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lunes, 23 de julio de 2018

De la desmemoria histórica y otras sandeces varias.






El conocimiento, como las buenas formas y maneras, nos salva o nos condena pues si la soberbia es un defecto, el orgullo puede ser virtud así como la ignorancia es carcelera mientras la sabiduría rompe las cadenas de la manipulación. Pese al obcecado empecinamiento por disfrazar la verdad de inmoralidad reprobable, persiguiéndola a golpe de Código Penal y cincelando, a sonoros martillazos, una Ley de Memoria Histórica impuesta por la renegada y resentida izquierda en pávida connivencia con una desmembrada derecha sin identidad y en pugna, yo, en el legítimo uso de mi derecho a pensar de forma tan crítica como me dé la realísima gana, me pregunto a qué obedece la tendenciosa imposición de generar, entre la población, ese miedo irracional a conocer la verdad, a decir la verdad. Existe un hecho objetivo que podrá gustar o disgustar, en mayor o menor grado dependiendo de a quién se solicite su personal parecer,  de que el levantamiento del General Franco no fue sino el último de varias intentonas golpistas acometidas durante la II República, no pudiendo omitir que la mayoría fueron auspiciadas por la izquierda ni que aquél militar sublevado, lejos de atentar contra ninguna democracia pues es obvio que no la había o contra un orden constitucional que era inexistente, se alzó contra la amenaza bolchevique impidiendo el fenecimiento del clero, el expolio cultural  y -¿por qué no decirlo también?- patrimonial de la Iglesia pero sobre todo frustrando lo que, con toda probabilidad, se hubiera instaurado como la primera dictadura estalinista en Occidente. No justifico, no podría hacerlo por ir en contra de mis principios y creencias, un orden político basado en el totalitarismo; no creo, ni creeré jamás, en Tribunales de Orden Público ni en la dictatorial condena a aquellos que piensan de forma distinta como tampoco concibo un sistema que no esté regido por la diferenciación clara de los Poderes del Estado pero no voy a tolerar a ningún inquisidor acorralando a la verdad como, a la vista está, es Pedro Sánchez. A golpe de ese tremendo pucherazo hipotecario se ha hecho con el gobierno del Estado perjurando no sólo sobre una inmediata convocatoria de elecciones, hoy negada, sino que la televisión pública estaría encomendada a la neutralidad informativa. Es el mismo farsante traidor que tiende puentes de diálogo a quienes han intentado quebrar el orden constitucional imperante desde 1978; el que promueve un paulatino acercamiento, porque “ya no matan”, de los asesinos de inocentes hacia sus lugares de origen y que, no ha de olvidarse, intenta desenterrar a Franco que, al parecer y más de cuarenta años después de su fallecimiento, sigue matando. Y es que Pedro Sánchez, el rencoroso hurón depredador de verdades históricas, ha venido para quedarse intentando fundamentar su débil posición en el Congreso mediante el recurso a un ovillo normativo de jerigonzas y privilegios carente de todo valor o principio, un quebradizo sistema orquestado sin un proyecto sólido de liderazgo ante el temor de una parte de la ciudadanía, entre la que yo me encuentro, del inminente retorno de ese funesto fantasma de una nueva crisis enmarcada por el atávico peligro del nacionalismo, el revanchismo y la más pura y simple de todas las demagogias, la amparada por las entelequias del progreso y la justicia social. Y es que, aquí, ya sufrimos un trauma cuando nos enteramos de quienes eran, en realidad, los Reyes Magos para que nos vengan, ahora, con chocolate del loro o muertos en cunetas, los hubo también en las checas y nadie hace caldo con sus huesos. Sólo desde la objetiva comprensión de lo que, de verdad, ocurrió cada quien será, luego, muy dueño de encomiar el 14 de abril, el 18 de julio o el 6 de diciembre y a nuestra legalidad corresponderá garantizar que, en cualquiera de los casos, prime el respeto a esa sagrada libertad.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 23/07/2018.

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