Los discursos, especialmente
en sede política, se pronuncian para ser cumplidos, para ser honrados desde la
coherencia y fiel observancia del compromiso públicamente adquirido. El que
catapultó a la Presidencia del PP a Pablo Casado, tras una más que impredecible
derrota de la favoritísima que se arrogaba su legitimidad amparándose en el
voto mayoritario de la militancia, es el discurso de un triunfador y en su mano
estará que, lejos de enterrar al, aún hoy, maltrecho Partido, sea quien le
devuelva a España su antiguo esplendor bajo los auspicios de la derecha
democrática a cuyos mandos se ha puesto. Para ello se hace preciso abandonar
ese relativismo ideológico que ha venido desnaturalizando al único Partido
solvente que, en origen, aglutinaba en sus filas tanto a conservadores como
liberales hasta hacerlo irreconocible en su identidad y entrar, sin paliativos,
en fiero y desinhibido combate por la defensa de los principios y valores que
siempre han distinguido al Partido Popular como el partido de la vida, el de la
defensa de la inquebrantable integridad del territorio nacional constitucionalmente
consagrada; el de la intransigencia ante los tributos chantajistas y demás desafíos
de corte nacionalista; el del respeto de su dignidad a las olvidadas víctimas
del terrorismo; el de una fiscalidad equitativa que dispense a los autónomos de
ser quienes terminen pagando, irremisiblemente, el precio de toda crisis
económica derivada de una pésima gestión estatal. Ese ilusionante mensaje de
Casado, preñado de optimismo, de “Vuelve el PP” habrá de ser interpretado,
necesariamente, como el advenimiento del antiguo ideario, del arrojo para
enfrentarse, con valentía y argumentos de peso, a la izquierda y el de una
reivindicación, sin ambages ni complejos, de los símbolos nacionales. El PP ha
resurgido, como el Ave Fénix, tras la desintegración de la tibieza ideológica y
moral y el escándalo de una corrupción, larvada y tolerada a lo largo de tantos
años, que ha minado sus cimientos. Quienes pensábamos que otro PP ya no era
posible y que fuimos ideológicamente expulsados de su electorado, por esa
pérdida de identidad paulatina, volvemos hoy a recobrar la confianza en el
regreso de un Partido combativo ante los omnipresentes dogmas de una izquierda
radical, más manipuladora y retrógrada que nunca, a recuperar la fe en el
coraje dialéctico de altura desde el que hacerse fuertes en los que siempre
fueron los principios ideológicos y defenderlos hasta el final, sin miedo a las
críticas y reclamando el lugar que por derecho corresponde al Partido, que lo
fue, de las mayorías absolutas. El anhelado “¡Viva España!” con el que pusiera
el colofón a su intervención el nuevo aspirante a Presidente del Gobierno de la
Nación ha hecho virar la intención de voto, nuevamente hacia el PP, a todos
aquellos que, frustrados, habíamos ido migrando en pos de otras formaciones
como última esperanza de mantener la coherencia electoral, nos estremeció, nos alentó,
nos sedujo. El PP, el de siempre, puede y debe volver pero esta vez habrá de
ser para quedarse pues sólo así habrá ganado la Organización verdaderamente
regenerada y renovada que nos ha sido prometida y con ello lo habrá hecho,
también, toda España. Esperemos que no nos defraude, en esta ardua tarea, Pablo
Casado y confiemos en que no lo haga por su bien, por el del Partido Popular y
por el de los hijos pródigos que, con él, estamos dispuestos a retornar a la
formación que siempre representó nuestros orígenes ideológicos, aquellos que,
desde hace tiempo, les estaban siendo exigidos a quienes, por puro afán de
poder, los desoían. Vuelve, por fin, el PP para el alivio de muchos y la congoja,
también, de otros.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario
VIVA JAÉN, 30/07/2018.
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