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jueves, 28 de noviembre de 2013

Retratos de una pasión bohemia: dos estancias, dos vidas y la Literatura. (El poder del pensamiento libre).



Un sofá claro, de líneas rectas. Una mesa bajita, de ratán y madera de teca, sosteniendo un cenicero y un vaso de whiskey de malta. Unos vaqueros usados hasta el límite del deterioro extremo y una camiseta del revés – para evitar el molesto roce de las costuras interiores y de las etiquetas acrílicas -. Los pies desnudos, desprovistos, como es usual, de las babuchas amarillas que suelo utilizar en casa, cuando no estoy descalza. Me encanta caminar percibiendo el tacto, rugoso y cálido, de la madera.

Horas de anhelada soledad en la mejor compañía: la de los libros. Y aunque, en su día y lo reconozco, fui reacia al uso del libro electrónico, que venía a considerar, entonces, una aberración por suponer la supresión del papel y con ello – creía yo- la cruenta  abolición del deleite de pasar cada una de las hojas impresas, aspirando ese peculiar aroma que desprende la tinta, al  beber con fruición las historias contenidas en cada ejemplar, escuchando el suave y rítmico crujido de las guardas, hoy, tengo que admitirlo, soy su mayor defensora.


Es un sábado por la tarde, como cualquier otro. Me encuentro plácidamente tumbada en el sofá de mi casa, leyendo en el e-reader. El silencio reinante lo acaricia la aterciopelada voz de María Callas que interpreta el aria Casta Diva de V. Bellini. La estancia se encuentra en esa semipenumbra que tanto me agrada, rota, en algunos puntos, por las múltiples velas que, en lugares estratégicos, proyectan tenues halos de luminosidad que atraviesan las sombras. Sobre la mesa, diseminados sin ningún orden, otros C.D.’s aguardando su introducción en el reproductor, un paquete de Camel y los restos de whiskey en un vaso labrado en cristal grueso. La luz led de la BlackBerry parpadea, avisando de la silente recepción de algún WhatsApp. Levanto la vista de aquellas líneas que, hasta hace un segundo, me tenían absorta en otra realidad distinta, aquella que nació en la mente de su autora para vivir luego en la de los lectores, transmitiéndose en su errático devenir con diferentes interpretaciones y rostros de los personajes que sólo presentan determinadas facciones, únicas, para cada uno de quienes les ofrecen vivir en su pensamiento, confiriéndoles así el perpetuo poder de una inmortalidad nómada.

Intento imaginarme la sublime delectación de aquellas horas a solas, en alguna habitación de la planta superior de una casa de campo ubicada en el Condado de Sussex, próxima al río Ouse. Desde cuya ventana, probablemente, se tuvieran las más bellas vistas de la campiña inglesa. La chimenea devora dos grandes troncos mientras una mujer de extrema delgadez se afana en su trabajo: un elegante tintero de plata nutre su pluma que se desliza con ágil rapidez sobre unos pliegos que, poco a poco, van perdiendo su nívea virginidad, albergando los renglones, trazados con movimientos casi espasmódicos pero firmes. No ha advertido, aún, mi presencia y decido no interrumpirla, observo sus rasgos desde el perfil izquierdo que se recorta sobre la ventana que enmarca un atardecer de invierno inflamado en tonos violáceos. A pesar de que la atmósfera es cálida, se cuela el leve aroma de la tierra mojada, matizando el de las flores frescas del jarrón de cristal que refleja las crepitantes llamas naranjas. Huele a madera y a tabaco. No me atrevo, si quiera, a moverme para no perturbar su concentración, pero creo que ella acaba de ser consciente de que alguien la observa, levanta la vista del papel y la dirige directamente hacia donde me encuentro, clava su mirada en la mía y sonrío pero parece no reparar en mí, pues vuelve a introducir la pluma en el tintero y continúa escribiendo de un modo que me atrevería a calificar de frenético.

Se oyen unos pasos al otro lado de la puerta y una voz masculina que se aclara la garganta antes de preguntar, al tiempo que da unos tímidos golpecitos, de modo medroso y titubeante:

-          “Hi, darling, you ok?. You’ve been there for hours, take a rest. You should eat something”.

-          “Yes, dear, I’m fine, just trying to do some work… - contesta la mujer, con total apatía y en evidente tono cansino, elevando los ojos al techo -. I don’t need a rest by the moment. Don’t worry about me, please. Maybe later, I’m totally right. Thank you hun”.

Supongo que le molestan las interrupciones, no imagina cuanto la puedo entender, a mí me ocurre igual cuando estoy concentrada en algo. La oigo resoplar contrariada y mascullar, entre dientes, algo que me resulta inaudible desde el lugar en el que aún permanezco. Deja caer la pluma y recuesta la frente sobre la mesa, sin duda es el efecto natural que ha provocado esa inoportuna preocupación de quien, supongo, debe ser su esposo. Se levanta y pasea inquieta por la habitación, enciende un cigarrillo y se detiene delante de la chimenea, clavando sus ojos en el fuego mientras parece hablar para sí misma en un imperceptible murmullo.
Gira, repentinamente, sobre sus talones y vuelve hacia la mesa de donde coge las hojas sueltas que ha dejado esparcidas y sin ningún orden aparente, las ojea un momento tras el cuál las arruga de modo exasperado y las arroja al interior de la chimenea, para salir, a continuación, dando un sonoro portazo. He tenido que apartarme para no ser arrollada a su vigoroso paso.

A pesar de mi rápida reacción, la mayor parte del papel ya ha resultado consumida cuando con cuidado lo extraigo, liberándolo de las llamas, aún así, se leen con claridad las palabras escritas con una letra picuda y ligeramente inclinada hacia la izquierda:

“Three years is a long time to leave a letter unanswered, and your letter has been lying without an answer even longer than that. I had hoped that it would answer itself, or that other people would answer it for me. But there it is with its question — How in your opinion are we to prevent war? — still unanswered.
It is true that many answers have suggested themselves, … (…)…”

Acabo de reconocer en esos renglones, sin el menor género de dudas, el inicio del maravilloso libro “Tres Guineas”, aquella mordaz radiografía de la realidad social vivida por Virginia Wolf que plasmara en 1.938 como respuesta a la pregunta que, en una misiva, le era formulada. Reflexiono, sin deshacerme de los pliegos dañados que aún sostengo, sobre el contenido de aquella obra que sólo puede resumirse como el lúcido recorrido de una inteligencia brillante por la época, equivocada, en la que le tocó vivir, abogando por el servicio incondicional del intelecto a la libertad y a la igualdad. No encuentro respuesta a mi interrogante de cómo se puede tachar de enferma o desordenada una mente que es capaz de tener tan preclara visión. Sonrío mirando la puerta cerrada por la que Virginia acaba de irse, me pregunto si no tuvo lugar la mayor de todas sus liberaciones aquél frío día en el que se sumergió en las aguas del río Ouse buscando en ellas, quizás, el reposo a las inquietudes y profunda desazón generadas por el comportamiento, zafio y rudimentario por convencional, de sus semejantes.

“Authority has every reason to fear the skeptic,
 for authority can rarely survive in the face of doubt”
(Vitta Sackville-West).


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