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miércoles, 8 de marzo de 2017

Caras de tontos.






Estoy desayunando, como cada mañana, en la cafetería de siempre, suelo dar inicio a mis jornadas entre el cálido aroma del buen café que se sirve allí y el ruidoso entrechocar de loza y cubiertos, una pequeña licencia cotidiana en mi ritual diario. El televisor está, también hoy, encendido, su sonido se percibe amortiguado por el zumbido de las conversaciones que inundan el local. De repente se hace el silencio más absoluto y todos los ojos se clavan en la pantalla, se espera con gran expectación la publicación de la Sentencia del Caso Nóos y los parroquianos andamos con un ojo en la tostada y otro en el plasma. Miguel Roca acaba de hacer su solazada aparición en escena, es el abogado estrella titular de tan real defensa - no podía ser otro, ya con su elección nos mandaban un claro mensaje subliminal, al ser uno de los padres de la Constitución y artífice del sistema de garantías y libertades igualitarias por el que nos regimos desde 1978- bajo cuya batuta se ha orquestado el desfile de rutilantes letrados que, en metódica coordinación, se han ido sucediendo durante las diferentes fases procesales en función de sus cualidades profesionales: el más agresivo en los interrogatorios dejó paso, luego, al minucioso de mordaz inteligencia que evaluaba y empleaba el bagaje probatorio en favor de su defendida -a quien “no le constaba” o “desconocía” casi todo-, reservándose al orador más brillante para el trámite de conclusiones. Pasa, Roca, raudo ante la prensa pero sin disimular su sonrisa y esa actitud de -¡pero qué malpensada!- contenida alegría, la convoca media hora después de cuando se espera la Sentencia a fin de ofrecer sus primeras valoraciones. Continúo deleitándome en ese aceite verde sobre el que acabo de servirme una generosa capa de tomate cuando me sobresalta el acento catalán de Pau Molins –uno de los mediáticos peones en el tablero de la estrategia de marketing vende-burras que nos hemos visto obligados a sufrir durante la larga instrucción primero y las tediosas sesiones de juicio oral, más tarde- que con una mal disimulada satisfacción atiende, locuaz, a los medios, pidiendo calma en la espera e impetrando que, al menos, le concedan el tiempo necesario para “leer los mil folios, según tengo entendido, de la Sentencia”, me atraganto ¿cómo puede saber la extensión de un pronunciamiento antes de que se lo notifiquen?, ¿acaso los Magistrados aperciben a los Letrados de lo que ocupan sus resoluciones? –a mí, desde luego, no-, pero ¿de qué pasta está hecho este hombre para presentarse con tan risueña tranquilidad ante el inminente pronunciamiento que puede dar –¡quia!- con la noble osamenta de su patrocinada en una lúgubre celda carcelaria?, ¿conoce ya lo que el resto de la humanidad aún ignoramos? -¡pero qué forma de recelar la mía!-. Es con posterioridad cuando por fin se conoce el esperado fallo, son las 12.19 minutos y nos desvelan la más que predecible absolución para la Infanta y 6 años de prisión para el consorte del guante largo. Y entonces, rememorando el mensaje navideño de hace unos años, aquél en el que el regio progenitor de la encausada, hoy ya oficial y públicamente absuelta, afirmaba “la Justicia es igual para todos”, me pregunto si eran necesarios la persecución y el vil linchamiento de un Juez que se limitaba a hacer su trabajo desde la independencia de su cargo en base a hechos objetivos y personas; si se hacía preciso un equipo de seis abogados para la defensa de la Sra. Borbón y Grecia, refrendado, siempre, por los postulados del Ministerio Fiscal y el Abogado del Estado que declinaron defender el interés común para asumir, en exclusiva, el de la justiciable, ¿tenían que hacernos pasar por este sainete?, ¿será cierto, entonces, que “Hacienda somos todos” es sólo un eslogan publicitario?. Veo mi rostro reflejado en el cristal de la estantería, presenta, ante la crónica de esta absolución anunciada, la misma expresión que no tardo en descubrir en otros cuando salgo del despacho dispuesta a disfrutar del merecido descanso tras una larga semana de trabajo y es que, después de siete años de tramoya, a los españoles se nos han quedado caras de tontos. Pírrica victoria, ésta, de nuestra justicia.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca en VIVA JAÉN 20/02/2017.


1 comentario:

  1. Coincido contigo, aunque yo comento ni analizo la sentencia. Tampoco me ha contrariado. Primero, porque no me alegro de las desgracias ajenas, y fundamentalmente, porque en los juicios precisamente es donde se analiza la presunta responsabilidad de los acusados, y éste ha durado seis meses. Por ello no cuestiono la sentencia, que tiene más de 700 páginas y no he leído; pero lo que si me ha quedado claro desde el principio, a lo largo de todo el procedimiento, es el "papel" del Ministerio Fiscal, la Abogacía del Estado y la Agencia Tributaria. ¿A quien han defendido estos señores?. En fin, no se si la justicia será igual para todos, pero si esta claro que estos "organismos públicos" no nos tratan a todos por igual. Si pudiera resumir todo este proceso de forma superficial, me quedaría con un Fiscal encantado de haberse conocido y que haciendo no somos todos.... o algo así

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