No ha sido, ni será tampoco
éste, el único numerito que a Su Majestad se le ha ocurrido montar. Ya apuntaba
maneras con aquél lapidario “Déjame hablar” dirigido a un risueño, aún
Príncipe, Felipe que soltó, ruborizado, una carcajada nerviosa ante tan
espontáneo aunque ya significativo desplante de esa altanera presentadora de
televisión que se nos mostraba con un dos piezas de Armani anunciando a bombo y
platillo que allí estaba ella, Letizia con –Z, la futura Reina de España a la
que nadie iba a restar ningún protagonismo. Luego vinieron los continuos
retoques estéticos que, paulatinamente, la han ido convirtiendo en el clon de
Rania de Jordania y un, cada vez más, insufrible encopetamiento pues, a medida
que Felipe se tornaba más cercano al pueblo, ella se hacía con los réditos de
una profunda antipatía. Me pregunto si esa absurda rivalidad que mantiene con
la Reina, Doña Sofía siempre llevará a gala haber nacido hija de Reyes y educada,
como tal, para reinar y haber vivido siendo hermana, esposa y madre de Reyes, omito
deliberadamente ahora decir, no obstante, que abuela ya que la institución
monárquica, único elemento de cohesión que mantiene hoy la unidad de esta gran
nación, se está deteriorando a pasos agigantados, con –Z también, y no las
tengo yo todas conmigo de que la rubísima Princesa de Asturias, que es zurda,
come muy sano, toma clases de violonchelo e incluso estudia chino, llegue algún
día a reinar bajo el nombre de Leonor II – Dios la guarde, si así fuera, de
terminar sus días como su malograda tocaya Leonor de Castilla, primogénita de
Fernando IV y Constanza de Portugal, asesinada a manos de su sobrino, Pedro I,
en el castillo de Castrojeriz –, temor debería causarnos sólo pensar que alguien
quien, ya con doce años, dispensa a su abuela un desabrido manotazo, en público
o privado tanto me da, pueda, algún día, representar a la Corona de este viejo
y noble Reino que es España. No entraré en si protocolariamente resultaba, o no,
adecuado que la Reina se retratara con la Princesa y su hermana, la Infanta; no
cuestionaré los pedestres modales cotidianos de una periodista, plebeya por
cuna, progre, atea y republicana, reconvertida a todo lo contrario por obra y
gracia de un origen divino del poder que le ha venido dado por su condición de
consorte, posición que, a la vista está, le queda no grande sino enorme y que
nos ha terminado poniendo en los titulares de medio mundo. Tampoco entraré a
analizar el trato que una Señora Reina emérita, para mí la única y verdadera Soberana,
merece sino que me ceñiré a lo que Doña Sofía de Grecia, Sofía, es por encima
de cualquier otro título: ¿quién puede negarle a una abuela el derecho a
disfrutar de sus nietas?, ¿en base a qué real prebenda se le impide hacerse un
retrato con ellas?, ¿qué madre ante un tierno beso, dado en la frente por una
abuela, tiene el vergonzante gesto de limpiarlo?... ¿No será que la monarquía,
a base de tan liberal y vanguardista intrusismo, se ha terminado ‘proletarizando’?
porque ¿puede alguien adquirir, en unos pocos años, la obligada profesionalidad
en el desempeño de tan inefable cargo para el que otros se llevan preparando
toda una vida?. ¿Acaso no somos conscientes de la importancia de servir a
España desde tan privilegiada institución? o ¿es que no tenemos derecho a
exigir una imagen de España a la altura y de una categoría conforme a la
dignidad que, a lo largo de la historia, hemos demostrado poseer?... Aun cuando
se nos escape lo que el Rey, en el ámbito particular, pudo manifestarle sobre
tan bochornoso episodio a la propia causante del mismo, debería el monarca
tener presente por el bien del Estado, de la Corona y del Pueblo Español que
Doña Sofía, la Reina nacida y educada para serlo, siempre será su madre y que a
Letizia, con –Z, la encontró en… un telediario.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 09/04/2018.
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