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miércoles, 2 de mayo de 2018

Marnie, la ladrona.



Finalmente se han cumplido mis vaticinios y Cifuentes se ha visto obligada a dimitir. No ha sido a causa de su mala gestión de la información, aventada por vocingleros propios y extraños al PP pero al fiel servicio de los primeros, acerca del Máster dadivosamente otorgado por la Universidad Rey Juan Carlos sino abatida por la munición, disparada desde sus propias filas, contra aquél que suponga el menor escollo en la aspiración sucesoria de un Partido, cada vez más, reducido a escombros tras los continuos bombardeos de la corrupción. No le encuentro ningún sentido al acto, por supuesto reprobable, de introducir disimuladamente en un bolso de dos mil euros un par de cremas de apenas cuarenta. Resulta, incluso, cómico que alguien que viste de Prada escamotee cosméticos, de gama media, si no es con motivo de una patología, tal parece ser el caso. La cleptomanía, en psicología clínica, presenta una serie de síntomas entre los que se encuentra la ausencia de intencionalidad maliciosa; el descontrolado impulso de sisar, normalmente objetos de escaso valor, no lo es para el beneficio personal del cleptómano sino porque no puede domeñarlo, le resulta imposible y lo hace como medio de aliviar su ansiedad. De modo que, es obvio, quienes padecen tal trastorno sufren una alteración que termina tratándose con terapias conductuales y farmacopea a fin de aliviar los sentimientos de culpa, remordimiento y vergüenza que con posterioridad experimentan. No hablamos de delincuentes –como en el caso de aquellos que, consciente y deliberadamente, incurren en la apropiación indebida o la estafa, donde predomina un propósito de lucro-, puesto que esta desviación del comportamiento no está, no puede estar, tipificada en la Ley Penal. Es curioso que haya podido pervivir, en las albañares políticos, una cinta de seguridad de hace siete años que nula o escasa utilidad podía presentar tras el abono voluntario, por la “infractora”, del importe de lo hallado en su bolso, cuando la LOPD establece que las imágenes captadas por un sistema de seguridad privada no deben, jamás, superar los 30 días de antigüedad, límite que no se alcanzará si las necesidades de captación y almacenamiento se cubren con el archivo registrado de un período inferior en atención al principio de proporcionalidad. Por lo que ese día, en aquella superficie comercial, se produjo un conato de delito leve que fue solventado, quebrando de este modo la denuncia y la tramitación de cualquier proceso judicial pero, también, una radical vulneración de las normas reguladoras de la Protección de Datos al conservarse una grabación que, por Ley, debió ser destruida y no se hizo, facilitándose, más tarde, su difusión y exponiendo, así, públicamente la alteración patológica de una persona susceptible de ser tratada por profesionales y que, con independencia de su cargo, tiene derecho a su intimidad. Imágenes que salen a la luz, haciendo escarnio, en un momento muy delicado de la interesada quien precisamente se había mostrado como la más implacable censora de los casos de corrupción de su Partido. Empiezo a pensar que existen unos expedientes clasificados que guardan las miserias de todos y cada uno de nuestros representantes públicos y que salen a la luz sólo cuando los mismos resultan molestos. Desconozco si será el precio que han de pagar en sus personales vendettas o si, por el contrario, sea que el sacrosanto derecho a la información está al servicio del poder de turno por parte de esos sicarios, custodes de las más pestilentes alcantarillas de miserias ajenas, amparando impunemente el robo de la intimidad de ciertas personas. Tras releer estas líneas me pregunto quién de todos ellos, en esta trama, desempeña mejor el papel de ‘Marnie’.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 30/04/2018.


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