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jueves, 26 de septiembre de 2013

La Toga del Abogado: ¿una Patente de Corso?.




Lo he dicho con anterioridad en alguna ocasión e, incluso, le dediqué una Reflexión al significado de mi Profesión, a los valores inherentes a ella que debemos fomentar quienes nos dedicamos, por vocación y devoción a este Arte, “el Arte de lo Bueno y de lo Justo” que dijera Ulpiano. Ocurre, con frecuencia, que hay quien no vive de la Abogacía, sino del “negocio de la abogacía” y eso desvirtúa el Código de Honor de un ABOGADO, lo hace despreciable y mezquino, suele pasar, también, que ese rasgo distintivo del ser lo cataloga también como profesional, de donde se extrae la máxima de que “quien es mala persona no puede, por lógica, ser buen profesional”.
El Abogado, debe, ante todo, velar por los intereses de su Cliente con pleno sometimiento a la legalidad, dispensarle, como no podría ser de otro modo, el mayor de los respetos, siempre, pero jamás, a costa de denostar a quien es su Compañero y guía en toda  travesía judicial: el Procurador.
Cuando el Abogado cae en el error – y desfachatez por ende – de faltarle el respeto al Compañero, deja de serlo para convertirse en un MAJADERO al que la Toga le viene muy grande.

Hoy he pasado un mal rato y lo digo desde la sinceridad más absoluta, con frecuencia ocurre que los límites de una relación profesional terminan diluyéndose al transgredir los que dibujan una relación personal. Suele pasarme con cada uno de los Procuradores con quienes trabajo, de modo que llega un punto en el que si he depositado en ellos la confianza suficiente para encomendarles mi labor profesional en beneficio de mi Cliente, no puedo por menos que alcanzar tal grado de confianza y camaradería que termina convirtiéndose en amistad.

Es así de simple: mi Cliente me elige a mí, y soy yo quien elige al Procurador – representante legal del primero en el Juzgado -. La regla básica es, por supuesto, exigirle el respeto debido al Cliente para con su Representante, respeto que no germina si no goza, primero, del mío. Algunos abogados  - y permítanme que no use la A mayúscula como es mi costumbre, dado que no es posible encuadrarlos en tan elevada categoría – tienen el vano convencimiento de que se encuentran en un estado superior al del Procurador, desconozco si el motivo radica en la diferencia cuantitativa de Honorarios devengados en cada procedimiento, si es, en el hecho de que nuestro trabajo implique mayor participación oral en la Sala de Vistas o, simplemente, porque presentan rasgos tan acuciados de imbecilidad profunda que les impide ver que la formación es la misma: Licenciatura en Derecho, pero que es la especialidad lo que, únicamente, varía: dirigir el pleito desde el Despacho, o mantenerlo vivo en el Juzgado. Sea como fuere, esta estúpida actitud, es algo más extendido de lo que sería aconsejable al bien común.

Estaba trabajando cuando ha aparecido, en el Despacho, una Procurador con la que colaboro asiduamente. Al inicio de nuestra colaboración era sólo una “Compañera”, hoy puedo decir que es una “Amiga” y si bien es cierto que ninguna tacha, en justicia, puede ponerse a su profesionalidad, no lo es menos que su valía personal y calidad humana la supera. Venía a recoger un escrito – sana costumbre ésta, la de los Procuradores de la Vieja Escuela que casi se ha perdido, trocándose por ese desagradable uso de los buzones en el Colegio de Procuradores, para mi gusto, pues atenta contra las bases el trato directo humano y debería desterrarse, pero eso será, sin duda, motivo de otra Reflexión –, al entrar, la perenne sonrisa que siempre alegra cada uno de nuestros encuentros, se ha quedado congelada en su rostro y, en un gesto de confianza, me ha contado un abyecto episodio protagonizado por alguien a quien, insisto, la Toga le viene muy grande.

Como era natural he permitido que se desahogara, es algo humano que con el ritmo de trabajo que llevamos, la presión de los plazos y los señalamientos y la, casi omnipresente, falta de tiempo, andemos siempre más vulnerables y es lo que me sorprende: no es suficiente con los malos ratos que nos vienen a diario, ya sea por el exceso de trabajo, una Sentencia desfavorable, un tropiezo con tal o cuál Cliente, sino que, además, no desaprovechamos la ocasión de vituperarnos entre nosotros. Otro indicio evidente de inteligencia en este colectivo, según lo veo yo.

Cuando se ha ido, me he dirigido a la estantería que denomino “Mis Incunables”, en la que descansan los Tomos que deben constituir la Ley Sagrada de todo Abogado. He cogido uno que suelo releer con frecuencia, encuadernado en fina piel color crema en la que se alternan los colores rojo y azul, en grandes letras doradas reza ESTATUTO Y CÓDIGO DEONTOLÓGICO DEL ABOGADO (“Esta es la Biblia que debe regir el ejercicio de la profesión que ahora comienzas” – fueron las palabras de quien me lo regaló tras mi Jura hace ya algunos años, a veces, más de los que puedo recordar – “Ámalo, respétalo y síguelo. Sólo así podrás llamarte ABOGADO”), lo he abierto:

“1. DE LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

1.2- Dignidad.-  El Abogado debe siempre actuar, conforme a las normas de HONOR y de DIGNIDAD de la profesión, absteniéndose de todo comportamiento que suponga infracción o descrédito.

1.3- Integridad.- El Abogado debe ser honesto, leal, veraz y diligente en el desempeño de su función y en la relación con sus clientes, COLEGAS y Tribunales; observará la mayor deferencia, evitando con los mismos posiciones de conflicto”.

Y me he quedado meditando…

Alguien dijo una vez, y fue por ello muy denostado, que el problema en nuestra profesión es que “la Abogacía se había proletarizado” yo, sinceramente, creo que simplemente se ha infectado, está plagada de personas que no viven del ejercicio lícito de este Arte, que se mueven, únicamente, por un marcado interés económico y un acentuado egolatrismo que relega a un segundo plano valores más importantes – dignidad, honor, dignidad, integridad -, son… majaderos a quienes la Toga, ya lo he dicho, les viene muy grande.

La Toga, no es, no puede serlo una “Patente de Corso” que nos habilite a actuar como piratas bajo su amparo, la Toga es sólo el símbolo externo de una condición, de una raza que ha de moverse bajo su propia Ley Sagrada: la DEONTOLOGÍA DEL ABOGADO

Porque… ¿qué sería de un Cirujano, por brillante que pudiera ser, sin un Anestesista que le mantuviera con vida al paciente durante la intervención quirúrgica?, es algo similar, salvando las distancias claro está, a lo que nos ocurre a los Abogados: no podríamos trabajar, por excelentes Letrados que pretendamos ser, si nuestro Compañero Procurador no mantiene “vivo” el pleito en sede Judicial.

Y hoy, esta Reflexión, la dedico a quien corresponda.


“La VANIDAD es la ciega propensión a considerarse como individuo (único), no siéndolo”.
(Friedrich Nietzsche).

1 comentario:

  1. Pues, sinceramente, creo que tienes razón, primero en cuanto a la MAJADERÍA, ser consciente del comportamiento de ciertos leguleyos, nos permite no perder el norte a quienes somos, o intentamos ser, ABOGADOS. Y sí, creo que como vengo diciendo, el trabajo del Abogado no podría llevarse a cabo sin la intervención del Procurador, en cuanto a lo de Gallardón - a quien ya bauticé como un visionario, "Séneca de la Justicia" - te diré que "de donde no hay, no se puede sacar" o simplemente que el que es tonto, es tonto y lo es a no poder serlo más, de modo que tampoco hay que cuestionarse el motivo..

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