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viernes, 22 de julio de 2016

El Maestro Armero.



                Entre el cansancio acumulado de un largo año, el calor sofocante que nos acecha desde una atmósfera preñada de ese rojizo polvo sahariano que escupe barro para arrancar, luego, fuego de la tierra y la histeria colectiva que se contagia, curiosamente, cada mes de julio, los finales de Curso Judicial son extenuantes, supongo que el maltrecho sistema nervioso se encuentra ya próximo al paroxismo y que cuanto más se anhela la llegada de un acontecimiento, más parece demorarse en el tiempo que, lejos de transcurrir con la rapidez habitual que te obliga a ir al límite en los plazos procesales, parece regodearse en una flemática parsimonia que roza la crueldad, infligiendo al ansioso, que se encuentra ya gravemente aquejado por ese recalcitrante síndrome pre-vacacional, el martirio de asistir a una indolente suspensión de los días en los vértices de un tiempo paralizado.

                Y así transcurren los finales de cada mes de julio, sumergidos en el sopor de un aletargamiento perpetuamente asaeteado por molestas llamadas telefónicas, urgiendo a la resolución de “lo mío, que… me tengo que ir unos días de vacaciones y me lo quiero yo dejar eso averigua’o…” o aquellas otras que, inopinadamente, te hacen estudiarte el asunto e interponer la demanda porque el 31 de julio va a acabarse el mundo, y es algo que no puede esperar a septiembre, “no vaya a ser que (en pleno apocalipsis) se tuerza la cosa luego”… Son inevitables, también, los demás contratiempos e inconvenientes que, por aquello de que todos los golpes van al mismo dedo, suelen suscitarse, irremisiblemente, cada final de julio: plazos, señalamientos de última hora que no tenías previstos y que, precisamente por ello, escuecen más. Esas últimas exigencias de “ajuste y cierre”, tan comunes en cualquier despacho, la extenuación y las ganas de desconectar hacen, al doliente Abogado adoptar el modo stand by desde mediados de mes y yo, claro, no iba a ser la excepción.

                Mientras intento poner algo de orden en los papeles que se acumulan en mi mesa, ubicando cada expediente en el sitio que le corresponde y cruzando los dedos para no encontrarme con ningún sobresalto con origen en la, tan temida, LexNet, doy inicio a la operación “desvío”, marcando inconscientemente un número: el del Maestro Armero.


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