Hoy es tan buen
día como otro, se me antoja, para escribir sobre una breve, pero ya dilatada,
historia de constancia, de esfuerzo y de triunfo porque a eso es a lo que se
reduce la trayectoria empresarial de GRX WORKSHOP.
Conocí a
Patricia Brañas, cabeza visible de la empresa, hace años, muchos, tantos que a
veces me da vértigo advertir la velocidad a la que pasa el tiempo cuando
hablamos. Hoy, veinte años después, una “memorable” operación de apendicitis en
medio que culminó con un furtivo par de bollos suizos en la habitación del
hospital al amanecer, algunos disgustos, pero sobre todo: risas, muchas risas,
aventuras compartidas y una fructífera asociación laboral, aquella “Chica de la Librería” ha conseguido,
con su tesón y férrea voluntad, dirigir una empresa de proyección internacional
especializada en la
Organización de Eventos y Congresos como Spin-Off de la Universidad de Granada
y este es su Quinto Año de toda una serie de éxitos concatenados, promete ser
larga, que avalan su trayectoria profesional.
Hoy es tan buen
día como otro, me parece a mí, para descubrir en esa avezada empresaria a la “Chica
de la Librería”
que fue ayer. Y a quien ahora, es inevitable una sonrisa evocadora al hacerlo,
vuelvo a descubrir entre montones de clásicos de nuestra Literatura, solícita
siempre a las demandas, de su experto consejo, por parte de la clientela de
entonces. Paciente, comprensiva, olvidadiza – en ocasiones -, valiente,
decidida, prudente, leal y divertida.
Es una tarde fría y gris de invierno, llueve de manera
tórrida. De esa manera, tan violenta como molesta, con la que suele llover en
Jaén y que provoca con más frecuencia de la deseable la pérdida masiva de
paraguas en los parroquianos – ya sea por deterioro de los mismos al volverse
por la fuerza del viento o por salir, directamente y sin permiso alguno de su
propietario, volando entre los remolinos de hojas secas que en imposibles
espirales invaden la calle, cegando e impactando contra el sufrido transeunte
-. He decidido ausentarme de las dos últimas horas de clase en la Facultad, experimento una
profunda repulsión por el Derecho Penal y, no lo voy a negar, también por ese
tedioso profesor que nos amarga las somnolientas tardes con una ininteligible
disertación monocadencial y mal modulada, algunos lo achacan a su afición por
los Gin Tonics de la ruidosa cafetería del Campus, que convierte en una
verdadera tortura nuestra aproximación al Código Penal. Cierro el paraguas y me
sacudo el agua que resbala por mi chaqueta, tengo los pies empapados y empiezo
a notar un ligero hormigueo en los dedos. Me molesta esta lluvia, me molesta
hasta el extremo de irritarme, y lo peor de todo es que por más que me rebele
seguirá lloviendo, con toda probabilidad, durante toda esa noche y lo hará,
también, todo el día de mañana.
Abro la puerta dejando suspendido, a mi paso, el leve
tintineo de las campanitas que advierten de la entrada de un cliente y dejo el
paraguas en el paragüero de latón, donde reposan dos más. Tras el reverente y
resignado paso por la alfombra a fin de secar las suelas, me adentro dispuesta,
en lo que para mí fue siempre un remanso de tranquilidad en la mejor de todas
las compañías posibles: los silenciosos y versátiles tomos. Ávida de conquistar
y vivir cada una de las historias que encierran.
Al final de la estancia, en una mesa camilla, bajo una
atestada estantería y absorta, plácidamente, en la lectura de algún ejemplar
que no consigo distinguir desde mi posición, está la chica rubia que suele
atenderme. Levanta la mirada un momento y me sonríe:
-
“Hola, ¿vienes a hacer tu visita semanal?”.
-
“Hola. Sí, pero me parece que no he elegido el mejor de los días” – le
contesto -. “¿Hay alguna novedad interesante?”. Se levanta mientras esboza un
gesto que parece indicarme que no, que no hay nada nuevo que pueda llamar mi
atención, ella ya conoce mis gustos.
-
“No, pero ya ha llegado el que me pediste de Pérez – Reverte, “El Maestro
de Esgrima”… “
Bueno, no todo iba a ser malo una tarde de invierno
lluviosa…
Frecuenté durante mucho tiempo aquella vieja librería que
olía a útiles escolares y a tinta. Con cada una de mis habituales visitas se
iba afianzando la amistad: un café, alguna cerveza, horas de piscina, ratos de
estudio o charla… Y aquella “Chica de la Librería” cambió de ciudad, ahora sé que se hizo
preciso, así descubrió el horizonte profesional idóneo para su preparación
universitaria. A fuerza de disciplina y constancia, de una ingente capacidad de
trabajo y a su gran pragmatismo, decidió cambiar los libros por la Organización de
Eventos, aunque sigo manteniendo la sospecha de que no del todo…
A Patricia
Brañas,
Por sus sabios
consejos, por su infinita paciencia,
Por sus
elocuentes silencios y precisas palabras,
Por su abrumador
sentido común y demoledora practicidad,
Por seguir
siendo, para mí al menos y hoy más que nunca, “la Chica de la Librería”.
No apostaría a que has olvidado del todo la Literatura... Vamos sé de alguien con quien comparto lectura, jejejeje. DE NADA, NO LAS MERECE, "CHICA DE LA LIBRERÍA"... Insisto y repito: para mí al menos y hoy más que nunca.
ResponderEliminarComo siempre me encanta la forma tan bonita de narrar las cosas que tienes al hablar esta vez de una antigua amistad y de como por mas que pase la vida somos capaces de mantener a amigos y compartir con ellos lo bueno y lo malo sin reparar en los años de amistad que nos unen. Preciosa historia me encanta leerte escribas sobre lo que escribas.
ResponderEliminarPues... muchísimas gracias, estimad@ anónim@. Sí, creo que no llegamos a ser conscientes, al menos no del todo, si no cuando hablamos con esos "viejos amigos de toda la vida" y empezamos a recordar episodios pasados, esa memoria es, sin la menor duda, la que nos hace más viejos.
ResponderEliminarGracias por tu participación.