“God Save the
Iron Lady o… de la más insigne inquilina del nº 10 de Downing Street”, ese
había sido el título elegido sobre el que me encontraba reflexionando ayer,
cuando tuve conocimiento del fallecimiento de nuestra Sara Montiel, me pareció
justo y debido, no dedicar mi Reflexión sólo a Margaret Thatcher, pues si bien
es cierto que ha sido – o es mi opinión – la mayor estadista que ha dado el
Reino Unido, con el permiso de Winston Churchill, no es menos meritorio el
papel desempeñado por nuestra manchega más insigne, nuestra “Violetera”, ya
eterna fumadora a la espera de ese galán, también apagó el brillo de sus ojos
ayer. He de reconocer que me he sentido fascinada por todos aquellos caracteres
femeninos que se han tildado de “fuertes”, y aunque la lista podría ser
interminable, a vuela pluma, se me ocurren algunos ejemplos: Hipathia, Isabel de
Castilla, María de Escocia, Ana de Mendoza Princesa de Éboli, Isak Dinesen,
Katherine Hepburn, la propia Margaret Thatcher… Todas ellas, por extensión,
podrían ser detentadoras, por derecho propio, de la épica frase que Ronald
Reagan dedicara a la Dama
de Hierro: “es el mejor HOMBRE de Europa”, todas ellas han sido líderes de
hombres en un mundo hecho por y para hombres y así se ha escrito en las páginas
de la Historia.
España llora, amargamente, a una coupletista. El Reino
Unido, lo hace a una patriota. Se han ido las dos. La hija del hortelano manchego
y la del tendero del condado de Lincoln.
Una triunfó en el celuloide, la otra en la Política, pues justo es
reconocerle que tras Churchill, ya sólo existió ELLA: la Dama de Hierro.
Las dos caras de la feminidad: la belleza por excelencia
y la inteligencia implacable más aguda, María Antonia y Margaret, la primera
nacida en la tierra de El Quijote y de Almodóvar, la segunda en la de
Shakespeare y los Corsarios. Decidieron irse el mismo día, supongo que a modo
de una casual y caprichosa tanatognomónica
sinergia, pues una destacaba en lo que no lo hacía la otra, siendo antagónicas
me pregunto qué tipo de mujer habría sido aquella que personificara lo más
característico de cada una: la bella entre las más bellas dotada de una
capacidad intelectual inaudita, estratega y visionaria, de fuerte carácter
cincelado a golpe de autodisciplina. Se han ido juntas, puede que, en esa fusión
energética hayan pasado a convertirse en una sola esencia o puede que no, pero
ahora eso ya no importa.
Thatcher, la Estadista de férreas convicciones y resuelta
valentía. Antieuropea, dijeron, visionaria, habrá de reconocérsele hoy. Pues
efectivamente con esa aguda inteligencia que la ha caracterizado a lo largo de
toda su vida, fue capaz de vaticinar con una claridad pasmosa el descalabro
generalizado que nos ha traído la “Unidad”.
Sara Montiel, la superlativa Saritísima,
independiente y transgresora hasta los límites del histrionismo, capaz de todo,
incluso de reírse de si misma.
Margaret llevó a los británicos a recuperar el
orgullo de serlo, tras el puñetazo dado, en 1.982, sobre la mesa que
restituyó las Malvinas a la soberanía que, ella creía, pertenecían: Argentina
perdió Las Malvinas y su dignidad, pero el Reino Unido recuperó sus Falkland Islands y su patriotismo. Por
imperativo férreo, no hubo más. Me pregunto qué habría pasado si hoy, la Dama de Hierro, no sólo no
hubiera fallecido, si no, si sus capacidades mentales no hubiesen sido mordidas
por la cruel demencia ¿se habría hecho preciso poner a la recauchutada Cristina
Fernández de Kirchner en su sitio tras los recientes acontecimientos, o es que ni tan siquiera hubiera osado, la
argentina, sacar las pezuñitas del tiesto?, apuesto por esto último, Mrs. Thatcher
era mucha Thatcher, incluso para la siliconosa dirigente ché.
Sara, insignia nacional, vivió como quiso: a su
especial modo, el Saritísimo, amante impenitente y vividora en esencia, siempre
hizo, pues no podía haber sido de otro modo, lo que le dio su real, su realísima,
gana. Para eso era ella: Sara, Doña Sara Montiel, Saritísima. De dos bocados, sin estropearse si quiera el carmín, se
comió Hollywood, desarmando a su paso a los aguerridos vaqueros del Oeste que
cayeron a sus pies, rendidos, heridos de amor por la cautivadora sonrisa de la española. Cuentan
que, incluso, llegó a enamorar al mismísimo James Dean. A ver quien supera eso,
señoras: meterse en el bolsillo al chico malo, al rebelde sin causa… Al guapo
entre todos los guapos para luego despacharlo con una irónica sonrisa, eso sólo podía hacerlo ella, Sara Montiel.
Se han ido dos grandes. Cada una en lo suyo, cada
una, estoy convencida, amada y odiada a partes iguales. Siempre envidiadas,
siempre anheladas. La nuestra por detentar la codiciada y útil belleza; la
británica por ser la dueña y señora de una, no menos útil, inteligencia
inaudita, de las que sólo pueden darse una o dos en cada generación. Grandes
las dos, a no poder serlo más.
Hoy se ha forjado un nuevo mito que pasará a
engrosar la especial idiosincrasia de pueblos culturalmente muy distintos que, y ya para siempre jamás, presumirán de tener un trocito más de la Historia de la Humanidad entre sus
ilustres hijos.
Estoy terminando de escribir y justo en este
momento acabo de enterarme del fallecimiento del HUMANISTA D. José Luis
Sampedro. Descanse él, también, en paz, abrigado por la calidez de otra sonrisa: La Sonrisa
Etrusca…
¿Será capricho del destino o simple casualidad?.
“Cada persona forja, a
su muy personal modo, su propia GRANDEZA. Los enanos permanecerán siendo enanos
aún cuando se suban a Los Alpes…”
(August Von Kotzebue)
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