Entre el cansancio acumulado
de un largo año, el calor sofocante que nos acecha desde una atmósfera preñada
de ese rojizo polvo sahariano que escupe barro para arrancar, luego, fuego de
la tierra y la histeria colectiva que se contagia, curiosamente, cada mes de
julio, los finales de Curso Judicial son extenuantes, supongo que el maltrecho
sistema nervioso se encuentra ya próximo al paroxismo y que cuanto más se
anhela la llegada de un acontecimiento, más parece demorarse en el tiempo que,
lejos de transcurrir con la rapidez habitual que te obliga a ir al límite en
los plazos procesales, parece regodearse en una flemática parsimonia que roza
la crueldad, infligiendo al ansioso, que se encuentra ya gravemente aquejado
por ese recalcitrante síndrome pre-vacacional, el martirio de asistir a una indolente
suspensión de los días en los vértices de un tiempo paralizado.
Y así transcurren los finales de cada mes de julio,
sumergidos en el sopor de un aletargamiento perpetuamente asaeteado por
molestas llamadas telefónicas, urgiendo a la resolución de “lo mío, que… me tengo que ir
unos días de vacaciones y me lo quiero yo dejar eso averigua’o…” o
aquellas otras que, inopinadamente, te hacen estudiarte el asunto e interponer
la demanda porque el 31 de julio va a acabarse el mundo, y es algo que no puede
esperar a septiembre, “no vaya a ser que
(en pleno apocalipsis) se tuerza la cosa
luego”… Son inevitables, también, los demás contratiempos e inconvenientes
que, por aquello de que todos los golpes van al mismo dedo, suelen suscitarse,
irremisiblemente, cada final de julio: plazos, señalamientos de última hora que
no tenías previstos y que, precisamente por ello, escuecen más. Esas últimas
exigencias de “ajuste y cierre”, tan comunes en cualquier despacho, la extenuación y las
ganas de desconectar hacen, al doliente Abogado adoptar el modo stand by desde mediados de mes y yo,
claro, no iba a ser la excepción.
Mientras intento poner algo de orden en los papeles
que se acumulan en mi mesa, ubicando cada expediente en el sitio que le
corresponde y cruzando los dedos para no encontrarme con ningún sobresalto con
origen en la, tan temida, LexNet, doy inicio a la operación “desvío”,
marcando inconscientemente un número: el del Maestro Armero.
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