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miércoles, 28 de agosto de 2024

O mio babbino caro (De Neniae, I)

 


Releo, aunque es muy tarde, cada una de las muestras de condolencia recibidas en una atmósfera irreal, lechosa y difuminada, asegurándome de que todas tienen ya una respuesta de agradecimiento; “caballero”, “señor”, “generosidad”, “bonhomía”, “dedicación”, “honradez”, “inteligencia” son conceptos que, sin duda, definen su esencia.

 

“O mio babbino caro

Mi piace è bello, bello

Vo'andare in Porta Rossa

A comperar l'anello!”

 

Esta noche la ginebra destila un inusual gusto salado. No puedo dejar de mirar esa fotografía en blanco y negro desde la que sonríe un hombre joven de atractivos rasgos físicos a través de unas gafas similares a las que ahora yo utilizo.

 

-        “¿Papá…?” 

-        “¿Sí?” – creo percibir de modo amortiguado mientras una sucesión de instantáneas se desliza ante mis ojos como un efecto lisérgico:

 

Papá y el gel de baño infantil que huele a chicle en un bote con forma de orondo pez. Papá y la tortuguera que el Ratón Pérez le ha pedido que me entregue al perder el primer diente en casa de los abuelos. Papá y los libros de Historia. Papá y las Matemáticas. Papá llevándonos a los Baños Árabes: las lucernas. Papá y el Museo provincial: Haníbal Barca e Imilce, Guerras Púnicas, Escipión… Papá y sus castigos, tan breves como el reinado franco del mismísimo Pipino pues acaba levantándolos tan pronto como asumiendo la autoría y responsabilidad lo miras fingiendo pucheros e implorando perdón. Los poderosos brazos de papá lanzándome al agua como si de una catapulta se tratara. Papá y las luces de Navidad en Madrid: la calidez de su mano cubre la mía y ambas en el bolsillo derecho del loden verde. Papá y el Planetario: “Esas tres de ahí conforman el cinturón de Orión, el cazador”. Papá sujetando el sillín de la bicicleta: “No me sueltes. No te suelto”… Papá y el tablero bicolor: “Abren las blancas, protege a la Reina”. Papá y el último examen de la carrera: “Cuando, en un rato, salgas por la puerta del aula, serás Licenciada en Derecho. Entra y acaba lo que empezaste, yo te espero en Don Sancho para celebrarlo”. Papá en mi Jura aplaudiendo con esa sonrisa aprobatoria preñada de orgullo: "Ahora sí, Letrada, ahora sí". Papá absorto en la lectura mientras sostiene en los labios su pipa, que ahora es mía, propagando en densas volutas sinuosas el inconfundible aroma Borkum Riff Cherry. La imponente anatomía hercúlea de papá emergiendo del mar. Papá asegurándose de que apoyo el rifle en el lugar correcto para no dislocarme el hombro. Papá y yo paladeando un buen Ribera mientras charlamos un día cualquiera. Papá y el campo: “Es, al amanecer y al atardecer, cuando mejor huele”. El mentón anguloso y pulcramente rasurado a la espera del beso que, indefectiblemente, se convierte en una sonora ráfaga... Papá y su laboriosidad. Papá y su generosidad. Papá y su honestidad. Papá y su sentido de la justicia y del deber. Papá y su templanza. Papá y su protección. Papá y su valentía. Papá.

 

Papá y su esposa. Papá y sus hijas: "Don Juan Millán, el de las cuatro niñas rubias". Papá y sus nietos: ”Te queremos, Caqui!”. Papá y sus amigos. PAPÁ…

 

Papá bajo la luz oblicua de un mediodía de agosto que entra tamizada por el estor gris de una habitación blanquísima. Un corazón que se detiene definitivamente al tiempo que los dos que lo acompañan estallan en mil pedazos rotos. Un atronador ruido de cristales quebrándose que sólo percibo yo. Lágrimas amargas de dos de sus edecanes. “Vete tranquilo papá. Estamos bien, estaremos bien. Te quiero, papá, te quiero infinito”. Paz. Calma. Su paz. Su calma. La luz, triste, de un mediodía de agosto que se estanca y el tiempo que, como si de otro corazón se tratara, también se detiene. Debe ser la forma de presentar sus respetos, de honrar la memoria de papá, imagino.

 

Papá aferrando, al iniciar ese último viaje, el sobrecito de celofán que contiene la Tierra Santa y que le acompaña los últimos días como antesala a su llegada a la Tierra Prometida.

 

Papá, su elegante y rotunda presencia. Papá y un extraño olor a lavanda. Un último beso marmóleo. Un “hasta luego, papá” antes de dejar de verlo para siempre. Mis hermanas. Mamá. 

Paz. Calma. 

Su paz. Su calma.

La voz de María Callas que acaricia este momento ficticio y algodonoso se silencia repentinamente por un grito desgarrador, me sobresalto al ser consciente de que procede de mi garganta, donde se encontraba atascado desde ese aciago lunes: ¡PA-PAAAAAAAAAAAAAAAAAÁ!, parpadeo intentando mitigar el escozor de ojos que termina derramándose en dos surcos ardientes abriendo paso, así, a ese tan necesario, y hasta ahora reprimido, llanto. Un llanto quedo, liberador, lenitivo. Procedente de algún lugar de mi memoria olfativa creo advertir esa sutil fragancia a bergamota, cítricos y madera, se acentúa hasta envolverme mientras una mano vigorosa se apoya, delicada, sobre mi hombro:

 

-        “Estoy aquí. Estaré siempre aquí”…

 

A mi alrededor, quedan suspendidas las últimas estrofas del aria de Puccini, gravitan sobre mi cabeza y se elevan como una aterciopelada columnilla de humo azulado que asciende hacia el infinito decantándose en las aristas de la memoria de otros tiempos ya vividos, jamás olvidados:

 

“Mi struggo e mi tormento

O Dio, Vorrei morir!

Babbo, pietà, pietà!

Babbo, pietà, pietà!”

 

 

“No me sueltes. No te suelto”.

 

Gracias, papá, por tanto. No te veo pero estás y sin buscarte siempre te encuentro… cerca de Orión, mi bello cazador.


lunes, 30 de julio de 2018

Vuelta a los orígenes exigidos.





Los discursos, especialmente en sede política, se pronuncian para ser cumplidos, para ser honrados desde la coherencia y fiel observancia del compromiso públicamente adquirido. El que catapultó a la Presidencia del PP a Pablo Casado, tras una más que impredecible derrota de la favoritísima que se arrogaba su legitimidad amparándose en el voto mayoritario de la militancia, es el discurso de un triunfador y en su mano estará que, lejos de enterrar al, aún hoy, maltrecho Partido, sea quien le devuelva a España su antiguo esplendor bajo los auspicios de la derecha democrática a cuyos mandos se ha puesto. Para ello se hace preciso abandonar ese relativismo ideológico que ha venido desnaturalizando al único Partido solvente que, en origen, aglutinaba en sus filas tanto a conservadores como liberales hasta hacerlo irreconocible en su identidad y entrar, sin paliativos, en fiero y desinhibido combate por la defensa de los principios y valores que siempre han distinguido al Partido Popular como el partido de la vida, el de la defensa de la inquebrantable integridad del territorio nacional constitucionalmente consagrada; el de la intransigencia ante los tributos chantajistas y demás desafíos de corte nacionalista; el del respeto de su dignidad a las olvidadas víctimas del terrorismo; el de una fiscalidad equitativa que dispense a los autónomos de ser quienes terminen pagando, irremisiblemente, el precio de toda crisis económica derivada de una pésima gestión estatal. Ese ilusionante mensaje de Casado, preñado de optimismo, de “Vuelve el PP” habrá de ser interpretado, necesariamente, como el advenimiento del antiguo ideario, del arrojo para enfrentarse, con valentía y argumentos de peso, a la izquierda y el de una reivindicación, sin ambages ni complejos, de los símbolos nacionales. El PP ha resurgido, como el Ave Fénix, tras la desintegración de la tibieza ideológica y moral y el escándalo de una corrupción, larvada y tolerada a lo largo de tantos años, que ha minado sus cimientos. Quienes pensábamos que otro PP ya no era posible y que fuimos ideológicamente expulsados de su electorado, por esa pérdida de identidad paulatina, volvemos hoy a recobrar la confianza en el regreso de un Partido combativo ante los omnipresentes dogmas de una izquierda radical, más manipuladora y retrógrada que nunca, a recuperar la fe en el coraje dialéctico de altura desde el que hacerse fuertes en los que siempre fueron los principios ideológicos y defenderlos hasta el final, sin miedo a las críticas y reclamando el lugar que por derecho corresponde al Partido, que lo fue, de las mayorías absolutas. El anhelado “¡Viva España!” con el que pusiera el colofón a su intervención el nuevo aspirante a Presidente del Gobierno de la Nación ha hecho virar la intención de voto, nuevamente hacia el PP, a todos aquellos que, frustrados, habíamos ido migrando en pos de otras formaciones como última esperanza de mantener la coherencia electoral, nos estremeció, nos alentó, nos sedujo. El PP, el de siempre, puede y debe volver pero esta vez habrá de ser para quedarse pues sólo así habrá ganado la Organización verdaderamente regenerada y renovada que nos ha sido prometida y con ello lo habrá hecho, también, toda España. Esperemos que no nos defraude, en esta ardua tarea, Pablo Casado y confiemos en que no lo haga por su bien, por el del Partido Popular y por el de los hijos pródigos que, con él, estamos dispuestos a retornar a la formación que siempre representó nuestros orígenes ideológicos, aquellos que, desde hace tiempo, les estaban siendo exigidos a quienes, por puro afán de poder, los desoían. Vuelve, por fin, el PP para el alivio de muchos y la congoja, también, de otros.


Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 30/07/2018.

lunes, 23 de julio de 2018

De la desmemoria histórica y otras sandeces varias.






El conocimiento, como las buenas formas y maneras, nos salva o nos condena pues si la soberbia es un defecto, el orgullo puede ser virtud así como la ignorancia es carcelera mientras la sabiduría rompe las cadenas de la manipulación. Pese al obcecado empecinamiento por disfrazar la verdad de inmoralidad reprobable, persiguiéndola a golpe de Código Penal y cincelando, a sonoros martillazos, una Ley de Memoria Histórica impuesta por la renegada y resentida izquierda en pávida connivencia con una desmembrada derecha sin identidad y en pugna, yo, en el legítimo uso de mi derecho a pensar de forma tan crítica como me dé la realísima gana, me pregunto a qué obedece la tendenciosa imposición de generar, entre la población, ese miedo irracional a conocer la verdad, a decir la verdad. Existe un hecho objetivo que podrá gustar o disgustar, en mayor o menor grado dependiendo de a quién se solicite su personal parecer,  de que el levantamiento del General Franco no fue sino el último de varias intentonas golpistas acometidas durante la II República, no pudiendo omitir que la mayoría fueron auspiciadas por la izquierda ni que aquél militar sublevado, lejos de atentar contra ninguna democracia pues es obvio que no la había o contra un orden constitucional que era inexistente, se alzó contra la amenaza bolchevique impidiendo el fenecimiento del clero, el expolio cultural  y -¿por qué no decirlo también?- patrimonial de la Iglesia pero sobre todo frustrando lo que, con toda probabilidad, se hubiera instaurado como la primera dictadura estalinista en Occidente. No justifico, no podría hacerlo por ir en contra de mis principios y creencias, un orden político basado en el totalitarismo; no creo, ni creeré jamás, en Tribunales de Orden Público ni en la dictatorial condena a aquellos que piensan de forma distinta como tampoco concibo un sistema que no esté regido por la diferenciación clara de los Poderes del Estado pero no voy a tolerar a ningún inquisidor acorralando a la verdad como, a la vista está, es Pedro Sánchez. A golpe de ese tremendo pucherazo hipotecario se ha hecho con el gobierno del Estado perjurando no sólo sobre una inmediata convocatoria de elecciones, hoy negada, sino que la televisión pública estaría encomendada a la neutralidad informativa. Es el mismo farsante traidor que tiende puentes de diálogo a quienes han intentado quebrar el orden constitucional imperante desde 1978; el que promueve un paulatino acercamiento, porque “ya no matan”, de los asesinos de inocentes hacia sus lugares de origen y que, no ha de olvidarse, intenta desenterrar a Franco que, al parecer y más de cuarenta años después de su fallecimiento, sigue matando. Y es que Pedro Sánchez, el rencoroso hurón depredador de verdades históricas, ha venido para quedarse intentando fundamentar su débil posición en el Congreso mediante el recurso a un ovillo normativo de jerigonzas y privilegios carente de todo valor o principio, un quebradizo sistema orquestado sin un proyecto sólido de liderazgo ante el temor de una parte de la ciudadanía, entre la que yo me encuentro, del inminente retorno de ese funesto fantasma de una nueva crisis enmarcada por el atávico peligro del nacionalismo, el revanchismo y la más pura y simple de todas las demagogias, la amparada por las entelequias del progreso y la justicia social. Y es que, aquí, ya sufrimos un trauma cuando nos enteramos de quienes eran, en realidad, los Reyes Magos para que nos vengan, ahora, con chocolate del loro o muertos en cunetas, los hubo también en las checas y nadie hace caldo con sus huesos. Sólo desde la objetiva comprensión de lo que, de verdad, ocurrió cada quien será, luego, muy dueño de encomiar el 14 de abril, el 18 de julio o el 6 de diciembre y a nuestra legalidad corresponderá garantizar que, en cualquiera de los casos, prime el respeto a esa sagrada libertad.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 23/07/2018.

lunes, 16 de julio de 2018

La gitanilla de los jazmines.


Sentada en la terraza de un bar de Córdoba me deleito en las bondades de una cerveza helada en agradable conversación con mi acompañante. De vez en cuando nos interrumpen las cantarinas risas infantiles de los niños que juegan bajo la atenta vigilancia de sus padres, todos, vecinos de mesa. Es una noche poco calurosa para el inclemente verano cordobés y contribuye a hacerla aún más grata el sistema de nebulización instalado, las diminutas gotas de agua que rocían la piel erizan el vello ante la caricia de la brisa. Pienso, no sé por qué, en lo injusta que la vida puede llegar a ser y en que esa injusticia debería ser ajena a todos aquellos que aún no han frisado la edad adulta. Se acerca una niña de cinco o seis años, a diferencia de los otros que juegan, con un helado o un bocadillo en la mano, trae una cestita de mimbre rebosante de jazmines arracimados en moñas. Va de mesa en mesa con una ingente sonrisa, una hilera perfecta de perlillas blancas que resalta sobre el color de su tez, supongo que aún no se le ha caído el primer diente de leche, es morena y se recoge el pelo en una trenza. De facciones perfectas: un óvalo regordete, propio de la edad infantil, adornado por dos hoyuelos, una naricilla respingona y dos enormes ojos del color del café. Me sorprende que la gente la ignore cuando ofrece su fragante mercancía, no se dignan ni a mirarla, pero la niña parece inmune y sigue, inalterable, su recorrido por las mesas sin dejar de sonreír. En la de al lado hay una pareja, ella enjuta y arrugada, pintada como una puerta y con un escote demasiado generoso para lucir su ya ajada pechera; habla mientras come los calamares fritos que pincha a pares con el tenedor, a cada palabra deposita pequeños trozos en la mesa e, incluso, sobre el rostro de su acompañante quien se los limpia mecánicamente con el dorso de la mano y sin alterarse lo más mínimo. Él, corpulento y abundante, parece reposar su torso sobre la prominente barriga que apenas tapa una camiseta naranja bajo la que asoma un ombligo grande y peludo; bebe, a grandes y sonoros sorbos, de una copa de fino sin limpiarse las manos, de dedos cortos y gruesos, que cogen directamente del plato las crujientes piezas. La niña está tan próxima que ya percibo el aroma de los jazmines, se detiene ante ellos y pregunta zalamera: “¿No quiere el señor una moña para su esposa?” lo acompaña, nuevamente, de esa candorosa sonrisa a la que es casi imposible no corresponder de manera involuntaria. El gordo le esputa lo que se podría interpretar como un desabrido “No” en mitad de un descomunal eructo que la gitanilla no debe tomar por respuesta e insiste: “Con lo guapa que es su mujer se merece estos jazmines a un euro”. El animal se retira, entonces, el aceite chorreante de las comisuras de la boca con lo que podían pasar por sendas morcillas de Burgos en lugar de un pulgar y un índice y con cara de fastidio le suelta sin más: “Niña, te he dicho que no y deja ya de molestar, ¿eres tonta o sorda?” en un tono de voz que hace que la mayoría de los que nos encontramos allí le dirijamos una mirada entre la reprobación y la aversión más profunda. Me muerdo la lengua no sin dispensarle, antes, una mirada cargada de desprecio y aprovecho que la niña ya se está dando la vuelta para decirle que yo sí quiero. Se para delante de mí y extendiéndome el canastillo me dice: “Elije la que quieras, señora”, “Hummm, no sé, dame tú la que más te guste”, coge con delicadeza, después de dudar, una y me la ofrece, mientras la huelo le pregunto si las hace ella, “Sí. Yo, mi abuela, mi padre y mi hermana”. Le doy dos euros: “Éste, por la flor y éste, para ti” le digo guiñándole un ojo, me mira como jamás nadie en el mundo lo había hecho antes, se los guarda en el bolsillo y se aleja. Un hombre la espera, debe ser su padre, y emprenden juntos el camino hacia la siguiente terraza. La gitanilla vuelve varias veces la cabeza y me saluda, le devuelvo el saludo aspirando la fragancia de la inocencia más pura que ha dejado suspendida en el ambiente.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca, diario VIVA JAÉN, 16/07/2018.-

lunes, 9 de julio de 2018

La ceguera voluntaria.



Desconozco si será la supina ignorancia en los nuevos salvapatrias, de uno u otro signo, o cuanto más su capacidad de manipulación sobre la colectiva pues no existe, actualmente, una sólida base cultural que permita rebatir las mentiras que se vienen vertiendo desde la fractura del bipartidismo. El adoctrinamiento de las exiguas mentes permeables dada la carencia de conocimientos históricos y la manifiesta incapacidad para pensar de modo autónomo junto con la ausencia de las claves críticas precisas para conformar un criterio veraz acerca de la realidad actual, se va cerniendo peligrosamente como la mayor de las amenazas que pesan sobre nuestra, cada vez más, disminuida sociedad. Movimientos feministas total y absolutamente desnaturalizados reivindicando lo que ni tan siquiera saben bien qué; puentes de diálogo tendidos hacia los refractarios dinamitadores de los cimientos legales de la unidad nacional sin importar la pérdida de formas por parte de quien, se supone, representa institucionalmente a todos los españoles y prometió –que no juró- cumplir y hacer cumplir la Constitución; exaltación, en definitiva, del analfabetismo funcional más pedestre. Así, no debería sorprender a nadie, esa incongruencia que presenta nuestro sistema parlamentario que, injustamente, otorga tan ingente poder decisorio a pequeños grupúsculos que sólo persiguen destruirlo al pretender la extinción del Estado Democrático. Se ha posibilitado el Gobierno a un partido de tan sólo 84 diputados en la Cámara con el apoyo, que resultó fundamental, de 5 expertos extorsionadores ante los que se ha humillado la dignidad de toda una Nación con tal de saciar una voracidad que, a la vista queda, no conoce límite. No es algo nuevo, esta claudicación de Pedro Sánchez, pues desde hace años los dos grandes partidos, que no han sabido o no han querido vertebrar la unidad, se han venido turnando en el Gobierno a cambio del pago de cuantiosos estipendios de nuestra soberanía de un modo tan infame como vergonzante, alimentando con ello a la bestia que ahora parece dominar nuestros designios. El fulgurante brillo de esa estrella fugaz ocupando La Moncloa se traducirá en un daño irreparable al patrimonio común territorial y cultural de lo que un día fue España. El historiador latino Lucio Anneo Floro ya diagnosticó nuestro mal con una frase lapidaria que quedará dentro del panegírico de la gloria del Imperio Romano “La nación hispana o la Hispania Universa, no supo unirse contra Roma. Defendida por los Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso pero mal jerarquizado”, veinte siglos después y tras haber conquistado y después perdido medio mundo, seguimos sin haber aprendido la lección limitándose, el Gobierno de turno, a aumentar el importe de las canonjías debidas en pro de una destrucción paulatina y quebrando los dos grandes bloques ideológicos en segmentos entre los que cada vez resulta más difícil encontrar a quien confiar el voto pues, a la postre, los fines a los que obedece su participación política quedan reducidos a esa frase proferida por quienes ellos, lejos de mimar como el colectivo votante, deben ver despectivamente como el vil y manipulable populacho que tan recurrentemente escuchamos: “Todos son iguales pero a alguien habrá que votar” y mientras, quienes no nos conformamos con el trato borreguil dispensado o el indolente apesebramiento de una ceguera voluntaria, somos condenados al ostracismo, en el mejor de los casos, o al insulto puesto que, en definitiva, en este santo y bendito Reino de España si tu ideología se encuentra enclavada dentro de la derecha liberal independiente, estás proscrito: la rancia derechona intenta apuñalarte y la izquierda, por su parte, denostarte.

lunes, 2 de julio de 2018

Favor por favor y… ojo por ojo.






Desde el pasado 1 de junio no ha cesado el rosario de dislates a cada cual más hilarante que, aquí, los sufridos españoles nos hemos visto obligados a soportar como consecuencia, directa o indirecta, de la zafia conjura que ha dinamitado la estabilidad nacional. Y es que el estafador ha resultado estafado; pensó, Sánchez, que contaba con el apoyo para sacar adelante su descalabrada moción cuando el respaldo lo fue, en realidad, para desbancar a un debilitado Rajoy y claro, como era de esperar, ahora cada quien exige la devolución del favor prestado. En un retorcido ejercicio de malabarismos mentales los golpistas, por un lado, y los herederos legítimos de la asesina ETA, por el suyo, vienen repitiendo el mantra de que “no se pueden resolver los problemas políticos mediante el recurso a la Justicia” olvidando que en un Estado democrático de Derecho, como lo es el nuestro y así lo consagra la Constitución, toda cuestión política ha de ser también jurídica necesariamente ya que de no ajustarse a la Ley tampoco sería democrática, deducción que se alcanza mediante el simple recurso a la más mínima lógica elemental. Aun así, el nuevo Ministro de Interior –antaño considerado un Magistrado conservador que se erigió en el mayor azote de los terroristas en el, parece que ya olvidado por él mismo, caso Faisán que lo catapultara al Olimpo de los idolatrados, por la ciudadanía de bien, “Jueces estrella” - tras reunirse con los familiares de las víctimas del terrorismo, en un intento de nadar y guardar la ropa, ha hablado de “acercamientos individualizados” de los asesinos hacia sus lugares de origen, acercamientos sometidos a no sabemos bien qué criterios legales cuando es obvio que responden, única y exclusivamente no permitan que les engañen, a las torticeras alianzas políticas que posibilitaron, en tan plural como obsceno contubernio, el acceso al Gobierno de Pedro Sánchez. Si bien, y en honor a la verdad, el inicio de tan benévola actitud hacia los terroristas hemos de buscarlo cuando el PP liberó al sanguinario Bolinaga quien, enfermo de cáncer, durante los dos años que sobrevivió con más miedo a morir del que en su día tuviera a matar, siguió formando parte de esa enardecida horda que jaleaba impunemente a la ETA más despiadada, la de sus inicios, evocando sus hazañas y ensalzando a sus gudari. Me pregunto si, en realidad, el PNV busca crear una especie de Spandau donde recluir – como ya se hiciera en ésta a los criminales nazis – a las viejas glorias etarras para evitar que las familias de estos canallas malnacidos hayan de desplazarse por los diferentes puntos de nuestra geografía nacional o bien sacralizar el recinto como un lugar de peregrinaje de los nostálgicos – que no arrepentidos - pero no olvidemos jamás que, caso de ceder a tan disparatada tropelía y pagar, así, el precio del apoyo que el PNV brindara tan interesadamente en la conjura que le dio el gobierno al PSOE, el Estado, a quien considero autor del segundo asesinato de todas y cada una de las víctimas, a manos de esa ignominiosa traición institucional, al acercar a los presos, reos de terrorismo y asesinato, a sus lugares de residencia no estaría sino devolviendo el favor a los asesinos de ETA que, durante más de cuatro décadas, estuvieron acercando a guardias civiles y policías nacionales a los cementerios más próximos a sus hogares. Que Pedro Sánchez les explique, si tiene el valor, a las viudas y huérfanos de los asesinados por ETA que favor con favor se paga mientras yo, sintiéndome parte de ese colectivo zaherido por la cobardía estatal y arrogándome la legitimidad para responderle, sólo le recordaría la Ley del Talión: ojo por ojo, Pedro Sánchez, y diente por diente.



lunes, 25 de junio de 2018

¿Dónde están mis papás, Donald?.




Hace sol pero sigo teniendo frío. La manta que nos han dado al llegar y que me recuerda a la que ponen sobre los muertos en los accidentes de auto que salen en los noticiarios, la he usado para arropar a mi hermano pequeño; estaba aterrado y se orinó encima cuando nos traían. Ahora duerme, rendido por el llanto del que aún quedan restos en sus mejillas regordetas, respira de forma entrecortada en un sueño inquieto. Pongo mi mano en su cabeza, como hace mamá conmigo cuando tengo pesadillas, y le retiro despacio el pelo que tiene pegado a la frente, puede que así se sosiegue. Hay policías a nuestro alrededor y hablan, entre ellos, en una lengua que no entiendo, las escasas veces que se dirigen a nosotros lo hacen en un español muy raro. Gritan y, a menudo, dan golpes con la porra en la malla metálica que nos rodea diciendo que nos callemos, que no lloremos más. Hay muchos niños, algunos como yo, otros mayores y, los menos, pequeños, muy pequeños. Están asustados, lloran en silencio y tiemblan llamando a sus padres. Cierro los ojos y pienso en mi abuela María Fernanda, antes de marcharnos me dio una medalla de la Virgen de Guadalupe para que me protegiera, meto la mano en mi camiseta y la aprieto fuerte, le suplico que papá y mamá vengan pronto a buscarnos. No sé dónde pueden estar. Cuando íbamos por la carretera dos coches de policía nos impidieron el paso, nos hicieron bajar de la camioneta y nos separaron: los niños por un lado, los papás por otro y las mamás, aparte. Lágrimas y lamentos, mamá implorando que no nos llevaran. Angustia, miedo, desesperación. No sé qué pasó, papá nos dijo que íbamos a un lugar muy bonito donde había casas con césped y niños jugando a baseball en la calle. Que comeríamos hamburguesas e iríamos al colegio en bus y no caminando durante horas. Que allí, a donde íbamos, yo no tendría que repartir periódicos para ganarme unas monedas y que, tanto mi hermano como yo, podríamos ser lo que quisiéramos de mayores, incluso astronautas. Íbamos a tener zapatillas de deporte para jugar al balón y él trabajaría mucho para comprar un auto y puede que hasta un perro, dijo, pero aquí no hay nada de eso, sólo hay una tela metálica. Me llamo Santiago, tengo once años, no sé qué hago aquí ni dónde están mis papás. Mi hermano abre los ojos y me pregunta de nuevo por mamá, cuándo va a venir. No lo sé. En ese momento dos hombres hablan y oigo un nombre: Donald. Le sonrío a mi hermano mientras le limpio los mocos resecos, que permanecen sobre su labio, con los restos del agua de la botella que una señora muy amable me ha dado antes de cerrar la puerta metálica, “¿Ves, José?, ¿lo has oído?, esos policías están diciendo algo del Pato Donald, a lo mejor esto es sólo la sala de espera para entrar a Disneyland… Papá y mamá seguro que ya están dentro y nos están esperando con Coca colas y perritos calientes. Venga, tranquilo, estamos en la antesala de un mundo mágico, ¿acaso no quieres ver a Mickey y a Pluto?. No llores, hombre… No llores, José, que Donald no te vea nunca así”.

“Una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo. Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas…” (Carlos Ruiz Zafón).