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lunes, 16 de julio de 2018

La gitanilla de los jazmines.


Sentada en la terraza de un bar de Córdoba me deleito en las bondades de una cerveza helada en agradable conversación con mi acompañante. De vez en cuando nos interrumpen las cantarinas risas infantiles de los niños que juegan bajo la atenta vigilancia de sus padres, todos, vecinos de mesa. Es una noche poco calurosa para el inclemente verano cordobés y contribuye a hacerla aún más grata el sistema de nebulización instalado, las diminutas gotas de agua que rocían la piel erizan el vello ante la caricia de la brisa. Pienso, no sé por qué, en lo injusta que la vida puede llegar a ser y en que esa injusticia debería ser ajena a todos aquellos que aún no han frisado la edad adulta. Se acerca una niña de cinco o seis años, a diferencia de los otros que juegan, con un helado o un bocadillo en la mano, trae una cestita de mimbre rebosante de jazmines arracimados en moñas. Va de mesa en mesa con una ingente sonrisa, una hilera perfecta de perlillas blancas que resalta sobre el color de su tez, supongo que aún no se le ha caído el primer diente de leche, es morena y se recoge el pelo en una trenza. De facciones perfectas: un óvalo regordete, propio de la edad infantil, adornado por dos hoyuelos, una naricilla respingona y dos enormes ojos del color del café. Me sorprende que la gente la ignore cuando ofrece su fragante mercancía, no se dignan ni a mirarla, pero la niña parece inmune y sigue, inalterable, su recorrido por las mesas sin dejar de sonreír. En la de al lado hay una pareja, ella enjuta y arrugada, pintada como una puerta y con un escote demasiado generoso para lucir su ya ajada pechera; habla mientras come los calamares fritos que pincha a pares con el tenedor, a cada palabra deposita pequeños trozos en la mesa e, incluso, sobre el rostro de su acompañante quien se los limpia mecánicamente con el dorso de la mano y sin alterarse lo más mínimo. Él, corpulento y abundante, parece reposar su torso sobre la prominente barriga que apenas tapa una camiseta naranja bajo la que asoma un ombligo grande y peludo; bebe, a grandes y sonoros sorbos, de una copa de fino sin limpiarse las manos, de dedos cortos y gruesos, que cogen directamente del plato las crujientes piezas. La niña está tan próxima que ya percibo el aroma de los jazmines, se detiene ante ellos y pregunta zalamera: “¿No quiere el señor una moña para su esposa?” lo acompaña, nuevamente, de esa candorosa sonrisa a la que es casi imposible no corresponder de manera involuntaria. El gordo le esputa lo que se podría interpretar como un desabrido “No” en mitad de un descomunal eructo que la gitanilla no debe tomar por respuesta e insiste: “Con lo guapa que es su mujer se merece estos jazmines a un euro”. El animal se retira, entonces, el aceite chorreante de las comisuras de la boca con lo que podían pasar por sendas morcillas de Burgos en lugar de un pulgar y un índice y con cara de fastidio le suelta sin más: “Niña, te he dicho que no y deja ya de molestar, ¿eres tonta o sorda?” en un tono de voz que hace que la mayoría de los que nos encontramos allí le dirijamos una mirada entre la reprobación y la aversión más profunda. Me muerdo la lengua no sin dispensarle, antes, una mirada cargada de desprecio y aprovecho que la niña ya se está dando la vuelta para decirle que yo sí quiero. Se para delante de mí y extendiéndome el canastillo me dice: “Elije la que quieras, señora”, “Hummm, no sé, dame tú la que más te guste”, coge con delicadeza, después de dudar, una y me la ofrece, mientras la huelo le pregunto si las hace ella, “Sí. Yo, mi abuela, mi padre y mi hermana”. Le doy dos euros: “Éste, por la flor y éste, para ti” le digo guiñándole un ojo, me mira como jamás nadie en el mundo lo había hecho antes, se los guarda en el bolsillo y se aleja. Un hombre la espera, debe ser su padre, y emprenden juntos el camino hacia la siguiente terraza. La gitanilla vuelve varias veces la cabeza y me saluda, le devuelvo el saludo aspirando la fragancia de la inocencia más pura que ha dejado suspendida en el ambiente.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca, diario VIVA JAÉN, 16/07/2018.-

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