Es curioso que no haya, en
Badajoz, una sola chimenea o campanario que no estén coronados por un nido de
cigüeña. Estoy trabajando en la habitación de la última planta del hotel cuando
reparo en la existencia de dos aves de regio porte, entorno los ojos intentando
agudizar la vista. Hieráticas, sobre sus esbeltas patas, observan desde la
altura y, en un alarde de simpleza vital, parecen conformarse con asistir,
impertérritas, al discurrir de la vida que tiene lugar ahí abajo. Apenas se
mueven, sólo leves giros de cabeza. Me pregunto qué pensarán, si es que
piensan, de esos insignificantes bípedos, incapaces de desplazarse por el aire,
ajenos a la majestuosidad del vuelo y el planeo. Sí; estoy convencida de que
nos consideran inferiores. Vuelvo al café que, poco antes, me ha traído la
camarera de planta pero no puedo desprender los ojos de las cigüeñas. Las
cigüeñas… esos extraños seres, otrora, migratorios. Es asombroso el paralelismo
que encuentro entre ellas, las cigüeñas, y nuestra clase política, también
extraña y migratoria. Antes, cuando la temperatura se hacía menos benévola,
alzaban el vuelo en busca de climas más benignos: los pájaros hacia África, los
humanos hacia la orilla que mayor indulgencia pudiera proporcionar a la bandada.
Me sorprende que hayan modificado, dentro de la cadena trófica, sus hábitos
alimentarios abandonando el natural instinto de la caza de saltamontes y otros
pequeños insectos, peces o anfibios por la placidez del cómodo abastecimiento
en basureros urbanos, lugares, éstos, donde con menor esfuerzo se nutren de la inmundicia
que les permite dar continuidad a su ciclo vital. Exactamente igual que
nuestros políticos que, lejos de batirse en los honorables combates dialécticos
de antaño, desde la solemnidad de un hemiciclo considerado el templo de la
sagrada representación institucional de todos los españoles, han descendido
paulatinamente, auspiciados en su caída por rastas y vaqueros rotos, a la
ciénaga del ataque personal, la corrupción y el enriquecimiento propio a costa
de los exangües ciudadanos a quienes nos consideran, sin duda, insignificantes bípedos
incapaces de desplazarnos por el aire, ajenos a la majestuosidad de su vuelo y
planeo en ese cielo de las altas esferas. Sí; nuestros políticos son cigüeñas. Así,
el polluelo de la orgullosa cigüeña naranja cuando rompió el cascarón crotoró
con fuerza reivindicando su condición para ir variando luego, su plumaje, hacia
un tono entre el azul o el rojo, según le conviniera, iniciando una predecible
oscilación a fin de saciar la gula acumulada durante su proceso de gestación.
En cambio, la conocida como cigüeña de plumaje azul conserva, como principal
característica, un severo estatismo pues, a modo de alarde de simpleza vital,
se conforma con asistir, impertérrita, al discurrir de la vida que tiene lugar
bajo sus esbeltas patas; sin prisas, sin tiempos. La de cola roja, por su parte,
presenta mayor similitud con el comportamiento de las avestruces, con frecuencia
ni está ni se la espera más allá de mantener la cabeza bajo tierra y sacarla
del agujero sólo cuando el hambre aprieta, por contraposición a la más agresiva
de la especie, producto de un accidente de la democrática Madre Naturaleza: la
morada; ave a la que, hace tiempo, se incluye dentro de las carroñeras por
alimentarse de la biomasa en descomposición aunque, dicen los entendidos, se
encuentra en vías de extinción dado que, con frecuencia y pese al instinto de
supervivencia, los especímenes que presentan algún defecto o tara en su
morfología acaban siendo fagocitados por otros. Su fin es inevitable… Elucubro
acerca de esos movimientos migratorios y en ambos casos, el animal y el humano,
concluyo que el motor de esos ciclos de migración, más que en la temperatura,
se explica en el sustento: ¿por qué conseguir con esfuerzo lo que se obtiene
sin él aunque sea en un vertedero?. El café se ha quedado frío. El cursor
parpadea en la pantalla a la espera de que abandone mis pensamientos y me
centre en mi tarea. Las cigüeñas siguen arriba, en su nido, ajenas al discurrir
de la vida y nuestros políticos, hieráticos, en el suyo, también ajenos. Es… mi
crónica de dos realidades paralelas.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 05/03/2018.
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