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lunes, 25 de julio de 2016

Es la Festividad de mi Patrono, permítanme celebrarla: "¡Santiago y cierra España!".



Ya los mauros, sufrieron su peor derrota en la Batalla de Simancas, en la que fuera, bajo la protección del Apóstol, la mayor de las victorias que tuvieron lugar, engrandecida y mitificada por la pérdida del preciado ejemplar del Corán de Abderramán III, ante la constante amenaza musulmana. Aquél día, los valientes caballeros cristianos, arrodillados en el campo de batalla, encomendaban sus vidas al Altísimo antes de entablar contienda, conocedores de su desventaja ante las huestes moras, cuando abriéndose el cielo en dos descendió de él toda una cohorte de bravos guerreros capitaneados por Santiago, en su imponente corcel blanco, flanqueada su derecha por el joven mártir San Paio espada en alto, para auspiciar, en respuesta a sus plegarias, la victoria de las tropas del Rey leonés, Ramiro. Capitulación que, no obstante, no quedaría sin venganza, pues nuevamente y en aquella ocasión, los muyahidines, espoleados entonces por el sangriento Almanzor el Victorioso, cargaron y asolaron Santiago, sin atreverse, no obstante, a profanar el pequeño mausoleo donde reposaban los restos del Santo, sustrayendo, a modo de injuriosa humillación en aquella cruenta razzia, las campanas que fueron obligados a portar, sobre sus hombros, los prisioneros cristianos hasta su llegada a Córdoba, las mismas que tornarían, por idéntico camino, a espaldas musulmanas, tras la Reconquista cristiana doscientos años después.

No es casualidad, pues, que ya desde la Reconquista, pasando por las guerras Imperiales y hasta nuestra historia moderna, las tropas españolas, antes de cada carga, se encomienden al Apóstol, invocando su protección al grito de “¡Santiago y cierra España!”. Tampoco es en vano Patrón de España: Santiago el Mayor, el Santiño, el Apóstol Guerrero, el Protector.

Y aunque haya quien, a estas alturas, aún no se haya enterado, nos hallamos ante otra Guerra Santa, la iniciada frente a Occidente por aquellos que han llamado a la Yihad desde el Califato del autodenominado Estado Islámico, hemos sufrido ya el zarpazo de la bestia en países vecinos, mientras esperamos, resignadamente y mirando hacia otro lado, como si esa indolencia nuestra fuera a indultarnos de una condena ya sentenciada y a expensas de su inexorable cumplimiento, que no seamos nosotros, moradores del extinto Al Andalus, quienes reciban el mandoble de la furia islámica, bañado en negro dolor y púrpura sangre, a la luz de una media luna siniestra que se yergue en la oscuridad de la noche, pues pesa sobre nosotros el lúgubre pronunciamiento: somos infieles y ocupamos el territorio que una vez conquistaron.

Así que aunque sólo se deba a que la intimidación propagandística de este radicalismo reviste serios tintes de veracidad, a la silente apatía de nuestros dirigentes que no son, ni podrán serlo jamás, como los fieros reyes astures o leoneses, o al profundo convencimiento de mi fe en el Apóstol: hoy es la Festividad de mi Patrono, permítanme celebrarla haciéndolo como desde hace siglos lo vienen haciendo nuestros ancestros, honorables predecesores de los, hoy, españoles de bien, y no puede ser sino al grito de ¡Santiago y cierra España!.

“Verás la maravilla del Camino,
 camino de soñada Compostela.
 ¡Oh lirio y oro! Peregrino en un llano entre copos de candela”
(Antonio Machado).


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