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lunes, 9 de abril de 2018

Con -Z de zafiedad.



No ha sido, ni será tampoco éste, el único numerito que a Su Majestad se le ha ocurrido montar. Ya apuntaba maneras con aquél lapidario “Déjame hablar” dirigido a un risueño, aún Príncipe, Felipe que soltó, ruborizado, una carcajada nerviosa ante tan espontáneo aunque ya significativo desplante de esa altanera presentadora de televisión que se nos mostraba con un dos piezas de Armani anunciando a bombo y platillo que allí estaba ella, Letizia con –Z, la futura Reina de España a la que nadie iba a restar ningún protagonismo. Luego vinieron los continuos retoques estéticos que, paulatinamente, la han ido convirtiendo en el clon de Rania de Jordania y un, cada vez más, insufrible encopetamiento pues, a medida que Felipe se tornaba más cercano al pueblo, ella se hacía con los réditos de una profunda antipatía. Me pregunto si esa absurda rivalidad que mantiene con la Reina, Doña Sofía siempre llevará a gala haber nacido hija de Reyes y educada, como tal, para reinar y haber vivido siendo hermana, esposa y madre de Reyes, omito deliberadamente ahora decir, no obstante, que abuela ya que la institución monárquica, único elemento de cohesión que mantiene hoy la unidad de esta gran nación, se está deteriorando a pasos agigantados, con –Z también, y no las tengo yo todas conmigo de que la rubísima Princesa de Asturias, que es zurda, come muy sano, toma clases de violonchelo e incluso estudia chino, llegue algún día a reinar bajo el nombre de Leonor II – Dios la guarde, si así fuera, de terminar sus días como su malograda tocaya Leonor de Castilla, primogénita de Fernando IV y Constanza de Portugal, asesinada a manos de su sobrino, Pedro I, en el castillo de Castrojeriz –, temor debería causarnos sólo pensar que alguien quien, ya con doce años, dispensa a su abuela un desabrido manotazo, en público o privado tanto me da, pueda, algún día, representar a la Corona de este viejo y noble Reino que es España. No entraré en si protocolariamente resultaba, o no, adecuado que la Reina se retratara con la Princesa y su hermana, la Infanta; no cuestionaré los pedestres modales cotidianos de una periodista, plebeya por cuna, progre, atea y republicana, reconvertida a todo lo contrario por obra y gracia de un origen divino del poder que le ha venido dado por su condición de consorte, posición que, a la vista está, le queda no grande sino enorme y que nos ha terminado poniendo en los titulares de medio mundo. Tampoco entraré a analizar el trato que una Señora Reina emérita, para mí la única y verdadera Soberana, merece sino que me ceñiré a lo que Doña Sofía de Grecia, Sofía, es por encima de cualquier otro título: ¿quién puede negarle a una abuela el derecho a disfrutar de sus nietas?, ¿en base a qué real prebenda se le impide hacerse un retrato con ellas?, ¿qué madre ante un tierno beso, dado en la frente por una abuela, tiene el vergonzante gesto de limpiarlo?... ¿No será que la monarquía, a base de tan liberal y vanguardista intrusismo, se ha terminado ‘proletarizando’? porque ¿puede alguien adquirir, en unos pocos años, la obligada profesionalidad en el desempeño de tan inefable cargo para el que otros se llevan preparando toda una vida?. ¿Acaso no somos conscientes de la importancia de servir a España desde tan privilegiada institución? o ¿es que no tenemos derecho a exigir una imagen de España a la altura y de una categoría conforme a la dignidad que, a lo largo de la historia, hemos demostrado poseer?... Aun cuando se nos escape lo que el Rey, en el ámbito particular, pudo manifestarle sobre tan bochornoso episodio a la propia causante del mismo, debería el monarca tener presente por el bien del Estado, de la Corona y del Pueblo Español que Doña Sofía, la Reina nacida y educada para serlo, siempre será su madre y que a Letizia, con –Z, la encontró en… un telediario.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 09/04/2018.

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