Desconozco si será la supina ignorancia
en los nuevos salvapatrias, de uno u otro signo, o cuanto más su capacidad de
manipulación sobre la colectiva pues no existe, actualmente, una sólida base cultural
que permita rebatir las mentiras que se vienen vertiendo desde la fractura del
bipartidismo. El adoctrinamiento de las exiguas mentes permeables dada la carencia
de conocimientos históricos y la manifiesta incapacidad para pensar de modo autónomo
junto con la ausencia de las claves críticas precisas para conformar un
criterio veraz acerca de la realidad actual, se va cerniendo peligrosamente como
la mayor de las amenazas que pesan sobre nuestra, cada vez más, disminuida sociedad.
Movimientos feministas total y absolutamente desnaturalizados reivindicando lo
que ni tan siquiera saben bien qué; puentes de diálogo tendidos hacia los
refractarios dinamitadores de los cimientos legales de la unidad nacional sin
importar la pérdida de formas por parte de quien, se supone, representa
institucionalmente a todos los españoles y prometió –que no juró- cumplir y
hacer cumplir la Constitución; exaltación, en definitiva, del analfabetismo
funcional más pedestre. Así, no debería sorprender a nadie, esa incongruencia
que presenta nuestro sistema parlamentario que, injustamente, otorga tan
ingente poder decisorio a pequeños grupúsculos que sólo persiguen destruirlo al
pretender la extinción del Estado Democrático. Se ha posibilitado el Gobierno a
un partido de tan sólo 84 diputados en la Cámara con el apoyo, que resultó
fundamental, de 5 expertos extorsionadores ante los que se ha humillado la
dignidad de toda una Nación con tal de saciar una voracidad que, a la vista
queda, no conoce límite. No es algo nuevo, esta claudicación de Pedro Sánchez,
pues desde hace años los dos grandes partidos, que no han sabido o no han
querido vertebrar la unidad, se han venido turnando en el Gobierno a cambio del
pago de cuantiosos estipendios de nuestra soberanía de un modo tan infame como
vergonzante, alimentando con ello a la bestia que ahora parece dominar nuestros
designios. El fulgurante brillo de esa estrella fugaz ocupando La Moncloa se
traducirá en un daño irreparable al patrimonio común territorial y cultural de
lo que un día fue España. El historiador latino Lucio Anneo Floro ya diagnosticó
nuestro mal con una frase lapidaria que quedará dentro del panegírico de la
gloria del Imperio Romano “La nación
hispana o la Hispania Universa, no supo unirse contra Roma. Defendida por los
Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso pero
mal jerarquizado”, veinte siglos después y tras haber conquistado y después
perdido medio mundo, seguimos sin haber aprendido la lección limitándose, el
Gobierno de turno, a aumentar el importe de las canonjías debidas en pro de una
destrucción paulatina y quebrando los dos grandes bloques ideológicos en
segmentos entre los que cada vez resulta más difícil encontrar a quien confiar el
voto pues, a la postre, los fines a los que obedece su participación política
quedan reducidos a esa frase proferida por quienes ellos, lejos de mimar como
el colectivo votante, deben ver despectivamente como el vil y manipulable
populacho que tan recurrentemente escuchamos: “Todos son iguales pero a alguien
habrá que votar” y mientras, quienes no nos conformamos con el trato borreguil
dispensado o el indolente apesebramiento de una ceguera voluntaria, somos
condenados al ostracismo, en el mejor de los casos, o al insulto puesto que, en
definitiva, en este santo y bendito Reino de España si tu ideología se
encuentra enclavada dentro de la derecha liberal independiente, estás proscrito:
la rancia derechona intenta apuñalarte y la izquierda, por su parte, denostarte.
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