Sentada en la terraza de un
bar de Córdoba me deleito en las bondades de una cerveza helada en agradable
conversación con mi acompañante. De vez en cuando nos interrumpen las
cantarinas risas infantiles de los niños que juegan bajo la atenta vigilancia
de sus padres, todos, vecinos de mesa. Es una noche poco calurosa para el inclemente
verano cordobés y contribuye a hacerla aún más grata el sistema de nebulización
instalado, las diminutas gotas de agua que rocían la piel erizan el vello ante
la caricia de la brisa. Pienso, no sé por qué, en lo injusta que la vida puede llegar
a ser y en que esa injusticia debería ser ajena a todos aquellos que aún no han
frisado la edad adulta. Se acerca una niña de cinco o seis años, a diferencia
de los otros que juegan, con un helado o un bocadillo en la mano, trae una cestita
de mimbre rebosante de jazmines arracimados en moñas. Va de mesa en mesa con
una ingente sonrisa, una hilera perfecta de perlillas blancas que resalta sobre
el color de su tez, supongo que aún no se le ha caído el primer diente de
leche, es morena y se recoge el pelo en una trenza. De facciones perfectas: un
óvalo regordete, propio de la edad infantil, adornado por dos hoyuelos, una
naricilla respingona y dos enormes ojos del color del café. Me sorprende que la
gente la ignore cuando ofrece su fragante mercancía, no se dignan ni a mirarla,
pero la niña parece inmune y sigue, inalterable, su recorrido por las mesas sin
dejar de sonreír. En la de al lado hay una pareja, ella enjuta y arrugada,
pintada como una puerta y con un escote demasiado generoso para lucir su ya
ajada pechera; habla mientras come los calamares fritos que pincha a pares con
el tenedor, a cada palabra deposita pequeños trozos en la mesa e, incluso,
sobre el rostro de su acompañante quien se los limpia mecánicamente con el
dorso de la mano y sin alterarse lo más mínimo. Él, corpulento y abundante,
parece reposar su torso sobre la prominente barriga que apenas tapa una camiseta
naranja bajo la que asoma un ombligo grande y peludo; bebe, a grandes y sonoros
sorbos, de una copa de fino sin limpiarse las manos, de dedos cortos y gruesos,
que cogen directamente del plato las crujientes piezas. La niña está tan
próxima que ya percibo el aroma de los jazmines, se detiene ante ellos y
pregunta zalamera: “¿No quiere el señor una moña para su esposa?” lo acompaña,
nuevamente, de esa candorosa sonrisa a la que es casi imposible no corresponder
de manera involuntaria. El gordo le esputa lo que se podría interpretar como un
desabrido “No” en mitad de un descomunal eructo que la gitanilla no debe tomar por
respuesta e insiste: “Con lo guapa que es su mujer se merece estos jazmines a
un euro”. El animal se retira, entonces, el aceite chorreante de las comisuras
de la boca con lo que podían pasar por sendas morcillas de Burgos en lugar de
un pulgar y un índice y con cara de fastidio le suelta sin más: “Niña, te he
dicho que no y deja ya de molestar, ¿eres tonta o sorda?” en un tono de voz que
hace que la mayoría de los que nos encontramos allí le dirijamos una mirada
entre la reprobación y la aversión más profunda. Me muerdo la lengua no sin
dispensarle, antes, una mirada cargada de desprecio y aprovecho que la niña ya
se está dando la vuelta para decirle que yo sí quiero. Se para delante de mí y
extendiéndome el canastillo me dice: “Elije la que quieras, señora”, “Hummm, no
sé, dame tú la que más te guste”, coge con delicadeza, después de dudar, una y
me la ofrece, mientras la huelo le pregunto si las hace ella, “Sí. Yo, mi
abuela, mi padre y mi hermana”. Le doy dos euros: “Éste, por la flor y éste,
para ti” le digo guiñándole un ojo, me mira como jamás nadie en el mundo lo
había hecho antes, se los guarda en el bolsillo y se aleja. Un hombre la
espera, debe ser su padre, y emprenden juntos el camino hacia la siguiente
terraza. La gitanilla vuelve varias veces la cabeza y me saluda, le devuelvo el
saludo aspirando la fragancia de la inocencia más pura que ha dejado suspendida
en el ambiente.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de Butaca, diario VIVA JAÉN, 16/07/2018.-
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