Es lo que tienen las chapuzas.
Suelen conllevar que sea, siempre, peor el remedio que la propia enfermedad. La
aplicación laxa del artículo 155 por parte de nuestro Gobierno, tan laxa que incluso
despertó suspicacias, al menos las mías, acerca de un posible pacto ha supuesto
uno de los mayores errores del Ejecutivo pues si ‘Puigdemont I el Huido’ cometió
el dislate de proclamar una República Catalana, éste fue superado con creces
por Rajoy al convocar unas nuevas elecciones a la mayor brevedad y evitar, así,
el “devastador” efecto de una aplicación continuada en la suspensión de la
autonomía de la Comunidad rebelde. Las reglas del juego democrático no se
ciñen, únicamente, a que la ciudadanía pueda ejercer su derecho a voto con
todas las garantías legales sino que, además, pueda –y deba- hacerlo con
libertad. El derecho a decidir libremente sobre cuáles sean las mejores
opciones y que pasa por la ausencia de adoctrinamiento y el acceso global a la
información, el pleno conocimiento de los timos y fraudes y los efectos de los
mismos sin contaminación alguna. En las actuales condiciones no hacía falta ser
un Séneca para saber que los separatistas jugarían con la ventaja de desempeñar
el papel de mártires vilmente zaheridos a manos del déspota victimario. No era
posible que tuvieran lugar unas elecciones libres en el mismo terreno de juego
previamente excretado y emponzoñado por la basura sediciosa pero había que
hacerlo cuanto antes por ese vano temor a la aplicación de los medios
constitucionales que podían, quizás, haber hecho merecedor de nuevas críticas
al tibio Gobierno del PP. Este remiendo, cobarde y ladino, se podía -se debía-
haber evitado con la firmeza y la valentía que otorga el aval de casi ocho
millones de votos, reivindicando, sin complejos ni tapujos, la unidad y la
soberanía nacional, denunciando las fullerías de los secesionistas, aplicando
la Ley y creyéndose el mensaje constitucional de la indisolubilidad de España.
El PP, lejos de eso, ha caído en la red de sus propios miedos y ha pagado un
alto precio en Cataluña con miles de votos que han migrado hacia otras fuerzas,
haítos, sus propietarios, de la corrupción y la pusilanimidad que enarbola la
gaviota por enseña. Sí, señores, en Cataluña ha ganado la formación naranja a
quien, personalmente, jamás otorgaría mi voto pero de justicia es reconocerle,
y así lo hago, a Inés Arrimadas lo que ha conseguido: derrotar a los separatistas
en su propio campo, aun cuando, por obra y gracia de nuestra santa Ley
Electoral, se vea abocada a continuar en la oposición. Ella ha tenido los
ardiles de llamar a las cosas por su nombre, de denunciar los cambalaches de
los golpistas y de clamar por la aplicación, sin paliativos, de los mecanismos
legales para evitar la ruptura de España. No ha sido “una victoria que
celebrarán cinco minutos para pasar luego a la oposición” como clamaba el mal
perdedor, ese gigantón de estólida sonrisa cuya envergadura física es
inversamente proporcional a su talla intelectual, ha sido una victoria sin
precedentes y que ha supuesto un sonoro bofetón en el rostro, cariacontecido,
del Partido Popular; el merecido castigo por ese estático ‘dontrancredismo’ de
un líder, sin carisma y sin sangre, que está empujando a muchos a un cambio de
signo ideológico o, en el mejor de los casos, a la nulidad del voto por ese
empecinamiento suyo de no ventilar la casa, añeja y de enrarecida atmósfera
cuyos cimientos se asientan sobre las arenas movedizas de la corruptela y la
aprensiva cobardía, de Génova, 13. Una de dos: o entra aire fresco ya o el
suicidio del PP está próximo eso si, antes, Ciudadanos no lo acaba fagocitando.
De momento mi voto será nulo, ya lo ven, llámenlo simple coherencia.
“El honor no espera…” – “Crónica de una muerte anunciada”, G. García
Márquez.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 08/01/2018.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu participación en este Blog, recuerda que tu comentario será visible una vez sea validado.