sur- teme ahora, el pequeño y ambicioso delfín, seguir
el mismo destino de los hoy ya fenecidos Monedero, Alegre o Bescansa y aunque
no ceje en su pulso, empieza a presentar los primeros síntomas de un cuadro de
gastroenteritis aguda. Es el sino inexorable de los inmortales: sólo puede
quedar uno, aquél del ego más colmado, el embaucador, el vendedor de humo… el,
parece que todopoderoso, sátrapa que impone su voluntad a costa de pírricas
victorias, sin importarle qué quede en el camino de su vehemente escalada hacia
una autocracia tiránica; un flautista de Hamelín a quien, y pese a estar en mis
antípodas ideológicas, imploro para que, tras volver defenestrar a todo aquél
que, en un futuro, ose emerger de las bases militantes con la presuntuosa
intención de ocupar la sella curulis de
“su” partido, se siga aferrando al absolutista mando de “PABLEMOS”, pues bien
ha demostrado que es el único capaz de aniquilarlo. Por mi parte sólo me resta
ahora decir que mejor antes que después, dado que deber de hacendosa diligencia
es, no dejar para mañana lo que hoy se pueda hacer.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca en VIVA JAÉN 13/02/2017.
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