Siempre me he sentido
cautivada por ese entrañable personaje de “El Nini”, el niño sabio, casi
profético, de la novela de Delibes. ‘Las Ratas’ se desarrolla en un pueblo de
la España profunda, a modo de denuncia social de la tiranía ejercida por los
latifundistas sobre la mísera población rural castellana. Su padre, el Tío
Ratero, las cazaba para el propio sustento y vio peligrar su medio de vida
cuando, por diversión, un vecino de un pueblo cercano comienza también a atraparlas
en el mismo territorio provocando así un descenso de las presas, tan necesarias
para su subsistencia. Son curiosas las asociaciones de ideas que el ignoto cerebro
humano es capaz de realizar. Desde que diera inicio la actuación de la justicia
frente a los golpistas, he venido acordándome de esta obra; desconozco si lo
evocador, en mi subconsciente, es su título o si lo son los personajes pero ha
sido inevitable realizar el recurrente paralelismo. El Nini, aun cuando tengo
mis dudas si en la trama real del secesionismo lo personifica el Juez Llarena o
nuestro magnífico Servicio de Inteligencia, ha terminado dando caza a la rata
más gorda, también la más cobarde pues fue la que diera inicio a una deshonrosa
huida, secundada más tarde por otros cabecillas del golpe de Estado llevado a
cabo desde la, hoy se confirma lo que siempre supimos, ilusoria creencia de una
total impunidad. Nadie puede estar abocado, eternamente, a la huida o a ese mal
llamado “exilio”… Ya me pareció aciago para Puigdemont que optara, en su excelsa
cortedad, por fijar su residencia en Waterloo, allí donde el sueño de Napoleón
muriera definitivamente a manos de Wellington y con él los delirios de grandeza
del perturbado personaje que, sin duda, bien pudo haber inspirado los sueños
dementes de quien, una vez, intentó coronarse como el gran hacedor de una
quimérica República Catalana que ha resultado ser como el champagne: tras
descorchar con fuerza la botella las burbujas se han ido escapando, perdiendo
fuerza, hacia el centro de Europa; huyendo como lo hacen las ratas en los
naufragios. Cabía esperar valentía, sacrificio y lucha por parte de los
artífices de tan extravagante proyecto que hubiera podido darle, quizás, un
ápice de credibilidad pero esta vil rebelión contra el Estado de Derecho ha
quedado reducida a un sainete de huida y retirada, en algunos, y a la opereta
del espectáculo dado a la entrada en prisión de quienes se consideran mártires
habiendo sido los victimarios del orden y la paz social en una parte de España.
Ni siquiera compartían, en esa beoda enajenación, un proyecto común – la CUP
confirma la fractura de las fuerzas independentistas desde el germen mismo de la
rebelión -, no han dado el menor atisbo de solvencia y tan sólo han convencido
a una parte de la población, intentando implantar una República sin raigambre
histórica, sin fundamentos económicos ni el menor viso, tampoco, de su
reconocimiento a nivel internacional. Ha sido, sin duda, un gran fraude en el
que sólo unos pocos, los menos, han tenido la gallardía de afrontar las
consecuencias de sus actos y en el que otros muchos, como Puigdemont y el resto
de los huidos, siempre quedarán inscritos en el índice más vergonzante, aquél
que comienza con la –c de COBARDÍA. Abatidos, como las ratas, en plena evasión. El soberbio de Carlos debió tener presente la Historia puesto que,
ya se sabe, “de los escarmentados, nacen los avisados” aunque, como a Napoleón,
le haya terminado perdiendo su propia demencia ególatra, sorda a cualquier
advertencia, y es que… nunca hubo ratas en Waterloo.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario
VIVA JAÉN, 02/04/2018.
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