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miércoles, 24 de abril de 2013

El canto, carroñero, de las hienas o la risa de las Sirenas.




Por primera vez, a la vista de los recientes acontecimientos y convencida, como me precio de estarlo, de la podredumbre del ser humano y la supremacía de sus, ya no más bajas, sino viles pasiones, contravengo el parecer de la brillante Marguerite Yourcenar cuando afirma que “Exageráis la hipocresía de los hombres. La mayoría piensa demasiado poco para permitirse el lujo de poder pensar doble”. Hoy, Marguerite, ha quedado de manifiesto que aquí no es que se piense poco, simplemente, no se piensa… pero a mala baba no nos gana nadie… Y en eso de apedrear y apalear somos tan expertos que hemos conseguido elevarlo a la categoría de ARTE: hacerlo incluso sin pensar.




Volvemos a lo mismo: los españoles somos así, qué se le va a hacer. Nos resulta fácil hacer leña del árbol caído y lo mismo nos da si, el sujeto en cuestión, antes era objeto de nuestra simpatía o no, que lo importante es linchar al primero que, desafortunadamente, dé el traspié y acabe de bruces ante nuestras narices.

Que este Gobierno – desacreditado, no ya por incumplir las promesas electorales que le auparon al poder, sino por su manifiesta ineptitud para no terminar de ahogar a la población – aprovechando la psicosis generada por el atentado de Boston, decide detener a dos presuntos yihadistas y ponerse a continuación esa medalla, parece ser el mejor bálsamo para la indignación colectiva que se olvida de los palos recibidos así, dando un nuevo giro de opinión, al endiosar nuevamente al peor de sus demonios…

Que tras asistir, las hordas crispadas de parados, desahuciados y esquilmados, a la laxa condena impuesta a la Tonadillera por “choriza”, vemos en la futurible entrada en prisión del Torero un alivio a todos nuestros males, por “homicida”… Pues allá que vamos a subirnos, diligentemente, al carro del escarnio público y lo vapuleamos entre gritos de “borracho”, “asesino” y sepa dios ya qué más insultos le quedarán por escuchar a ese pobre infeliz.

Si es que lejos de regodearnos en la desgracia ajena nos nutrimos de ella, que los españoles somos así.

Y como hienas hambrientas, no nos reímos que estaría mal visto, sino que cantamos, porque si de algo estamos sobrados es de hipocresía, que eso de la doble cara, la doble moral y de “donde dije digo, digo Diego”, debe ser un rasgo distintivo de nuestra idiosincrasia y no contentos con llamar al embaucamiento – cuan malvadas sirenas al errante Ulises – nos reímos, con esa sonrisilla bobalicona e impertinente, que ya no se puede ser más idiota…

Me sorprende la reacción de júbilo generalizado provocado por la condena de un pobre hombre, pues y dicho desde el mayor de todos los respetos profesables, es lo que me sugiere la visión de José Ortega Cano y vayamos, ahora, por partes:

Este Ortega, torero mediocre y simplón donde los pudo haber, se casó a una edad tardía con una Grande que enfermó y falleció dejándole, junto con la mayor de las penas, dos hijos adoptivos que no paran de darle disgustos – el uno porque es aficionado a lo que no debiera, la otra porque se encuentra en plena edad del pavo y va “arre que es tarde” -, que tiene problemas con el alcohol… Pues a ver, intentará ahogar sus penas con algún traguito que no digo yo que esté eso bien, ni es mi intención, tampoco, justificar semejante hecho, si no fuera porque cada uno es muy libre, señores, de hacer lo que le venga en su real y soberana gana. Que con esa “cogorza como la de un mulo” se puso al volante de su coche… ¿quién de todos nosotros no ha cometido semejante imprudencia en más de una ocasión…? (…) ¿QUIÉN?, y repito la pregunta porque lo único que me parece oír es el “canto de las hienas” a mi alrededor y diría que algunas de ellas se encuentran, incluso, en un profundo estado beodo a juzgar por el desentono de sus voces. Pues sí, señores, este hombre que, tendrá o no, problemas con el alcohol, no ha hecho sino lo que hacen muchas personas con una más que doble mala fortuna añadida: en primer lugar y es lo más trágico, haberse interpuesto en la trayectoria de un padre de familia que acudía a su puesto de trabajo a ganarse el pan honradamente – y deberá ahora Ortega Cano aprender a vivir con eso, si es que puede – y en segundo lugar la proyección mediática que ha alcanzado semejante siniestro debido a que es una persona conocida la que ha causado – con independencia de las circunstancias en las que haya tenido lugar – tal tropelía. Porque yo me pregunto por la cantidad de personas que pierden la vida en semejantes circunstancias y aquí no se entera nadie, ¿es que sus familias sienten menos su pérdida?, ¿acaso no tienen el mismo derecho a obtener idéntica justicia?...

Y se ríen las sirenas, sumergiéndose y emergiendo, revolviéndose, siempre, en inquietas contorsiones imposibles, que aquí somos así, y gesticulan exhibiendo primero dos dedos, luego seis y luego uno y se llevan, a continuación, el pulgar a la garganta simulando que se la abren de un tajo… Si es que esto es España.

 Pues sí, dos años, seis meses y un día de prisión, que eso no es para causar júbilo alguno en nadie, pero lícito será formularse la siguiente cuestión: ¿esa condena devolverá al malogrado Carlos Parra a su familia?. Me temo que no. Este desgraciado, reo de la peor de las penas que no es sino la de haberle puesto fin a otra vida humana, lleva ya en sus hombros la infelicidad que le conduce, probablemente, a sus excesos etílicos y de la que ya, difícilmente, podrá salir, al pesar sobre su conciencia el alma difunta de un padre de familia, que hay que ser muy “torero”, convendrán ustedes con mi criterio, para llevar ese capote de por vida…

Pero eso a nosotros nos da igual, si es que aquí somos así, nos alegramos del mal ajeno y cuando tenemos a la víctima indefensa es, como dicta nuestra sana costumbre, cuando aprovechamos, en comandita, para asestarle el peor de todos los golpes, por ser el más traicionero: el cobarde. Y en ese tumulto en que se encuentra el obsceno placer de infligir tal daño en ardorosa e íntima comunión, escuchamos el canto de las hienas y oímos la risa de las Sirenas, ahogadas, con más frecuencia de lo deseable, con el insulto y las ofensas a la estirpe ajena, ya sea en sus generaciones presentes, en las pasadas o, incluso, en las venideras… Que aquí, como ya he dicho, somos así.

“El que esté libre de pecado,
que tire la primera piedra”.
(Juan 8,7)

2 comentarios:

  1. Magistral. No hay una palabra que defina mejor este articulo. Dando a matar pero en el clavo siempre. Y es cierto somos seres carroñeros los españoles que triste esperar una desgracia ajena para olvidarnos de la nuestra. Veo una gran objetividad en tu opinion no pareces defender a Ortega solo narras la realidad de un modo que ya quisieramos muchos poder hacerlo. Felicidades como siempre.

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  2. "Dando a matar, pero en el clavo", gracias. Efectivamente, nada peor que la carroña para alimentar nuestro morbo... Así nos ven en el exterior: gente ociosa y no muy de fiar, empiezo a explicarme los motivos. Si soy sincera reconozco que el sujeto en cuestión, lejos de suscitarme ninguna simpatía tampoco me produce rechazo alguno, veo en él, tal y como ya indicaba a un "desgraciado" un "pobre hombre", será duro vivir con el peso de una muerte sobre su conciencia... Creo que es el peor de todos los castigos y no se hace preciso el escarnio público, su mala fortuna podría ser la nuestra algún día. Pero... aquí, somos así.
    Gracias por tu participación.

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