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lunes, 20 de marzo de 2017

El dudoso honor de ser un dios vikingo.





Tras el estupor que, he de reconocer, me produjo la noticia y llevada por mi natural curiosidad, empecé a navegar por la web, al venir denunciado por una asociación ultracatólica y dada la habitual tendencia a dramatizar los hechos de los que se hace eco, tecleé en el buscador “aborto, Down, Islandia”, el resultado fue un reguero, nada desdeñable, de páginas que recogían, efectivamente, la nefasta circunstancia bajo titulares más o menos descarnados, opté por una publicación médica, es obvia la objetividad que presenta este tipo de divulgaciones frente a la subjetividad de los radicalismos religiosos. Escuchar el cerrado y bronco acento irlandés del ginecólogo Peter McParland exponiendo los datos de que el 100% de los niños diagnosticados con trisomía 21 son abortados en Islandia me dejó atónita, con rotundidad, el doctor afirmaba que “no ha nacido ningún bebé con Síndrome de Down durante los últimos cinco años allí”, para continuar su aserto alertando de que, en esta lucha por “erradicar” a las personas con Síndrome de Down, la República de Islandia no está sola, pues le siguen de cerca otros países, igual de desarrollados –me pregunto si, también, civilizados-, como Dinamarca, en el que en un plazo de diez años no existirán personas Down, Gran Bretaña o Estados Unidos, en los que se estima que el porcentaje de bebés abortados se sitúa en el 90%, concluía, el médico, con una frase que me dio que pensar “podemos y debemos hablar de un genocidio de los niños con Síndrome de Down”, fin del video. En pleno siglo XXI, las grandes Democracias, pues no podría ser de otro modo, reprueban y muestran su apoyo incondicional, respeto y admiración, hacia la Comunidad judía, la gran víctima del Holocausto, con seis millones de exterminados como consecuencia del mayor y más irracional ataque de demencia que jamás haya podido nacer de una mente perturbada, erigiéndose Memoriales e intentando restituir la dignidad a aquellos seres humanos que compartían ciertos rasgos genéticos, algo similar ocurre, en el seno de la Comunidad Internacional, cuando se aborda la “limpieza étnica” de Los Balcanes, tachando de crueldad y de retroceso la persecución de serbios y gitanos, en cambio, cuando se pone de relieve el exterminio masivo de no nacidos a los que se les ha diagnosticado de trisomía, sólo existe una cómplice, vergonzante y silente aquiescencia. ¿Acaso lo que ocurre en Islandia no es sino el vil e inhumano intento de buscar una nueva “raza aria” ajena a alteraciones cromosómicas?, podríamos pensar, entonces, sin temor a equivocarnos que, caso de poder diagnosticarse durante la gestación, otros síndromes como el de Marfan, el de Asperger o el de Raynaud – que yo misma padezco – también esos niños serían abortados. Islandia tiene, hoy, el dudoso honor de ser pionera en esta nueva y execrable purga en la búsqueda selectiva de la perfección genética, pero jamás tendrá el de contar entre sus ciudadanos con un actor, diplomado en Magisterio, como nuestro Pablo Pineda o con una Sara Marín, esforzada gimnasta que lleve a su país el orgullo de los metales obtenidos en competiciones deportivas; la desarrollada pero paupérrima sociedad islandesa juega a ser Dios, un dios vikingo, pero éste no porta un martillo sino una svástica en su brazo. Y ahí lo dejo.

“Ante Dios y el mundo, el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad”.

(Adolf Hitler)

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 20/03/17

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