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lunes, 8 de enero de 2018

Crónica de un bofetón anunciado.




Es lo que tienen las chapuzas. Suelen conllevar que sea, siempre, peor el remedio que la propia enfermedad. La aplicación laxa del artículo 155 por parte de nuestro Gobierno, tan laxa que incluso despertó suspicacias, al menos las mías, acerca de un posible pacto ha supuesto uno de los mayores errores del Ejecutivo pues si ‘Puigdemont I el Huido’ cometió el dislate de proclamar una República Catalana, éste fue superado con creces por Rajoy al convocar unas nuevas elecciones a la mayor brevedad y evitar, así, el “devastador” efecto de una aplicación continuada en la suspensión de la autonomía de la Comunidad rebelde. Las reglas del juego democrático no se ciñen, únicamente, a que la ciudadanía pueda ejercer su derecho a voto con todas las garantías legales sino que, además, pueda –y deba- hacerlo con libertad. El derecho a decidir libremente sobre cuáles sean las mejores opciones y que pasa por la ausencia de adoctrinamiento y el acceso global a la información, el pleno conocimiento de los timos y fraudes y los efectos de los mismos sin contaminación alguna. En las actuales condiciones no hacía falta ser un Séneca para saber que los separatistas jugarían con la ventaja de desempeñar el papel de mártires vilmente zaheridos a manos del déspota victimario. No era posible que tuvieran lugar unas elecciones libres en el mismo terreno de juego previamente excretado y emponzoñado por la basura sediciosa pero había que hacerlo cuanto antes por ese vano temor a la aplicación de los medios constitucionales que podían, quizás, haber hecho merecedor de nuevas críticas al tibio Gobierno del PP. Este remiendo, cobarde y ladino, se podía -se debía- haber evitado con la firmeza y la valentía que otorga el aval de casi ocho millones de votos, reivindicando, sin complejos ni tapujos, la unidad y la soberanía nacional, denunciando las fullerías de los secesionistas, aplicando la Ley y creyéndose el mensaje constitucional de la indisolubilidad de España. El PP, lejos de eso, ha caído en la red de sus propios miedos y ha pagado un alto precio en Cataluña con miles de votos que han migrado hacia otras fuerzas, haítos, sus propietarios, de la corrupción y la pusilanimidad que enarbola la gaviota por enseña. Sí, señores, en Cataluña ha ganado la formación naranja a quien, personalmente, jamás otorgaría mi voto pero de justicia es reconocerle, y así lo hago, a Inés Arrimadas lo que ha conseguido: derrotar a los separatistas en su propio campo, aun cuando, por obra y gracia de nuestra santa Ley Electoral, se vea abocada a continuar en la oposición. Ella ha tenido los ardiles de llamar a las cosas por su nombre, de denunciar los cambalaches de los golpistas y de clamar por la aplicación, sin paliativos, de los mecanismos legales para evitar la ruptura de España. No ha sido “una victoria que celebrarán cinco minutos para pasar luego a la oposición” como clamaba el mal perdedor, ese gigantón de estólida sonrisa cuya envergadura física es inversamente proporcional a su talla intelectual, ha sido una victoria sin precedentes y que ha supuesto un sonoro bofetón en el rostro, cariacontecido, del Partido Popular; el merecido castigo por ese estático ‘dontrancredismo’ de un líder, sin carisma y sin sangre, que está empujando a muchos a un cambio de signo ideológico o, en el mejor de los casos, a la nulidad del voto por ese empecinamiento suyo de no ventilar la casa, añeja y de enrarecida atmósfera cuyos cimientos se asientan sobre las arenas movedizas de la corruptela y la aprensiva cobardía, de Génova, 13. Una de dos: o entra aire fresco ya o el suicidio del PP está próximo eso si, antes, Ciudadanos no lo acaba fagocitando. De momento mi voto será nulo, ya lo ven, llámenlo simple coherencia.


“El honor no espera…” – “Crónica de una muerte anunciada”, G. García Márquez.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 08/01/2018.-

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