No hay negocio más censurable que
aquél que se lucra a costa del bienestar de niños o mayores, los primeros
porque nada más enternecedor hay que un infante que no puede valerse por sí
mismo, al carecer de la autonomía suficiente para cubrir sus necesidades
vitales básicas y los segundos porque, además, se han hecho merecedores, por
derecho propio, de ese retiro dorado tras una vida de trabajo, de ahí que
siempre estén mejor valoradas las residencias públicas que las gestionadas con
capital privado. Me cuentan que, durante este verano, se contrató a un
trabajador con la cualificación de experto en atención geriátrica en una residencia
que se publicita, en Jaén, como el paradigma de las comodidades y esmerados cuidados
asistenciales para la tercera edad, ya puede, pensé, cuando el importe medio de
la mensualidad asciende a 1.500 euros que, religiosamente, han de abonar sus
residentes. Al incorporarse a su puesto de trabajo detectó ciertas anomalías
tales como una manifiesta carencia de personal para atender debidamente a los
ancianos, el uso de toallitas de bebé para el aseo diario de los mismos en
lugar de esponjas jabonosas, un único trabajador para el servicio de comedor,
retirada y limpieza de menaje, sólo otro más para la higiene de las
instalaciones, amén una larga pléyade de irregularidades que contravienen la
reglamentación de este tipo de establecimientos. Estos extremos fueron expuestos
ante la dirección del Centro que, al parecer, piensa que invertir en geriatría
es un negocio muy rentable, pues obtiene su beneficio a expensas de la carencia
prestacional debida a los usuarios que pagan por ella. Y al no ser posible
redimensionar la actividad sin incurrir en costes que mermen sus pingües
ganancias, por expresa negativa del responsable, este trabajador decidió
renunciar a su contrato laboral, algo loable en los tiempos que corren, pero
que denota una gran profesionalidad al negarse a participar de tan execrable
contubernio, renuncia que, no obstante, debía llevar implícito el abono de los
servicios prestados. Tras dos largos meses en los que el Centro en cuestión no
tuvo a bien pagar la nómina del tiempo durante el que este, insisto,
profesional de la geriatría estuvo desempeñando su labor en unas condiciones,
cuanto menos, deficitarias, se contactó con el gerente para requerir el pago de
su sueldo y finiquito, obteniendo no sólo imprecaciones y desabridas advertencias
que califican a este miserable como lo que no podrá jamás dejar de ser, sino,
además, un zafio “click” al otro lado de la línea, tras el apercibimiento de la
posibilidad de reclamar lo debido ante la oportuna sede. Un par de días después,
y un gran número de llamadas perdidas en el móvil del trabajador mediante, se
le cita, por fin, para liquidarle su derecho de cobro. Este buhonero de la
senectud llega, incluso, a insultar al trabajador “¡No tienes vergüenza, amenazar
con llevarme al Juzgado, a mí, a mí!”, cuando, es obvio, quien carece
de ella es el que provoca que los demás tengan que ejercer sus derechos; no la
tiene, tampoco, aquél que mantiene en unas condiciones deplorables a personas
que pagan – y a qué precio – por los servicios que no reciben. Amigos lectores:
asegúrense de en qué tipo de residencia dejan a sus mayores, velen porque se
cumpla escrupulosamente la legalidad en las mismas y exijan la garantía de
calidad por la que están pagando. Y ahora si me disculpan, en ejercicio de mi
deber cívico y en beneficio de nuestros venerables ancianos, tengo una denuncia
que interponer.
"Esto es envejecer y es jodido, mucho, pero es MI problema no el vuestro y es aquí,
en mi casa, donde quiero estar. Hay belleza en la vejez
De Natalia (Lola Herrera) en La Velocidad del Otoño.
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