Estoy desayunando, como cada
mañana, en la cafetería de siempre, suelo dar inicio a mis jornadas entre el
cálido aroma del buen café que se sirve allí y el ruidoso entrechocar de loza y
cubiertos, una pequeña licencia cotidiana en mi ritual diario. El televisor
está, también hoy, encendido, su sonido se percibe amortiguado por el zumbido
de las conversaciones que inundan el local. De repente se hace el silencio más
absoluto y todos los ojos se clavan en la pantalla, se espera con gran
expectación la publicación de la Sentencia del Caso Nóos y los parroquianos
andamos con un ojo en la tostada y otro en el plasma. Miguel Roca acaba de
hacer su solazada aparición en escena, es el abogado estrella titular de tan
real defensa - no podía ser otro, ya con su elección nos mandaban un claro mensaje
subliminal, al ser uno de los padres de la Constitución y artífice del sistema
de garantías y libertades igualitarias por el que nos regimos desde 1978- bajo
cuya batuta se ha orquestado el desfile de rutilantes letrados que, en metódica
coordinación, se han ido sucediendo durante las diferentes fases procesales en
función de sus cualidades profesionales: el más agresivo en los interrogatorios
dejó paso, luego, al minucioso de mordaz inteligencia que evaluaba y empleaba
el bagaje probatorio en favor de su defendida -a quien “no le constaba” o “desconocía”
casi todo-, reservándose al orador más brillante para el trámite de
conclusiones. Pasa, Roca, raudo ante la prensa pero sin disimular su sonrisa y esa
actitud de -¡pero qué malpensada!- contenida alegría, la convoca media hora
después de cuando se espera la Sentencia a fin de ofrecer sus primeras
valoraciones. Continúo deleitándome en ese aceite verde sobre el que acabo de
servirme una generosa capa de tomate cuando me sobresalta el acento catalán de
Pau Molins –uno de los mediáticos peones en el tablero de la estrategia de
marketing vende-burras que nos hemos visto obligados a sufrir durante la larga instrucción
primero y las tediosas sesiones de juicio oral, más tarde- que con una mal
disimulada satisfacción atiende, locuaz, a los medios, pidiendo calma en la
espera e impetrando que, al menos, le concedan el tiempo necesario para “leer
los mil folios, según tengo entendido, de la Sentencia”, me atraganto ¿cómo
puede saber la extensión de un pronunciamiento antes de que se lo notifiquen?, ¿acaso
los Magistrados aperciben a los Letrados de lo que ocupan sus resoluciones? –a
mí, desde luego, no-, pero ¿de qué pasta está hecho este hombre para
presentarse con tan risueña tranquilidad ante el inminente pronunciamiento que
puede dar –¡quia!- con la noble osamenta de su patrocinada en una lúgubre celda
carcelaria?, ¿conoce ya lo que el resto de la humanidad aún ignoramos? -¡pero qué
forma de recelar la mía!-. Es con posterioridad cuando por fin se conoce el esperado
fallo, son las 12.19 minutos y nos desvelan la más que predecible absolución
para la Infanta y 6 años de prisión para el consorte del guante largo. Y
entonces, rememorando el mensaje navideño de hace unos años, aquél en el que el
regio progenitor de la encausada, hoy ya oficial y públicamente absuelta, afirmaba
“la Justicia es igual para todos”, me pregunto si eran necesarios la
persecución y el vil linchamiento de un Juez que se limitaba a hacer su trabajo
desde la independencia de su cargo en base a hechos objetivos y personas; si se
hacía preciso un equipo de seis abogados para la defensa de la Sra. Borbón y
Grecia, refrendado, siempre, por los postulados del Ministerio Fiscal y el
Abogado del Estado que declinaron defender el interés común para asumir, en
exclusiva, el de la justiciable, ¿tenían que hacernos pasar por este sainete?,
¿será cierto, entonces, que “Hacienda somos todos” es sólo un eslogan publicitario?.
Veo mi rostro reflejado en el cristal de la estantería, presenta, ante la
crónica de esta absolución anunciada, la misma expresión que no tardo en
descubrir en otros cuando salgo del despacho dispuesta a disfrutar del merecido
descanso tras una larga semana de trabajo y es que, después de siete años de
tramoya, a los españoles se nos han quedado caras de tontos. Pírrica victoria,
ésta, de nuestra justicia.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca en VIVA JAÉN 20/02/2017.
Coincido contigo, aunque yo comento ni analizo la sentencia. Tampoco me ha contrariado. Primero, porque no me alegro de las desgracias ajenas, y fundamentalmente, porque en los juicios precisamente es donde se analiza la presunta responsabilidad de los acusados, y éste ha durado seis meses. Por ello no cuestiono la sentencia, que tiene más de 700 páginas y no he leído; pero lo que si me ha quedado claro desde el principio, a lo largo de todo el procedimiento, es el "papel" del Ministerio Fiscal, la Abogacía del Estado y la Agencia Tributaria. ¿A quien han defendido estos señores?. En fin, no se si la justicia será igual para todos, pero si esta claro que estos "organismos públicos" no nos tratan a todos por igual. Si pudiera resumir todo este proceso de forma superficial, me quedaría con un Fiscal encantado de haberse conocido y que haciendo no somos todos.... o algo así
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