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jueves, 25 de julio de 2013

Iacobus Lacrymis.


Jamás pudo haber un Día del Apóstol más triste que el de hoy. Nunca pensé, tampoco, que una tragedia como ésta iba a devolverme el orgullo de sentirme española. Este país nuestro es un país de contrastes: a veces las personas son lo peor y, en cambio otras, simplemente lo mejor. Hoy, Galicia llora, hoy, España se desangra con su dolor. Hoy, todos los españoles somos gallegos, todos íbamos en ese tren, todos somos padres, hijos, hermanos y amigos.

El Destino, siempre caprichoso, puede ser cruel. Es él quien decide, tras repartir las cartas a su antojo, cuando se acaba la partida para cada uno de nosotros. Vísperas de la Festividad del Apóstol Santiago, vísperas del Día Grande de Galicia: el manto lóbrego de la muerte apaga los fuegos de artificio en la Plaza del Obradoiro, el lamento desgarrador de las almas rotas ahoga la Muñeira.

Las gaitas lloran su saudade.

Hoy, los tristes a los que ya cantara nuestra Gallega inmortal, cobran un abyecto sentido, aquellos seres predestinados al dolor y al sufrimiento desde su nacimiento, se nos dibujan ahora como sombras cubiertas junto a una fría vía de tren. Es una Estación sin vida, inerte, a la espera. El azar adverso que les quiso privar de cualquier alegría y que les persiguió hasta darles caza, cayó sobre ellos ayer, a las ocho y media de una tarde de verano teñida de desgracia.

Sangrienta puesta de sol en el Finis Terrae.

¿Será, también en esta ocasión, Pelayo el eremita, quien observe los resplandores de setenta y ocho almas?, ¿acaso él, quien escuche sus cantos en este “Campus Stellae”?. Ellos ya han alcanzado el final del Camino, ahora, como buenos Peregrinos, sólo resta el abrazo al Patrón, mientras el Botafumeiro perfuma su entrada y una alfombra de pétalos les conduce hasta él. Les llevaba esperando desde toda la eternidad.

Descansen en paz junto al pecho de Iacobus, el Apóstol ausente en vísperas de su Día Grande.



“…Cayó por fin en la espumosa y turbia
recia corriente, y descendió al abismo
para no subir más a la serena
y tersa superficie. En lo más íntimo
del noble corazón ya lastimado,
resonó el golpe doloroso y frío
que ahogando la esperanza
hace abatir los ánimos altivos,
y plegando las alas torvo y mudo,
en densa niebla se envolvió su espíritu.

Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,
¿qué entendéis de sus ansias malogradas?
Vosotros, que gozasteis y sufristeis,
¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas?
Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos
son como niebla que disipa el alba,
¡qué sabéis del que lleva de los suyos
la eterna pesadumbre sobre el alma!”.

(Del poema “Los Tristes”, Rosalía de Castro).





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