“La sangre fluye como un torrente desde el principio
hasta el final… Si algo he logrado, es eso: una plenitud saturada y sin cortes;
cambios de escena, de mentalidad, de persona, llevados a cabo sin que se
derrame una sola gota”(Del diario de Virginia Woolf, fechado en la primavera de
1.931)
Las tablas del parqué crujieron, secas y desvencijadas,
bajo mis pasos. Estaban cubiertas por una gruesa capa de polvo grisáceo que se
levantó en suspensión, provocándome una leve picazón en la garganta e irritando
mis ojos. Descubrí el ventanal para dejar pasar, a raudales, la mortecina luz
del día que ya se extinguía lenta y ceremoniosamente, tras el espeso cortinaje
de terciopelo color granate. Levanté el cubrepolvo del sofá, dejando al desnudo
el alma marchita de un mueble ajado que conociera un mayor esplendor hace
décadas y me senté.
La estancia, silenciosa e inerme, desprendía un olor a
tristeza y a cerrado que hacía la atmósfera casi irrespirable, abrí la ventana
para aliviarla. Miré a mi alrededor buscando descubrir, en algún rincón, el
vestigio de la esencia que me empujó a volver a aquella casa sin vida. Sobre la
pequeña mesita de caoba descansaba el gramófono mudo, junto a él un viejo libro,
de tapas ajadas y deslucidas. No había reparado en su presencia a mi entrada y
movida por la curiosidad me aproximé hacia allí. Se trataba de un volumen de
cubiertas en finísima piel de un deslustrado color marrón, con letras doradas
incrustadas en él y una elegante tipografía se leía: The Waves by Virginia Woolf… Pasé,
distraídamente, algunas páginas topándome con la aparición de esos magistrales
soliloquios de sus seis protagonistas – Susan, Rhoda, Bernard, Neville, Louis y Jenny – cuyas reflexiones, cargadas
de una belleza plástica inimaginable, me trasladaran a través de ese “flujo
de conciencia” a los vericuetos de la imaginación de su autora en mi
época adolescente hasta hacerme formar parte, imaginariamente, de su exclusivo
Club de escritores emergentes. Cogí uno de los discos de pizarra contenidos en
la parte baja de la mesita, uno al azar, y lo puse. La aguja acarició su
superficie: “L´elisir D´amore” de Gaetano
Donizetti, comenzó a sonar con ese peculiar
eco metálico y característico. Entonces me dejé transportar a una realidad muy
distinta…
La
habitación se fue iluminando paulatinamente y se hizo más cálida, tomando vida
propia, comencé a percibir el rumor cercano de una animada conversación,
amortiguada, tenuemente, por la música y de repente me ví en medio de una
animada charla en la que otras seis personas expresaban sus personales visiones
de la vida… Alguien me tendió una copa de champagne que tomé sin salir de mi
asombro, se trataba, sin duda, de Neville quien en su continua búsqueda del amor, se encontraba disertando en aquél
preciso momento acerca del sufrimiento provocado por la falta de
correspondencia a sus sentimientos. Me llevé la elegante copa, alargada, a los
labios y paladeé con fruición su contenido: se trataba de un excelente Perrier-Jouët, cerré los ojos y me abandoné a la realidad de aquél momento, recostándome
lentamente sobre el respaldo del sofá que lucía inmejorable, mientras tomaba la
palabra otro interlocutor en aquella conversación imprevista, que había dado un
giro ahora hacia las inseguridades y la ansiedad provocada por el rechazo,
buscando refugio en la soledad – debía tratarse de Rhoda, aventuré y decidí no interrumpir el bizarro discurso de una mujer
histriónica, de profundos y acuciados rasgos sociópatas -. Poco a poco me fui
sumiendo en una plácida sensación de sopor, una inactividad mental dulce,
semi-inconsciente, casi irreal, envuelta por el arrullo de las breves cadencias
en aquél coloquio y una ópera que cada vez se hacía más y más lejana. Dí otro
trago al champagne, luego otro más… Transportándome mentalmente a uno de esos
locales donde fundó Virginia Woolf, en el Londres del incipiente siglo XX, el Club
Bloomsbury, o eso me imaginé
entonces.
Era
tarde cuando me desperté, a través del cristal de la ventana abierta se veían,
refulgentes en todo su esplendor, las estrellas que tachonaban el cielo de una
noche de primavera, entraba una brisa fresca que arrastraba el canto de grillos
desde el jardín. Todo, a mi alrededor, yacía en un completo silencio. Me
levanté y me dispuse a abandonar la casa, sólo cuando iba a abrir la puerta para
irme, me percaté de la polvorienta botella de Perrier – Jouët, abandonada en un rincón del recibidor, me agaché a recogerla. Debía
llevar mucho tiempo allí, tanto como el gramófono y el libro, sin duda. Resolví
llevármela, me tomaría una copa antes de irme a dormir aquella noche, puede que
tuviera la ocasión de compartirla con algunos amigos… O eso decidí. Cerré
lentamente, sin poder evitar el quejido desengrasado de los goznes, llevando
conmigo, sin duda, la esencia que me empujó a volver a aquella casa solitaria
en el crepúsculo de una tarde de primavera.
“¿Es éste el final de la historia?. ¿Una especie de
suspiro?.
¿El último
temblor de una ola?…
Pero, si no
hay historias, ¿qué final puede haber, qué principio?. Quizás la vida no sea
apta para el tratamiento que le damos, cuando intentamos contarla”
(“Las Olas” - Virginia Woolf )
"Si no hay historias, ¿qué final puede haber, qué principio?" aunque creo que Virginia Woolf tenía razón... "puede que la vida no sea apta para el tratamiento que le damos cuando intentamos contarla". Todo, amiga Patricia, depende del cristal con el que se mire, para mí un principio puede ser un simple tránsito para otra persona, o lo que considero un final no tiene por qué serlo para otro... Creo que es lo que intentaba plasmar cuando hablaba en su Diario - toda una delicia intimista - de "una plenitud saturada y sin cortes", un continuo fluir de sangre que ella conseguía modificar, alterar, recomponer y variar, "sin que se derramara ni una sola gota". Ese es para mí, el mayor logro literario, arropado por una evidente belleza plástica y una innegable capacidad de jugar con el lenguaje y el análisis introspectivo de los personajes, diseccionándolos psíquicamente hasta desposeerlos de cualquier cualidad que nos pasara inadvertida en ellos, de una de las más brillantes autoras del siglo XX... La siempre enigmática y genial Virginia Woolf. Cada uno de nosotros debe encontrar la forma de mantener vivo ese continuo "flujo de conciencia", sin principios ni finales establecidos... Cada uno de nosotros tiene la obligación moral de dejar fluir, a su especial modo, el ciclo vital, transformándolo hasta el extremo de alcanzar la "plenitud saturada y sin cortes".
ResponderEliminarMuchas gracias.
No tengo palabras para expresar mi admiración por ti. Eres más profesional en la escritura que muchos "autores" conocidos por sus publicaciones en editoriales nacionales. En cuanto al relato y a tu respuesta a la publicación de Patricia, tan sólo decir que OJALÁ todas podamos gozar, en algún momento de nuestra vida, de esa "plenitud saturada y sin cortes", pues creo que se trata de una utopía. ¿Intentaremos lograrlo?. Gracias por tus relatos.
EliminarMuchísimas gracias, siempre, por todos esos halagos aunque, sinceramente, nuestra amistad creo que hace que pierdas la objetividad, no obstante te lo agradezco: es toda una inyección de moral para mi EGO. Bien, creo que esa "plenitud saturada", en el caso de Virginia Woolf tuvo lugar cuando fue capaz de imbricar su propia realidad con la ficción que imaginaba, haciendo un TODO... Su propia hermana Ness (Vanessa Bell, pintora y también perteneciente al Club Bloomsbury) llegó a decir de ella que "tenía dos vidas: una la que vivía y otra la que escribía en sus libros", mi opinión personal es que se equivocaba al afirmarlo, Virginia siempre tuvo UNA vida, sólo UNA integrada por la realidad y la imaginación, en tal comunión que era imposible para ella distinguir los límites de una y de otra - probablemente, debido a sus problemas mentales - pero lo cierto es que, estoy convencida, la esencia de su secreto para conseguir que "no se derramara ni una sola gota" fue esa: CONSTRUIR UN MUNDO EN EL QUE CONVERGÍAN SU VIDA REAL Y SU - FÉRTIL - VIDA IMAGINARIA. Al menos es lo que a mí, personalmente, me gusta pensar.
ResponderEliminarGracias, Amparo, por tu siempre útil participación y por todos los halagos que, como te digo, son de lo más alentador.
Buenos dias no se que me a gustado mas si tu relato o las respuestas que has dado a las participantes. Reconozco que admiro tu facilidad para escribir pero aun mas para interpretar y entender a los escritores. Desde el primer dia que empece a leerte supe que eras una persona muy inteligente la clase que nos has dado hoy con lo que nos has contado sobre virginia woofl me ha dejado sin palabras.Gracias por el relato y por contestar siempre a los comentarios por que esas respuestas son tan buenas como lo que publicas.
ResponderEliminarMuchas gracias, amable anónim@, por tus palabras. He de matizar algo, no obstante, lo que yo plasmo aquí es mi personal lectura, es decir la interpretación que le doy a esos autores que, en modo alguno, significa que haya de ser la correcta o la única. Cualquier obra de arte – ya sea un escrito, una pintura, una escultura o una pieza musical – será siempre tanto mejor cuanto mayor sea el número de interpretaciones al que se preste, de ahí que el “arte” como tal sea siempre algo subjetivo, pues no radica en la obra en sí, sino en los ojos de quien la contempla. Lo que a alguien le puede parecer bello puede resultar espantoso para otro y a la inversa.
ResponderEliminarTengo el convencimiento – personal y por tanto no objetivo – del significado de un libro en función de lo que interpreto, de lo que puedo leer entre líneas, del contexto en el que se escribe; por eso es importante, creo yo, para aproximarse a su sentido, conocer, por ejemplo, datos de la biografía de su autor, sus rasgos psíquicos también, porque siempre supone un índice de cómo podía ver el mismo la realidad e intentar plasmarla, lo que en modo alguno tiene que significar que sea sólo ese el mensaje que pretendió transmitir, únicamente sirve de referente para intentar captar su sentido.
Gracias por tu participación.
Sí, supongo que debe ser algo así. El mensaje - cursado por el emisor - no tiene por qué contener el mismo significado para los distintos receptores, efectivamente. De modo que sí, son las personales condiciones de cada uno - ya sea, por cómo queramos entenderlo, en función de las diferentes claves que podamos poseer: conocimientos sobre el autor, circunstancias de éste o nuestras propias... -, lo que nos lleva a darle un significado que siempre será subjetivo. Tienes razón, y... muy útil que nos resultó la clase de lengua explicándonos aqué esquema: EMISOR>MENSAJE>RECEPTOR.
ResponderEliminar:))