Tras el estupor que, he de
reconocer, me produjo la noticia y llevada por mi natural curiosidad, empecé a
navegar por la web, al venir denunciado por una asociación ultracatólica y dada
la habitual tendencia a dramatizar los hechos de los que se hace eco, tecleé en
el buscador “aborto, Down, Islandia”, el resultado fue un reguero, nada
desdeñable, de páginas que recogían, efectivamente, la nefasta circunstancia
bajo titulares más o menos descarnados, opté por una publicación médica, es
obvia la objetividad que presenta este tipo de divulgaciones frente a la
subjetividad de los radicalismos religiosos. Escuchar el cerrado y bronco
acento irlandés del ginecólogo Peter McParland exponiendo los datos de que el
100% de los niños diagnosticados con trisomía 21 son abortados en Islandia me
dejó atónita, con rotundidad, el doctor afirmaba que “no ha nacido ningún bebé
con Síndrome de Down durante los últimos cinco años allí”, para continuar su
aserto alertando de que, en esta lucha por “erradicar” a las personas con
Síndrome de Down, la República de Islandia no está sola, pues le siguen de
cerca otros países, igual de desarrollados –me pregunto si, también,
civilizados-, como Dinamarca, en el que en un plazo de diez años no existirán
personas Down, Gran Bretaña o Estados Unidos, en los que se estima que el
porcentaje de bebés abortados se sitúa en el 90%, concluía, el médico, con una
frase que me dio que pensar “podemos y debemos hablar de un genocidio de los
niños con Síndrome de Down”, fin del video. En pleno siglo XXI, las grandes
Democracias, pues no podría ser de otro modo, reprueban y muestran su apoyo
incondicional, respeto y admiración, hacia la Comunidad judía, la gran víctima
del Holocausto, con seis millones de exterminados como consecuencia del mayor y
más irracional ataque de demencia que jamás haya podido nacer de una mente
perturbada, erigiéndose Memoriales e intentando restituir la dignidad a
aquellos seres humanos que compartían ciertos rasgos genéticos, algo similar
ocurre, en el seno de la Comunidad Internacional, cuando se aborda la “limpieza
étnica” de Los Balcanes, tachando de crueldad y de retroceso la persecución de
serbios y gitanos, en cambio, cuando se pone de relieve el exterminio masivo de
no nacidos a los que se les ha diagnosticado de trisomía, sólo existe una
cómplice, vergonzante y silente aquiescencia. ¿Acaso lo que ocurre en Islandia
no es sino el vil e inhumano intento de buscar una nueva “raza aria” ajena a alteraciones
cromosómicas?, podríamos pensar, entonces, sin temor a equivocarnos que, caso
de poder diagnosticarse durante la gestación, otros síndromes como el de
Marfan, el de Asperger o el de Raynaud – que yo misma padezco – también esos
niños serían abortados. Islandia tiene, hoy, el dudoso honor de ser pionera en
esta nueva y execrable purga en la búsqueda selectiva de la perfección genética,
pero jamás tendrá el de contar entre sus ciudadanos con un actor, diplomado en
Magisterio, como nuestro Pablo Pineda o con una Sara Marín, esforzada gimnasta
que lleve a su país el orgullo de los metales obtenidos en competiciones
deportivas; la desarrollada pero paupérrima sociedad islandesa juega a ser
Dios, un dios vikingo, pero éste no porta un martillo sino una svástica en su
brazo. Y ahí lo dejo.
“Ante Dios y el mundo, el más fuerte tiene el derecho de hacer
prevalecer su voluntad”.
(Adolf Hitler)
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 20/03/17
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